Una sonrisa, solo eso, quién diría que algo tan inocente y puro y que solo significaba una cosa cuando éramos niños, ahora se ha vuelto en un arma, una máscara, hay tantas variantes, solo cuando lo vives logras comprender el por qué, a veces no lo entiendes pero ya es parte de ti. Ahora que lo vivo, no lo puedo negar. Siempre pensé que la sonrisa era un gesto hermoso, pero cuando tuve que sonreír por dolor, mí mundo se vino abajo, desde ese día comprendí que es un número, la cantidad de sonrisas que podemos hacer en nuestra vida se agotan, y no hay como saber el número exacto, pero se acaban, no sé detiene, por más que lo intentes nunca sé detiene, como el reloj de arena, la diferencia es que este está roto y los granos no vuelven para hacer un ciclo sin fin al darlo vuelta, solo caen una sola vez y se termina. Durante el día para los demás te muestras radiante, como si nada pasara, pero en la oscuridad de la noche las lágrimas gritan y no sabes a veces por qué, puede ser que el corazón está cansado, de fingir, que se yo, pero es un sentimiento real, que te va consumiendo de apoco, quienes padecemos está incurable enfermedad sabemos reconocer a otro que la tiene, pero los que no, no sé dan cuenta, solo ven lo superficial, lo que queremos mostrar, en parte eso es bueno, las preguntas también nos hacen mal, el interés actuado es un asco, mejor así que no lo vean, o no lo quieran ver. A veces pienso que quienes pasamos por esto tenemos una habilidad, que pocos la tienen, solo mantengo esa idea y no dejo que se escape, para minimizar el hecho de que el don te destruye, te desarma de dentro hacia afuera, esa habilidad te permite juntarte con tus semejantes,  con personas igual de rotas que tú, para no sentirte solo, lo peor es que eso hace que el agujero de tus entrañas se expanda, como un agujero negro, tragándose todo a su paso. Muchos pueden decir que somos personas sensibles con sentimientos, que logramos socorrer a los otros, y es verdad, lo que a uno mata a otro lo hace vivir. Pero es horrible que a costas tuyas un parásito se sienta bien y pueda comer tranquilo. Que todo el tiempo tengamos que sentir al doble lo que sienten los que te rodean, que tengas que mostrarte firme y dar fuerzas de dónde no tienes. Y salen, no sabes de dónde, pero salen, es como si no se agotara, que cada golpe haya hecho una coraza de protección aún más fuerte que la anterior. Llorar se vuelve un hábito, caer de rodillas, una costumbre, las palabras de aliento de quienes no comprenden, una maldición. Y ahí es cuando entiendes que tienes que levantarte solo, que no importa lo que te digan, lo que piensen, porque al fin y al cabo lo que ven de ti es una ilusión que tú has creado para que critiquen esa parte falsa que no te pertenece y que no eres tú y nuca serás tú. El peligro real, el verdadero temor viene de quién conoce la persona de carne y hueso que eres, solo esa persona te puede llegar a destruir, a pisotear, a hacer sufrir, y cuando lo hace los vidrios rotos retumban en tu cabeza, hace sangrar tus oídos, desgarra tú alma. Pero (siempre hay un «pero»), aquí es dónde me doy cuenta de que la persona que te conoce realmente a la que abres tu corazón, defectos, mentiras y verdades, jamás haría eso, y si alguien lo hizo, es porque no te conocía 

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