Al cruzar una frontera te espera en el lado opuesto un cartel. A veces pequeño, otras enorme,
colorido y original u otras prácticamente invisible, muy austero. Puedes leerlo y entenderlo, o
verlo sin identificar qué palabra esconden los símbolos que no eres capaz de comprender, pero
siempre, siempre esta ahí: bienvenido, benvingut, wilcomen, benvenutto, bienvenu…
Casi nadie suele darle importancia, aunque recuerdo a mi madre, girándose hacia los asientos
traseros para anunciar con emoción: mirad niñas, hemos cruzado ya la frontera. Pero claro ella
es de esa clase de personas, esas que atesoran momentos, recuerdos, historias casi de forma
compulsiva, casi con miedo a perderlos si no se recalcan lo suficiente. Yo no suelo otorgar a esas
cosas un papel relevante, tal vez sí uno secundario o quizá, pensándolo bien, tiendo a relegarlas
al mundo de los figurantes.
Donde sí quisiera poder colocar esos carteles es en las fronteras de la vida, es más, considero
que algún parlamento, alguna eurocámara, algún senado de este planeta debería legislar mi
petición. Quisiera instalar en el inicio de todos los momentos trascendentales uno de esos
carteles, y como los reales, tampoco quisiera que estos fuesen todos iguales. Quiero algunos
brillantes, con neones: bienvenida a tu primer amor. Otros pequeños, destartalados,
desvencijados de tanto usarse: bienvenida a este fracaso (ya sin numerar, para qué contarlos).
Y si la idea encaja, encargar algunos más: bienvenida a un día más, a este insulso domingo de
octubre. Pero no penséis en ellos como en algo cínico, irónico, propio del humor negro; me gusta
visualizarlos con calidez, con comprensión, con empatía: ¡oye! Otros han pasado por aquí, es
solo otra frontera más.
Estoy segura de que a más de uno le hubiese reconfortado un: bienvenido a tu primer desamor,
al peor día de tu vida, al más doloroso, a la desesperación, a la tristeza, al llanto desconsolado.
Porque en el fondo, como todo en esta vida, una bienvenida tiene también su cara B y es qué,
nunca eres bienvenido en un lugar para siempre, recuerda qué, los que viajan en dirección
opuesta ven otro cartel: hasta luego, vuelve pronto, adiós.
Y que queréis que os diga, me gusta imaginarnos así, modo peregrinos, viajantes, mercaderes,
transitando de uno a otro confín, intercambiando tímidos saludos en uno de esos cruces. Porque
sin vernos así, olvidando que, al fin y al cabo, caminamos todos por los mismos senderos, las
fronteras, los cruces y los cambios resultan demasiado oscuros, se tornan peligrosos y los engulle
la penumbra. Así que, si queréis, y hasta que alguien tramite este proyecto de ley, podemos
empezar por darnos la bienvenida nosotros mismos.
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