Posó sus besos sobre mi cuello
como una enredadera,
Crujió sus huesos con los míos
como las hojas ocres,
Mojó mi ombligo con sus labios
como la lluvia de la tormenta.
Vino con vino, compartimos el queso,
las texturas de cereales y el lenguaje de las aves.
Tomó y me dio,
recibí y ofrecí.
Nuestros dones florearon nuevamente.
Encontramos música entre las líneas de su andadura y mi hendidura.
Perfume hecho de respeto, respiración, saliva y tierra.
Todos los huecos de nuestra materia se mostraron etéreos,
arrugando a dobleces dulces
nuestros ciclos.
Hicimos de las semillas raíces frescas,
en la oscuridad, atardecer, de nuestras sábanas.
De ahí brotó un manantial.
Linda Acosta Rodríguez
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