¿Y el Sol?

Hemos aprendido a querer las cosas solo cuando las podemos ver. Pienso, mientras escribo a las 10:40 de la mañana de un lunes festivo, por lo que la música de los vecinos me llega como a un suave susurro. En la madrugada su volumen hacía temblar las ventanas y la casa, que ya está tan vieja, pero intento no preocuparme, al fin y al cabo, mañana todo vuelve a la normalidad; al silencio abrumador. 

Desde donde estoy, lo que llamamos resolana me da directamente en el rostro, así que siento mis gestos fruncidos y una molestia ocular que se cura con un par de cortinas en todos los orificios de la casa. Pero después todo está muy oscuro y ya me gustaría menos, porque me duele la cabeza. 

¿Será que por enseñarnos que una imagen vale más que mil palabras, se les olvida enseñarnos que quejarse es uno de los peores males que padece el ser humano? 

Lo más probable es que sí. 

Y es que el Sol nos gusta cuando lo baña todo de dorado y nos da un efecto apacible en las fotografías, por ello, cada vez que una persona sube un post o una historia con ese efecto bañando la toma, escribe, orgullosa, que está libre de filtros. 

En las noches, la historia es diferente, ya que la luna es la  protagonista. Por ello, los amantes, los enamorados y quienes nunca han sentido un cosquilleo similar, le dedican versos, poemas y canciones. 

Casi me atrevo a pensar que desde el origen de la civilización, el astro que adorna las noches, se lo ha llevado todo, dejando a su contraparte en el olvido. 

¿Tendrá algo qué ver el hecho de que no podamos ver directamente al Sol? O es que nuestra poesía solo aflora cuando la noche cae. 

Escribo, mientras la resolana me pega directo a la cara, porque duermo temprano y mi insomnio se confunde cuando la luminosidad de la Luna enciende la noche.