Después de haber realizado mi trabajo en aquel alto poblado andino, cerca de las siete de la noche y antes que se acabe la comida del único buen restaurante del lugar me fui a cenar. Ya en el negocio que tenía unas mesas grandes como para diez comensales y para sentarse unas largas bancas de madera, me encontré con el personal de otras oficinas y algunos conocidos que me invitaron a tomar asiento en su mesa para compartir la cena.

Eso me alegra de muchos modos, toda vez que siempre es bueno encontrarse con personas conocidas y conocer a otras, pero sobre todo poder socializar con ellas, más aún en un pueblo que está sobre los 3,500 metros de altura y ahí y en cualquier lugar a esa cota, hace tanto frio que todos los habitantes de esos poblados a esas horas ya están metidos en sus casas o tal vez ya durmiendo como las gallinas.

Acabada la cena alguien pidió una botella de vino y nos invitó a servirnos al tiempo que empezó una simpática charla que poco a poco fue poniéndose interesante. Por mi parte le pregunté a la mesera si podían prepararme un chocolate y para mi suerte dijo que sí. Entonces pregunté a los amigos si alguno deseaba servirse una tasa, solo uno dijo que sí y con panes. Mientras los otros pidieron un “té piteado” con mucho limón y el buen aguardiente de caña de la región.

Por ahí alguien se puso a contar que en una comunidad no muy lejos de donde estábamos, un profesor se fue a cazar vizcachas a los pedregales de unas alturas donde había una laguna y un pequeño bosque de cceuñas. Abreviando la historia que estaba bastante colorida y bien narrada, contó que por casualidad el cazador se encontró con una veta de oro y se hizo millonario.

Luego de esa historia alguien contó otra aún más fantástica que tenía que ver con el entierro de gente viva en las afueras de las bocaminas, ofrecidas como “pago” a los malditos «chinchillicos» que habitan en las profundidades de la montaña, para que sin hacer problemas les suelten sus minerales. Y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, se sucedieron otras cada vez más increíbles historias mientras que corría sin parar el abrigador “té piteado”. Por mi parte yo conté una anécdota que me sucedió en esas alturas y como noté que les gustó creí que debía escribirla para publicarla en mis redes sociales. Sin darnos cuenta de la hora advertí que solo nosotros estábamos en el local, y no solo eso, sino que en otra mesa estaban escuchando atentamente la dueña del negocio, su cocinera, su mesera y dos mujeres más, seguramente porque al igual que yo, ellas también gozaban con aquellos extraordinarios relatos.

Fue entonces que le tocó el turno a un simpático y listo ingeniero que vino a trabajar a estos pueblos desde su lejano Tumbes, pero antes de hacernos saber lo que nos iba a contar, pidió una ronda de “té piteado” para todos y contó que por motivos de trabajo una noche tuvo que viajar urgentemente a la capital a una reunión con el Presidente Regional. Eso le molestaba porque manejar de noche, en ese tiempo y con la espesa neblina que lo cubre todo era muy arriesgado. “Pero ni modo, había que hacerlo sí o sí”.

Cuando la camioneta estaba a la altura del riachuelo que baja de las punas para unirse al rio grande, en un paraje que llaman “Cedruyoc”, de pronto la niebla se despejó, lo que le hizo saber que la noche estaba muy oscura, pero también que ya no debía preocuparse de romperse los ojos para ver a través de ella.

De un momento a otro vio que del otro lado venía una motocicleta y se compadeció del conductor por lo que le tocaba padecer, no solo por causa de la neblina sino por el frio brutal que hacía afuera. “Pero por Dios, hay cada tipo”, pensó. De repente notó que la luz de la motocicleta comenzó a ampliarse más y más hasta convencerle de que eso que se aproximaba no podía ser ningún vehículo que conducimos los cristianos. No supo de donde, pero sintió que alguien con una clara y grata voz lo llamaba por su nombre, entonces miró a todos lados y hasta gritó, “!quién?”, pero nadie le respondió, y así estuvo inquieto hasta que reparó que la voz que volvió a repetir su nombre no venía de afuera, sino que estaba dentro de su cabeza, cerebro o mente, no sabría decirlo. Pero cuando se dio cuenta de eso, la misma voz le dijo. “No temas, no estás volviéndote loco. Solo sintonízate conmigo”.

De pronto la luz que iba creciendo, creció tanto hasta que en todo el lugar se hizo como de día y la misma voz interior con un suave y persuasivo tono le ordenó. “Baja de la camioneta y ven hasta la fuente de la luz que estoy emitiendo”, y como no sentía miedo, se bajó y llegó hasta donde le había indicado.

No sabría decir que pasó después, pero cuando volvió en sí, se dio cuenta que estaba en el mismo lugar y metido en la camioneta y que ya eran las siete y media de la mañana y como no recordaba aquello que le había sucedido, pensó que se había dormido y se dijo. “Si corro a la mayor velocidad que puede dar esta carcocha, puedo llegar a mi reunión con el Presidente Regional”. Y arrancó.

Cuando llegó a la ciudad, no tuvo más remedio que dirigirse directamente a la reunión, porque estaba al borde de la hora señalada, pero ya en el lugar le dijeron que no había ninguna reunión, porque el señor Presidente Regional no trabajaba los sábados. “¡QUÉ?, ¡QUÉ? Si él había salido del pueblo donde trabajaba el jueves por la noche para reunirse con esa autoridad el viernes, porqué recién llegó el sábado. ¿Qué pasó o qué le pasó todo el viernes? No recordaba. Maldita sea, no recordaba, nada de nada.

Después de ver su reloj con calendario comprobó que efectivamente era sábado y se fue a su casa, para ver si su esposa podía explicarle o por lo menos consolarle de ese extraño, muy extraño suceso. “¿Y qué pasó con tú reunión con el Presidente Regional?” Le preguntó alguien. “¡Que Presidente Regional, ni la puta que parió. Si lo que me estaba pasando era más jodido que cualquier reunión con un pendejo y más aún si por culpa de ese huevón tuve que viajar por esa carretera peligrosa y solitaria a altas horas de la noche”. Le respondió. “¿Ingeniero si no recordaba nada de nada, ¿cómo es que se acuerda de esa creciente luz y la amable voz interior que le habló en esa carretera?” “Por favor déjame contarlo todo y te enteras”. Le respondió con tono de molestia.

Luego nos contó que, al llegar a su casa, encontró a su mujer totalmente cabreada, porque el jueves por la noche le había comunicado por el celular que estaba partiendo a esa ciudad y recién conchúdamente se apareció el sábado. Más confundido aún se metió en su dormitorio y se cerró con llave por dentro y desde afuera escuchaba que su mujer le gritaba. “¡Seguro que en el cuarto de algún sucio hostal te has metido con la “meretriz” y desde allí han pedido comida y trago, hasta que esa puta logró sacarte todo el dinero que cargabas!” “¡Sucio!! ¡Cochino!! ¡Conchudo!! ¡Sinvergüenza!!”, gritaba a voz en cuello y sin parar. “¡Y como no tienes huevos para decirme la verdad, te encierras en el dormitorio como un maricón!!”.

Luego nos aclaró que la tal “meretriz” se llamaba Emperatriz y que era una guapa, inteligente y gentil secretaria que alguna vez trabajó con él y como tenían mucho que hacer algunas veces debían salir después de la hora de trabajo y como toda mujer insegura, gratuitamente su esposa se metió en el infierno de los celos.

Cuando vio que ese ataque de celos no iría a parar nunca y que pronto llegaría su hijita de sus clases sabatinas de violín, lo mejor que pudo hacer era salir de allí, ir a la iglesia a rezar, rogar, implorar a Dios, a la Virgen María y a todos los Santos para que aquello que le sucedió no sea el inicio de una enfermedad mental o de una avería en su cerebro. Luego de eso se devolvió al lugar de su trabajo de donde no volvería hasta que el mismo se haya explicado todo eso que le pasó. “¿Y su esposa? Le preguntó la dueña del local. “En ese momento no me importaba nada ni nadie, menos una mujer celosa y pesada”.

Luego contó que a causa de ese extraño suceso que él mismo no podía explicarse y ni siquiera contarle a nadie, para que no creyeran que se había vuelto loco, no pudo dormir durante dos semanas hasta que un día se sintió muy cansado y sin ganas de hacer nada, ni siquiera de comer. Así que apenas terminó la jornada se fue a su cuarto a dormir, dormir y solo dormir, si era posible hasta morir. Entonces no sabría decir a qué hora de la noche y tampoco podría decir si soñó o tuvo un viaje astral dentro de su memoria; y del mismo modo, no sabría decir si recordó o volvió a vivir el episodio que contó antes, es decir aquel donde la luz se agrandó hasta hacerse como de día y él bajó de la camioneta. Solo sabe que a partir de ese sueño lo recuerda.

También con la misma intensidad soñó que la luz que quemó la noche en aquel paraje se fue reduciendo velozmente hasta concentrarse tan solamente en su persona y de pronto vio como esa luz salía de su cuerpo e iluminaba una rampa que con alegría lo invitaba a seguir avanzando, hasta que se encontró en medio de una habitación ovalada de unos ocho metros por ocho, totalmente iluminada por una refrescante y apaciguadora luz que salía de todos lados, pero también notó que había un asiento como de piloto de avión al frente del más curvado de sus lados. Entonces oyó dentro de su cabeza la misma apacible y calmada voz que le habló en aquel paraje, que le dijo. “No temas, toma asiento”. Cuando se acomodó, siguiendo las indicaciones de la misma voz hizo todo lo que debía hacer en ese sillón. En cuanto terminó de hacer lo que le indicaron, recién cayó en la cuenta de que lo habían invitado a una nave espacial.

–En mis sueños, ¡ah! Solo en mis sueños”. -Dijo para aclarar de qué se trataba eso que a su parecer realmente vivió.

Después contó que había viajado por encima del planeta y que de repente vio que navegaba sobre millones de estrellas. Que, además desde ahí, a lo lejos se podían ver miles y miles de galaxias, pero en medio de todo, la más negra oscuridad que separa los elementos celestiales. Cuando terminó aquel tour espacial, de pronto sintió como si el “platillo” se hubiera posado en algún paradero y parece que fue así, porque se abrió una puerta y con el mismo haz de luz lo transportaron a través del vació, entonces pudo ver que se encontraba en el vientre de una nave enorme, más que enorme: ¡Gigantesca!!

De repente se vio metido dentro de un gran salón iluminado, igual que la habitación de la nave que lo trajo, pero su mayor sorpresa fue que se encontró con más de cien seres humanos de todas las latitudes del planeta y que podía comunicarse con ellos a través de su mente y en su propio idioma, como si se tratara de una perfecta traducción simultánea y así fue como pudo entenderse con toda clase de europeos, asiáticos, africanos y de otras partes del mundo, y para su mayor asombro habían desaparecido todas las diferencias que solemos tener mientras habitamos en la tierra y más aún cuando todos estaban metidos en una gigantesca nave ajena a la manufactura humana. Pero la verdad era que no sabría decir por qué no la sentían ajena.

El asunto fue que estaban ahí para asistir a una capacitación y cuando se dio el momento la voz interior les dictó dentro de sus mentes un montón de instrucciones, para lo que iba a venir. Pero además les advirtió que cuando volvieran al lugar de donde los recogieron olvidarían muchas cosas de lo que habían aprendido en esa reunión y cuando llegase el momento recordarían perfectamente todo lo que debían hacer.

“Tienen instalado un biochip en una parte de vuestros cerebros que ya ha evolucionado lo suficiente como para poder alojarlo. Solo recordarán lo necesario para que no crean que están locos. Como nuestro primer deber es evitar toda la confusión que genera la ignorancia, los credos, las supersticiones y los fundamentalismos, nosotros no podemos aparecernos súbitamente ante la especie humana, para decirle que somos los visitantes de otro mundo, porque eso causaría un caos y hasta una locura colectiva, así que estamos preparando a miles de ustedes para que nos anuncien y preparen a sus semejantes para nuestro encuentro. Yo sé que ustedes están pensando. ‘¿Por qué y para qué?’ Porque ustedes han desarrollado vuestra conciencia en función de sus conocimientos, su ciencia, su tecnología, su filosofía, sus políticas, sus credos y otras tantas cosas más, de los que en mayor o menor grado se sienten satisfechos y orgullosos, pero sin embargo muy íntimamente están convencidos de que todo eso no está bien, porque anima el egoísmo, la codicia, el narcisismo, los populismos y los nacionalismos que los alienta a mantener la sobreexplotación de la naturaleza y en ese estúpido afán están devorándose su bello planeta. Pero no se desanimen, porque todo el universo que nosotros les haremos conocer es compasivo, y por eso ha llegado la hora de nuestra presencia entre ustedes, para poner fin, no solo a vuestra propia autodestrucción como especie, sino a la destrucción de su mundo que como el nuestro es único y fundamental para la evolución de la vida”.

–Eso es más o menos lo que nos hizo entender, pero en mis sueños, ¡ah! Solo en mis sueños”. –Acotó.

Finalmente dijo que cuando se despertó su alma volvió a su cuerpo y aunque no recordaba todo lo que les habían hablado en esa instrucción espacial, por fin había comprendido lo que necesitaba saber acerca de ese viernes perdido. Y para satisfacer algo que les preocupaba a las mujeres de la reunión les dijo que le llamó a su esposa pidiéndole perdón por no haber estado en casa ese viernes y que le diera otra oportunidad porque ya era un marido amoroso y un padre responsable y que ella, sólo por su hijita lo perdonó y que él, solo por su hijita, quería vivir en paz con todo el mundo, porque debía prepararla para las maravillas que con la nueva conciencia pronto se iban a asomar

–Y cómo son esos extraterrestres? –Preguntó alguien.

–Lo cierto es que por ningún lado de mis sueños los vi o éstos hicieron que los viera. Yo creo que para ellos todo lo que está fuera de su mundo los puede matar como a nosotros el espacio exterior. Y si dentro de sus naves habían construido un espacio para los humanos, era sólo para nosotros; será por eso que no pudimos verlos. O talvez, tan solo sus extraordinarias naves y sus máquinas controladas desde su mundo llegaron hasta nosotros para hacernos saber que estamos en peligro. –Respondió dibujando en su rostro un gesto pleno de duda.

Cuando toqué una parte de la banca estaba tan fría como un hielo, entonces pensé que ahí afuera la temperatura estaría a 4 o 5 grados centígrados y que era mejor retirarme, porque las sábanas y las frazadas de la cama del hotel debían estar tan frías como una calamina. Menos mal que traje mi bolsa de plumas de ganso para meterme en ella y cubrirme con las pesadas frazadas artesanales de lana de oveja que ofrecía esa posada. Pagando lo que me correspondía, me despedí dándoles la mano a todos y algunos hasta me abrazaron, mientras ellos se quedaron para unas rondas más de “té piteado”.

En medio del frio de aquella estrecha calleja me puse a meditar en el fantástico sueño que acababa de escuchar, pensando que ese amigo debía ser un adicto a los videos de ciencia ficción, de misterio o las conjeturas de los teóricos de los antiguos astronautas que se publican en History Channel o las miles que está colgados en el YouTube que lo está enloqueciendo. O que le tiene tanto miedo a su mujer, que se inventó ese cuento para ocultar u olvidar para siempre un día completo de su vida por amor a esa tal Emperatriz.

O tal vez, de algún modo, sea cierto lo que nos contó, pues en estos tiempos en que los telescopios espaciales nos están revelando increíbles descubrimientos acerca del universo y de la materia y energía oscura, o el desarrollo de la mecánica cuántica que ya se va metiendo en nuestros inventos, o la temible aparición de la inteligencia artificial que puede desemplearnos a todos. Pero a pesar de todas esas maravillas seguimos indolentemente destruyendo nuestro único mundo y que aún por desquiciados sentimentalismos patrioteros y hasta religiosos seguimos matándonos entre nosotros. ¡Ya nada se sabe!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS