«La muerte es ocultar la verdad, el vacío es dejarse mentir». Se repetía todos los días una y otra vez esa frase en la mente de Sebastián Ordaz. Que cumplía su primer mes en la policía de la provincia y no perdía el entusiasmo por proteger a las personas y hacer cumplir la ley. Hasta el momento su trabajo sólo consistía en asistir accidentes de tránsito y discusiones familiares que se iban de las manos. Comunicar con ambulancias, bomberos, tomar declaraciones testimoniales y cumplir cada protocolo demandado por burocracia para efectuar las medidas que requieran las circunstancias. Le parecía aburrido, lo único interesante quizás era tomar los testimonios, a veces tocaban personajes muy particulares que daban charlas interesantes, en un ambiente caótico que pretende absorberte y aprisionarte en su locura para volverte parte de ellos. La única respuesta posible era una afirmación, un «Muchas gracias» y «Hasta luego». En muy poco tiempo ya había oído centenas de historias muy desencajadas a lo que puede llamarse «tener una vida tranquila», como la que tenía él, fuera de su vida laboral y dentro de ella sobre todo, la única salvedad de adrenalina eran esas situaciones que por más partícipe que deba ser, lo eximían por encima de todo de lo que haya pasado, esté pasando o vaya a pasar en ese contexto por su rol de policía cumpliendo su trabajo. Él no quería eso, él quería acción, necesitaba persecuciones, disparos, gritos, allanamientos y atrapar ladrones, violadores, asesinos, o cualquier persona peligrosa para esta sociedad. Sentía que esa era su vocación, lo que lo apasionara. Por el momento no había más nada imposible que eso. Si bien la ciudad ardía en llamas de violencia e inseguridad, como lo fue durante toda su vida y motivo por el cual se unió a la policía. Estaba hace muy poco tiempo, el escalafón era alto. Lo antecedían como en todos lados, gente que no lo merecía y no le interesaba estar ahí. Injusticias de las que hay en todas partes. Pero pensaba que con mérito podría escalar una categoría rápidamente. Mientras tanto continuaba con su labor, sin gusto, pero envuelto en entusiasmo y perseverancia.
Dentro de su entorno laboral se encontraban en primer lugar sus compañeros de patrulla Oscar Gutiérrez y Ángela Cardozo, ya estaban hace muchos años en esta sección de emergencias familiares y accidentes y le enseñaban a Sebastián todo lo que era mejor hacer y cómo funcionaban las cosas, nada demasiado complejo, sí muy rutinario y entonces agobiante a partir de cierto punto de cansancio mental. Sin duda una labor contraproducente para la psiquis. La gente está enferma y desesperada, y a la larga te terminan contagiando ese antítesis a vivir en paz. Pero en fin, era el deber y servicio comunitario que demanda la placa.
Más arriba se encontraba su Jefe de Unidad, Carlos Antonini, mismo puesto jerárquico que quien le interesaba a Sebastián, Ernesto Alarcón, Jefe de Unidad Criminalística. Éste último sería la persona que deba cumplir el sueño del joven Ordaz y lo forme parte de su equipo.
Era necesario aclarar esto para entender que el mérito se construía en base al buen rendimiento que percibiera Antonini de parte de Sebastián para recomendarlo a Alarcón. Un camino ya transitado por muchos otros policías novatos que ahora estaban en alguna parte del amplio cuerpo de seguridad provincial.
Mientras tanto, con un acceso más profundo que cualquier persona a todos los datos que se recaudan dentro de la policía, Sebastián recolectaba información sobre sucesos, delitos y
delincuentes que iban ocurriendo en la ciudad. No podía interferir en las investigaciones, solo leía informes y notas periodísticas como entretenimiento, era lo que le gustaba. Quizás sentía que de algún modo le servía todo eso. Lograba encontrar una relación en ese área de trabajo con el suyo, en ambos la gente estaba loca, descontrolada, enferma. Inmediatamente pensó que por eso estuvo siempre la policía, por la gente desquiciada que cometía locuras de todo tipo y en todas las medidas.
