Cuando se fue supe quién

Cuando se fue supe quién

Pilar Ferreyra

28/05/2023

En el aire, los ecos de los susurros van y vienen. Escucho rumores, gente que se apresura, que respira inquieta. Pisadas que se cruzan, palabras sueltas. Los ecos de los murmullos habitan algún lugar cercano. Hablan al mismo tiempo. Desorientados.

Llevo días buscando una salida. Subiendo y bajando las lomas insólitas de estas galerías. Voy muy lento, intentando que las piedras irregulares no me lastimen. El camino está colmado de puntas de rocas.. En los muros, el viento y el agua abrieron orificios por los que se filtra la luz que proviene de afuera. Salpican de visibilidad la opacidad que domina a esta caverna.

Creo escuchar una serpiente rasando el suelo. Me apresuro, y al doblar una curva, doy con un espacio más amplio con varias aberturas angostas; cada una de ellas dirige a otro suerte de pasillo.

Intuyo presencias nuevas. Me incomodan. Doy unos pasos hacia adelante. Giro la cabeza sobre uno de los hombros y veo a un perro rascándose y a una mujer mayor que yo, acercándose al animal. Ella se mueve con cautela, se detiene, da varios pasos, lo mira sin provocarlo, vuelve a acercarse. El animal se levanta y estira las orejas. No parece temerle.

―¿Qué quieres?― le pregunta al perro―. ¿Por qué abres la boca si no hablas?, ¿qué quieres?― insiste―.

El perro abre y cierra la boca como si quisiera decir algo. Sólo gesticula silencios. Entonces siento el peso de su mirada. La mujer me mira de arriba a abajo sin que yo la mire. Sus ojos se clavan en mis muslos.

―¿Qué haces? No permitas que la víbora se enrolle en tus piernas, ¡suéltala ya mismo! Está adentro tuyo, ¿no te das cuenta?― y apuntándome con el dedo índice intenta ordenarme que suelte eso que ella ve y yo no. No entiendo nada pero al bajar los ojos hacia mis pies veo la sombra de una serpiente escapar rozándome antes los zapatos.

Mis botas están llenas de ese polvo arcilloso que puebla la cueva coloreando en naranja todo lo que lo toca. La humedad se pega en las paredes, en los pasillos. Estoy agotada.

―¿Qué haces ahí parada? Camina― vuelve a decirme la mujer intentando darme otra orden.

Me envuelve un mareo, un reflejo de lo que me está pasando, no lo sé. Ella sigue detrás de mí, con sus ojos insistentemente orientados hacia mi cuerpo. Algo me hace pensar que me conoce profundamente. No sé muy bien si dar un paso hacia el frente.

Este espacio sigue erráticamente iluminado. No puedo moverme. Algo de esa mujer me atrae como un imán. Me detengo a meditar un segundo. Quizás, si me doy tiempo, pueda decir algo. Por ahora sólo me habita un silencio hondo. Sólo quiero escuchar. Cerca de mí sólo la veo a ella, y a ese perro ahora acostado panza arriba que de vez en cuando se rasca con ganas.

―¿Qué crees que estás haciendo acá?― me pregunta. ¿Acaso no ves adónde has llegado? Me gustaría ofrecerte más respuestas y menos interrogantes, pero ¿de qué serviría? No puedes ver lo que hay a tu alrededor. Solo persigues un sueño oscuro que te inunda de un frío innecesario.

La mujer parece estar esperando que responda. Pero no tengo idea qué decir. Apenas si puedo comprender lo que está ocurriendo.

―Han sido tiempos salvajes. De andar dando tumbos por la vida por un rumbo que jamás planificaste. ¿Lo ves?

Algo de lo que dice resuena en mis oídos. Como si algo en sus palabras contuviera una verdad lejana, de tiempos inmemoriales. «Es cierto», pienso. “Jamás planifiqué este presente y sin embargo aquí estoy”. A pesar de que creo empezar a entender algo de lo que está ocurriendo, aún no puedo musitar ni una palabra.

―La vida no es un nado a través de un río. No hay otra orilla. Ni siquiera un final controlable. Irá haciendo tu camino mientras actúes. No intentes comprender lo que no tiene un porqué― dice en un tono seguro, y esta vez más amable, que me arrastra a estar con suavidad a estar más cerca de quién soy.

Miro nuevamente hacia las aberturas de este lugar atrapado en el tiempo. El espacio que percibo a través de una de las aberturas, me vulnera. Siento otra vez la debilidad en los músculos, y alguna palabra arremolinarse en mi lengua; quizás próxima a salir.

―¿Por qué me dices todo esto? ―pregunto―. ¿Quién eres?

―Eso es lo que menos importa. Si aún… no te has dado cuenta…―se queja tapándose los ojos con las dos manos un poco quizás hastiada de mí.

El perro se rasca otra vez. Se da vuelta. Se acomoda. Vuelve a echarse a dormir.

De repente una sombra enorme refleja su negrura en un pasillo que noto inseguro. Vuelvo a escuchar murmullos incomunicados entre sí. Pero ahora comprendo que esas voces están afuera de la caverna. Ni siquiera sé porqué logro escucharlos.

Vuelvo a ver sombras. Pero esta vez son muchas. No son humanas, son sombras largas informes que danzan del otro lado de la cueva. El sonido armónico de una flauta se escucha cerca. Creo que algo se aproxima. Una bola de humo negro entra por la abertura. Se paraliza enfrente de mí.

―¿Qué está pasando? ―pregunto a la mujer. Me doy vuelta para verla. Pero ella se está yendo por otra galería―. ¡Espera!, ¡no te vayas! ―le pido―.

Frena. Vuelve unos pasos hacia mí. Sus ojos brillan como dos luces potentes. Abre las manos, las estira en el aire hacia mi cuerpo.

En una milésima de segundo comprendo que algo de ella soy yo, varios años más tarde. La cueva se desmorona. Como pasa con los castillos de arena que los niños abandonan en la playa.

El perro se rasca nuevamente.

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