Sinopsis
En diciembre de 1999 ocurrió que, en algunos estados de Venezuela, principalmente en el estado Vargas, la furia de la naturaleza se cobró la vida de miles de personas. Esta historia se sitúa, en la urbanización Los Corales, y se cuenta como un grupo de personas logró sobrevivir a la furia del río San Julián entre los días 15 y 16 de diciembre de 1999.
Brindis de fin de año
Antes de comenzar este relato, es necesario ubicarnos en el tiempo y en el espacio. Nos encontramos en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, son tiempos decembrinos del año 1999.En el Departamento de Investigación de Operaciones y Computación (DIOC), que es en donde trabajo como preparador de programación.
Muchos profesores, preparadores, pasantes y personas que laboran en el DIOC, piensan, en un ambiente lleno de mucha confusión, que el 14 de diciembre será posiblemente nuestro último día en democracia, mientras otros creen que se aproximan cambios muy beneficiosos para el desarrollo del país, pues, al siguiente se celebrará un referéndum consultivo, que podría provocar grandes cambios, unos dicen que bueno, otros que malos, pero, al fin y al cabo, grandes cambios.
Por tal motivo, el martes, 14 de diciembre festejaremos a lo grande, botaremos la casa por la ventana, será una fecha icónica, con la cual se definirá un antes y un después, por lo que será nuestra fecha para la celebración de fin de año, fin de la Venezuela que conocemos.
El miércoles 15 de diciembre de 1999 a las 03:40 AM aproximadamente, después de haber festejado hasta el cansancio con mis amigos y compañeros de la Universidad Central de Venezuela, mi alma máter, en Caracas, con motivo de la fiesta de fin de año del Departamento de Investigación de Operaciones y Computación, me dirigí a mi casa en Los Corales (Caraballeda, Estado Vargas) en mi Toyota Corolla año 87.
Comenzando la autopista Caracas – La Guaira, una neblina fuerte y densa, envuelve casi por completo mi automóvil, dejándome poca visibilidad, por lo que tengo que conducir con extrema precaución. Mi corazón empieza a latir un poco más rápido de lo normal.
A las 03:50 AM aproximadamente, al culminar el recorrido por la autopista, puedo apreciar un ambiente húmedo y desolado, como queriendo romper a llover de un momento a otro. Un silencio total y aterrador reina por las vías que tránsito, me siento como único dueño de las calles, no veo casi ningún vehículo en circulación. A los minutos, ya comienzo a relajarme, siento que todo está despejado y bajo control.
A las 04:00 AM aproximadamente, repentinamente comienza a llover con mucha fuerza a la altura de Camurí Chico, como si de un gigantesco balde de agua se tratara, observo con preocupación como el cerro a mi derecha comienza a ceder y a tapiar la vía. Puedo ver por mi retrovisor como más de dos vehículos comienzan a ser tragados por el fango, por lo que sin pensarlo mucho tomo el canal contrario, tocando corneta y haciendo cambio de luces desesperadamente, rogando a Dios que los vehículos que podrían aparecer en dirección opuesta no me impactaran.
Podía apreciar claramente como se deslizaban las capas de tierra del montículo a mi derecha, que iban cubriendo la vía que hace unos pocos instantes acababa de pasar, y también como otros vehículos no tendrían la misma suerte que la mía de no quedar atrapados por el deslave.
Luego de atravesar el sector de Camurí Chico, observo que la vía del Palmar Este a Los Corales está convertida en una gran laguna. No dejo de acelerar en ningún momento para evitar que entrara agua por el tubo de escape de mi auto.
Nunca en mi vida me había costado tanto llegar a casa, pero ni por mi mente me pasaba que sería aún más difícil salir.
A las 04:30 AM aproximadamente, al fin logro bajarme de mi carro, pensé por un momento en besar el piso, pero a los pocos instantes desistí. Procuro entrar con el mayor silencio posible, casi que, en cuclillas, para evitar despertar a mis padres. Navego un poco por internet procurando enterarme de algo relacionado con lo acabado de vivir y así aprovecho de pasar el susto, y ¡que susto!, luego de unos minutos me acuesto sin imaginarme que sería esta la última vez que dormiría en mi cuarto.
A las 12:30 PM aproximadamente, luego de lograr descansar unas siete horas, me levanto de mi cama con toda mi calma, olvidándome por completo de lo vivido hace unas pocas horas. Seguidamente me doy un buen baño y me preparo algo de comer, que no sé si llamar desayuno o almuerzo. Finalmente, como todo venezolano, con fe en la moribunda constitución, voy a votar, para luego pasar lo que queda del día viendo el noticiero con información relacionada con el referéndum, en paralelo con la información referente a los deslaves que se estaban presentando en distintas partes de la Gran Caracas, y muy en especial en el estado Vargas, pero todos estos derrumbes para mí eran como muy lejanos, desgracia que, a mi juicio, otros tendrían que lidiar, ¿pero yo?, ni remotamente.
Muchos dirigentes del país, no solamente políticos, claman al gobierno por la suspensión del referéndum, para aplicar un plan de evacuación en los sectores de alto riesgo, pero la respuesta obtenida no fue otra que: «¡Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella, y haremos que nos obedezca!».
Son como las 10:30 PM, el día ha pasado volando, me disponía hacer arreglos en mi horario de sueño, para evitar convertirme en un ser noctámbulo, pero al cerrar la puerta de la cocina de mi casa, me pareció escuchar el sonido de mi viejo y conocido río San Julián un poco fuera de lo común, acompañado de un peculiar olor, algo extraño y difícil de describir, pero aventurándome un poco diría que era algo así como una mezcla de grama, madera y tierra con un gran toque de agua. Algo despertó mi atención, pues no me parecía normal el comportamiento de mi muy cercano río, por lo que decidí cambiar de planes y salir a observarlo más de cerca.
A medida que me acerco hacia mi viejo amigo, el río San Julián, se escucha un traqueto de piedras bastante fuerte, y al llegar al borde, quedé totalmente impresionado al apreciar el caudal y la velocidad con que arrastraba todo tipo de objetos, verdaderamente impactante, tanto, que me regresé a la casa a notificarle a mi padre sobre el nuevo aspecto imponente y aterrador de nuestro querido río.
Si bien la velocidad y el nivel del río, a escasos metros, por no decir centímetros, para el desbordamiento, infundían cierto temor, la verdad es que me parecía un espectáculo único y digno de admirar, por lo que me quedé, junto a muchos de mis vecinos, que salieron de sus casas por razones similares a la mía.
Embebidos tanto yo, como mis vecinos en este fenómeno natural y único, se nos fueron como dos horas casi sin darnos cuenta, todos impresionados de como el río arrastraba piedras de tamaños descomunales, y árboles gigantescos. Árboles provenientes, muy seguramente de lo más alto del cerro Ávila, ya el deslave había comenzado, y mis vecinos y yo no nos habíamos enterado, … ¡qué peligro!
Pensando aún, inocentemente, que todo esto no era más que un simple, permítanme expresarlo en criollo, palo de agua, que se estaba tomando atribuciones un poco fuera de lo normal, me atreví a pronunciar bromas como esta: – «Ese río del carrizo se va a desbordar y nos vamos a morir todos», pero como dije, eran sólo bromas, ni por un segundo pensé que realmente estábamos a escasos momentos de uno de los desastres naturales más grandes en la historia de nuestro país.
Como realmente no entendía lo que, de hecho, ya estaba ocurriendo, pues el deslave ya había comenzado, mi ignorancia me hacía pensar que en caso de un desbordamiento del río San Julián, lo más que podría ocurrir era que nuestras casas se llenaran de agua y listo, luego poner a secar todo, borrón y cuenta nueva.
A las puertas de la tragedia
A las 11:50 PM aproximadamente, busco las llaves de mi auto, y enciendo la radio, para enterarme que tan grave es lo que está aconteciendo, y escucho horrorizado como un locutor de unas de las emisoras FM del litoral, narrando en vivo, que cierta zona del estado Vargas ha sido gravemente afectada por los fuertes deslaves, y que él, se acaba de salvar milagrosamente.
Sintonizo luego otras emisoras y escucho que todas están narrando sobre el estado de emergencia que está viviendo el estado Vargas. Pero por más noticias desastrosas sobre las zonas adyacentes a la mía, mi mente no podía imaginarse, pero ni por un segundo, que existía la posibilidad de que mi casa pudiese ser alcanzada por todos estos desastres.
Durante los 25 años que tenía viviendo en Los Corales, nunca me enteré de que mi casa, y las de mis vecinos, estaban fundadas sobre un lecho de río.
Ya llegamos al jueves 16 de diciembre de 1999, son como 12:15 AM, debido a que comenzó a llover, mientras observaba el río junto a algunos de mis vecinos, Reinaldo Remy, Natalio, Carlos Alberto y algunos otros, nos movilizamos a la casa de la madre de mi amigo Reinaldo, la señora Zaida, que se encontraba justo en frente de la mía.
Antes de continuar, considero necesario aclarar que antes solo llovía en la cabecera de la montaña, situación que se mantenía de forma prácticamente continua desde hace varios días, ahora ya llovía en todo Los Corales, y quizás en todo el estado Vargas, y desde entonces no paró de llover en muchas horas, me atrevería a afirmar que fueron entre 16 y 17 horas de una continua y fuerte lluvia.
Sin todavía poder imaginarlo, ya estábamos a escasos minutos de cambiar nuestros rostros de curiosidad y asombro, en rostros de pánico y terror.
A las 12:45 AM aproximadamente, la lluvia amaina un poco, por lo que aprovecho para encender un cigarrillo, mientras me paseo conversando con total calma con mi vecino y gran amigo de infancia Carlos Alberto, algo hace que nuestra atención se centre hacia la entrada de su casa y la de otros vecinos, la familia Carrasco. Un segundo después, sin previo aviso, y sin pedir permiso, el río San Julián nos muestra su peor faceta, por lo menos la que yo le había visto hasta entonces, haciendo estallar con gran estruendo los estacionamientos y las entradas de las casas señaladas anteriormente.
El río reclamaba un nuevo cauce, o, mejor dicho, su antiguo cauce, el cual le había sido arrebatado hace algunas décadas. En mi vida había visto un espectáculo tan aterrador, pues el río se hacía acompañar de piedras y árboles de todos los tamaños y colores, también de vehículos de todas las marcas y modelos, y muchas cosas más, pero créanme que en ese momento no estaba como para detallar a profundidad todo lo que el río arrastraba consigo, pues lo verdaderamente preocupante es que iba destruyendo todo lo que se le atravesara en el camino sin ningún tipo de compasión ni contemplación.
Se me salió el cigarrillo de la boca, me quedé paralizado de la impresión, mi mente no era capaz de procesar con la debida rapidez todo lo que estaba sucediendo, me habré quedado inmóvil por unos treinta o cuarenta segundos, mi percepción del tiempo en esos instantes se encontraba presentando grandes fallas.
A lo lejos y algo distante escuchaba los gritos de mi amigo Carlos Alberto, pero yo no era capaz de reaccionar, creo que me pedía que le abriera la pequeña puerta que formaba parte del portón del garaje de mi casa, de manera que, atravesando mi casa, pudiera llegar a la suya, pues nuestras viviendas se encontraban separadas por un muro de más o menos tres metros, ya que como les mencioné antes, la entrada normal a su casa se acababa de obstruir.
Al cabo de cierto tiempo, que con toda franqueza me es imposible precisar, al fin reaccioné, y creo haber corrido primero en dirección contraria, o sin un rumbo lógico, hasta que logré entrar en razón, y me dirigí lo más rápido que pude a abrir la pequeña puerta que forma parte del portón de mi casa, pero Carlos Alberto ya hacía mucho que lo había brincado y ya se encontraba en su casa socorriendo a su familia.
Sin todavía comprender muy bien todo lo que está ocurriendo, ingreso a mi casa golpeando todo lo que me encontraba a mi paso, buscando llamar la atención de toda mi familia, para levantar a mis padres Guillermo y Rosita, y a mi hermano Ignacio de sus camas, gritando a todo pulmón: – ¡Despierten, despierten, … suban todos al techo, el río se nos viene encima!
Ya son como la 01:30 AM, y luego de recobrar la calma y la sensatez, me percato que tengo de visita como a veinte o treinta de mis vecinos, quizás más aún, también puedo evaluar con mucha pena y tristeza que la mayoría de sus casas se encuentran en gran parte destrozadas.
Mi casa se encuentra prácticamente intacta aún por bondad de Dios y de la geografía, pero esta suerte tiene fecha de caducidad, y su vencimiento se cumplirá en unas pocas horas.
Al comprender mejor lo que podría estar ocurriendo realmente, fue cuando me acordé que tengo más familia en el estado Vargas, aparte de mis padres y de mi hermano Ignacio. Tengo a mi hermano César, su esposa Elia, y mis sobrinos María De Los Ángeles, Mónica Isabel y José Gabriel, viven en el Palmar Este, Caraballeda, relativamente cerca de mi casa, y no se de ellos, también tengo a mi hermano Abelardo, que es sacerdote y se encuentra en Maiquetía, no tengo idea de cómo estará eso por allá, espero este bien, también tengo a mi tío Néstor, su esposa Aura y sus hijos Aurinel y Néstor Javier, y a mi primo Nestico y su esposa Zenaida, junto a sus hijas Mariam y Brenda, que viven entre Caraballeda y Tanaguarena, tampoco tengo idea de cómo estarán.
Al acordarme al fin de mi familia, es cuando decido sacar mi celular y procurar comunicarme con ellos, pero me fue imposible, las líneas se encontraban colapsadas. Intentaba una y otra vez, también mis padres y mi hermano, procuraban establecer comunicación con ellos, pero igualmente en vano.
Luego de tantos intentos y fracasos por comunicarme con mis otros familiares en el estado Vargas, opté por llamar a mi hermana Auxi y mi cuñado Wiston, quienes viven en Las Mercedes, en Caracas, por suerte, finalmente tuve éxito, y los puse al tanto de lo que estaba ocurriendo, por lo menos en Los Corales, y le pedí que buscara la manera de alertar al resto de nuestra familia.
Los huéspedes inesperados
Son más de la 01:45 AM, a mi casa siguen llegando vecinos, entre ellos Reinaldo Medina, su esposa Reina, su sobrina Maite y otro sobrino más cuyo nombre no recuerdo. Afortunadamente la esposa de Reinaldo es doctora, la cual más adelante nos será de gran ayuda.