Todos los días se topaba un caso nuevo más frio que el del día anterior. No es necesario entrar en detalles, pero estaba muriendo mucha gente, muchos asesinatos intencionados o premeditados con anterioridad, y muchas tragedias y muertes accidentales. Producto vivo de la locura de la gente que vive a mil por hora y no se da cuenta lo frágiles que somos, solo una milésima de segundo basta para destruir una vida entera y una familia que se carga detrás. Y toda esa secuencia quedaba perfectamente detallada en cada informe presentado por cada carátula, datos, fechas, valores y estadísticas heladas, contrastadas aún más por el rostro empapado de cada familiar pidiendo justicia en cada canal de televisión. Tanto que se había vuelto rutinario, se acostumbraron a eso, ya no se distinguía la tristeza de la cotideanidad. Y uno como policía, trabajar, convivir y ser partícipe desafortunadamente privilegiado de todo ese entorno, no podía permitir que aquello lo consumiera. En este caso, a Sebastián lo apasionaba. Anhelaba exterminar por siempre todo mal que aflija a las personas, solo quería la paz, y estaba dispuesto a brindarla con la más fuerte e inquebrantable de las convicciones desde el puesto que le tocara. Que por ahora no era más que ese, atender cuestiones inexactas a su sueño de acción.
Había leído en uno de los pocos diarios medianamente fiables, una nota que aparentaba unir lazos de complicidad policial con una banda recientemente caída que transportaba narcóticos sintéticos sin habilitación legal.
Ningún nombre que conozca, sólo hechos exactos poco relevantes. Al final lo único que posiciona en la sombra de la ilegalidad a cualquier cosa, es una firma o un sello, respaldado por un proceso de cartón donde se emplean dinerales para ese único objeto, ser legal. Pensaba entonces que el sistema que él tenía que resguardar dando seguridad a las personas. Era el mismo que las desatendía en cuestiones millones de veces más importantes, para al mismo tiempo impedir la libertad expresa de todos, ¿O será ese el libertinaje? ¿O importará la diferencia? Al final todos van muriendo en calidades de vida deplorables en ascenso, y a nadie le termina importando realmente, cada uno se tapa los ojos, los oídos, y se enfoca en su juego de sobrevivir dentro de un sistema que ignoran para que no parezca nunca que los va a terminar consumiendo uno por uno. Saberse consciente de eso restaba al menos cualquier confusión en su vida, aclarando sus objetivos y estando siempre completamente seguro de lo que quería hacer, cada decisión tomada era un paso firme que daba. Junto con otra frase que se le paseaba en la conciencia «Yo estoy clavando mi talón, pues no soy carne para salchichas».
Mientras tanto así recurrían sus días, el infierno y el paraíso convivían a pocas calles, y se desplazaban por toda la ciudad. Sus tareas no cambiaban, todo continuó igual por varias semanas. Hasta que por fin llegó el llamado, el Oficial Alarcón lo contactó para cumplir en principio un turno, y poner a prueba su agilidad dentro del cuerpo principal de acción urbana. Si todo iba bien, sus pruebas se transformarían en tareas cotidianas y ganaría del mismo modo un puesto consolidado en la elite.
Esa primera noche fue más tranquila de lo que hubiera querido. No hubo persecución, no hubieron disparos, solo una detención en toda la noche. Por un asalto sin mano armada a una mujer que caminaba hacia su vivienda. Tuvo que esperar varios días para la primer persecución. Ocurrió un miércoles cerca de las 2:00 AM. Comenzó en una zona poco urbanizada a las afueras de la ciudad, y culminó en la periferia del centro. Duró poco menos de treinta minutos. El delincuente fue capturado tras dar una mala maniobra con su moto al querer doblar una esquina, y caer al piso con múltiples quebraduras. Estaba armado, pero eso lo sabían antes de revisarlo. Se pronunció con fuego varias veces durante el recorrido. Teóricamente estaba vendiendo drogas, en principio de sustancia desconocida ya que no poseía de la misma en el momento de la captura. Pero se suponía era cocaína, varios testigos e investigaciones precedentes daban fe de lo mismo. Fue un caso relativamente sencillo, con un sujeto principiante, nuevo en el negocio. Estaba solo, se transportaba solo, no tenía protección alguna. Y comerciaba en una zona geográficamente demasiado expuesta, más alcance de clientes, y a la vez de la policía. Lo único que quedaba por agregar es que quedaría encerrado hasta que continúe su causa y se profundice la investigación para dar con quién se abastecía de sustancia y dónde se producía. Posteriormente de salir todo como debería, se procedería a un allanamiento y seguiría la historia.
Para haber sido la primer vez, estuvo bien. Se dieron las cosas de manera exacta y no hubo complicaciones en absoluto. Las noches siguientes no fueron muy distintas, sin valor de pena a detallar, pero con un margen similar en relevancia y dificultad de los sucesos, también en tiempo como en espacio.
Sebastián a pesar de estar asentado en su nuevo puesto y nuevo comando, no abandonaba esa costumbre de investigar e inspeccionar informes de casos ajenos a su labor. Mencionando la política como un núcleo de todas esas circunstancias y desmanes de la corrupción que evidenciaban la fragilidad del sistema para poder corroer las insuficiencias y dar fe de que podría funcionar en los aspectos más urgentes.
Los políticos se llenan los bolsillos y esperan que el pueblo resuelva solos sus problemas, aguante y soporte. Se llenan la boca hablando de pobreza, desnutrición, injusticias y desgracias a lo largo y a lo ancho de la nación, vociferando plegarias y juntando las mismas sucias manos con la que firman documentos, declaraciones y actas que someten a la mayoría, y agrandan sin posibilidad a justificar su patrimonio convenientemente agigantado desde su intervención pública al servicio de la comunidad.
Eran todas esas cosas que se trasladaban de forma casi idéntica a la policía. Distintos métodos, mismos conceptos y resultados, de cabezas frías, corazones amargos y bocas muertas por succionar. Solo reemplazaban el sello por la pistola.
Mientras tanto, Ordaz no esperaba que esa realidad lo confronte tan pronto, no se sentía muy cerca de todo aquello. Pero si algún día lo llegara a presenciar, no le sorprendería para nada. Ya lo había lamentado mucho tiempo y ahora estaba ahí para actuar. Meterse en la boca del lobo y sacar toda la basura, aunque le cueste la vida.
Pero esta historia no trata de un héroe. No podría hacer mucho, no tenía los medios, y ante cualquier indicio de desacato, bastaba un chasquido para que sea borrado del mapa, así pasó
siempre, con el más insignificante intendente, hasta el presidente. La política está podrida desde su raíz, y pudre todo lo que la abarca, incluso la policía. Y es triste pensar que ocurre en el mismo lugar que un niño tiene que caminar seis kilómetros en el barro para llegar a la escuela. O incluso otros, para tomar un vaso de agua. Y si hay algo peor que no pensar en ello, de seguro es utilizarlo como bandera en un discurso que busca los catapulte al poder, el que miente mejor, gana.
Pero ese sin duda es otro tema que excede a la policía. En este entorno habría que preocuparse por dónde provienen las armas que poseen los delincuentes, cómo se filtra la droga desde la frontera hasta cada barrio de cada pueblo o ciudad. Y todas las vidas y familias que destruyen. Mas era exacto que más que una preocupación, esto causaba una ocupación en los agentes. Una ocupación de controlar el tráfico, de armas y de drogas. Lavar dinero y abrir el paso para la contaminación de la sociedad. Que llena los bolsillos, que enriquece a este sector, y que se convierte en el rubro que más se ha desarrollado en los últimos cincuenta años en este suelo. Solo piénsenlo, se extiende por todo el país, somete cada autoridad, más bien, cada autoridad se somete por sí misma y se entierra en el ruedo. Cada generación se va degradando dentro de este círculo y la demanda aumenta, la gente honesta va siendo cada vez menos, y los partícipes de este negocio van colonizando y ganando terreno. Ya son parte del gobierno y de cualquier autoridad que requieran amasijar. Es una batalla pasiva, contra quienes no tienen más poder que el de su moral, ni más escudo que su razón, y Sebastián Ordaz era uno de ellos, sumergido en ese pequeño gran embrollo de intenciones y desatenciones detalladas.
La idea era descubrir en qué punto se terminaba el cuento y comenzaba la realidad, y quienes eran los protagonistas de ese proceso. Todos sus compañeros hacían oídos sordos, ojos que no ven y corazones que no sienten.
Conforme el tiempo pasaba, se daban los procedimientos correspondientes, y los que no, a los cuales había que apuntar con cautela. Se ganaba la confianza del grupo, de su Jefe y podía
comenzar a establecer relaciones que lo conecten a otras relaciones y pueda ir tejiendo todo poco a poco. La vocación se había convertido en una cosa totalmente diferente a la que soñó durante toda su vida, pero al mismo tiempo le resultaba aún más excitante.Cualquier paso en falso y alce de sospecha echarían todo a perder, los movimientos tenían que ser precisos, no había espacios para la duda, y perder el tiempo reflexionando qué era lo correcto, hacer análisis demasiado profundos iba a resultar contraproducente. Era el momento de actuar. De todas formas sabía en qué iba a culminar todo.
Llegada una tarde, muy calurosa, se pronunció en un barrio muy decadente para acordar un negocio, entrega de armas en este caso. Obviamente las calles daban asco, la gente recién empezaba a secar lo que pudo salvar de una inundación de hace dos semanas, y debían olvidarse del servicio eléctrico. Había muchos niños, la mayoría partía hacia un pequeño comedor comunitario. Y en una plaza destruida estaba un grupo de jóvenes consumiendo alguna sustancia, su patrulla ni se inmutó. No en el corazón, sino en el último rincón de aquella villa, en un galpón enorme, muy elocuentemente disimulado como desarmadero y chatarrería, esperaban para hacer el negocio. El cargamento no era grande, había que hacer todo con mucha discreción. Varia gente de la que estaba ahí, había sido perseguida por Sebastián alguna noche. La mayoría capturada, sus miradas eran serias, pero los gestos de viveza se escapaban tras la seriedad del asunto.
Cuando estuvo todo hecho volvieron, logró averiguar que la cabeza de esa sección era Alarcón, pero había toda una cadena de jerarquía con negocios entre gente más poderosa que no sólo
dominaba la ciudad o la provincia, se extendían en un territorio muy extenso y formaban una red que abarcaba todo el Sur americano. Miles de personas involucradas por todo el territorio, y ahora él lo sabía y era parte de eso. Nunca pudo determinar si las Fuerzas Armadas y la Policía Federal también estaba involucrada, nunca escuchó ni un nombre ni vio nada, pero suponía que ellos eran los que más profundo estaban en este manejo y controlaban cada paso y regla de este juego.
Otra vez era pensar en esa estructura agigantada de puestos y cargos estatales dedicados al servicio y protección de la sociedad que se revolcaba en su propia inmundicia y sinrazón de existir. Que ahora conforme a esos provechos habían construido y reproducido todo un mundo que ya no pisoteaba la constitución. Pisoteaba cualquier ideal de pureza humana, cualquier gesto de empatía, piedad o compasión, en pos de hacer negocio y construir una fortuna con todo eso. Un circo perverso de domadores y payasos.
El tiempo parecía no correr, la rutina nuevamente era incesante, pero esta vez en un ambiente mucho mas tóxico, los problemas que avecinaban eran demasiados, no es una red fácil de mantener, ni aunque ellos controlen qué es ilegal y qué no. Justamente eso lo hacía más difícil, como todo en este país. Al ser legal, la mayor parte de algo, casi en su totalidad, pierde considerablemente su valor, es decir, se lo queda el Estado. Que irónicamente era el que estaba metido de pies a cabeza en este sistema, pero en esta forma se podría establecer una relación casi perfecta: Hay tres fuerzas predominantes, los narcotraficantes, las fuerzas policiales y los políticos. Estos últimos ya construyen casi la totalidad de su riqueza a costa del sometimiento de la sociedad demacrada, todo lo que ocurre para que se dé eso lo conocemos todos y lo vivimos día a día en nuestras caras. Luego están los narcos, que son quienes extienden su imperio en base a la producción, distribución y venta de droga. Son quienes invierten y ganan la mayor parte del dinero que circula aquí. Y en último lugar está la policía, que se enriquece mediante la protección y negocios internos que mantienen con los otros dos partícipes. Es casi un mediador de todas las escenas, pero obvio, bajo ciertos parámetros que son determinados por la conveniencia y riesgos que asumen en los negocios que resuelven. Era imposible para Sebastián poder sacar a la luz todo esto, por más que lo cuente y lo denuncie, nadie le creería, solo arruinaría su vida. Necesitaba pruebas fehacientes de todo.
Estuvo elaborando un informe durante mucho tiempo. Muy largo, páginas y páginas con testimonios, nombres, lugares, fechas, datos importantísimos. Nombres de políticos, jefes de las fuerzas, mediáticos famosos, y toda una telaraña que incluía delitos tales como tráfico de armas, de droga, trata de personas, redes de pedofilia, y un sinfín de aberraciones y perversiones ya inhumanas. Pero necesitaba pruebas, era un documento muy bien elaborado, detallado cuidadosamente, una biblia, pues no tenía pruebas. Todo lo que llegaba a mencionar era descabellado, increíble, y exponerlo así como así sería el más fatal de los errores, solo necesitaba una prueba.Fue una mañana de invierno que le pidieron asista a custodiar un cargamento de cocaína que partiría desde acá hacia México. Las autoridades aeroportuarias ya estaban al tanto y no era un problema aparente para el negocio. Él debía custodiar desde las cámaras de seguridad de la estación que no haya ningún infiltrado en el complejo donde se cargaría el tonel de droga. Cualquiera de los encargados a realizar esa labor de acomodar el cargamento, podría robarse parte del mismo, o peor, sacar fotos y dar a luz el negocio. Era la tarea exacta y perfecta para Ordaz, era un negocio demasiado grande donde habían implicadas muchas personas importantes y pesadas del poder en el país. Tendría la información necesaria para desenmascarar a todos ellos, y lo haría desde un lugar seguro y completamente alejado de cualquier escena que lo pueda meter en aprietos. Obvio que cuando saque todo a la luz debía escapar a un lugar seguro, cualquiera. Aunque no dé su nombre en la publicación del material y ese archivo adjunto, inmediatamente todos detrás del negocio sabrían que él fue el que tomó una copia del mismo y lo difundió. Sería su sentencia de muerte de no estar escondido y protegido en el lugar más recóndito de la Tierra, donde aún así no tendría la certeza de estar seguro, pero ya no le importaba, solo quería que el pueblo sepa la verdad. Al menos a la parte que le interesa y no está sumergida en la evasión y decadencia de su vida putrefacta.
Se dio, el proceso se llevó a cabo sin inconvenientes y el negocio se concretó, al menos de ese lado. En México las autoridades encontraron el avión lleno de droga y fue confiscado y todo el
procedimiento posterior e investigaciones quedaron demandadas allá. Por este lado fue un éxito, el producto fue vendido y todos obtuvieron el dinero acordado, no había más que discutir.
Sebastián pudo tomar una copia del video y adjuntarlo a su informe elaborado. Lo guardó en Drive, pero antes de difundirlo quería escapar, para eso debía pedir una licencia que lo exima de desaparecer repentinamente, que tomarla demasiado pronto levantaría sospechas, así que decidió esperar varias semanas. Fue lamentable Un viernes, misma noche que guardó el documento en la nube y se fue a dormir con mucho entusiasmo y felicidad por cumplir al fin su objetivo, entraron dos personas en su departamento. Provenientes de los servicios de inteligencia, que con acceso a su correo electrónico, como a cualquier sitio dentro de este país, eliminaron el documento inmediatamente. No lo despertaron, estuvo muchas noches sin dormir así que calló desmayado apenas tocó la almohada. Los sujetos dispararon cinco veces, dos en su pecho y tres en su cabeza, luego escaparon sin dejar rastro. Un fuego incontrolable iluminó el barrio, provenía de esa locación, los sicarios lo habían causado. Fue ardiendo todo poco a poco hasta llegar a la habitación donde yacía el cuerpo del jóven, primero consumieron rápidamente las sabanas ensangrentadas, y luego calcinaron su cadáver. Cuando los bomberos pudieron apagar el incendio ya no quedaba rastro de nada.
Un peritaje y autopsia obviamente falsificados determinaron que el incendio se causó por una falla eléctrica y Sebastián murió por esa razón, la policía rindió un acto muy sentido en su homenaje y participaron muchas de las personas que él iba a denunciar. Bajo ese falso lamento se escondía el festejo por haber vencido a un enemigo, para nada poderoso, para nada comparable a la fuerza con la que ellos dominan, y es por eso que pudieron asesinarlo muy fácilmente. Pero lograron reconocer dentro de todo lo que a ellos les faltaba, ese coraje, esa valentía de anteponerse al sistema, ese amor por defender la justicia y aborrecer con toda el alma cualquier flaqueza de la libertad, cualquier vestigio de la conciencia, la profanación de hacer cosas malas, mentir, y pisotear a la sociedad por más dormida que esté. Por dar la vida y el corazón por todo eso. Y aunque nadie logre nunca saberlo, quedará en la memoria de siglos.
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