Primera parte

Hace mucho tiempo, en la época medieval, vivía junto a sus padres en un hermoso castillo la princesa Leonora, una hermosa joven de 15 años muy aventura, valiente y curiosa.

Sus padres la dejaban explorar solo los alrededores del castillo en el día, pero a escondidas durante la noche, la princesa exploraba sola todo su reino, esperando encontrar maravillas que puedan permanecer en su mente para siempre.

Una noche, mientras Leonora salía a explorar, vio una luz brillante, prácticamente cegadora entre los arboles. Leonora, con miedo, pero con la valentía que la caracterizaba, se acercó a dicha luz lentamente y vio algo que la llenó de fascinación. 

Un chico joven realizaba movimientos extraños con sus manos, la luz cegadora salía de él, al parecer de su interior, sus movimientos eran cada vez más violentos y la luz era más y más brillante.

La princesa, llena de curiosidad, se acerca al chico quedándose perpleja ante lo que se encontraba frente a sus ojos; pero de repente, las luces terminaron, todo oscureció y el chico, se desmayó.

Leonora preocupada, le toma los hombros y comienza a moverlo bruscamente, tratando de despertarlo y, para suerte de Leonora, comenzó a despertar.

Cuando el chico recupero su consciencia por completo y vio a la princesa Leonora, se levantó de golpe asustado, alejándose de la princesa, mientras ella, atónita, trataba de calmarlo.

– Oye!. ¿Estás bien?. No voy a hacerte daño.

-!Tienes que irte¡   – Dijo asustado el joven.

-¿Quién eres?

Antes de responder la pregunta, el muchacho salió corriendo, y en medio de la oscuridad de la noche, Leonora no pudo seguirle el rastro, así que volvió a casa algo desconcertada y con una obsesión, una pregunta, una pregunta que le urgía responder para su paz mental.