Cuando mis hijas eran pequeñas y salíamos a pasear por el campo, antes o después, caía la misma pregunta: «mamá, ¿es circular?» Era el momento de que su padre sacara la ristra de adivinanzas, cuentos personalizados y demás entretenimientos. Y es que sólo el pensar que había que volver, cargaba sus zascandiles piernas. Pero, ah, si es circular ya estamos volviendo. Daba igual si quedaban 200 metros o 15 km.
Pues bien, queridos lectores, no se agoten, que mi camino es circular. Cuanto más llevas recorrido más cerca estás del punto de partida. De mis trayectos a lo largo del día, este es el que tiene más historias, más matices. De hecho, es un agujero negro, con realidades paralelas.
Cuando entras, no sabes cuánto tiempo estarás allí; en el momento de salir, surge algo que te entretiene, y comienzas otra vuelta. Algunas veces, crees estar solo, hasta que aparecen en lo alto unos bultos en movimiento inconfundibles. Otras veces escuchas sus voces, pero los desniveles del terreno te impiden ver nada. También los sonidos son engañosos, los edificios circundantes los devuelven amplificados y distorsionados.
Hoy me he unido al grupo, hay otros grupos, claro. No sabemos cuántos más, pero nos sentimos mutuamente, dejamos huellas.
Somos una pequeña familia, de jóvenes, viejos, e incluso viejóvenes y jóvenes viejunos. De derechas, de izquierdas. Con dinero, con rentas mínimas o desempleo. Sanos, con achaques. Somos un pueblo dentro de un pueblo. Pero todos vamos bastante sucios, malvestidos y sin peinar. Como en todas las comunidades, hay amistades, hay mucha colaboración y apoyo, y por supuesto, hay preferencias y rencillas subterráneas.
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