Sensación de soledad y manchas voladoras.
El mundo empezó, y empezó de forma muy incómoda.
Había estado cómodo allí donde estaba, donde no había hambre ni miedo. Y sin embargo, de golpe ya no podía estar allí, de golpe tenía que salir tan rápido como le fuera posible. El espacio parecía cerrarse sobre él y el aire se escapa de su pequeño cuerpo.
Al principio dicha sensación era tolerable, pero más pronto que tarde tuvo que empezar a luchar, a luchar por aire, y por primera vez casi de manera natural, tuvo que empezar a sacudirse, empujando aquello que parecían ser las paredes de la realidad hasta que poco a poco estas cedieron. Y se hizo la luz.
La luz de lo que parecía ser una nueva instancia de la existencia, el final de una etapa y el inicio de otra.
Saliendo de un huevo, soltando ocasionales siseos mientras se adaptaba a este nuevo momento, moviendo por primera vez un cuerpo que antes, ni siquiera sabía que tenía. Una criatura pequeña, muy pequeña.
Y lo primero que vio allí, fue a otros iguales a él. Pequeños y débiles, moviendo sus cuerpos de forma arbitraria sin siquiera saber porque lo hacían… ¿Y entre ellos? Estaba ella. Una versión más grande de sí mismo, tan grande que al alzar la cabeza e intentar verle le costaba interpretar su forma. Era posiblemente el ser más grande de toda la existencia, la cosa más imponente y aterradora que una mente podría concebir. Ese ser iba a cuidarle. Ese ser era su madre.
Al principio creyó que todo lo que existía en el mundo eran él, su enorme madre y sus hermanos. A veces también existía la sensación de hambre, pero su madre solía resolver aquello llevándole alimentos, algo similar a lo que pasaba con la sensación de sueño, que terminaba una vez que el mismo mundo parecía terminarse por unos breves instantes.
Alguna vez se le ocurrió que eso que pasaba cuando aparecía la sensación de sueño, era lo mismo que ocurría cuando cerraba los parpados, pero dicha idea desapareció cuando se dio cuenta de que al mantener los ojos cerrados por mucho tiempo, igual podía tener sueño. La explicación lógica era por tanto creer que había un momento del día, donde la realidad se obscurecía y desaparecía.
Al inicio no le preocupaba pensar que la realidad desapareciera. Era tan natural como respirar después de todo, aunque pronto nuevas ideas aparecerían en su mente.
No solía abandonar la comodidad de su nido, tampoco le había importado pensar que había más allá de este punto existencial, estaba bien después de todo. Su madre le alimentaba y se divertía interactuando con sus hermanos, o al menos sentía que la sensación de aburrimiento (muy parecida a la de sueño, por cierto) se desvanecía con ellos.
Quizá fue en una de esas tardes, en las que uno de sus hermanos decidió subirse a la parte más alta de la roca que yacía frente a su nido. A menudo su madre parecía pasar largas horas allí, quizá siendo aquel su propio modo de pasar la sensación de aburrimiento.
Como sea, al ver a su hermano posado allí arriba, del mismo modo en que su madre, él también quiso hacerlo. También quiso estar allí arriba, y no tardo en descubrir que subir era claramente más difícil de lo que parecía, pero quizá por la emoción del momento no se percató de aquello.
Finalmente, cuando logró estar allí arriba, pudo alzar la cabeza. Una sensación extrañamente cálida le invadió, una calidez que provenía desde el mismo cielo.
Lentamente alzó la cabeza, mucha luz llegó a sus ojos, pero poco a poco pudo acostumbrarse. Solo entonces pudo ver realmente el entorno que le rodeaba… ¡El mundo era genuinamente grande! Habían muchas estructuras altas, llenas de cosas verdes similares a las que tenía en su nido. ¿Qué habría arriba de esas cosas? Daba igual. Perdió todo interés en lo que había arriba de su cabeza, cuando al fijar sus ojos en el horizonte, vio la infinita vastedad del mundo que le rodeaba. Muchas piedras, muchas estructuras con cosas verdes… y agua, mucha agua. Eso si lo conocía, había un pequeño charco al lado de su nido donde a veces jugaba… ¿Pero esto? Era un charco tan grande, tan enorme que sencillamente podría ser lo suficientemente profundo como para que su madre pudiera sumergirse por completo allí.