Me informa Reinaldo, que todos ellos se encontraban durmiendo plácidamente, cuando repentinamente su casa fue impactada por numerosos objetos de todos los tamaños, tipos y colores, entre ellos un automóvil último modelo que quedó aparcado en su sala.
La verdad es que se salvaron milagrosamente, ya que pudieron ser arrastrado por estos objetos, como lamentablemente les ocurrió a muchas familias de Los Corales.
El río San Julián insistía en reclamar su antiguo cauce, y desgraciadamente el lado Oeste de la casa de mi vecino Reinaldo Medina se encontraba en su camino.
Ya cercanos a las 02:00 PM, de todas las casas que se encontraban alrededor de la mía, mi casa era la que se encontraba menos afectada por los destrozos ocasionados por el río San Julián, razón por la cual seguíamos recibiendo visitas de nuestros vecinos más cercanos, y no tan cercanos, como fue el caso del párroco de Los Corales, el padre Reinaldo Herrera, cuya casa parroquial se encontraba como tres cuadras más arriba.
Según me han contado, porque yo no lo vi llegar, el padre Reinaldo fue acercado a mi casa por un misterioso señor, cuyo destino se desconoce. El sacerdote se encontraba en muy mal estado, y está vivo de milagro, pues, hace unos minutos atrás, el río lo sacó de la casa parroquial junto a su madre, la Sra. Haidé, y su hermana menor Isabel.
Lamentablemente su madre y su hermana no sobrevivieron. Llegados a esta altura del relato, considero necesario recalcar, que los ánimos de todos mis huéspedes se encuentran un poco alterados, cualquier información desagradable podría afectarlos profundamente, por lo que procuré que esta noticia no se divulgase sin necesidad, ya que no consideraba pertinente seguir sembrando más pánico y terror, del que ya estábamos viviendo.
Minutos antes, sentí un fuerte deseo de confesarme, y desee tener esta oportunidad, pero jamás pensé que Dios me tomaría este deseo tan enserio.
También tuve el honor de recibir en mi casa, a otra visita un poco lejana, un joven de nombre Benjamín, junto con su esposa Dayana y su hija de pocos meses de edad. Benjamín y su familia son vecinos de la Residencia Parque Mar, muy conocida en Los Corales y el estado Vargas en general, por su gran cantidad y variedad de piscinas, trampolines y plataforma de todas las alturas. Gran parte de los recuerdos de mi infancia se los debo a esa residencia.
Benjamín se encontraba camino a su casa, pero debido a las vías se encontraban obstruidas, se vio obligado a visitarnos sin ni siquiera conocernos, pero igualmente fue bien recibido, tanto el cómo su esposa y su hija.
Benjamín resultó ser de gran ayuda, diría que gracias a él salimos muchos con vida, a pesar de encontrar todos los pronósticos en contra. Siempre demostró un espíritu de tranquilidad y optimismo, de esos que se pegan y te dan más ánimo y fortaleza para seguir adelante.
Seguían llegando vecinos a mi casa, ya conformábamos una junta de más de 50 personas. Los rostros de muchos transmitían excesiva angustia, y en sus miradas solo reflejaban desesperanza, pues el río estaba cercando mi casa cada vez más, cada vez era más difícil salir de nuestro refugio, pero no sería hasta las 9:00 AM que el río comenzaría a derribar el muro de mi casa. El temor y la incertidumbre se convirtieron en nuestros compañeros el resto de la noche, por supuesto nadie durmió.
Las horas iban pasando, y la lluvia no amainaba. Por temor a que el muro, que rodeaba nuestra casa, y nos servía como barrera de protección, pudiese ceder de un momento a otro a las envestidas del río, la mayoría de los vecinos se encontraban en el techo de mi casa, lugar que a la mayoría de nosotros considerábamos más seguro.
El pequeño inconveniente de refugiarnos en el techo de mi casa es que no tenemos, otro techo sobre este, que nos dé cobijo.
Muchos vecinos me solicitaban franelas, medias, toallas y otras prendas de vestir. Mi hermano Ignacio y yo, que nos sentíamos en la obligación de atender lo mejor posible a la inesperada visita, al principio con gusto le íbamos atendiendo todas sus necesidades, cediendo nuestras prendas más viejitas, pero al cabo de un tiempo, ya nos tocaba decidir si nos desprendíamos de nuestras ropas más preciadas.
Si bien el resultado final fue la pérdida de muchas vidas humanas, solamente en mi cuadra murieron más de 17 personas, y pérdida total de nuestra casa y la de los alrededores, hasta este momento aún conservaba esperanzas de que toda esta locura parara, y que nuestra casa no fuese derribada, por lo que si entregábamos toda nuestras ropas, ¿Cómo nos vestiríamos luego?, pero la ocasión puso a prueba nuestro apego a lo material, y, pues bien, en esta ocasión ganó el desprendimiento, pero no crean que por mucho.
Como mencioné anteriormente, por fortuna se encontraba un médico en mi caso, Reina, la esposa de Reinaldo Medina, quien a pesar de no disponer de los implementos necesarios para atender a nuestro párroco, el padre Rinaldo, que como también mencioné anteriormente, se encontraba en muy mal estado, en medio de la escaza luz que proporcionaban las velas, pues la luz eléctrica ya hacia muchas horas que nos había abandonado, como pudo le entablilló la mano izquierda con una cinta de VHS y le brindó una asistencia médica de primera.
Durante el resto de la madrugada me la pasé subiendo y bajando del techo, al igual que mi hermano y algunos vecinos, atendiendo a todos los que se encontraban en mi casa, tratando de darles el mayor ánimo posible.
Creo que por el hecho de que mi casa fuese un centro de refugiados, mis padres, mi hermano y yo, nos sentíamos en el deber de ser los anfitriones, y atender con la mayor cordialidad a nuestros inesperados huéspedes.
Debido a que muchos de nosotros nos encontrábamos en constante movimiento, para evaluar continuamente la resistencia del muro contra las insistentes envestidas del río, y la lluvia que no cesaba, permanecíamos mojado y en consecuencia con frio, por lo que decidí oportuno sacar dos botellas de whisky y una de ron para calentarnos un poco, y por otro lado serenar los ánimos, que se encontraban muy alterados.
Esperando un nuevo amanecer
Son más de las 04:00 AM, seguía esperando con muchas ansias el amanecer, pero el cansancio y el estrés le suplican a mi cuerpo que es momento de tomar un descanso. Intento dormir un poco en el cuarto de mi hermano Ignacio, no sé porque razón no me fui al mío, quizás ahí me sentía más seguro, veo a mi gato Copérnico, inocente de todo lo que está ocurriendo, y lo acaricio un poco. Trato de cerrar los ojos, pero no logro descansar ni quince minutos, el temor de no poder reaccionar a tiempo ante cualquier emergencia me impide darle órdenes a mi cuerpo para que tome un descanso.
Sigo movilizándome de un lugar a otro más o menos durante una hora, pero mi cuerpo sigue reclamándome un descanso, intento cerrar los ojos nuevamente, pero en esta ocasión en el cuarto de mi hermano Abelardo, que a pesar de que él es sacerdote, y ya no vive en la casa, mis padres le conservan aún su cuarto. Igualmente abro los ojos a los cinco minutos, me es imposible darle un descanso a mi cuerpo, la necesidad de mantenerme en estado de alerta me lo impide.
La espera del amanecer se me hace eterna, contaba con un espectacular día soleado, pensaba que los rayos solares iban a parar toda esta locura, y que aparte de proporcionarnos mayor visibilidad, de algún modo milagroso iban a evaporar toda esta agua y frenar el deslave, pero ¡qué va!, nada de esta fantasía ocurrió, la gran cantidad de nubes no nos permitió recibir al Sol con bombos y platillos, y parar la hora, verdaderamente nos proporcionó escasa luz.
El amanecer cada vez está más cerca, ya son un poco más de las 06:00 AM, cuando pensaba que estábamos completos, aparece en mi casa otro vecino, Arturo, un joven que en mi vida había visto, y que, por algún motivo muy extraño para mí, había permanecido en su casa hasta este momento, quizás consideró que ya su casa no era un lugar seguro, y que en la mía podría estar a salvo por lo menos un par de horas más.
Mi hermano Ignacio y mi vecino Natalio me cuentan que Arturo sostenía una tabla de surf cuando se apareció en nuestra casa, los motivos de esto lo desconocemos, la verdad nadie se lo preguntó, pero a algunos vecinos les causo gracia, ¿será que pretendería usarla para surfear estas olas de piedra, troncos y demás objetos que el río llevaba consigo?
En muchas ocasiones me llegaban pensamiento de esos que me impulsaban a salvarme a mí mismo, sin importarme los demás, pero al pensar en mis padres y en mi hermano, se desvanecían al instante, mi suerte estaba atada a la de ellos, y eso no tendría discusión. Esto lo comento porque en cierto modo, envidiaba a Arturo, sin padres ni hermanos de quién preocuparse, sino solo de sí mismo, ya que él se encontraba sólo en su casa al momento del deslave, y mis pensamientos cobardes y egoístas no dejaban de murmurar: – «Si fuese él, buscaría la manera de salvarme yo solo sin importarme más nadie». Muchas de las cosas que me decía no eran las más sensatas, pero no podía evitar pensarlo.
Arturo fue otro de nuestros huéspedes que demostró mucho valor. Mi casa se encontraba cada vez más cercada por el río, ya los muros que la protegían cederían de un momento a otro, e indiscutiblemente el lugar más seguro era el techo de mi casa, el permanecer abajo se hacía cada vez más inseguro y peligroso. Era necesario buscar una vía de escape, ya nuestro refugio no aguantaría mucho más, y en esta situación, Arturo se portó extremadamente heroico, al intentar encontrar una vía de escape, explorando los alrededores abajo en la casa, sabiendo que podría ser barrido por una avalancha de un momento a otro, y efectivamente así ocurrió, pero él, como pudo, regresó al techo de mi casa, sano y salvo, algo aporreado, pero sin heridas graves.
Luego de pasado las 08:00 AM, la necesidad de buscar una ruta de escape se hacía cada vez más imperiosa, el río seguía reclamando más terreno, y nuestra casa sería barrida de un momento a otro, por lo que salí a dar un recorrido por los alrededores, en donde me encontré con Benjamín, que también andaba en lo mismo.
Tanto Benjamín como yo consideramos una ruta, como posible vía de escape, pero un poco complicada de transitar para niños y personas mayores. Finalmente, esta ruta solo fue tomada, minutos más tarde, por un pequeño grupo de mis huéspedes, creo que como de unas doce personas.
Creo que Benjamín no se atrevió a tomar esta ruta por temor a no poder lograrlo con su hija de meses en brazos. En mi caso, yo les propuse a mis padres y a mi hermano la ruta estudiada, pero en realidad tanto ellos como yo estábamos indecisos de qué camino tomar, por alguna razón nos sentíamos más seguros en el techo de nuestra casa. En realidad, yo no estaba muy convencido de que ésa ruta era la vía de escape más segura, ¿sería posible atravesarla con mis padres?, todos los posibles caminos me parecían inseguros, al final ese lugar que propuse no fue derribado, ¿pero que iba a saber yo?
A las 09:00 AM aproximadamente, ya el río no nos quiere conceder más plazo, y comienza a desbordares por la parte este, canalizada en el gobierno de Pérez Jiménez, y ahora sí que los muros no resistirán por mucho tiempo más. Desde la azotea de mi casa se podía observar como el río reclamaba su cauce natural sin piedad alguna, y derribaba todo lo que se atraviesa en su camino, era aterrador percibir su furia, ver como derrumbaba casas de dos y más pisos como si fuesen de cartón, el sonido era estrepitoso. Mi casa temblaba con el impacto de todo tipo de objetos contra nuestro muro que milagrosamente seguía resistiendo. Yo por mi parte pensaba que no nos quedaban más de quince minutos de vida.
Para subir al techo de mi casa no se disponía de ningún medio cómodo, sino de una escalera movible, que para una persona mayor o lesionada implicaría un gran esfuerzo, razón por la cual todavía quedaban personas refugiadas dentro de mi casa.
En los siguientes minutos decidimos trasladar a todos los refugiados que quedaban dentro de mi casa a la azotea, ya que como dije anteriormente el muro que nos protegía de las envestidas del río estaba a punto de ceder.
Todavía se encontraban en mi casa dos señoras mayores que no podían caminar con facilidad, dos niños no mayores de tres años, y nuestro querido párroco. Como pudimos, los fuimos subiendo de uno en uno, y por último nos quedaba el padre Reinaldo, y quizás una de las señoras mayores.
Si les soy sincero, yo ya no quería seguir bajando a la casa para ayudar a subir a otros, tenía mucho miedo de que el muro no resistiera más, y sabía que me exponía a morir si continuaba socorriendo personas, pero mientras me cuestionaba si volvería a bajar, mi madre me preguntó: – ‘Hijo, ¿y dónde está el padre Reinaldo?’. A lo que yo con mucha pena respondo: – ‘Está abajo en la casa, pero ya voy a tratar de subirlo’. Lo que me dijo mi madre me hizo entrar en razón, me armé de valor y bajé entonces a buscar al padre.
Al ubicar al padre Reinaldo le digo: – ‘Padre, sé que no se encuentra muy bien, pero tiene que poder caminar, ya aquí abajo no es seguro, y necesito que usted suba al techo, de lo contrario morirá aquí abajo’. Alguien me ayudó a subirlo, no recuerdo quién, pero igualmente el Padre Reinaldo sacaba fuerzas de donde no las tenía para seguir luchando.
Mi vecina María Gabriela, hermana de Carlos Alberto, y que por cariño le decimos Bebela, junto con mi hermano Ignacio, realizaron una incursión loca a su casa, o mejor dicho, a la casa de los Delgados, para buscar algunas hallacas que recién habían hecho, luego de salvar muchos obstáculos, logran llegar a la cocina de mi casa para ponerlas a calentar, cosa que me parecía más loca todavía, ya el muro cedería de un momento a otro, lo cual efectivamente comenzó a ocurrir, por lo que le gritamos desde el techo: – ‘¡Los que se encuentren abajo en la casa, suban, suban, que el muro está cediendo!’.
Bebela e Ignacio corren lo mejor que pueden para el techo, sin poder rescatar ni una hallaca, pero en eso se dan cuenta de que nos faltaba subir a unas de las señoras mayores, y armándose de todo el valor que le es posible, se dirigen en su auxilio, y como pueden la suben, si se hubiesen tardado tan solo un segundo más, no lo hubiesen logrado.
Sin encontrar una salida
A partir de las 09:30 PM aproximadamente, la situación se vuelve extremadamente tensa, y escapa un grupo como de doce personas hacia el oeste, por la ruta que habíamos estudiados hace como una hora atrás Benjamín y yo. Tiempo después me enteré de que llegaron a un edificio en la avenida principal de Los Corales, llamado Coral Prince, el cual permaneció en pie, y no cedió ante la furia del río San Julián.
Como comentaba anteriormente, la situación era muy confusa, y nos parecía difícil decidir el camino más seguro a tomar, además nos encontrábamos con dos personas de edad avanzada y el padre Reinaldo, que se encontraba muy aporreado, y muchos no nos atrevimos a abandonarlos. Creo también que la ruta de escape propuesta resultaría prácticamente imposible para ellos, e incluso para muchos de nosotros.
Luego de las 10:00 AM aproximadamente, observamos con horror como la furia del río sigue derribando todo a nuestro alrededor, por lo que, en nuestra desesperación por mantenernos con vida, un grupo de persona intenta buscar un nuevo refugio en la casa de los Delgado, pensando que quizás sería más seguro que la mía.
En esta nueva expedición, a la cual no me sumé, logran llegar a su destino como veinte personas, entre ellos, el padre Reinaldo. Cuando ya se creían a salvo, el río empieza a derribar con sus impresionantes rocas de gran tamaño, las bases de la casa, y esta comienza a temblar de manera estrepitosa, obligando a todos sus ocupantes a abandonar el lugar a la brevedad posible, por lo que comienza nuevamente la expedición, pero en sentido contrario, hacia el techo de mi casa.
El regreso fue bastante peligros, diría que, de película de acción y suspenso, algunos llegaron un poco rasguñados y golpeados, pero la que se llevó la peor parte fue otra de mis vecinas, Bellatriz, que regresó con una pierna bastante lesionada.
A pesar de que mi hermano Ignacio no se sumó a la nueva expedición, al ver que la casa de los Delgado se estaba tambaleando, corrió a socorrerlos, arriesgando su vida. En eso de ayudar a regresarse a nuestros vecinos, cuando ya se habían resguardados todos, aparece una oleada que lo cubre casi por completo, quedando sujetado creo que, de una reja, y cuando ya estaba a punto de ser arrastrado por la corriente, acude en su ayuda Benjamín, y logra traerlo de regreso con nosotros.
La adrenalina está al límite, los momentos de tensión y terror parecen no tener fin, debemos sacar fuerza de donde no la tenemos, si queremos permanecer unos minutos más con vida.
Desde el techo, miro hacia el estacionamiento, no sé en qué momento el río nos arrebató nuestros vehículos y la camioneta de nuestro huésped Benjamín, pero al ver que mi Corolla ya no estaba, me invadió un impulso de lanzar sus llaves que tenía en mi bolsillo, no lo hice por rabia y frustración de haber perdido mi carro, francamente eso era lo de menos, lo hice porque sentía una necesidad de desprenderme de todo lo que no me ayudara a sobrevivir, por eso también tiré, entre otras cosas, un zippo con su estuche de cuero, que me habían regalado en las navidades del año anterior, en la fiesta de fin de año del DIOC, Departamento de Investigación de Operaciones y Computación. El celular que llevaba a mi cintura no sé en qué momento lo perdí.
Ya son más de las 10:30 AM, todo a mi alrededor es pura destrucción, veo con absoluta claridad como la fuerza de la naturaleza va demoliendo la casa de nuestros vecinos y amigos, la familia Carrasco, con una facilidad, que la casa parecía de cristal, pero con un ruido totalmente atronador.
Observando todo lo que acontecía a mi alrededor, me invade una sensación de desaliento, y me termino de convencer de que ya no tenemos escapatoria alguna, que nos aproximamos inevitablemente a nuestro final, por lo que le aconsejo a cada uno de mis huéspedes, que, si así lo deseaban, que le pidiesen la absolución de sus pecados al padre Reinaldo. Minutos más tarde, el padre nos dio la absolución colectiva.
Mientras yo me encontraba completamente resignado, Benjamín seguía mostrando su optimismo, y estaba convencido que de esta salimos con vida.
Nos aproximamos a las 11:00 AM, con los nervios ya de punta, veo como nuestra casa se encontraba totalmente cercada por la furia del rio, por lo que desesperadamente, la mayoría de mis huéspedes comienzan a abandonar mi casa como pueden, haciendo maniobras y saltando todo tipo de obstáculos, para ir hacia el noreste, bordeando la parte embaulada del río, por encima de las casas que se encontraban ya tapiadas.
Mis niveles de desanimo y desesperanzas, ya están llegando a su límite, el protocolo de despedida de la última acogida que mi familia le pudo brindar a mis vecinos y amigos es bastante lento, ya que salir de mi casa es bastante problemático. Pasado las 11:00 AM, los huéspedes continúan abandonando mi casa, atravesando una parte del techo, que conducía a un inmenso tronco que servía de puente de escape.
Cuando ya gran parte de mis vecinos habían cruzado el puente improvisado, nuevamente la furia del rio arremete sin contemplación alguna, contra las columnas que sostenían la parte del techo que conectaba con el tronco.
El tronco sale disparado, y las columnas son derribadas en cuestión de segundos, y fue entonces cuando presencie uno de los momentos más aterradores de mi vida. Una de las señoras, hermana de unas de mis vecinas, que se encontraba de visita, fue arrastrada por la corriente de piedras y troncos, y succionada en pocos segundos hacia las profundidades del río. En ese momento yo quedé paralizado del pánico, sin poder creer lo que estaba sucediendo, era la primera vez que veía morir a alguien a pocos metros de mí.
La ya difunta mujer, se encontraba protegiendo a su madre, quien también presenció como el río se tragó a su hija, no puedo imaginarme el inmenso dolor por el que en ese momento estaría atravesando la señora, y lo peor de todo es que en esos momentos ni siquiera hay tiempo para un sentido pésame, en circunstancias así no hay tiempo para llorar, ni para lamentarse, los instintos humanos te exigen encontrar la forma de continuar con vida.
Mi hermano Ignacio, que se encontraba a unos escasos metros de la señora, fue inmediatamente a su rescate, y por muy poco no lo logra, casi muere con ella, gracias a Dios llegó a tiempo a un tramo de techo sostenido por columnas que aún no habían cedido.
Mi nivel de adrenalina se encuentra a tope, y rápidamente ayudé a mi hermano a pasar a la desdichada madre a un tramo de techo más estable, mientras observo todo al mi alrededor, me doy cuenta como la furia del río está demoliendo lo que queda de la casa de los Delgados, ya no permanece ninguna de las casas de mis vecinos en pie, solo la mía, la cual empieza a derribarse tramo a tramo.
Siento como las aguas descontroladas del río irrumpen por todos los rincones de mi casa, como vulgar ratero, hurtando lo que con tantos esfuerzos consiguieron mis padres en sus más de tres décadas de matrimonio.
Mi mente no aguantó más, y mi nivel de sentimiento de desesperanza ha sobrepasado su límite, como nunca lo había sentido. De repente mi vida dejó de tener sentido, y lo que te contaré a continuación, lo haré con una muy profunda pena.
