Nunca dude ni un segundo durante 18 años del sistema educativo, creía que lo entendí y podía moverme dentro de él sin problemas. Pero el día que colapse estando en la universidad/facultad fue una mentira que ya no pude aguantar más, me llevo un tiempo darme cuenta por qué llegue al colapso y empezar a ver con otros ojos todo el recorrido que tuve que realizar. Note que mi paso por el sistema educativo no fue tan maravilloso como pensé.
Empecemos por la primaria, yo era una niña muy curiosa y preguntona, me gustaba hablar hasta por los codos. Al principio suena tierno, claro, era solo una nena de 7 años, pero no fue una habilidad muy bien recibida. Empezar a recibir comentarios a tan corta edad sobre un rasgo de tu personalidad desde muy chica es una marca permanente que queda en tu memoria.
“podés dejar de decir cualquier cosa” “deja de decir lo primero que se te ocurra” “deja de inventar” “te podés callar un poco” “¿podés hacer silencio? Me estás molestando”
Además de los gestos y burlas que hacen las personas creyendo que no las ves o suponiendo que no te van a hacer daño.
La memoria de un niño no es un río que fluye todo el tiempo y se va olvidando, un niño puede almacenar recuerdos tan latentes como si fuera un video que le da reproducir cuando quiere.
En mi experiencia, esos momentos los reproduzco luego de más de 10 años que sucedieron.
Al entrar al secundario, ya me cuidaba bastante con lo que decía y preguntaba. Pero no podía estar todo el tiempo controlando lo que decía, así que en algunos momentos soltaba comentario con preguntas que tal vez para algunas personas era obvio. Inmediatamente, cuando me dejaba llevar en un pensamiento y lo decía sin pensar, estaba un compañero atento a recordarme todos los comentarios que escuchaba cuando era chica, cabe recalcar que mis compañeros no sabían cómo yo me sentía con esos comentarios, ellos lo tomaban como un chiste o algo gracioso de lo que reírse un poco. La forma que yo reaccionaba en ese momento iba variando dependiendo mi estado de ánimo, a veces me reía, otras veces me ponía a la defensiva, me callaba y no hablaba más por el resto de la clase.
Tenía la opción de intentar dejar pasar el comentario o hundirme en el recuerdo.
Al reprimirme tanto en el habla, intente demostrar que no solo hablaba cosas sin sentido a través del reconocimiento académico. Al llegar al anteúltimo año de la primaria empecé a exigirme más en mis notas, reflexionando que ya estaba a nada de tener que elegir un secundario.
En el último año de primaria, término optando por un secundario que tenía un curso de ingreso, antes de comenzar el curso de ingreso que iba a constar de clases y luego tomaría pruebas de diferentes asignaturas, empecé a estudiar el plan de estudios por mi cuenta. Comencé unos meses antes a estudiar los findes de semana preparando cada tema, además iba a una profesora particular que también me ayudaba a avanzar. Con todo lo que estudiaba parecía que me estaba preparando para entrar a una universidad de Elite en Estados Unidos, pero no, solamente me estaba preparando para un secundario promedio. También estudiaba mucho mientras realizaba el curso de ingreso y al mismo tiempo trataba de subir mis notas del primario.
Sorprendentemente, nunca colapse en ese momento y nunca dude, estaba tan determinada que nada me pudo sacar el objetivo que me había autoimpuesto.
Al entrar al secundario, y si pude entrar, mi exigencia aumento más. Aunque no lo crean, pude aumentar mi exigencia todavía más, al ir pasando los años siempre fue en aumento, nada ni nadie me podía parar. Supongo que lo oculte muy bien, porque ni yo me di cuenta hasta que ya empecé a sentir la factura que le estaba pasando a mi cuerpo.
Este sistema, para mí, pudo persistir tanto tiempo en vida porque sentía que recibía pequeñas recompensas por mi esfuerzo. Al finalizar la primaria me entregaron una mención especial, reconociendo mi esfuerzo durante ese año. En la secundaria lo tuve a través de mis notas y en especial en los trabajos donde se valorara la opinión propia.
¿Entonces cuando se cortó este balance?
Cuando no me alcanzo la validación académica, fue sentir todo el peso, de años acumulados y hubo detonantes que ayudaron a que sucediera indudablemente. Se sintió tan intenso que fue darme cuenta de que cargaba con una mochila llena de mi pasado.
Alejarme del sistema educativo fue unas de las cosas más difíciles que tuve que hacer en todo mi vida, era como una droga para mí, tuve que pasar un tiempo de abstinencia que tuve que aguantar muchas recaídas. Las ansias de empezar una carrera nueva, hasta cualquier curso, estuvieron muy presentes. Pero creo que desintoxicarme me abrió un panorama que nunca pensé ver, no digo que no hay estudiar, sino que el estudio no puede ser el centro de tu vida y la validación que pienses de vos mismo no puede basarse en un número que lo pone otra persona.
La persona que te da esa nota, está atravesada igual que todos por emociones, todos suponemos que los profesores son objetivos. Pero es bastante cuestionable ese pensamiento, esa persona puede tener un buen o mal día, pudo haber tenido alguna situación que lo disgusto o simplemente equivocarse porque es un ser humano.
Hay tantos factores que se ponen en juego al decidirse esa nota, que vos vas a utilizar para medirte y juzgarte. Al moverte de ese lugar y permitirte dejar de buscar la validación en el exterior, vas a comenzar el proceso de buscarlo en tu interior. Pero ¿Cómo busco la validación en mi interior? La respuesta es tan simple como compleja. La validación en uno mismo no existe, pero el poder amarte vos mismo sí. Ese proceso de amarte y quererte primero comienza con conocerte, es como enamorarte de otra persona, primero lo conoces, entiendes sus intereses, salís para ver si hay química, te divertís. Así, con vos mismo, lastimosamente desde que soy chica me enseñaron las películas y las series como enamorarme de otra persona, nunca aprendí a quererme yo primero. Todo lo que le preguntarías y harías con otra persona para conocerla, trata de implementarlo primero en vos mismo.
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