Le gusta mirar por ventana. Ve pasar las horas, las personas (altas, flacas, bajas, morochas, coloradas, jóvenes, viejas), algunas pasan solas, otras acompañadas por otras personas o animales, sonriendo (no los animales, las personas, aunque jura que una vez un gato le sonrió), riendo, serias o llorando, cantando, gritando… Alguna que otra vez, pasan por delante de su ventana personas hablando solas, haciendo gestos, y se pregunta con quién hablarán en su mente, pero nunca les pregunta realmente o se acerca lo necesario para escuchar lo que dicen. Solo se queda ahí, mirando, desde su ventana.
Ve cómo golpea la lluvia contra el cristal, las gotas estrellándose encima de otras y creando un camino que lleva a ningún lugar. Ve cómo cambia el paisaje con nubes de diferentes tonos de grises; alguna que otra vez ha visto llover con sol, que es como llorar de alegría, pero hace mucho que no le pasa. Sin embargo, lo que más le gusta es cuando hay tormenta. Ve iluminarse el cielo y cuenta los segundos hasta escuchar el trueno y así saber qué tan lejos cayó. Una día se quedó mirando la lluvia por tanto tiempo que presenció el momento exacto en que paró de llover, y poco a poco empezó a asomar el sol, y todavía estaba gris pero sus rayos brotaban entre las nubes, y al cielo lo atravesaron colores, y llovió con sol pero afuera no cayó ninguna gota.
Más de una vez se preguntó cómo se sentirían los diferentes tipos de lluvia, pero no se atreve a abrir la ventana y estirar el brazo para sentirla. No, ella simplemente se queda allí, imperturbable, tranquila, mirando por su ventana.
Le gusta mirar por la ventana y ver pasar las horas, pasan los días, la vida. Pasan muchas personas (rubias, rubios, hombres, mujeres, rulos, desnudas, vestidas, disfrazadas, ojos, bocas, dientes, lunares, pecas, anteojos, sombreros). Pasan, pero nunca nadie se detiene, nadie la ve ahí, mirando por la ventana. Y ella nunca sale, le gusta ver pasar, suceder, estallar, caer, saltar, bailar, volar, simplemente ver.
Un día alguien que pasa, frena, se agacha para atarse el cordón del zapato, lo hace, pero no sigue caminando. Se gira y la ve. Un par de ojos verdes la miran fijo y por un momento ella cree que es su mismo reflejo, pero no, es otra persona, un hombre, y la ve. Ella le devuelve la mirada, pero no hace nada, nunca hace nada. Él le sonríe y levanta la mano a modo de saludo, pero ella no reacciona, no le es posible. Él se acerca, pero no demasiado. Ella está como en exhibición, detrás del cristal, como una criatura salvaje en un zoológico. Teme asustarla, pero ella no se mueve, se mantiene igual que siempre, tranquila, imperturbable…
Él regresa cada día a la misma hora para no asustarla, pero no logra ningún cambio. Ella lo ve llegar y sigue viendo pasar las estaciones. Él llega, pero nunca pasa, siempre se queda hasta que no se queda más y se va. Pero vuelve, siempre vuelve. Ella nunca se mueve, no cambia, pero cambia porque sin querer ahora lo espera. Ve pasar a las personas y las cuenta, (cuántas antes de que él llegue, cuántas mientras él está y cuántas una vez que se marchó). Lo ve feliz, enojado, a veces se acerca tanto que ella logra escuchar lo que dice, le cuenta historias sobre personas que pasaron y ya no están. No siempre lo escucha, porque no siempre se acerca lo suficiente cuando le cuenta las historias, y ella no abre la ventana. No reacciona, no se mueve. Pero le gusta.
Le gusta mirar por la ventana. Pasan las horas, pasan los días, la vida… Pasa el amor.
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