Romance del perro y el puente

Romance del perro y el puente

Juan Gomez

14/05/2023

Debió ser un puente sobre una calle suburbana. No pasó de ser un amasijo de hierro y chapa a medio armar, olvidado por los municipales apenas comenzada la construcción. Algo que nació para ser útil y terminó siendo hostil.

El perro era la materialización del miedo en este mundo. Miedo a los hombres, miedo a los otros perros. Vivió poco, escondido entre los pastizales altos del arrabal, lejos de la manada. La luna, las pulgas y un puente mal hecho lo conocieron.

Los unió el terraplén y la desdicha. En las tardes soleadas de invierno, en los anocheceres de verano, el perro ascendía la loma por el yuyal y una vez arriba se encaminaba derecho hasta el puente, con ese trote ladeado y ligero que asumen los perros cuando están decididos. Daba gusto verlo echarse sobre aquellos fierros viejos, extendido o hecho un ovillo, según el clima o los vientos.

Los actos repetidos crean hábito, y algunos hábitos crean sentimientos. Como una madre lo esperaba el puente. Había que ver al perro echarse sobre él. Había que verlos estar juntos, a salvo. Había que escucharlos no decirse nada.

Lo emboscaron de noche, saliendo de un desagüe. El ataque duró poco, él no se resistió. Quizás creyó que ser muerto a dentelladas era, para él, un acto necesario. Indubitable, fatal como una ecuación. Murió a cielo abierto. Al mediodía lo enterraron las moscas en un cordón cuneta que los municipales no habían cavado para él.

Esa noche de verano el puente lo esperó. Lo esperó. Se cansó de esperar. Cómo hacen unas cuántas quincallas mal armadas para llorar. De qué materia está hecho el mundo, si matan a un perro un día, al otro un puente queda solo, y no hay un yuyo que les rece.

Los coches pasan debajo de los puentes, existen las pulgas y los perros, eso lo sabemos. Solo que para nosotros las palabras se han transformado en un murmullo, en un zumbido de mosca que hace mucho dejamos de escuchar.

A veces, cuando la fe flaquea, me consuelo pensando que no habrá un amor así.

(Hablo de Cachito. Y del puente. O, mejor dicho, de esos cuatro fierros viejos que cruzan por arriba la Hortensia Torres, la que va al Dique, a mano derecha de Constituyentes, que todavía lo esperan)

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