Realmente creí haber curado estas heridas.

Confieso que les temía entonces y les temo ahora.

Para mí, el corazón es un lugar lleno de viejas cicatrices, que en nada se parece al órgano cuyo bombeo incansable sólo se detiene cuando la parca lo indica. A decir verdad, no lo he podido ubicar en lugar alguno del cuerpo. Pero sé que cuando duele, resuena en mis huesos como un tren implacable.

Tal vez no fueron las heridas sino su carácter de inevitables, lo que dolió aquella vez. Viejos momentos, instalados cual pesados durmientes en una vía abandonada, se despertaron deseosos de hacer sentir el tiempo recorrido. Cada desgarro en ellos, munido con lágrimas de hierro, se topó con un puñal hecho de obsoletos paradigmas, que habían sabido penetrar más que cualquier falo en su tiempo. Fue así como los roles transmutaron. ¿No es acaso este, el modo más eficiente de subyugar y ejercer poder? La víctima en mí ya no supo reconocerse, convirtiéndose entonces, en victimaria.

Desde aquel instante vago como un pasajero errante en búsqueda de su dolor. Ay, si hubiese sabido antes el verdadero significado de ultrajar… Abolición total de la única y auténtica propiedad privada, el Yo.

Etiquetas: dolor

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS