De regreso a San Cayetano

De regreso a San Cayetano

Anisa

17/04/2023

La única calle empedrada del pueblo estaba inundada por un gentío que seguía la procesión del santo patrono, a la cabeza iban las ancianas beatas seguidas por el sin fin de chismosas desocupadas y sus múltiples y no deseados retoños, pues a falta de entretenimientos en el pueblo, procrear se había convertido en la mejor opción para ver pasar el tiempo sin tanta amargura; era imposible caminar por en medio sin golpear o empujar a alguien, quería pasar desapercibido, pretendía que nadie notara mi presencia y menos que vieran la tula que llevaba a mi espalda, pensé en tomar una de las calles laterales, pero la lluvia de la noche las había convertido en un lodazal, no quería ensuciar mi pantalón caqui y mis quimbas nuevas que con tanto esfuerzo me costó conseguir, me escondí tras una ceiba con la mala suerte de recostarme sobre el camino de unas hormigas carpinteras que me dieron una zumba en la espalda, ¡qué endiablada suerte la que me traigo!

El sol había empezado a calentar sobre el cerro y no quería acalorarme, pues rasurándome me había cortado en la patilla derecha y el sudor en la herida me haría cancanear; solo la ilusión de encontrarme con Berenice me mantenía en calma, esperé casi por media hora a que el desfile se disipará; ahora tenía que cruzar la calle empedrada y caminar rápidamente por el ramal para llegar a la vía principal por donde pasa la chiva de las 12 que me llevaría hasta Las Acacias; ya eran pasadas las 12 del mediodía, ¡San Cayetano ayúdame!, tenía la esperanza que la chiva se hubiera retrasado por la lluvia. Con el camino despejado, salí corriendo, el ramal aún estaba húmedo, pero tuve cuidado de no embarrarme, casi llegando a mi tan anhelado destino, escuché un traqueteo de motor destartalado, incrédulo vi pasar retrasada la chiva del mediodía, parecía que fuera vomitando personas y sacos de líchigo, pues iba cargada hasta el techo, agitando mi ruana grité desesperado, pero, aunque me vieron pasaron de largo, ¡qué endiablada suerte la que me traigo!, ni siquiera podía patalear porque me ensuciaría, solo pensaba que como fuera tenía que llegar, no podía dejar plantada a Berenice, sus padres le permitieron verme de 2 a 4, además le tenía una sorpresa, había decidido dejar mi casa e irme a vivir a Las Acacias para estar cerca de ella, en la tula llevaba mi ropa y todos los ahorros que tenía, mi plan era buscar trabajo y un lugar donde vivir, en unos meses juntaría la plata necesaria para llevarla conmigo, lógicamente con el permiso de sus padres; aunque no los conozco, Berenice me contó que son muy conservadores y estrictos, pero pensé en demostrarles que soy digno de su hija.

Frustrado cogí camino con la esperanza de que pasara algún carro o moto que me llevara, a pie tardaría más de 3 horas en llegar, no iba a tener el tiempo suficiente para ver a Berenice y contarle de mis planes. Después de una hora caminando no había ni asomo de transporte alguno, estaba sediento y acalorado, la herida de mi cara me había empezado a arder por el sudor que a chorros escurría por mi cara, la tula me pesaba más que la conciencia, pero podía caminar más rápido, pues el calor iba secando el barro, pesé a eso no logré mantener del todo limpio mi pantalón y mis quimbas.

Siendo casi las 4 de la tarde, seguía caminando, mi camisa celeste se había tornado en un color azul profundo por el sudor que me bañaba, mi lengua seca cual estropajo, deseaba por misericordia un trago de agua; cuando sentí que iba a reventar, un jeep descapotado que se dirigía a Las Acacias hizo la parada, no lo podía creer, por fin las cosas se me estaban dando, guardaba la esperanza de que Berenice aún me esperara, pero el retraso no era mi única preocupación, estaba tan mal trajeado para mi cita que al llegar al pueblo, busqué un matorral donde poder cambiarme, ya con ropa limpia me dirigí a la frutería donde me había citado Berenice, quedé gratamente sorprendido, a lo lejos la pude ver, estaba ahí esperándome, otra mujer en su lugar se habría ido furiosa a los 10 minutos, pero ella no, ¡ay, mi dulce Berenice!, se estaba exponiendo a un pleito con sus padres, pensé que si los míos la conocieran opinarían diferente, ellos dicen que soy muy joven e ingenuo, que no conozco  lo suficiente a Berenice como para establecerme con ella, ¡qué equivocados están!. Caminé firme hacia ella, pero mis pasos se detuvieron al ver que un hombre se le acercó, la besó en los labios y ella le respondió, por unos instantes me sentí mareado y con ganas de vomitar, mis ojos no daban crédito a lo que veían; pero el hervor de mi sangre me sacó del trance provocado por la amarga visión, me agazapé detrás de un árbol, desde allí pude ver como el hombre se sentó a la mesa junto a Berenice y la rodeo con su brazo mientras le susurraba al oído, al parecer era algo gracioso porque ella no paraba de reír, sentí que mi pecho se partía en dos, ofendido decidí ir y enfrentarlos, pero como bofetada vino a mi mente una corta reflexión, tras dos horas de plantón no me esperaba a mí, sino al de turno, fue difícil digerir la idea de que mi dulce Berenice era una zorra y yo un venado, así que tomé mi dignidad y sin decir nada me fui del lugar.

Vuelto un guiñapo, tomé mi tula y cogí camino de regreso a mi pueblo, me dirigí hacia la plaza para tomar la chiva de regreso a San Cayetano, pero ya había salido, sin importar mi frustración y cansancio, empecé nuevamente a caminar, la travesía de vuelta no fue mejor, llevaba el estómago vacío y el corazón roto, al menos no hacía calor, pues el sol se estaba ocultando, pero en medio de la oscuridad del campo avanzar sería más difícil, además, tenía que cuidarme de los perros bravos que soltaban en las fincas por la noche para que vigilaran. Cuando pensé que no me podía ir peor aparecieron de entre el monte cuatro tipos, estaban borrachos y armados, me robaron la tula con mi ropa y todos mis ahorros, por si fuera poco me obligaron a entregarles mis quimbas, pero creo que corrí con suerte con que sólo me robaran, pues claramente escuché a uno de los ladrones decirle morbosamente a otro que era un joven muy buen mozo, pienso que me dejaron ir sin más problema porque empezó a llover; sin tula, sin plata, descalzo y escurriendo me sentí más liviano, toqué fondo, solo me quedaba subir.

Entrada la noche llegué al pueblo, aunque no había nadie fuera de su casa, me fui por las calles laterales para evitar que me vieran, estaban hechas lodazales, pero en la condición que venía no me importó, llegar a casa era mi único pensamiento. Ya frente a la puerta tuve que tocar, pues en la mañana muy orondo le devolví a mi papá la llave de la casa porque iba a independizarme, temeroso y lleno de vergüenza no sabía qué iba a decirle, tras tres toques escuché el chancleteo de mi mamá que venía a abrir, al verme embozó una leve sonrisa burlona, me hizo pasar y me dijo: “en la cocina hay caldo y arepa, vaya y sírvase, pero antes se baña y se cambia … ah y ponga esa ropa en un platón con agua para que usted mismo la lave”, pero fue cuando tuve que pasar por la sala donde se encontraba mi papá escuchando la radio, que las rodillas se me ablandaron, esperaba que su vozarrón me quebrara en mil pedazos, pero simplemente me preguntó: ¿y cómo le fue independizándose?, era evidente la respuesta, pero con la humildad que brota del fracaso le contesté con un simple “mal”. 

Para mi sorpresa no hubo reclamos ni regaños, mis padres no se ensañaron conmigo, es más, nunca me preguntaron que me había pasado ese día, creo pensaban que esa experiencia me había dado una gran lección y me ayudaría a madurar… ¡Ilusos!, a los seis meses regresé con Berenice.

Etiquetas: relato

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