Capítulo 3:
Un pedacito de corazón y cariño.
Para muchos, julio es de los mejores meses del año gracias a las vacaciones de invierno.
Con el avance del año, los exámenes se acercaban y mis notas no iban demasiado bien que digamos, aunque tampoco puedo decir que le estuviera poniendo demasiado esfuerzo.
No me gustaba la carrera que estaba estudiando, ¿Qué más podía hacer? Aunque tampoco es que me resultara demasiado alarmante, me entusiasmaba la idea de que el año se estuviera terminando para volver a casa, pues debido a que las vacaciones de invierno son relativamente cortas no había podido hacerlo.
Pero en fin, creo que también es buena idea poner un poco de contexto. Debido a que ella me llevaba al menos dos años de ventaja, Lucía se graduó antes que yo y se fue a estudiar a la “gran ciudad”. Originalmente mi idea era no irme muy lejos, pero ver que ella se había animado a ir a una ciudad grande… bueno, ¿Qué decir? Me inspiró.
Cuando las vacaciones dieron inicio, no pude evitar preocuparme.
Lucía no era especialmente estable a nivel emocional… quizá sería buena idea decir que aparte de todas sus excentricidades, era una bulímica en constate rehabilitación con más recaídas de las que puedo contar, al grado de que era casi seguro de que al menos una vez cada tantos meses volviera a recaer en aquellos problemas, especialmente teniendo en cuenta que no seguía sus tratamientos psiquiátricos de la manera correcta.
Recientemente la había convencido de retomar el tratamiento de forma correcta, y solo esperaba que esta vez, si funcionara del modo correcto.
¿La verdad? Creo que no lo hizo….
Aquel primer fin de semana, durante las vacaciones de invierno, aquella noche estaba cocinando. Algo básico tengo que admitir, reproduciendo de fondo la nueva serie que estaba viendo, preparándome para pasar un fin de semana tranquilo, o eso esperaba, pues aquella noche se iba a ver alterada por la repentina llegada de Lucía, con un kilo de helado en una bolsa.
“¿Qué estás viendo? ¿Qué estás cocinando? ¿Qué estás haciendo?” En una actitud errática, ingresó en casa, quitándose los zapatos mientras mostraba la bolsa de helado “Helado, ¿Te apetece?”
“Iba a hacer fideos con salsa y…” No llegué a terminar de hablar, cuando ella se apresuró a negar.
“Aburrido, ¿Por qué no encargamos? Se me antoja algo un poco más artificial”
Creo que ni siquiera llegué a decir que en este momento no tenía dinero para darme tal lujo cuando ella ya estaba haciéndolo, argumentando que iba a pagar.
Supongo que ya estoy acostumbrada a su modo de hacer las cosas, tan… ¿Espontaneo? Temo que si uso palabra, la gente crea pienso en dicha característica como una virtud, así que mejor diré que es sencillamente errática…
“Mitad de año, ¿No? El tiempo se ha ido volando…” Comenté dejando escapar un suspiro de puro cansancio.
“No me hables de eso… es deprimente, ¿No te parece?” Inquirió inflando las mejillas en una actitud que claramente parecía haber sido tomada prestada de alguna serie.
“¿Deprimente, por qué?” Inquirí torciendo la cabeza mientras intentaba encontrar la manera más óptima de comer la hamburguesa que ella había encargado, ridículamente grande y ostentosa. Era imposible sujetarla sin terminar enchastrada de salsas y aderezos.
“Es… más de lo mismo, no sé. El año empieza, te propones un proyecto y pasa lentamente, pero cuando te querés dar cuenta es más de lo mismo, y el año se terminó y no hiciste nada. Te excusas, te seguís excusando y la realidad es que eventualmente tenés que aceptar tu propia mediocridad artística, y eso ni siquiera es lo peor.
¿Sabes que es lo peor? Darte cuenta de eso cuando queda menos de medio año… y quizá podrías hacer algo, pero no te alcanza el tiempo. Tantos proyectos, tantas ideas y todo se va a la mierda.
Y el año que viene será igual.
Es… como darte cuenta de que pasaste todo el día llorando y que ya es noche. No sé… es como que la vida se te pase esperando morirte.” Afirmó con una naturalidad tal, que me hizo pensar que quizá ni siquiera entendía el significado de sus propias palabras.
“… ¿Estás tomando tus pastillas?” Fue mi única respuesta, al menos fue lo único que pude responder en aquel momento.
“No lo digas así, siento que soy una adicta o que tiene una carga dramática digna de esas series de policías yanquis…” Se quejó de forma infantil, luchando ella por comer su hamburguesa.
“Bueno, entonces no hables de forma tan melodramática. Me deprimís a mí…” Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras la veía…
Era extraña. Como la mezcla entre un adolescente que dice cosas obscuras solo por poder hablar, y un ser humano simplemente abandonado a la derrota.
Quizá ambas.
“¿Qué pasó con el guión para el videojuego? ¿Seguís trabajando en él? Dijiste que me ibas a mostrar tus avances, pero no te he visto hacer nada y tampoco me has vuelto a hablar del tema”
Cuando uno lidia con una persona como Lucy, aprende ciertas cosas. Por ejemplo, que cuando está recayendo se torna asquerosamente pesimista respecto a sus propios proyectos, pero al menos se queja de ello en voz alta.
El problema real empieza cuando deja de hablar, porque significa que tiene algún complejo más personal al respecto, y eso JAMÁS es bueno,
“No funcionó, no tengo inspiración. Y tampoco hay mucha gente dispuesta a trabajar conmigo, un proyecto así requiere mucha gente involucrada… y ya estamos a mitad de año. Cuando terminen las clases, todos vuelven a sus provincias. Así que empezar ahora es sinónimo de que cualquier cosa que se inicie va a tener que extenderse hasta el año que viene…” El desánimo en su voz, el modo que se encogía de hombros… sí, estaba recayendo.
¿Tan rápido? No hacía ni dos semanas que la había acompañado al psiquiatra y se mostraba muy entusiasmada con mejorar.
Aferré mis manos a la tela que cubría mis muslos, apretando los dientes. Era frustrante escucharla hablarla así.
Lucy habla mucho. Es difícil saber cuándo bromea o cuando habla en serio, pero en el peor de los casos… siempre tuve miedo de que llegara el momento en que volviera a intentar matarse.
“¿Y no hablaste con gente de la facultad de artes? Digo, estudias literatura, no es que estés demasiado lejos…” Intenté incentivarla a retomar la idea.
Ya la había visto iniciar y tirar por la borda muchos proyectos.
“No… no tengo ganas, últimamente no tengo ganas de nada. Además he llegado a la conclusión de que la gente prefiere pasarme por alto” Comentó como si aquello no tuviera importancia real.
Lo pensé un momento. Pensé por un momento en que debía hacer.
Tras un par de años amistad, una aprende cosas sobre la otra persona. Personalmente había llegado a una conclusión: Lucía no hacía nada a no ser que alguien estuviera a su lado.
A menudo me mantenía MUY alejada de sus proyectos artísticos, ese no es mi rollo (por así decirlo). Pero en aquel momento… algo en mí funcionó de manera distinta…
“¡Pedazo de estúpida date cuenta que te quiero! Idiota, dejá de hablar así. ¿Por qué no podés limitarte a vivir y ya? Me da igual si nadie confía en tus obras, confío en vos. Te quiero, te quiero, te quiero y te quiero. Tengo miedo de que hagas algo.
Si nadie te apoya yo te voy a seguir, porque te quiero. No entiendo una mierda de lo que haces pero te quiero”
Eso dije en mi imaginación, en la vida real… quizá por vergüenza, quizá por no miedo, traduje todos esos sentimientos a una frase que representaba poco más que una pequeña fracción de mis sentimientos reales…
“Yo quiero trabajar en el proyecto…” Lo dije temblorosa, muy posiblemente porque era solo una verdad a medias.
“¿Qué? ¿Por qué? ¿Desde cuándo? ¿No estás ocupada en la universidad?” Se veía sorprendida.
“Porque cuando me hablaste de él me gustó. Así que quiero ayudar, tengo tiempo de sobra… igual y me va de la mierda en la universidad… ¡Así que nada! Vamos a ir a la facultad de artes a buscar gente… quieras o no. Ahora estoy en el barco… ¡Hagamos un guión!”
…………………………
Y así fue como cuando menos me lo esperaba, cuando el año iba por segunda mitad…
Acabé sentenciando la frase que me metería en el mayor circo de bichos raros, fracasados y depresivos que pude haber conocido.
Solo por entregar una pequeña fracción de mi cariño.
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