Me senté en el umbral de la casa viendo el atardecer que ya tantos poetas le dieron mil rostros y dibujado de tantas formas con aquellos ornamentos característico de sus prosas. Observé como el sol se desvanecía otra vez por el mismo horizonte. Dejándome con la pequeña incertidumbre de si se le ocurrirá salir al día siguiente o si ya se cansó de brillar y decidirá no aparecer más por la ventana de mi alcoba. Pero tiene que aparecer, gracias a que la mensura del tiempo y la manecilla nos mueve a que nazca una mañana y termine muriendo el ocaso a manos de la noche. Obliga a los pajaritos cantar, a que las flores exhiban sus pétalos, a que el árbol llegue a tocar los cielos, al niño a que se haga un hombre y, al mismo tiempo, obliga a todo a morir.

Yo, siendo un relojero, lamentablemente, no soy dueño del tiempo. Solo me encargo de medirlo en un pequeño aparato para que las personas sepan que por cada tic tac les resta existencia. En todo lo que llevo ajustando manecillas, desmontando relojes, aprendí que el tiempo es humo. Muchos dirán que me he vuelto loco, que se me olvidó ajustar algo dentro de mi cabeza o quizás mi periodo de cordura ya venció. Pero, después de cavilarlo mucho, llegué a desembocar mis ideas en que el tiempo es humo.

Es un momento fugaz, donde su fragancia se quedará en tu recuerdo, y al rato se desvanece para no volver nunca más. Se disipa en el mar de segundos transcurridos y el único que lo recordará eres tú. La vida pudre tu cabeza de tiempo y contra más almacenes, más rápido uno muere. Los primeros que caen son los que viven llorando su pasado. Al mismo tiempo hay quienes desperdician los escasos momentos para convertirse en siervos de diantres ambiciosos de riquezas. Y cuando la manecilla los esté por arrojar a lo más profundo de los infiernos solo les quedará ver entre sus recuerdos días de estrés, una esposa frustrada y un hijo concebido por el espíritu santo. Y el hombre transformará el vapor candente del recuerdo en lágrimas, lloverá arrepentimiento y no podrá atrapar el tiempo, ni regresarlo, ni siquiera sostenerlo, porque este se le escapará de las manos y se seguirá disolviendo en el aire. Tomará el reloj y me lo enviará rogándome a mí, un relojero, que retroceda el tiempo porque quiere abrazar a su hijo, besar a su esposa y mandar al demonio a su jefe. Yo solo lo miraré con lástima y le diré: Tu es fumus.

Etiquetas: carax

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS