19:58 horas, horario en que un incómodo toque en mi puerta resonaba arrítmicamente, horario donde guardé mi teléfono celular en las orillas del sofá para atender aquel extraño llamado.

Era un clima de los que normalmente se sentían en las noches de otoño, de precipitaciones temerosas vestidas de una densa nube blanda grisácea. Al abrir la puerta te vi a ti, con ojos de neonato, con el corazón en la mano, entumecida por la tempestad constante que se veía en las calles.

No fue poner mi cara de asombro y duda para sentir tu abrazo manchado de agua y amargura… Me decías llorando que lo sentías, que había sido la mayor estúpida de todo el mundo y que fue un error no haber estado conmigo cuando se lo pedí y que en vez de hacerlo, solo salió huyendo.

Sollozaba, simplemente sollozaba, después de lamentarse de sus actos pasados, no podía mantenerse en pie, más que sosteniéndose de mi torso, haciendo que la gravedad sea también su soporte. Mi cara no era más que una mezcla de extrañezas, resentimiento, pero también aflicción.

Ella me dejó a merced de mi destino, de mi pesar, de mi melancolía de varios años de una vida de fallos, pero aquí está gemiqueando, empapada, expresando con aire esas palabras ahogadas mientras restregaba aquel semblante, con cristales color miel sucios por un maquillaje que elaboraba pisadas de hollín por sus mejillas, con sus almohadas labiales fragmentadas de esperar ese pacto que termine su sufrimiento… Estaba devastada.

Le pedí que se calme un momento, tomé sus hombros sin pensar en lo que me había hecho, sin pensar en ese pasado oscuro que alguna vez encapsuló mi mente a rutas insospechadamente crueles, con finales fatalistas… Desde su parte superior, la distancié para apreciar su rostro, un rostro avergonzado, destruido, dolido, el cual solo desprendía una palabra… Perdón.

Abrazándola, la llevé hasta la cocina, con la intención de darle alguna bebida caliente y dulce para darle algo de calor y dulzura a ese apagado, frío y amargo pesar; la senté en una de las sillas, para poder preparar su té, de la forma que más le gustaba… Su imagen era deplorable, era una muñeca abandonada, cabizbaja, con las manos en las rodillas, buscando en algún lugar del suelo, alguna mota de polvo con algún consejo o una palabra de aliento… Le pregunté mientras hervía la tetera, que si necesitaba hablar, qué había ocurrido y por qué vino hasta este sitio.

Una voz lúgubre apareció por su canal del habla, me dijo que su actual pareja la maltrataba, que era una pesadilla constante, que era frecuentador de parajes promiscuos y licor barato… Y que todo partió desde que nunca más supo de mí, que ese fue su error más grande que había cometido desde que tenía consciencia.

Solo quise hacerla sentir bien, como los tiempos pasados, quizás resurgió de aquellas cenizas del fondo del somnoliento pecho que lo arropaba aquella sudadera con capucha que llevaba aquel día sabatino… Serví el té en una taza cerámica, dos cucharadas de azúcar, dejándole la cuchara cobriza con la cual homogeneicé la preparación; era su taza favorita, la conservaba porque un utensilio, por mucho valor que se le pueda atribuir, a la mirada del apuro y de la conciencia animal, no es nada más que una herramienta útil, solo la guardaba para algún invitado que sabía que no iba a llegar… O que se supone, tenía presente, hasta que llegó ella, en este estado.

Me senté a su lado, ella con sus dos manos rodeando la vasija, con las mangas de su chaleco con tal de no sufrir incomodidad por el calor desprendido, me cuenta de que está cansada, que su vida ha ido en decremento desde que se marchó ese día, tanto por la presión de su familia y su contexto; y que sintió que era demasiado bueno para ser verdad esa relación sentimental que manteníamos, y que tal vez por una suerte de conflicto de prisionero que ama a su carcelero, huyó con la primera persona que le dio alguna otra emoción en su vida, algo por lo que ella podía sentirse superior, dando control y forma a algo que veía desfavorable.

