Por. Karol Bolaños

Se nace con dos opciones todo o nada. En materia de lo material, tema preponderante en la historia de la humanidad, la lucha por existir que han sorteado nuestros ancestros supone que la única batalla fundamental es la adquisición de poder y riquezas.

La acumulación de bienes y servicios que han garantizado la permanencia de esta débil especie sobre la faz de la tierra; se ha transformado para algunos cuantos en una obsesión que se sostiene con una serie de discursos que ponen de manifiesto superioridades inexistentes; el propósito de trasfondo es la subsistencia sin mayor esfuerzo.

La modernidad, tan aclamada por los demócratas liberales que explotan la naturaleza y su propia especie para obtener beneficios que se ven expresados en cuantías. Ésta, nos ha vendido la idea de ciudadanía, derechos, decisiones, avances científicos, libertades y posibilidades que no son más que espejismos.

Su lema de sálvese quien pueda, lleva intrínseca la idea de superioridad de unos sobre otros; aquellos que a lo largo de la historia han acumulado lo suficiente para llamarse ricos y han logrado mantenerse del mismo modo sostendrán sus linajes. Podrían muchos pensar que es lo justo porque han trabajado y batallado para llegar a este punto. Pues, algunos sin ninguna duda, pero otros han fundamentado su riqueza en los discursos de la explotación de los más débiles.

Lo realmente preocupante es ¿qué han hecho “algunos” para sobrevivir sin trabajar durante tanto tiempo? ¿cómo pueden tener vidas tan ostentosas en un mundo donde las grandes mayorías que trabajan hasta morir del cansancio son tan pobres? Pues, han vivido de los discursos, de tomar el poder, explotar y acumular a toda costa.

A este punto no nos aterra nada, la violencia no nos sobresalta, comer mal es habitual, trabajar hasta morir de pobre es cuestión de destino, creemos en todo para no hacer nada, el miedo nos carcome los huesos porque vemos enemigos donde solo hay ideas diferentes, la desunión es un arma de guerra mucho más poderosa que la bomba atómica y la utilizan a su antojo. Al parecer, nada está hecho para cambiar, todo esta para sostener.

Entonces, si la hipérbole y la metáfora se convirtieran en claves para entrever el poder ilimitado de la pobreza, podrían siquiera despertar de la pesadilla y como mínimo dejar de aguantar. Al cabo que lo que domina, son solo palabras. Pero eso es imposible porque la domesticación del pobre ha sido el mayor triunfo de la democracia.

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