El chisme.

El chisme.

Pink Raw

08/09/2022

La mañana del 13 llegó un chisme al Pueblo, y no siendo suficiente con que fuese viernes, también llegó a lomo de doña Berta, o mejor dicho: a lengua de doña Berta, quien amablemente se encargaba de comunicar este tipo de cosas a medio pueblo de tal forma que esta mitad se lo contaba a la segunda para que así los primeros se degustaran con el placer de contarlo a los demás, eso sí, con algo de su propia sazón añadida.

Con esta estrategia comunicativa, para el medio día el chisme había penetrado en todos los oídos del pueblo (excepto, como es natural, en los del sordo Carlos). Con la “información” la gente maquinó sus propias especulaciones y ejecutó sus movidas, hubo quienes comenzaron a gastar sus ahorros en fantasías de infancia, otros que lo regalaron a los pobres y otros más ambiciosos lo enterraron en el patio de la casa.

El pueblo de Santa Bárbara ya no era el mismo; jamás se había mantenido tanto silencio en las calles blanquecinas como el que había logrado mantener aquel chisme, y jamás un chisme pasado y contado por doña Berta había tenido tanta acogida como ese; debía ser real si toda la población tomaba medidas y precauciones por lo que en el chisme se contaba. Esa misma tarde antes de misa el sacerdote del pueblo subió, después de años, a la torre de la iglesia para hacer sonar la campana con sus propias manos, siete atronadores repiques que se escurrieron por todos los oídos del pueblo (con la misma eficiencia del chisme) llegaron incluso hasta la granja del solitario Tobías que afilaba sus guadañas, y que, al momento de oír el estruendo fue tal la impresión que sin querer desvió su mano diestra por la navaja y se rebanó el pulgar.

Asustado y dolorido el viejo Tobías corrió a su camioneta y condujo en dirección al centro de salud junto a la iglesia del pueblo, donde se congregaba una cantidad considerable de gente que habían ido a socorrer al Sacerdote, quien después de haber hecho retumbar las campanas se encontró en la desafortunada ocasión en que se rompieron las soldaduras que sostenían la estructura de bronce fundido.

En la puerta de la torre junto a la descomunal campana despeñada se encontraba doña Berta informando los móviles del desastre apenas ocurrido. En la carretera, el ahora mocho Tobías maniobraba apenas el volante de la camioneta; a dos cuadras antes de doblar hacia la congregación de fisgones, la vista empezó tornársele borrosa y los brazos a advertirle un adormecido hormigueo con panal en el sanguinolento pulgar.

La pequeña cofradía de chismosos no advirtió el momento en que el desmallado Tobías precipitó su camioneta sobre ellos, arroyando y aplastando a varios desafortunados, entre estos, doña Berta, quien se iba a contar el chisme a la otra vida.

Mientras tanto, en casa del sordo Carlos todo transcurría con normalidad.

Etiquetas: chisme cuento relato

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