Ya en este punto del relato, mi fe flaqueó completamente, y con un total desánimo y mirada perdida, solté a la señora que acababa de ayudar a pasar a un lugar más seguro, y dejé de luchar, ya no quería seguir viviendo esta agonía, y solo quería que todo terminara ya.
Según recuerdo, en lo que quedaba de mi casa solo permanecíamos, la señora madre de la ya difunta, otra señora mayor con dificultades severas para caminar, el señor Evans, yerno de una de las señoras mayores que se encontraban con nosotros, mis padres Rosita y Guillermo, mi hermano Ignacio y mi persona, todos los demás habían logrado escapar. Para mí, solo era cuestión de minutos, y todos dejaríamos de existir.
Definitivamente ya no me quedaba ningún tipo de esperanzas de salir con vida de ésta, e instintivamente me agarre de unas cabillas que sobresalían de unas columnas de mi casa que aún no habían cedido, como si los tres huéspedes que aún quedaban ya no importaran, me disponía a morir junto a mis padres y mi hermano. Eran cuatro las cabillas, una para mi padre, otra para mi madre, la tercera para mi hermano y la cuarta para mí.
Por unos minutos nadie pronunció palabra alguna, creo que todos estábamos tratando de asimilar todo lo que estaba aconteciendo, y diría que sin decir nada, todos estábamos de acuerdo en esperar la muerte en familia.
Al cabo de unos minutos, ya nuestros rostros se encontraban algo más serenos, creo que ya estábamos comenzando a asimilar nuestro final.
Ya, completamente resignado, observo como la furia de la naturaleza va derribando una a una las columnas de mi casa que aún quedan en pie, como van desapareciendo uno a uno los tramos de techos, y como ya el río comienza a cubrirnos lentamente, golpeándonos, por ahora, suavemente las piernas con los objetos que trae consigo.
Mientras yo estoy absorto en mis pensamientos de postrimerías, el señor Evans levanta a su suegra y la coloca cerca de nosotros. En aquel momento yo no entendía muy bien porque lo hacía, ya no había escapatoria, todos nosotros moriríamos en escasos minutos hiciésemos lo que hiciésemos. Pero el señor Evans no se había rendido. Yo me comporté cobardemente al perder todo tipo de esperanza, me equivoqué, y le pido perdón a Dios. Ahora creo, y estoy plenamente convencido de ello, que hay que luchar hasta el último momento.
A lo lejos, una querida vecina nuestra, la señora Carmencita Carrasco, quien se encuentra refugiada en una edificación más segura, que aguantó finalmente las envestidas del río, observa que nosotros estamos a punto de ser arrastrados por río, y sin fuerzas para seguir viendo, retira la mirada, se aparta del lugar desde donde nos mira, y hace lo que mejor puede hacer por nosotros: ¡rezar!
El blanco perfecto
Luego de las 11:30 AM aproximadamente, mi mente continuaba aun asimilando todo lo acontecido en los últimos minutos, y me encuentro haciendo grandes esfuerzos para recuperarme de mi cobardía, y tratando de recobrar las ganas de luchar, aún convencido, que lo seguro en los próximos minutos, será la muerte. Pero si voy a morir, deberá será con dignidad, y me vino uno de esos pensamientos locos, que solo llegan en momentos de crisis: ‘Macho que se respeta (frase popularizada por un cómico de nuestra TV venezolana, Emilio Lovera), muere dignamente dándole la mayor alegría a los más necesitados’.
En este momento pasaron muchos pensamientos por mi cabeza, y también toda mi vida en cuestión de segundos. … ¿Esto era todo?, … ¿Hasta aquí llegué?, … ¿Ya terminó todo?, … pero si no he hecho nada con mi vida, ninguna cosa grandiosa por lo que ser recordado, … solamente he sabido perder el tiempo, … en pocos meses ya nadie se acordará de que yo existí, … que corta es la vida, apenas la empiezas y ya se está terminando. Disculpen si estos disparates en mi mente pueden sonar soberbios y miserables, pero si les soy sincero, estos fueron los tipos de pensamiento que se asomaban en mi cabeza en este momento crítico de mi vida.
Creo que ya no le tenía miedo a la muerte, o quizás estaba tratando de convencerme de ello, pero …, no quería una muerte lenta, golpeado por piedras y troncos, apagándose uno a uno los miembros de mi cuerpo, por lo que le pedía a Dios que me mandara una muerta rápida, seca, sin dolor, en donde simplemente aprietas un interruptor, … ¡y listo!, ya pasaste a la otra vida.
Pero también me invadían otros pensamientos: ‘¡Macho que se respeta muere como tiene que morir y ya!’, y quizás con ese sufrimiento nos saltemos un pedacito de purgatorio.
Para ser más franco aún, por mi mente pasaban en cuestión de segundos un montón de estupideces, que no lograba parar. También me decía bromas para tratar de mantener la moral en alto, y a pesar del temor en que me encontraba, lo último que deseaba era perder el humor.
Como si estuviéramos en un templo, nadie habló, como esperando a que alguien oficiara algún tipo de ceremonia. Creo que todas las personas que quedaban conmigo, estaban absortos en sus pensamientos, en sus plegarias particulares, quizás tratando de asimilar sus últimos minutos de vida, pues en este punto del relato, ya no existía manera alguna de escapar del trozo de techo de mi casa.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero finalmente rompo el silencio, y me dirijo a mis padres y a mi hermano: – ‘¡Tranquilos todos, que, en menos de diez minutos, estaremos en el cielo gozando un puyero y riéndonos de todo esto!’. Al decir estas palabras, sentí que una gran paz se apoderaba de nosotros, y creo que todos nos tranquilizamos enormemente.
Han pasado más de quince minutos y nosotros aún con vida. Al notar que son las doce del mediodía decidimos rezar el Ángelus, una oración corta que algunos católicos acostumbran a rezar a ciertas horas del día, en mi familia lo acostumbramos a rezarlo a las 12 M.
El agua ya cubre nuestros pies, pero aún por debajo de las rodillas. El río trae consigo tierra y hasta el momento objetos pequeños como ramas, maderas de muebles demolidos, y cualquier otra cosa del hogar que te quieras imaginar.
La tierra presente en la corriente del río comenzaba a asentarse sobre nuestros pies, razón por la cual mi papá nos aconseja que lo mantengamos en movimiento para evitar quedar atrapados, mientras yo por mi parte no le hago mucho caso, quería salir de este asunto, que termináramos de morir de una vez por todas y listo. Pero luego decidí obedecerle, al fin y al cabo, es mi padre, y gracias a su consejo no se me enterraron los pies, pero si perdí mi calzado por cabeza dura.
Ya son las 12:15 PM aproximadamente, el nivel del agua continua en aumento, y la corriente está tomando cada vez más fuerzas, ya prácticamente no queda nada en pie a nuestro alrededor, solo somos siete personas en un trozo de techo de no más de cuatro metros cuadrados, que se mantiene aún en pie porque sus columnas no han querido ceder.
Los objetos provenientes del río comienzan a golpearnos con más ánimo, uno de ellos le rasgó gran parte del vestido a una de las señoras mayores que aún quedaban con nosotros, y a la que poco tiempo después perderíamos para siempre.
Como si supiera quienes somos, nuestra mata de mango, que por tantos años nos brindó de sus frutos, y que aún sigue en pie dando batalla, hace de barrera, para evitar que los objetos que vienen a gran velocidad impacten directamente sobre nosotros.
Luego de las 12:45 PM aproximadamente, nuestra mata de mango hace todo lo que puede por protegernos, pero finalmente es abatida por la furia de la naturaleza, y sale disparada sin atreverse a barrernos.
Ya estamos convertidos en el blanco perfecto, solo basta esperar algún objeto de dimensiones descomunales que se digne a llevarnos consigo. A lo lejos se divisa un tronco de gran tamaño y a gran velocidad, justo en nuestra dirección, al parecer está decidido a poner fin a nuestras vidas, pero a unos escasos metros de nosotros, justo a punto de barrernos, algo lo detuvo, y este comenzó a tambalearse de un lado a otro, formando luego un dique natural que en cualquier momento podía estallar.
Ya nuestra adrenalina no da para más, y para no seguir perdiendo el tiempo, mientras esperábamos a esa bendita muerte que no acababa de llegar, mi madre nos sugiere rezar el rosario.
Les confieso que no me parecía buen momento para rezar el rosario, la verdad estaba presentando serios problemas de concentración, pero bueno, si vamos a morir, que sea rezando el rosario.
A los minutos de culminar el santo rosario, que, por cierto, estaba plenamente convencido de que no lo terminaríamos, se aparca una inmensa piedra, que no sé en qué momento apareció, al Este del trozo de techo sobre el que aún nos encontrábamos.
La piedra forma una especie de puente de escape, muy difícil de atravesar para una persona con dificultades para caminar. Durante unos segundos evalúo la nueva situación, allí, ante nuestros ojos se encontraba una salida, pero no veía la forma en que las dos señoras mayores que se encontraban con nosotros nos pudiesen acompañar, yo no me encontraba en condiciones como para llevarlas cargadas por un terreno tan complicado, y mucho menos mi hermano. Luego de meditarlo por algún tiempo, y tampoco es que nos sobrara, les digo a mis padres: – ‘Tendremos que tomar una decisión difícil: o nos quedamos a morir con estas dos señoras que no pueden caminar, o, … escapamos por esa piedra’.
La decisión no fue nada fácil, a mi madre más que a nadie, le pegó mucho elegir la segunda opción, nos partía el corazón tener que abandonar a esas dos santas señoras, pero este era el último y único camino que nos quedaba, y ya no disponíamos de más tiempo para titubear.
Sin encontrar el valor para despedirnos, iniciamos nuestro escape. Todavía retumba en mis oídos el ruego de una de las señoras: – ‘¡Por favor no nos dejen, llévennos con ustedes!’.
Mi hermano y yo como pudimos nos encarámanos en la piedra y ayudamos a nuestros padres a lo mismo. Luego tendríamos que saltar hacia los techos de las casas ya demolidas por el río. Yo me fui adelante para explorar el camino, pues tenía que estar seguro de que el terreno que pisáramos soportara nuestro peso, mientras mi hermano se quedó un poco más atrás para ayudar a mi madre a salvar los múltiples obstáculos que se encontraban en su camino, y mi padre más atrás aún se defendía como mejor podía.
Mi madre le suplica a Ignacio que la deje, que ella no puede más, pero mi hermano no se da por vencido y la anima a continuar con la dura expedición.
Más atrás aún se encuentra el señor Evans, quien no se resigna a abandonar a su suegra, a la cual quiere como a una madre, por lo que se quedó unos minutos más con ella, intentando salvarla, pero al ver que se aproxima una avalancha, no le queda otra opción que correr por su vida.
El trayecto final
Nos aproximamos a las 02:00 PM, mis padres, mi hermano y yo, y un poco más atrás el señor Evans, avanzamos en dirección noreste lo más rápido que podemos, antes de que la avalancha nos alcance, hasta que finalmente nos reunimos nuevamente con algunos de los que habían logrado escapar en el primer turno, al parecer eran los rezagados, porque no todos estaban, ya el grupo se había reducido muchísimo, ahora éramos como unas 18 personas.
Mi madre, mi hermano y yo habíamos perdido nuestro calzado, por no seguir los consejos de mi padre, de mantener los pies en movimiento cuando el río comenzó a inundar el trozo de techo de mi casa. Mi padre fue el único en conservarlos.
Nuestra siguiente prueba, consistía ahora, en pasar por encima de los techos de las casas que aún se mantenían en pie, y se encontraban tapiadas y destruidas en un alto porcentaje.
Para los que habíamos perdido nuestro calzado, la tarea no era fácil, ya que el techo de la mayoría de las casas era de tejas, y con frecuencia se partían al pisarlas, ocasionándonos cortadas en las plantas de los pies, que, si bien no eran profundas, producían mucha molestia al caminar.
Realizando todo tipo de peripecias para intentar no romper las tejas de los techos, me aproximo al padre Reinaldo, que comienza a caminar con el mayor equilibrio posible, sobre un tramo de techo de asbesto, estábamos separados por dos tres pasos, cuando sorpresivamente el techo sobre el cual el pisaba, no soporta más su peso, y cae inevitablemente hacia las profundidades de la casa.
En este momento me dije: – ‘Ahora sí que se nos fue el padre, de ésta no lo salva nadie’. Yo no tenía el valor ni la intención de ir a socorrerlo, ya que pensé que si lo hacía terminaría atrapado con él, por lo que intento proseguir con mi camino, pero al dar el siguiente paso, el tramo de techo de asbesto sobre el cual yo pisaba cede igualmente de manera sorpresiva, y caigo sobre una piscina de pantano afortunadamente, la cual amortiguo mi caída. En este momento pensé que era mi fin, y al mirar con mayor detenimiento, veo que estoy a escasos metros del padre Reinaldo.
El padre no puede creer mi heroicidad al venir a su rescate, y me dice: – ‘Gracias Pedro, por venir a rescatarme’, y yo con cierto sentido del humor, pero en el fondo era la verdad, le dije: – ‘No venia precisamente a eso padre, yo también caí’.
A pesar de lo lastimado que se encontraba nuestro párroco, como pude, lo agarré, y le ayudé a salir, sin tener ningún tipo de delicadeza, sin importarme que tanto dolor le ocasionase, producto de todas sus heridas, no disponía del tiempo para evaluar la mejor forma de agarrarlo.
Una vez superado este gran obstáculo, proseguimos nuestro camino, lo más aprisa posible, para evitar ser alcanzados por la avalancha que nos pisaba los talones.
Cuando por fin me recupero un poco del susto de mi última prueba, María Gabriela, que por cariño le decimos Bebela, acompañada por Lidarrita, la novia de Carlos Alberto me entrega a su sobrino, el hijo de Miran, su hermana, para que lo lleve rato. Yo que para el momento no estaba casado, y mucho menos tenía la costumbre de llevar a niños sobre mis brazos, me pareció una dura carga, pero al mismo tiempo me hacía reflexionar sobre la angustia que debían de sentir Dayana, esposa de Benjamín y Miriam al cargar y brindar la mayor protección a sus hijos por sobre sus propias vidas.
