Me arrastro como un animal herido.

Tres gotas de sangre sobre la nieve, un eco torcido en el tiempo atraviesa mi espina dorsal, me susurra: nena, no te decantes por el sueño.

No puedo luchar, sé que me voy a desmayar.

El peso de mis recuerdos no me deja levantar la cabeza.

Olvido con frecuencia que nuestro cuerpo es solo otro instrumento biológico más: un cuero arrugado que porta a un muerto caminando hacia la tumba.

Siete gotas de sangre sobre la arena.

Nunca he visto la nieve.

El camino se me antoja borroso porque golpeaste con tanta fuerza ambos lados de mi cabeza que me introdujiste el miedo.

La culpa.

El terror.

Casi ciega tanteo con las palmas de mis manos este suelo de cristales rotos que es tu misericordia. Preferiste darme pan y hambre para el resto de mi vida, las consecuencias fueron favorables para ti, todo salió mal para los demás.

Victoria triunfal.

Me pregunto cuáles serán trofeos que adornan la pared favorita de tu casa de muerte. Me pregunto si limpiarás con mimo haberle robado la infancia a los demás.

— Ojitos tristes y corazón podrido —

Me diste tanta pena como asco, y hoy sigo sin poder remediarlo.

Esta herida no cierra, pero tengo que seguir andando.

No puede estar lejos mi salvación,

¿verdad?

Mi sangre riega los campos de tu dejadez. He perdido la cuenta de cuántas gotas has usado para hacer florecer tus aves del paraíso. Y aún viéndome estremecer, venías a por más.

Tapa tus rodillas otra vez y acuérdate de usarlas para rogar que no te dejen en el sitio que mereces.

Sigo sangrando, solo yo puedo coserme y recomponerme. Me he convencido tantas veces de que no necesito la ayuda de nadie que he empezado a creérmelo.

Y se está tan sola aquí, conmigo.

Pero mi salvación está en mis manos,

¿verdad?

Quisiera parar a descansar, solo un poco, en esta orilla húmeda y llena de barro.

No necesito grandes comodidades. Solo que me dejes en paz.

Déjame lamerme las heridas en paz.

Déjame decantarme por el sueño esta vez. Aunque solo sea una eternidad.

Pero cuando te cortan el cordón umbilical ya no hay vuelta atrás. No puedes parar de andar, aunque te arrastres como un animal herido, no puedes parar de avanzar.

Maldito instinto de supervivencia.

Quiero dejarme en paz, comprender, de una vez, que no hay salvación posible.

Ni en mis manos ni en las tuyas.

Por mucho que te esfuerces en presionar la herida solo conseguirás hacerla sangrar.

Y si piensas que ya no puedes, recuerda que tienes que dar un paso, y luego otro más, hasta la perpetuidad.

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