-¿Qué hace el abuelo?- pregunta Sandra.

Los nietos observan las incongruencias del anciano, camina de un lado a otro, parece estar buscando algo mientras balbucea solo.

De pronto, se queda quieto apoyado en su garrota, abstraído, como si un pensamiento le sobrevolara, pero sin aterrizar.

Se dirige a la silla del comedor… se sienta… se rasca la cabeza… se restriega los ojos… sigue balbuceando… algo le molesta. Algo le confunde.

Los nietos lo observan desde lo profundo del pasillo sin que él se percate, lo siguen porque no entienden sus movimientos raros y quebrados.

El anciano saca su pañuelo y se suena los mocos, deja el pañuelo en la mesa, está con la mirada fija, pasmado.

Golpea la mesa y se caga en todo lo bendito.

Con ayuda de su bastón sigue su camino.

Se adentra en el salón y los nietos le vigilan desde el pasillo.

La televisión está encendida, cuando se asoman al salón ven al abuelo… ese ser tan sereno y coherente… haciendo cosas tan raras… está enfrente de la tele e intenta comunicarse con ellos… con los de la tele.

-¿Oye, pero cuándo habéis venido? ¿De dónde sois?- El anciano pregunta soliviantado a los tertulianos que hablan tras la pantalla.

Golpea con los dedos la pantalla buscando respuestas.

Los nietos observan impresionados.

-¿Qué le pasa al abuelo?- pregunta Sandra, la hermana pequeña de siete años, a su hermano mayor, Ricardo, de nueve.

-No tengo ni idea… parece que está loco.- contesta sin pestañear, asombrado.

-Tengo miedo, Ricar.- confiesa su hermanita que nunca ha visto así al abuelo.

-Tranquila, tonta, a lo mejor se pasó con el vino.- le responde sin mirarla.

El presentador guaperas detrás de la pantalla no contesta al abuelo, el abuelo suspira y anda lenta y torpemente hasta el sillón, resignado.

Se apoltrona en él y escudriña extrañado todo el salón, su salón, en el que ha vivido durante tantos años; parece que le cuesta ubicarse.

Mientras escanea a su alrededor, descubre a un par de niños que le espían medio asomados en el pasillo. Se topa con esas miradas que le ven confundidas como si le desconociesen.

Al mirarlos le volvió la lucidez.

Esos niños son sus nietecitos, el travieso de Ricardo y la dulzura hecha carne de Sandra. Fue inevitable, no pudo contenerse, comenzó a llorar.

La vergüenza, la vergüenza que sintió, la humillación de sentirse estúpido.

El abuelito llora como lo hacen ellos cuando lloran, como un niño frustrado.

Los espías descubiertos, corren al ver al abuelito llorar y le abrazan.

Sandra también llora con él, no comprende que le pasa, pero no le quiere ver así. Ricardo también afligido le abraza con fuerza.

El abuelito secunda las muestras de amor y los rodea con los brazos, el abuelito hace pucheros como un niño.

-¿Qué te pasa abuelito?- pregunta Ricardo conmovido.

El abuelito les abraza fuerte y contiene el llanto.

-¡Hijos míos, no me olvidéis, no me olvidéis nunca, como yo intentaré guardaros todo lo que pueda en mi memoria!-

-¡Sí abuelito, siempre!- responde Sandra, con lágrimas entre los ojos.

-Siempre nos acordamos de ti, como siempre tú te acuerdas de nosotros, abuelo.- contesta Ricardo.

-¡Eso quiero, hijos míos! ¡Eso quiero!- Sentencia el abuelo más calmado, pero lleno de pena por dentro, pues intuye que él no los reconocerá por el alzhéimer, pronto.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS