Capítulo I – La Intriga
«Hola, ¿estás libre a la noche?¿Podés pasar por casa a comer una picada(1) a eso de las ocho?»
Era el mensaje de WhatsApp que recibí de parte de Fabio. Extraño en él, no era de realizar invitaciones el mismo día en que organizaba una reunión. Siempre necesitaba un par de días de anticipación para ir viendo quienes de las amistades en común estaban disponibles en posibles fechas tentativas, elegir una, y luego comprar la comida y bebidas que fueran necesarias de acuerdo a la cantidad que confirmaran su asistencia.
«Sí, ¿quién más va?», pregunté.
«Nadie más, esta vez sólo vos», contestó al rato.
Raro. ¿Qué pasaría? ¿Alguna novedad que no podía comunicarme delante de otros?
Iba a enviarle otro mensaje para preguntarle, pero me abstuve, le preguntaría cuando lo viera, tenía ganas de salir y la invitación para comer una picada era una buena opción.
Con Fabio habíamos entablado una buena amistad desde hacía tiempo. Era uno de mis mejores amigos. Nos habíamos conocido veinte años atrás en el trabajo. Ingresó después de mí y formamos un buen grupo junto con otros compañeros que se fueron incorporando luego. Cuando estuve por separarme y no tenía donde ir me ofreció su casa de albergue hasta que encontrara algo más cómodo. No hubo necesidad de llegar a eso, pero aprecié el gesto. Por otra parte, Fabio era soltero, nunca le pregunté si por voluntad propia o no; era muy reservado en cuanto a los temas de su vida personal. En lo referente al quehacer diario, meditaba mucho las cosas antes de hacerlas y si bien nunca iba a ser el «alma de la fiesta», tenía algunas salidas ingeniosas. También sabía escuchar y se podía confiarle secretos. Si alguien le contaba uno, era una tumba, no se lo diría a nadie: «como debía ser». Ni siquiera a mí, que seguro era su mejor amigo, me manifestaba los secretos que otros le confiaban. Cuando un tercero me ponía en conocimiento de algo que le habían dicho con anterioridad a él, y le hacía saber que desconocía por completo lo que me acababa de contar, con cara de asombro exclamaba:
»—¡Qué raro! Se lo había contado a Fabio. ¿No te comentó nada?
»—No, si le dicen que es un secreto, no dice nada —aclaraba.
Me preparé para la ocasión y llegada la hora, intrigado, fui a su casa.
Al llegar toqué el timbre. Al rato abrió la puerta y después de saludarnos me hizo pasar.
—¿Qué pasó que nosotros dos nada más? —pregunté.
—Quería descansar, pero también estar con alguien, hablar de algunas cosas en un ambiente tranquilo, y no en uno caótico como fue el del trabajo en estas semanas —explicó.
Era verdad. Habíamos estado atareados por demás con algunas entregas urgentes que teníamos que hacer, y el área de Fabio no se había quedado atrás en cuanto a la cantidad de tareas a realizar, si bien no tenían nada que ver unas con las otras.
—¿Cómo les fue?, ¿terminaron las entregas? —preguntó Fabio, mientras nos sentábamos a la mesa.
—Casi, nos faltan dos o tres ciudades del interior. ¿Y ustedes con el desarrollo?, ¿cómo van?
—Y…, lo de siempre, quieren las cosas para ayer. El asunto es que desde hace semanas vienen acumulándose las cosas para ayer, ¡pero qué se le va a hacer¡, nada nuevo que no hayamos pasado antes, todo normal —dijo resignado y añadió:
—Igual me altera estar con algo a a medio hacer y que me vengan con otro pedido. Iniciar el nuevo y que vengan con otro más. Dejar otra vez a mitad de camino el que estaba haciendo, iniciar el último y de nuevo lo mismo, y así uno tras otro. Me desespera no poder cerrar los temas y que otros se vayan abriendo, así se acumula y atrasa todo.
Sí, vaya que lo sabía, era testigo ocasional de su mal humor en esas cuestiones. De todos modos, siempre completaba el trabajo de una forma u otra. Se quedaba más horas de las que le correspondía o lo continuaba desde su casa en forma remota. Además, le costaba una vez compenetrado en una tarea volver a conectarse con la anterior. Era muy estructurado y ese tipo de cosas no planificadas lo molestaban casi tanto como cuando en el día lo llamaban de imprevisto a una reunión con los superiores.
—Sí, pero lo único que podemos hacer es rezongar —dije, y cambiando de tema inquirí: —¿Tenés algo para tomar?
—Sí, hay cerveza, vino, gaseosa, agua, incluso capaz que hasta hay fernet por ahí, me tendría que fijar.
—No, dejá, con una cerveza y un poco de maní (2)estoy bien.
—¿Con o sin cáscara los manís?
—Sin, así me ahorro pelarlo.
—Sí, mejor, así no me llenás la mesa de cáscaras como hacés siempre y tengo menos para limpiar.
—¡Ja,ja,ja! —reímos.
A continuación, colocó en la mesa un bol repleto de manís, también añadió otro con papas fritas, uno con palitos salados, una bandeja con fiambres donde se destacaban unos pedazos de queso pategrás cortados en cubitos, un plato con pan rebanado en finas rodajas y por último un palillero con escarbadientes.
Me alcanzó la bebida, abrí la lata y…¡Ahhh!, temperatura justa. ¡Deliciosa! Abrió una para él, le dio un largo sorbo y continuamos hablando de temas laborales, al tiempo que observé que cada tanto volteaba la cabeza hacia atrás, como si hubiese alguien o escuchara algo que me era imperceptible.
—¿Todo bien? —pregunté.
—¿Eh?, sí, sí, pensaba nomás.
Lo conocía bastante: mentía, y no solía hacerlo. ¿Qué habría detrás de eso?
Después de un rato, en que pasamos a charlar sobre en que andaba cada uno del resto de los amigos del grupo de trabajo que no se encontraban ahí esa noche, terminó su cerveza y enseguida abrió otra. Eso me llamó un poco la atención, solía dejar un tiempo entre una y la siguiente.
—¿Viste alguna película nueva? —preguntó cambiando el eje de la conversación—. Yo vi un par de ciencia ficción en cable que me gustaron, estaban buenas.
—No, películas no, estoy mirando las series que pasan en Netflix, pelís hace rato no veo.
Le conté con cuales me entretenía por las noches y los fines de semana, mientras Fabio pensativo y con la vista unas veces perdida y otras fija en la mesa, asentía y hacía alguna que otra pregunta y observación cada tanto entre bocado y bocado. Presentía que sus pensamientos estaban en otro lado y que de un momento a otro iba a contar lo que sospechaba quería decirme sólo a mí.
Dio un último sorbo a la cerveza y tomó un par de papas fritas que masticó pensativo. Abrió su tercera lata cuando yo apenas iba terminando la primera y de nuevo giró la cabeza, con el ceño fruncido. Dio un trago a la bebida y aprovechando que hice una pausa dijo:
—A mi, como sabés, me gustan mucho las películas de ciencia ficción, aunque no cualquiera. Alguna que otra vez te encontrás con una que a los diez minutos no la podés ver más de tan mala que es. Hace poco me pasó ¡No sabes lo que era! ¡Qué tediosa! Todavía estoy bostezando —dijo sonriendo con ironía—. Pero las que tienen buen argumento y efectos especiales, esas son otra cosa. De chico me encantaban las de robots y naves espaciales, como a la mayoría a esa edad —afirmó mirándome, a lo que asentí con la cabeza—. Si era en tele, una hora antes me ponía a ver lo que había en ese canal para asegurarme tener el control del televisor hasta que llegará el horario en que la daban; y si era en cine, y no había problema, me quedaba a verla de nuevo. Después, de grande, los gustos van cambiando, pero «ese algo especial» que te atrae se mantiene.
—Sí, pienso lo mismo —dije tomando una rodaja de pan y poniendo sobre él un trozo de queso y salamín(3). ¿Dónde habría comprado los fiambres para la picada?, ¡estaban buenísimos!
—Vos sabés que no soy creyente, aunque lo fui antes, creo que sobre todo por tradición. Tampoco la voy mucho con el asunto de los extraterrestres. En un momento me comenzó a llamar la atención esa necesidad que veo tienen muchas personas de creer en algo más grande, en algo que esté más allá de ellos, como si la vida no tuviera sentido sin eso. De todos modos, las cosas siempre tienen alguna explicación científica —resaltó—, y si no la tienen hoy, es por simple desconocimiento y la tendrán mañana. Tampoco le doy cabida a las teorías de conspiración que abundan en la web. La mayoría es de gente que cree ver coincidencias en algunos sucesos y desconfía, sobre todo si hay políticos o medios involucrados.
—Si, a esos no se les puede creer mucho —interrumpí.
—Ok, en eso coincido, pero como te iba diciendo, los conspiradores arman esas teorías a través de una exageración de los hechos que ven, basándose en conocimientos errados o insuficientes. Un ejemplo extremo es el del alunizaje y posterior llegada a Marte por parte de los nazis, incluso te dan fechas, nombres y rangos de los primeros que llegaron, y, por si fuera poco, te muestran dibujos de los planos de las naves espaciales en las que viajaron, una: el Haunebu III. ¡Ja! ¡Cualquiera! —dijo haciendo un gesto moviendo la mano y el brazo como si estuviera desechando algo—. Igual me divierte lo ingeniosa y bien armada que está, pero, como dije, a la mayoría les doy el mismo crédito que a un horóscopo. Sin embargo, tengo que decir, aunque no me guste, que hay un pequeño número de ellas que algunas veces me hacen dudar.
Me preguntaba a que vendría esta última confesión y a dónde conduciría. Si bien no coincidía del todo con él, era su opinión; que respetaba porque éramos amigos. De la misma forma que él lo hacía con una mía cuando no estaba de acuerdo. Lo dejé continuar sin interrumpir, dedicándome a seguir comiendo parte de la picada y haciendo uno que otro gesto de vez en cuando. Mientras masticaba me quedé pensando si podría adivinar cuales serían las que no desechaba del todo y lo hacían dudar: ¿el montaje del alunizaje?, ¿el autoatentado al pentágono del 11 de septiembre?, ¿la muerte de McCartney y su reemplazo en el ‘66? ¡No, muy burda!, ¡casi tanto como el terraplanismo!
Tomó otro sorbo de cerveza al que acompañó de una rebanada de pan con queso y una feta de jamón cocido y tras un instante continuó:
—Siempre trato de ser lo más racional posible y busco la explicación más sencilla y lógica cuando algo parece inexplicable, y cuando no llego a ningún lado, buscar por «determinados caminos» no me convence mucho; pero algunas veces puede haber ahí una parte de verdad que no puedo descartar.
Quedé intrigado preguntándome en que estaría pensando para hacer esa afirmación. Hizo una pausa, giró la vista hacia la derecha y apretó el puño izquierdo como si algo le molestara. Otra vez el mismo comportamiento. ¿Qué sería?
—Los cometas —dijo con un tono como si hubiese dado respuesta a una pregunta—, no sé si sabías que más que todo son pedazos de hielo, polvo y roca que vienen cada tanto desde fuera del sistema solar y traen material que van juntando en el camino. Según una teoría, la panspermia, ese material podría haber iniciado la vida en la Tierra. Aparte de eso, también, debido a grandes colisiones y explosiones espaciales, en ocasiones llegan hasta acá restos de otros planetas. Se han encontrado rocas marcianas que han caído en diferentes lugares del mundo.
—Espero que no me caiga alguna cuando vuelva a casa —expresé en chiste con el propósito de amenizar la charla.
Fabio esbozó una leve sonrisa, que se me hizo de compromiso, y sin darle más importancia de la que debía a mi comentario, continuó:
—Intrigante, ¿no?, material cósmico depositado con violencia en la superficie terrestre, a veces en remotas áreas heladas, donde esperan ser descubiertos para revelarnos los secretos que encierran. Se baraja mucho la posibilidad de que pudieran albergar muestras de vida microscópica extraterrestre, alejado esto del concepto de la vida inteligente que conocemos. Algunas especulaciones científicas afirman que seríamos aniquilados si nos topáramos con una especie más desarrollada que la nuestra al trazar un paralelismo con lo que ha sucedido en nuestra historia cuando una civilización más avanzada ha chocado con otra inferior. Muchas películas, en esa línea, los han retratado como bélicos conquistadores con una tecnología de la cual estamos a varias centurias de alcanzar, y en todas ellas o tienen una presencia física o es alguna espora o algo semejante que llega por distintos medios a nuestro planeta, invade el cuerpo y lo domina. Pero lo que sé y hasta donde he visto, siempre es el humano el huésped para este alojamiento permanente.
No dejé de notar que después de mi chiste sus palabras habían adquirido un tono más formal y didáctico, como si estuviera exponiendo ante un auditorio, cosa que a veces hacía cuando se ponía serio, y otras en broma para darse falsa importancia; pero este último no era el caso.
Hizo silencio, miró hacia un lado, bebió un trago de cerveza, suspiró y preguntó:
—Pero ¿y si no fuera el humano el huésped?
—Si, ¿que pasaría con eso? —dije sin comprender que problema habría con la película.
—¿Y si tan poco fueran tan inteligentes?, ¿si sólo se tratara de sobrevivir engañando a quien está en la cima de la pirámide evolutiva?
—Sería un giro interesante, ¿no? —dije.
—Digo, no haría falta dominarnos en forma directa, sino camuflarse y que los aceptemos sin darnos cuenta y vivir a expensas nuestra.
Parecía no oírme, decidí que lo mejor era dejarlo hablar sin interrumpir para saber de una buena vez adonde quería llegar.
—Y si además eso… ¿ya hubiese sucedido? Si estuvieran ahora mismo entre nosotros cual plaga devorándonos, claro no en el sentido literal, pero sí dominándonos en forma sutil en procura de su supervivencia a nuestra costa. ¿Te preguntaste en algún momento si eso sería posible?
¡Ah!, hablaba refiriéndose a la posibilidad de algo real. Bueno, justo que no quería interrumpirlo más con mis preguntas, iba a tener que tomar parte respondiendo una pregunta rara.
—No, ¿por qué me iba a preguntar eso? —contesté consternado.
—Sí, es lógico, a menos que supieras algo o los percibieras —aclaró.
Hizo una pausa, miró su cerveza, dio otro sorbo y prosiguió:
—¿Te puedo confiar algo?, ¿me prometés que no vas a divulgar nada de lo que te quiero decir? —preguntó, bajando el tono de la voz.
—Claro —afirmé intrigado.
—Es en serio —advirtió.
—Sí, sí, no hay problema, no voy a decir nada de lo que me comentes, confíá en mí —dije para tranquilizarlo.
—Bien —me contestó.
Tuvo un instante de reflexión en el cual hundió los labios mordiéndolos mientras meneaba la cabeza en movimientos cortos y suaves hacia delante y atrás, y al fin, liberando los labios y sus pensamientos, soltó:
—Los escucho.
(1)Se denomina picada a una colación típica de la gastronomía argentina, compuesta de varios alimentos servidos en pequeñas cantidades, de manera semejante a las «tapas» españolas aunque mantiene muchas más similitudes con el antipasto italiano
(2) maní: cacahuate, cacahuete, caguate
(3) Salamín (Argentina y Uruguay): Salami
Capítulo II – El martirio de los perceptivos
Quedé perplejo, sin nada que decir, pero, sin embargo, emití una sorda exhalación por la boca que tuvo la suficiente expresividad para que de inmediato él agregara:
—No estoy demente, ni alucinando, ya lo comprobé sutilmente con un psicólogo —aclaró con firmeza—. No sé decirte el momento exacto cuando comencé a oírlos —dijo meneando ahora la cabeza hacia los lados—. Fue de a poco, creo que empezó en la adolescencia, pero no me daba cuenta del significado. Al principio era un sonido monótono, repetitivo, corto, al que sólo en las noches le prestaba atención. Pero al pasar los años se incrementó el número, y parte de su sonido mutó a algo más metálico y agudo. Los hay similares pero no dos iguales, y se entremezclan creando nuevas vibraciones más estresantes que saturan la mente.
Observaba contrariado la explicación, iba a interrumpir preguntándole si me estaba jugando una broma; pero no, no sabía hacerlas tan elaboradas, las veces que lo vi intentar hacer una de esas características, se ponía en evidencia comenzando a reír antes de tiempo, ni bien comenzaba a hablar. Su semblante permanecía rígido, creyéndose cada palabra que decía.
—Especulé al principio que dicha vibración producía sobre un sector de la población un efecto de desintegración o desconexión neuronal afectando partes del cerebro, pero lo deseché casi al instante por otras implicancias que habría en el comportamiento de los afectados durante su desenvolvimiento durante el día y que no observaba. Aunque no descarto algo de eso haya sucedido para tomar dominio del huésped.
»No, en definitiva es un efecto sonoro, quizás algo narcótico, que vaya a saber uno como logran, pero que sugestiona a la mayoría, a los que denominé los influenciables, que no lo perciben en su real dimensión y que se encuentran bajo su influjo. Luego están los que llamo los neutros, a los que no los impacta, no captan la frecuencia verdadera ni les afecta, una ventaja que quisiera poseer: los envidio. Y finalmente estamos nosotros, los perceptivos, los que lo percibimos como lo que es: una onda irritable en un rango y volumen que sólo escuchan nuestros oídos. No sé por qué me tocó a mí, lo que sí sé es que lo sufro día a día. Aunque lo que más me preocupa es el incremento de su número conforme pasa el tiempo —afirmó inquieto, mientras lo escuchaba con atención sin pensar ya en degustar la comida que aún quedaba.
»Te juro Carlos, me he quedado despierto muchas noches no pudiendo dormir a causa de la irritación que me producen. No hay ya días en que no tenga que colocarme tapones de siliconas en los oídos y a veces añadir también ruido blanco de fondo para no escucharlos y poder conciliar el sueño. Extraño las noches en que no era acosado por ese espantoso ruido —manifestó acongojado y agregó—:
»Es una vibración corta, que resuena en la cabeza, cargada de una virulencia extrema que se repite en intervalos que van desde algo casi instantáneo hasta unos pocos segundos, con la incertidumbre de no saber el momento en que va terminar. Carcome los nervios desde el inicio, a veces durante horas; un ir y venir que genera una tensión hasta limites insoportables. De nada vale taparse los oídos con las manos; te acelera, te agita, te agota, y no deja escuchar más nada, no hay lugar para pensar en otra cosa. Todo se reduce a parar ese martirio y entonces, cuando no hay alternativa, estallás, de manera irónica, con una descarga liberadora de gritos e insultos o destrozando todo lo que hay alrededor, lo que sea con tal de tapar ese maldito y tormentoso sonido.
»Pero a los influenciables, aparte de no molestarles, parecería que no pueden vivir si les falta, y entonces, la desesperación que me atrapa es tanta que quisiera ir hasta ellos y zamarrearlos por los hombros para que reaccionen y gritarles. ¿Cómo hacen para no percibir lo que es? ¿Cómo lo soportan? Es irritante —expresó alterado—.
»Cada día aumenta su número: campo, casas, departamentos, no hay escondrijo que no sufra la invasión. Creo es el principio del fin. Primero seremos nosotros aquellos que no caímos bajo su influencia. No sé hasta que grado soportaremos antes de enloquecer, pero luego irán por el resto. Sospecho que de alguna forma pondrán a los influenciables en contra de los neutros que no los aceptan, aislándolos socialmente como si portaran una enfermedad contagiosa y mortal. He leído que la natalidad está en terreno negativo en muchos países, estoy convencido que son parte de la causa, que de esa forma incrementan en mayor grado su cantidad. No sé que harán cuando no quede nadie, quizás es parte de su poca inteligencia —aseveró con pesadumbre.
Dio un último trago terminando la bebida y calló. Era la tercera y última cerveza, sabía que ese era su límite: litro y medio …, ¿o me equivoqué y lo había traspasado? Conté las latas en la mesa junto a él: tres. No, no me había equivocado.
—¿Pero quién es el huésped? —pregunté, sin demasiada expectativa por lo que contestara y con la finalidad de que notara que no me tomaba en broma lo que había contado, aunque tampoco le daba validez.
—No tiene sentido que te lo diga. Tenés que darte cuenta por vos mismo, sino no vale de nada. Si te dijera no surtiría ningún efecto, se convertiría en otra teoría de conspiración. Pensá, observá, analizá, sos inteligente y se que si hacés el esfuerzo por más que no los percibas como yo, vas a darte cuenta de que se trata y entonces me vas a dar la razón —argumentó en forma insólita.
Estaba pasmado, no sabía que pensar o mejor dicho sí sabía, pero me negaba a aceptarlo por la estima que le tenía. Deseaba fuera una broma, pero sabía que no. Esa persona frente a mí era mi amigo; sin embargo, esa noche no lo reconocía, en modo irónico parecía un reemplazo de otro planeta. Si bien una parte de la exposición estuvo llena de cientificismo, el resto era un delirio ezquizofrénico: la peor teoría de conspiración. ¿Haría bien en recomendarle otro psicólogo o quizás un psiquiatra para que lo medicara? Di otro sorbo de cerveza, escondiendo el rostro y mis pensamientos tras ella, tomé todo el contenido y me quedé con la lata vacía suspendida en el aire, fingiendo beber mientras meditaba que decir que no lo perturbara. Después de unos incómodos instantes, bajé la lata y me quede mirándola, se me ocurrió preguntarle si lo había conversado con otra persona, pero se me adelantó.
—De todo modos el origen es una idea mía, no lo he hablado con nadie hasta ahora, como te narré fui muy sutil con el psicólogo, contándole un relato solapado de lo que acabo de narrarte. Creo necesitaba descargarme.
A pesar de mis esfuerzos por disimular mi estado de ánimo, debe haber visto una expresión de preocupación en mí porque de inmediato añadió:
—Sé que es mucho de golpe, seguramente hayas creído poco y nada de lo que dije. No me extraña, no esperaba que me creyeras de una. Si yo mismo me grabara diciendo todas estas palabras, al reproducirlas creería estar escuchando la narración de un bosquejo para un cuento de Bradbury. Si bien no puedo afirmar en forma fehaciente como comenzó todo, ni por que medios, lo del principio es más que todo una teoría entre tantas que puede haber. Descarté una mutación en busca de respuestas. Es imposible semejante salto para venir por ese lado.
—¿Los escuchás a toda hora? —pregunté.
Asintió con la cabeza.
Departimos un poco más sobre el tema el resto de esa noche sin que pudiera sacarle nada en concreto, ni siquiera parte de la conversación con el psicólogo. Lo único que pude obtener en limpio era que a su parecer yo me encontraba dentro del grupo de los neutros. Me esforcé por no herirle la susceptibilidad con algún comentario, hasta que en un momento alegué que debía levantarme temprano por una obligación que no había podido postergar.
—Claro —dijo sin mucho convencimiento de creerme.
—¿Estás tomando algo para dormir? —quise saber.
—Sí, melatonina, induce el sueño, aunque de un tiempo a esta parte es lo mismo que nada.
Me despedí, le desee suerte y le aconsejé que se calmara y que seguramente unas vacaciones en algún sitio turístico le vendrían bien.
—Es inútil, también están ahí —me contestó—. Eso sí, por favor, te pido otra vez que de esto que te acabo de contar, nada a nadie —aclaró por segunda vez.
—Sí, no te preocupes, te di mi palabra, no voy a contar nada.
Sin más que decir, meditando todo lo que acababa de oír y pensando como ayudarlo, enfilé preocupado rumbo a mi casa al son del compás de mi caminata, del ruido del tránsito nocturno y de los ladridos de los perros de la vecindad.
FIN
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