II-Lo que en realidad pudo escribir ella:

Lo que en realidad pudo escribir ella:

Ah Diós, 2 de julio del 2019

En el tren, ¿cómo me invento que es la mesa la que llora? Esperaba una colisión, pulverizarme tan cerca, tan cerca del sol. Tan cerca que he podido estar dentro de él. Ríete tú de la mujer aureolada de Dante y de Petrarca, no te conocieron. Por favor sigue leyendo que esto no es una carta de amor, o puede que lo sea, pero prometo que no es triste. Tan llena, con tanto por aprender, con centenares de líneas de bellezas y verdades que plasmar. No estoy triste. No lloro de impotencia, lloro de placer, el placer de encontrarte, tu sabia y bella luz de bronce que me ha despertado antes de que el reloj se acordara de afrontar la realidad. ¿Lo has visto que no sabía cómo nadar esta mañana?

No te esperaba tan temprano. Ese abrazo me ha llenado de aire hasta el «no sé cuando nos veremos pero…» pero. Tantas cosas conseguiremos vernos te he cortado quiero verte. Nunca dejo que hables tú. Seremos agua como el aire, pegados a la piel, tus besos, a los oídos, tus palabras, en el pelo tus caricias, en mi amor tu corazón. Prendido de encontrarte entre estas colinas que ahora tienen ese color de veranos niños y en invierno son tan verdes. La probabilidad de que nos conociéramos las almas era una de entre tantísimas, cuantísimas, muchísimas, otras vidas sin pureza, sin dulzura, sin sobremesas, sin sentir como las tú y yo que me da la potencia de los dioses, la inocencia de los niños y la belleza de lo humilde. Yo no pido más, solo seguir en el camino —no porque crea o sepa que está o no escrito—. Te estimo y no estoy triste de tener un trocito de mi en ti, espero protegerte del reloj de realidad que congela de tren en tren, el tiempo.

O bien,

Media distancia de Delicias – Atocha, 24 de noviembre 2021

Si levanto la vista de mi punta de lápiz veo a un caballero vestido exactamente como el viajero de enfrente. El uno duerme y el otro juega al solitario. Al tomar el billete decidí que el vagón silencio sería el más adecuado para percibir el rugido inexistente de los trenes en 2021. El ambiente del vagón parece teñirse de Bussiness class y por eso supongo que la madera con la que escribo acaba estilizando mi letra como si fueran firmas de altos cargos. En el asiento en diagonal, tengo otro varón anotando líneas que se forjan en una reunión aparentemente seria. Prefiero no leer mucho más por no convertirme en una fisgona. También por no descubrir un secreto de Estado que me pese en el silencio, aunque sospecho que esta clase de asuntos no se tratan en un tren. Solo diré que el caballero con la manga replegada parece ser republicano, su twitter le delata. Me consuela que su fondo de escritorio esté tan abarrotado como el mío. Detengo aquí su descripción a riesgo de ser la cotilla de este tren y de que exista alguien detrás de mi pescuezo cazando lo que garabateo.

Pero lo que de verdad quedó escrito fue lo siguiente. Porque el dolor, como el aceite en un vaso seco recién llenado, es siempre lo que sale a flote cuando nadie observa. Y ese día, al desprenderse de la ironía como del abrigo, su luz gris no llamó la atención a nadie.


(El dolor de la espera, la semana que viene)

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