Fragmento
12:00am
Era como ese dilema del que formamos parte, drogándonos en cada cosa bonita y cliché.
Tus manos eran parte de mi necesidad, de no querer dejar de tocarlas, acariciarlas y besarlas de la manera en la que te gustaba.
Escuchaba tus consejos a mi oído, como una brisa fresca que me embulló en seguridad y consuelo, colándose en mi organismo. Era de esas brisas que te refrescan, hasta temblar de frío.
Tus risas pegadizas, tus parpadeos sospechosos al mentirme a propósito: era más de lo que pude guardar para el mañana.
Me abrazabas sin pedirlo, te buscaba sin saberlo, sin esperar que quisieras verme porque sabía que lo querías, tanto como yo.
Llorabas silenciosamente sin siquiera lograr que tu llanto escapara de mi pecho, comprimido hasta los huesos.
Nunca piensas realmente en lo que podría llegar a pasar, porque ocurre, sucede para sorprenderte. Desde tu mirada, hasta los deseos silenciados por el temor y la intimidad.
Éramos dos trozos de una misma pieza, separados por aquello mismo que nos mantenía unidos.
No sabes realmente cuándo pueda llegar a acabar algo como aquello, tan constante, infinito en su presencia.
Nunca te percatas del tiempo.
Las mañanas son parte de la misma esperada rutina de reencuentro, cuando sentía tus necesidades al acercarte, de contarme tu noche y el resto de la tarde, para entablar esas conversaciones que no decides tener con cualquiera.
Así que me sentí especial, como nunca antes. Bajo tus brazos, mientras acariciabas mi cabello y contabas los lunares de mi cuerpo como estrellas en el cielo.
Amaba ese cliché que nos creímos hasta dormirnos.
Luego de un beso, de deslizar mis dedos en los tuyos. De esos juegos que nunca crees que lo serán, de esos juegos que nunca son juegos.
Nunca esperas alejarte, no de algo de lo que no sabes cómo llegaste a sentir tan cerca.
En ese momento, en todos y cada uno de los pensamientos que te arrebatan las ideas para tí mismo.
Hasta caer mientras aún puedes tener la sensación del vacío en tu sonrisa. La más hermosa sonrisa benevolente y aferrante.
Porque jamás termina, no mientras las historias comiencen, cuando sientes los latidos de promesas convergentes, transparentes pero posibles.
Somos los rastros de aquellas lágrimas acompañadas de cercanías y tachaduras.
Nunca tuvimos el poder de hacer olvidarnos del mundo.
Los finales no existen, no al leer un libro y escuchar tus más interesantes opiniones; discutir sabiendo que no se trata de discusiones.
De nunca luchar por los egoísmos, por ser dos antes de uno. Por luchar por los momentos, valores y recuerdos.
Son mentiras alcoholizadas, te dominan, te controlan, te besan: pero nunca las olvidas.
Entonces necesitaré recordarte, aunque no hubiese momento del que no haya querido acordarme, para no pensarte nunca más: Para olvidarte.
Entonces abrázame, si me necesitas. Porque nunca crees en lo contrario, hasta que el calor se escapa de tus expresiones tímidas.
Porque también espero que lo hagas, hasta recordarlo todo, hasta creerme lo importante que fui de ese modo.
Siempre fuimos parte de la misma película, de la misma cinta de la que nadie recuerda, solo nosotros, cuando el mundo no importa en lo absoluto. Somos parte del mundo.
Las canciones se vuelven balas, y las armas las apuntamos en cada susurro, cuando los cantos se vuelven personales. Las letras son cartas, aunque sean de escritores desconocidos.
Nunca realmente crees en las razones, no hay verdaderas razones en las promesas, solo en los silencios, de aquellos que temes al levantarte o al cerrar los ojos al recibir un mensaje, y aquella luz artificial alumbra tu techo. En la oscuridad.
Los paraguas no son suficientes para las lluvias, ni las gafas para aquellos destellos del ayer.
Ayer te vi salir de la cama, girar mientras bailabas. Ayer te vi cuando las luces no existían. Hoy, a través de mi ventana.
Ayer te besaba con la mano en tu cintura, con las manías en tus labios, con la timidez en tu bolsillo y la cordura en la puerta del coche de tus padres.
Dos somos locos al pensar de aquella manera, de la que me enamoré al escribirte, al vivir los tropiezos de una cima despejada, de las promesas de un olvido inalcanzable, pero posible.
Ayer me basabas con los dedos en mi mejilla, con el deslice en mi camisa y los pies elevados.
Bésame, si es lo que necesitas.
Solo somos adictos atemorizados, en dejar las armas en la maleta para marcharnos.
Olvídame, si es lo que necesito.
No deseo ser más un drogadicto apuntando a tu pecho.
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