Entre lo inverosímil que me pareció su porqué, que no me había comentado hasta ahora, solo me pareció pertinente expulsar onomatopeyas con la letra eme… No sentía otra necesidad, había pasado tan poco tiempo, pero estaba tan dolido de que aquella persona que amaba con mi alma, solo dejase la estela de su perfume hasta mi puerta como último recuerdo, sin mensajes, sin llamadas, solo aquellos actos que vivimos.

Continuó explicándome las barbaridades que este tipo le infligía, daños físicos y emocionales, escupitajos, pisotones, que eran enmendados por algún que otro alivio romántico, como si se tratara de alguna niña que al llorar se le regala un caramelo, cuando en realidad, lo que quería la niña era no llorar, en primera instancia.

Comprendiendo su situación, le dije que si alguien conocía su paradero actualmente, contestándome que no, que todo aquel círculo de apoyo no se volvió más que estacas sin una malla que soportar… Quizás la pena fue aquel ingrediente, para que mi tonto sentir y mi capacidad innata de tratar de ayudar despertaran y le comenté que si necesitaba quedarse a dormir aquí por esta noche, que podría hacerlo, podría utilizar mi dormitorio, que yo utilizaría el sillón, y que si necesitaba tomar una ducha, para limpiar algo más que su cuerpo, que aún torpemente guardé algo de ropa que quedó de la última vez que estuvo aquí su presencia, que basta decir fue hace un par de meses.

Con las nubes de sus ojos, como el mismo clima de afuera, me agradeció titubeando mientras terminaba de sorber los últimos tragos de su taza y su respirar con apesadumbramiento… Me levanté de la mesa, y me encaminé a mi estancia para brindarle sus prendas de vestir, para facilitarle su baño, y ella como dueña parcial que fue, se dirigió al espacio de limpieza corporal con la finalidad de quitarse ese hastío que la envolvía, junto con la suciedad que su cuerpo cargaba.

Le entregué su vestuario, ella tomó lo suyo, y cerró la puerta… Pasaron solo segundos cuando el sonido de la regadera comenzó a dar ecos de su funcionamiento. En el durante, en la cocina, procedí a lavar y a guardar la vajilla usada, no quería limpiar más, menos en mis días de descanso.

Quede intrigado frente a esta situación peculiar… ¿Qué hace ella aquí y por qué sigo siendo tan servicial con ella? Ella está en déficit conmigo, tanto en amor como por lo que me hizo pasar, todo aquello que mi alma le dio no le bastó para irse simplemente y dejarme en aquella miseria emocional… Pensamientos, recuerdos y amarguras de boca, no pude sentir más que solo extrañeza de mi actuar… ¿Será que ese residual cariño que quedó brotó al ver su mirada? ¿Existirán sentimientos que aquellos entendidos no pueden diferenciar entre un sentir enfermizo de amor y una cardiopatía? ¿En el fondo, quiero que esté aquí conmigo, a esta hora, este día, en este momento?

Solo sé que las alas del pensar cesaron, cuando un viento del oeste exclamó mi nombre… Quizás cuánto tiempo pasé en esos ecos de raciocinio y emoción que ni me percaté que ella terminó de hacer sus cosas…

Le dije que iba, con un monosílabo a su paso… Ella tímida y coqueta, solo en una playera que me robó del armario… Solo Dios sabe lo que esa imagen puede causar en un simple hombre, era Adán con la manzana en la mano y la sed y hambre de esa fructosa jugosa no dejaba de tentarme…

Mi mente desistía de la idea, ella no era la persona que conocí en su tiempo, solo tiene su figura y su encanto… Pero mi corazón no podía dejar de quererla ni de quererlo, desviando su caudal de vida a otros lados… Su intención de llamar mi atención consiguió sus frutos… Y con un profundo lamento, me caí al abismo… Me tendré que pedir perdón a mí mismo por lo que voy a hacer… Perdón Padre… Pienso pecar… 

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