Parpadeó varias veces, justo cuando una de esas cosas extrañas pasó por delante de sus ojos. Era un especie de mancha de colores llamativos que se movía por el aire… ¿Sería comida? En aquel momento tanto él como su hermano intentaron dar caza a aquella extraña mancha que se movía, bajándose de la roca y correteando detrás de la misma. A simple vista era parecida a una de esas cosas que su madre solía llevarle para comer, lógicamente debía ser comida… ¿no?
Su marcha veloz pronto se vio interrumpida por una cosa de aroma ajeno. Era una cosa… enorme, bueno. Quizá no tan grande como su madre, pero si muy grande…
Era una cosa muy rara, cubierta de una piel que parecía demasiado suave y con muchos colores. Con una anatomía tan ajena que le resultaba difícil de entender. Parecía sostener todo el peso de su cuerpo en cuatro patas y tenía dos extraños apéndices triangulares en lo que parecía ser su cabeza…
La cosa le miraba. Le miraba con la misma intención depredadora que él veía a la mancha que se movía por el aire… y por primera vez en su vida, supo que quizá en este mundo había cosas que podían hacer que la existencia termine, pero no como cuando el mundo terminaba ante la sensación de sueño. Si no un cese a la existencia violento y que de alguna forma… le dio miedo.
Quizá su hermano sintió lo mismo, ¿Acaso importaba? Ambos volvieron corriendo a su punto de partida, solo para descubrir que ahora la roca parecía extrañamente alta. Treparla para volver al nido parecía molestamente difícil, y pese a que ni siquiera había confirmado estar siendo perseguido, tenía demasiado miedo como para pensar.
Tanto miedo tenía, tanto temor… que incluso comenzó a sisear como loco, llamando a cualquier ayuda que el mundo pudiera darle. Gritando de pánico, pánico puro… pánico que solo terminó cuando vio a su madre llegar.
Ella les vio. Agachó la cabeza y les dejó subirse a su cabeza, desde donde pudieron subir fácilmente a la roca y posteriormente volver al nido.
El mundo tardó mucho en dejar de existir esa noche.
Y así paso el tiempo. Muchas veces el mundo dejó de existir, muchas veces volvió a ser. Eventualmente sus hermanos simplemente dejaron de estar ahí, ¿Quizá se fueron a perseguir manchas de colores? Quizá la cosa de apéndices triangulares los hizo dejar de existir. Daba igual, de todos modos hace tiempo que ya no gastaba tanto tiempo con ellos.
Por algún tiempo solo fueron él y su madre, quien seguía pasando largos ratos sobre aquella roca, aunque a veces también salía a buscar comida para que juntos, comieran. Era lindo. Había un poco de sensación de aburrimiento, pero no había miedo. Y por algún tiempo salieron a buscar comida juntos. Quizá porque él llegó a la conclusión de que la existencia de su madre podría terminar de existir. No quería eso.
¿Pero acaso lo que quisiera o no importaba? Un día su madre ya no existió. No existió más. Era difícil saber porque, y tampoco es que en sí pudiera hacer algo para saberlo.
De un día a otro, era solamente él quien pasaba largos ratos existiendo encima de aquella roca. Dejando que la calidez que venía de arriba recorra su cabeza, o que el agua de la lluvia le hiciera temblar de frío.
Había una nueva sensación ahora. Similar a la sensación de aburrimiento, pero mezclada con la de sueño. Ahora había sensación de soledad. Mucha sensación de soledad.
Cada día, el mundo tardaba más en dejar de existir. A veces tardaba tanto, que pudo conocer un nuevo mundo que empezaba al esconderse el sol. Un mundo donde el cielo se veía especial, se veía aterrador y enorme. Como si alguien hubiera puesto muchas piedras blanquecinas en él.
El sol se iba y aparecía una roca enorme, similar a un huevo. Brillante, pero no cálida. De hecho daba bastante frío.
A veces, algunas de las rocas del cielo se movían. Era un espectáculo bastante aterrador… ¿Era posible que alguna cayera sobre él? Si una de ellas le aplastara, posiblemente le mataría… ¿No? Bueno, pensándolo bien… no parecían ser tan grandes.
Claro que aquella duda eventualmente tuvo respuesta. Efectivamente, una roca cayó a la tierra, pero no cayó tan cerca de él, así que le costó mucho buscar a donde había caído para intentar confirmar su tamaño.
Era la primera vez en largo tiempo que hacía algo así. A veces para intentar disminuir la sensación de soledad, veía desde su roca a otras criaturas existiendo. A veces se peleaba con ellas, especialmente si querían atacarle. Ahora tenía tanta fuerza que podía evitar dejar de existir por sí mismo, o simplemente esconderse si creía que iban a lastimarle mucho.
Como sea, al llegar al lugar a donde había caído la roca, descubrió que esta última era considerablemente más grande de lo que pensó. Pero ya no brillaba, no como cuando estaba en el cielo. Era una roca enorme y de aspecto inquietantemente simétrico… no, no era una roca. A juzgar por el modo en que se había roto… ¿Era un huevo? Un huevo muy extraño… ¿Qué animal habría salido de ahí? Pasó tanto tiempo adentro de esa cosa, investigándola por el mero hecho de poder hacerlo, que ni siquiera se percató de que el dueño del mismo… estaba allí.
Era tan grande que él lo había confundido con las estructuras que desprendían cosas verdes, pero en cuanto se movió… supo que era un animal. Un animal más grande que todo lo que había visto, tan grande que era difícil verlo a no ser que se moviera.
Tuvo miedo. Bastante miedo… pero pronto una nueva idea apareció en su cabeza. Si esa cosa había salido del huevo que había visto… ¿Acaso tenía madre? Si acaso era cierto que acababa de nacer, cabía la posibilidad de ni siquiera hubiera alcanzado su tamaño definitivo…
Quería saber si esos animales estaban por la zona. Así que se quedó un largo rato esperando, tan solo para saciar su curiosidad… o al menos eso pensó inicialmente, pues pronto llegó a él una nueva conclusión…
Al oír un sórdido grito provenir de la enorme criatura, no pudo evitar preguntarse… ¿Y si acaso estaba llamando a sus padres? ¿Y si acaso tenía miedo? No pudo evitar pensar en la ocasión en la que había creído que estaba por morir durante sus primeros días de existencia.
Quizá tuvo lástima o quizá solo tuvo curiosidad… pero tras capturar una de las manchas que volaban, comenzó a trepar hasta lo alto de un árbol. Antes lo había hecho, no le daba miedo volver a hacerlo… ¿Y entonces? Al llegar a la cima, pudo acercarse a la cabeza de la enorme criatura, sintiendo como al respirar el calor de su aliento lo rodeaba…
Sin decir nada… soltó la mancha de colores frente a él. La criatura, respiró y al inhalar, la mancha entró en su boca. ¿Acaso se la había comido? Bueno, según él… eso contaba como comer.
Se quedó allí. Viendo a la criatura que no parecía demasiado interesada en moverse… ¿Acaso estaba herido? Quizá estaba lastimado o quizá era un bebé esperando a su madre.
No importaba, de alguna forma le daba lástima. De alguna forma le parecía interesante, así que desde ese día, cada tarde al salir a cazar, procuraba traerle una mancha colorida a su nuevo amigo.
No había tanta sensación de soledad ahora…
Y el tiempo pasó. Cuando llovía, se escondía debajo de la enorme criatura. Cuando había sol, a veces se subía sobre lo más alto de su cabeza para dejar que el sol lo ilumine de lleno…
Era como tener un hermano nuevamente. Además… también tenía que alimentarlo, después de todo hasta donde sabía era una cría que había salido de un huevo hace poco.
En tanto fueron amigos, no hubo sensación de soledad.
Él y la cosa gigante salida de un huevo que cayó del cielo. La cosa gigante que alimentaba con manchas voladoras…
Y mientras tanto, en algún lugar del cosmos, algún gran almirante cósmico enloquecía al saber que la súper arma que podría cambiar el curso de la guerra, cayó en algún planeta desconocido…
Todo, mientras un animal muy solitario, le daba de comer manchas voladoras, y tomaba sol sobre su cabeza.
Pero eso fue hace muchos siglos.
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