Si El Destino Quiere

Si El Destino Quiere

soulywons

11/09/2025

Capitulo 01: Mesas vacías, bolsillos vacíos

Michael

Trabajar en la cafetería parece fácil, pero en realidad es un infierno disfrazado de café recién molido.

No pense que la tranquilidad que me daba terminar un turno acabaría tan rápido.

El sonido de la cafetera fue lo último que escuché antes de que mi jefa me llamara a su oficina. Yo ya lo presentía: la mirada incómoda, el suspiro antes de hablar, el discurso ensayado sobre «recortes» y «decisiones difíciles». Lo había visto pasar con otros compañeros, pero nunca pensé que me tocaría a mí.

—Lo siento, Michael —dijo, sin siquiera mirarme a los ojos—. A partir de hoy ya no necesitamos tus servicios.

Me quedé quieto, con el delantal todavía puesto y el olor a café impregnado en la ropa. Pregunté por mi gratificación, por lo que me correspondía después de meses de trabajo. La respuesta fue un «no hay fondos» y un gesto impaciente hacia la puerta. Así, sin más, mi estabilidad —si es que podía llamarla así— se redujo a cenizas.

Me dirigí a mi pequeño departamento, que no quedaba muy lejos. En el camino, no pude evitar preguntarme —otra vez— cómo había terminado en esa situación.

La historia no era tan larga. Al terminar la escuela, le conté a mis padres que quería estudiar gastronomía. Me encantaba cocinar , siempre fue mi refugio. La cocina se convirtió en otra manera de crear, de expresarme. ¿El problema? A mis padres les pareció una «pérdida de tiempo».

Se lo tomaron un poquitooo mal.

Bueno… seamos sinceros, se lo tomaron tan mal que me botaron de la casa. Sí, así de simple. Según ellos, la gastronomía no era una carrera «beneficiaria». Beneficiaria, como si la vida se tratara de inversiones y no de pasiones.

Desde entonces decidí trabajar y pagarme mis propios estudios. Lo de la cafetería no estuvo mal… hasta que recordabas que siempre se me caían las bebidas, y que los clientes se iban enojados. Adivinen: mi jefa no tardo en hartarse de mí.

Caminé hasta mi departamento con las manos hundidas en los bolsillos y un nudo en la garganta. No tenía que ser adivino para saber que las cosas iban a empeorar. Al llegar, encontré el sobre que confirmaba mis sospechas: un aviso de desalojo. Diez días para abandonar el lugar. Diez días para resolver lo irresoluble

Genial. 

Una preocupación más para mi lista.

Me dejé caer en la cama, con la carta arrugada en la mano. Podría llamar a mis padres, pero no: ellos habían dejado claro que no formaba parte de su plan no era el hijo que querían, y yo ya estaba cansado de mendigar aceptación.

Como si fuera sincronizado, mi teléfono vibró. Era Jackson, mi mejor amigo. Bueno, más que eso: nuestros padres eran amigos, crecimos juntos y nunca dejamos de mantener el contacto.

Jackson:

Hey, ¿cómo estás? ¿Terminaste de limpiar mesas?

Michael:

Si, Aunque ya no tengo mesas que limpiar me despidieron

Al parecer, no tengo talento para ser mesero 🙁

Qué raro, yo que pensaba inscribirme a un campeonato internacional de caídas con bandejas.

En fin, supongo que ahora tendré más tiempo libre… demasiado libre. 🙂

Jackson:

JAJAJAJA. Cambiando el tema, ¿quieres salir a beber? Yo invito. Esta vez quería comentarte algo.

Michael:

Bueno, mientras tú invites, todo bien. En un momento salgo. ¿En el bar de siempre? ¿no?

Jackson:

Sí. Yo en un rato salgo para allá. Nos vemos.

Cerré el teléfono y me dejé caer en la cama por un segundo. No tenía ganas de salir, pero algo en mi interior sabía que necesitaba un respiro. Así que me cambié, me puse la chaqueta vieja que todavía olía a humo de café, y salí.

La oscuridad me recibió con un abrazo silencioso. Siempre me gustó la noche: las luces de la ciudad brillando como si ocultaran sus propias cicatrices, el murmullo lejano de los autos, la sensación de que, al menos por unas horas, podía perderme en la multitud.

Llegué al bar y encontré a Jackson ya sentado con dos cervezas en la mesa. Siempre tan puntual, siempre tan organizado.

—Mira nada más al trabajador del mes —bromeó al verme, levantando su vaso.

—Ja, ja, muy gracioso —resoplé, dejándome caer en la silla frente a él.

Charlamos un rato, riendo como siempre, hasta que su expresión se volvió un poco más seria.

—Oye, Michael, te quería contar algo… —empezó.

—Suena peligroso —dije, dándole un sorbo a mi cerveza.

—Me voy a estudiar Derecho fuera de la ciudad.

—¿Qué? —lo miré sorprendido—. ¿Y eso desde cuándo?

—Desde hace meses lo vengo pensando. Hoy lo confirmé. No quiero dejarte aquí tirado, y menos sabiendo cómo estás.

Me quedé callado. No quería hablar de mi aviso de desalojo ni de que había perdido el trabajo. Pero Jackson siempre me leía como un libro abierto.

—Tengo una solución —continuó él—. Amelie, mi hermana, vive en un apartamento con unos amigos. Tiene un cuarto libre. Podrías quedarte ahí un tiempo, hasta que te estabilices.

Abrí los ojos.

—¿Quieres que me mude con tu hermana?

—Sí, ¿qué tiene de malo? Ella vive con buena gente, no te va a faltar nada, y así no te quedas en la calle.

No sabía qué decir. Por un lado, me daba un alivio enorme escuchar eso. Por otro, conocía a Amelie: dulce, sí, pero siempre un poco distante conmigo, como si no quisiera que me acercara demasiado.

—No sé, Jackson… tu hermana no me tolera mucho.

—No seas exagerado —rió—. Ella entiende. Además, prefiero verte vivo y con techo que orgulloso y en la nada.

Al final acepté. No tenía otra opción.

Esa misma noche, al regresar a mi departamento, terminé de empacar todo lo que había empezado a guardar antes de salir. La maleta vieja estaba a punto de romperse de lo llena que estaba. Metí lo esencial: ropa, mis cuadernos, los utensilios que tanto cuidaba.

Miré por última vez el pequeño lugar donde había intentado construir algo solo. Las paredes desnudas, el colchón casi hundido, el escritorio lleno de manchas de café. No era mucho, pero había sido mi refugio.

—Hora de empezar de nuevo —murmuré, cerrando la puerta tras de mí con la maleta en mano.

Bajé las escaleras cargando mi maleta, que parecía pesar más que yo mismo. Afuera, la noche estaba fresca y silenciosa. Caminé despacio, escuchando el ruido de mis propios pasos en la acera, como si cada uno marcara un punto y aparte en mi vida.

No tenía idea de lo que me esperaba en ese departamento ni de cómo reaccionaría Amelie al verme aparecer con todas mis cosas. Pero, al menos, no me estaba rindiendo.

Respiré hondo, levanté la mirada hacia el cielo lleno de estrellas y apreté con fuerza el asa de mi maleta.

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