La justicia también es sorda

La justicia también es sorda

Gert

24/05/2023

Son muchos los que han intentado definir a la justicia, darle un cuerpo, una forma, un sonido claro. Pero cuánto más se acerca uno a ella más inalcanzable se vuelve. Aparecen nuevas facetas, nuevos puntos de vista, nuevas opiniones que antes no estaban. El equilibro se balancea a uno y otro lado en un vaivén sin fin.

Sin embargo, es necesaria su búsqueda constante, su ajuste diario. Para que así encontremos equilibrio en las sociedades del presente. Aunque no podemos verla existe dentro de nosotros, y lo que sí podemos es sentirla cuando tiene lugar y aborrecer aquellos actos donde no la encontramos.

A veces la justicia simplemente sucede, y es lo que pasó en la historia que a continuación les muestro:

Era un 20 de Junio, 27 grados y un cielo azul despejado dónde no se atisbaba más blanco que el del sol. El día estaba claro, pero solo en el cielo. En el interior de aquella cocina las nubes se arremolinaban entorno a la cabeza de Ester que en este caso interpretará a la madre y por tanto a la jueza máxima en términos de disputas fraternales.

Todo había comenzado con la infeliz casualidad que les deparaba aquella merienda. Dos niños, un solo helado. Ambos habían declarado su necesidad del mismo para mantener constantes sus niveles de energía.

Como iba diciendo se anunciaba tormenta en la cabeza de aquella pobre madre llamada Ester. Poco a poco se acumulaba la electricidad, y llegado a su punto máximo caería sobre aquellos dos chiquillos cuál rayo de Zeus.

  • ¡No compro más helados! – sentenció.
  • Pues no me parece justo – retintineo Sara en su cabeza. Su voz era como un carrillón anunciando la navidad. Y su tono dejaba entrever claramente que su solución no era la óptima. – El año pasado pasó lo mismo exactamente y le diste a él la razón.
  • ¿Cuándo pasó esto Sara? Siempre hay helados de sobra en verano. Ha sido un despiste de tu padre que se olvidó de comprarlos ayer. Pero no recuerdo que pasara antes.
  • No, pero cuando hicimos el viaje a Cádiz, a Marcos le tocó sentarse adelante una vez más que a mí. Y yo no dije nada. Ahora me toca el helado. Es lo justo.
  • ¿Y eso qué tendrá que ver…

Marcos sabía que no debía intervenir en un momento tan delicado, observaba los plátanos de la cesta de la fruta dubitativo. Pensaba si no sería mejor renunciar al helado en favor de la paz mundial y conformarse. Pero el juicio le resultaba interesante y no quería que acabase sin una sentencia firme a favor o en contra.

En aquel momento apareció su padre en medio del griterío pensando como siempre que no habían dado con la solución por no estar él presente.

  • ¡Haya paz! – Canturreó cual César – ¿Por qué no dividimos el helado por la mitad con un cuchillo? ¿Eh? – Subió sus cejas en señal de victoria y asintió como la cabeza.
  • Pero es de cono Papá – respondió Sara – eso es una guarrada. Se pierde la magia del cono.
  • No me convence papá – acordó Marcos – lo que más me gusta es el chocolatito del final y tiene que estar en el cono.

La cosa continuó así un buen rato en el que cada solución parecía tener una pega aún mayor que la anterior. Estaban todos tan concentrados en sus argumentaciones que no se percataron de aquella sombra de andares sigilosos y objetivos claros. Aquel ser invisible se acercó al frigorífico, cogió el helado y se lo llevo a su guarida sin que ni si quiera le oyeran. Fue ella quién resolvió aquel entuerto de un solo plumazo, o lengüetazo más bien.

Cuando parecía que habían llegado a una solución Esther fue al congelador, pero el premio había desaparecido. Tras unos segundos de pánico comprendió:

  • ¿Mamá, te has comido el helado?

El silencio sepulcral de aquella Themis sorda y ciega a placer fue la respuesta inequívoca de que el juicio había concluido en favor de la más experta.

  • ¡Abuela! – dijeron los dos niños a coro medio molestos medio contentos de que fuera la más querida quien se llevase el premio.

Cogieron un plátano cada uno y se fueron a jugar tranquilos de que ninguno de ellos llevase la mejor parte. La justicia no solo es ciega, sino que sorda a ratos hace más bien que nadie.

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