Los ríos sean represados

Los ríos sean represados

dcontrerasm

02/09/2022

El hombre mayor, un estadounidense blanco llamado Sr. Smith, miró a la izquierda y derecha antes de plantar la pala en el suelo. El hombre más joven, un indio mexicano, Miguel, se le acercó por detrás y le dio un golpecito en el hombro: ‒Señor Smith, aquí no, tierra Sagrada ‒.

‒Tierra sagrada? ¿A quién? ‒Para el Sr. Smith ninguna tierra era sagrada. Ni esta colina, ni las montañas a lo lejos. La sacralidad no era un valor que preocupara a Smith. Como cualquier buen estadounidense en 1955, lo único que le importaba era el precio de algo. Sacó la pala y se la arrojó a Miguel.

‒Aquí sí‒, respondió el Sr. Smith con un fuerte acento.

Miguel miró hacia el agujero que excavó el Sr. Smith y se santiguó. ‒Pero señor ‒ protestó y frunció el ceño, pero Smith le dirigió una mirada que lo azotó con mil tajos.

Esta vez, el Sr. Smith habló en inglés, con ritmo, alzando la voz en el tiempo fuerte: ‒you will do it. Like I said. Start. Digging. ¿Comprende? ‒Agarrando la pala, Miguel asintió con miedo. ‒Que Dios me perdone ‒, murmuró Miguel para sí mismo mientras continuaba cavando donde el Sr. Smith había comenzado.

El estadounidense observó con una leve sonrisa en su rostro. Satisfecho con lo que estaba haciendo Miguel, Smith se fue a apreciar el campo mexicano en otra parte del cerro.

Horas más tarde, Miguel llamó a gritos al Sr. Smith, que estaba durmiendo la siesta debajo de un gran manzano. Cualquier aturdimiento que pudiera haber tenido el estadounidense desapareció cuando vio a Miguel sosteniendo un brillante cristal de color violeta oscuro del tamaño de la cabeza de Smith. Los ojos del Sr. Smith brillaron de color púrpura al ver la gema, y ​​su sonrisa amarga reveló dientes manchados de tabaco por años de fumar y mascar. Le hizo un gesto a Miguel para que se lo diera.

‒Señor, no debemos ‒, comenzó Miguel, pero Smith lo interrumpió, ‒Dámelo ‒. Miguel hizo una mueca, era la misma historia con todos estos gringos, lo único que sabían hacer era tomar y tomar y tomar.

‒Pero señor, si lo hago, incurrirá en la ira de Dios ‒, dijo Miguel.

Silencio. La mirada de Smith atravesó a Miguel: la ira burbujeaba dentro de él como un volcán se llena de gases y lava.

Miguel continuó arriesgadamente, ‒la ira de Dios es un río. Fluye, inflexible sin consecuencias ‒.

‒¡¿Y qué?! ‒el Sr. Smith finalmente explotó, agitando sus brazos en el aire con movimientos exasperados. Su rostro estaba al rojo vivo. Respiró hondo y lo dejó salir en pequeños incrementos. Se arregló la corbata y dejó que sus manos descansaran sobre sus caderas. Smith entró en el agujero que Miguel había cavado y le arrebató la piedra preciosa de las manos.

Miró a Miguel a los ojos y dijo: ‒Que se represan los ríos. Siga cavando.

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