En la nueva expedición que me encontraba viviendo, la prioridad eran los niños, las mujeres y las personas mayores, siempre le debíamos de ceder el paso, cosa que siempre me pareció fácil cuando veía las películas de tragedia como «Titanic» o «La vida es bella», y ahora como me parecía difícil de poner en práctica. A pesar de que considero que no lo demostré, confieso que siempre sentí miedo al ser uno de los últimos en pasar por las partes críticas de nuestro camino, por el hecho de darle preferencia a los niños, mujeres y personas mayores.
Luego de superar los mil y un obstáculos que se presentaron en nuestro camino, nos refugiamos en lo que parecía ser el cuarto de Jorge Diaz, uno de mis vecinos de la cuadra. El cuarto se conservaba afortunadamente intacto por pertenecer a un segundo piso, el primero se encontraba completamente destrozado, solo las columnas que lo sostenían se encontraban en pie.
Concluimos que era el cuarto de Jorge, por una foto de él, que se encontraba colgada en una de las paredes. Sin pedir permiso, la mayor parte del grupo aprovechó para cambiarse de ropa y calzarse con la gran variedad de indumentaria perteneciente a mi estimado vecino. Desafortunadamente toda su ropa me quedaba chica, y mucho menos me pude calzar, ya que conseguir una talla 43 o 44 en zapatos no era nada fácil, por lo que tuve que proseguir al igual que como llegué.
Después del susto y todas las pruebas que acabamos de vivir, el cuarto de Jorge nos parecía muy acogedor, todos nos encontrábamos muy a gusto, pero igualmente estábamos conscientes de que pronto lo tendríamos que abandonar, ya que la función no había terminado, y la furia de la naturaleza le faltaba aún mucho terreno por reclamar.
Nuestro objetivo era llegar a algún edificio de la avenida La Playa, a lo lejos, estos se veían intactos, por lo menos del tercer piso en adelante.
Luego de relajarnos un poco, y tomar algo de fuerzas, decidimos retomar la marcha, y al avanzar unos cuantos metros, nos encontramos a un señor, de edad algo avanzada, encerrado en otro cuarto, con mirada perdida y como sin saber que hacer, su rostro reflejaba confusión y terror, supongo que todo lo que vivió en sus últimas horas no tenían nada que envidiarles a la que nosotros aviamos vivido. Lo invitamos a que se sumara al grupo, a cuya petición accedió gustosamente.
Cuando intentamos abandonar definitivamente el lugar, nos encontramos con que el próximo terreno a cruzar, se encuentra como a 8 metros de altura, nada fácil se saltar. Todo nuestro esfuerzo parecía en vano, ahora ¿cómo saldríamos de nuestro refugio? Después de escudriñar a fondo todos los recursos dispuestos a nuestro alrededor, milagrosamente encontramos una gigantesca escalera movible, que nos permitió de una vez por todas abandonar la casa.
En nuestro nuevo trayecto, que, por supuesto no fue nada fácil, mi estimado padre Reinaldo volvió a caer al pisar otro techo de asbesto, pero en esta ocasión fue más sencillo socorrerlo, como pude me metí por debajo del techo, y lo ayudé a salir.
Ya nos aproximamos a las 03:00 PM, en el trayecto hacia nuestro nuevo refugio, se divisa una gran mata de uvas, Carlos Alberto y Bebela se detienen a tomar algunas, olvidándose por un momento del corto tiempo que disponemos para llegar a un lugar más seguro, su madre, la señora Miriam, incrédula de lo que sus hijos están haciendo, se para atrás de su hija Bebela, y le dice: – ‘¡Pero bueno mujer!, ¿Te volviste loca?, ¡Éste no es momento para estar pensando en uvas!’.
Pero gracias a la imprudencia, o instinto de supervivencia, de Carlos Alberto y Bebela, nos dimos un gran banquete, los cuales nos brindaron una suculenta merienda, y teniendo en cuenta de que nadie ha comido nada desde la noche anterior, esas uvas sabían a gloria.
Después de salvar múltiples obstáculos, esto parecía un juego de yincana, logramos refugiarnos en una casa de tres pisos, y por supuesto nos ubicamos en la azotea, nuestro lugar preferido. Desde ahí podíamos estudiar con mayor detenimiento nuestra próxima ruta a seguir.
La lluvia no paraba, y a pesar de que nos encontramos en una zona bastante tropical, el frío nos estaba comiendo, debido a que nuestro nuevo estado natural era estar mojados.
A pesar de que nuestro nuevo refugio aún no ha sido derrumbado, teníamos la angustia de permanecer mucho tiempo allí.
En realidad, yo estaba ya, bastante tranquilo y agradecido con el Todopoderoso por habernos concedido a mi familia y mi, permanecer con vida un par de horas más, y quería vivir cada uno de los nuevos instantes de tiempo que me estaban concediendo, con la mayor intensidad posible.
Luego de las 04:45 PM aproximadamente, cuando ya casi pensamos que esto no tendría fin, la fuerza de la lluvia empieza a disminuir, y son mis vecinas Bellatriz, su hermana Betelyé, su madre y un par de personas más, que conforman el primer grupo de escape, para correr hacia algún edificio de la avenida La Playa, mientras que el resto se queda observando desde la azotea el éxito de su incursión. Pasado cierto tiempo, y ver que no regresan, suponemos que encontraron un refugio seguro.
Gracias a Dios la fuerza de la lluvia continua en descenso, y ya es momento de conformar otro grupo de escape, por lo que junto a Benjamín y su esposa Dayana e hija, salimos a explorar el terreno. Benjamín y su familia se refugian en casa de algún conocido, y yo sigo bajando hasta llegar a un edificio de la avenida La Playa. Al percatarme de que el camino es seguro, me devuelvo corriendo, casi llorando de la emoción, para hacerle señas al resto del grupo, para que me sigan.
Todos nos dirigimos lo más rápido que podemos hacia uno de los edificios, cuyo recibimiento fue sorprendente, nos sentimos como si nos estuvieran esperando, la acogida fue muy calurosa y generosa.
Dios mío, no lo puedo creer, al fin en un lugar seguro.
Luego de las 05:30 PM aproximadamente, ya todo el grupo se encontraba disfrutando de la hospitalidad de los habitantes del edificio, la meta estaba cumplida. Fue entonces el momento de descansar y de llorar, llorar por muchos motivos, llorar por la pérdida de los seres queridos, llorar por la alegría de seguir con vida, y en fin, llorar por todos los momentos traumáticos que nos había tocado vivir.
La pesadilla aún no había terminado, ahora es que comenzaba la segunda fase, escapar del estado Vargas, que se estaba convirtiendo ahora, en un pueblo sin ley, pero esa es otra historia.
A pesar de todo lo vivido, me sentí muy feliz de haber salido con vida junto a mis padres y a mi hermano, y también, a pesar de que dormimos en el piso pelado, de un apartamento que la madre de Víctor Domínguez, amigo de infancia de mi hermano Abelardo, le había prestado a mi madre, creo que fue una de las mejores noches de mi existencia.
Borrón y cuenta nueva, ahora bien, las navidades del año de 1999 se podrían considerar las más triste de mi vida, pues materialmente quedé con saldo negativo, perdí mi casa, mi carro, todas mis pertenencias y hasta la democracia, todo en un mismo día, pero visto desde otro punto de vista, ya no tenía que pintar mi casa, no tenía que preocuparme por mi carro, no tenía que preocuparme por nada, estaba libre y sin ataduras, ahora a recomenzar de nuevo, borrón y cuenta nueva.
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