Solo he tenido la fortuna de admirar una vez en mi vida ojos como los de ella, con ese resplandor peculiar y la tintura aguamarina de su iris, como si invitara a los marineros a sucumbir con sus navíos dentro de un mar aparentemente inofensivo. De aquel trance es imposible salir ileso.

La encuentras sentada en una banca y su presencia transmite una armonía que solo la puede percibir aquella persona enamorada. Donde los ojos son lo único que predomina en la inmensidad del universo.

La observo embobado, atónito, que incluso al rememorar este encuentro me avergüenza mi pasado e indiscreto yo, únicamente anhelaba detener el tiempo para entonces dibujar en mi mente cada una de sus facciones.

Bastó una mirada, con ello pude identificar quién era ella, conocía sus detalles más íntimos, los dolores, amores, como si hubiera vivido una infinidad de vidas a su lado. Y tan solo había pasado con esa muchacha pequeños y puntuales incidentes; un extraño encuentro en una estación de trenes, una aún más extraña noche en las calles de la ciudad y una insignificante discusión.

Esos tres metros que nos separaban quedaron transformados en kilómetros de distancia, mientras la cruel niebla colaboraba en la maléfica conspiración del destino. Me resigné, al no encontrar otra solución y decidí ayudar a la niebla.

Etiquetas: amor microrrelato

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