Era una tarde agradable. Me encontraba sentado frente a mi amigo Barry, al que conocía desde mi juventud. Tomábamos un café después de almorzar en Zizzi, justo en el centro de Sutton, al sur de Londres.
Estábamos sentados cerca de una de las ventanas. El día tenía un clima hermoso. No llovía y sólo habían algunas nubes en el cielo pero, debido al frío, con mi amigo habíamos declinado tomar una mesa en el exterior y decidimos almorzar dentro del local.
Algunas muchachos mas valientes que nosotros, disfrutaban de su comida inmunes al clima exterior, tal como sucede con la mayoría de los jóvenes. ¿Te has dado cuenta lo inmunes que son los chicos al frío? Bueno, tal vez no sean indiferentes al frío. Quizá sólo le den menos importancia de la que le damos los viejos.
A través de los cristales de la ventana, se podía ver sobre la avenida Grove el rápido circular de los vehículos. Cada tanto algún transeúnte pasaba velozmente a través de la ventana intentando llegar temprano a algún misterioso lugar.
Ese día yo había sido muy afortunado con la elección del menú. Debo decir que soy sumamente quisquilloso en muchos aspectos de mi vida, pero especialmente delicado con la comida.
Había elegido una ensalada Burrata Caprese y le había acompañado con un pan Garlic que tenía muzzarella y cebollas caramelizadas. Realmente exquisito.
Barry había comido unas albóndigas de cerdo en salsa pomodoro y una bruschetta. A juzgar por los resultados del almuerzo, su experiencia había sido igual a la mía. Nuestros platos estaban vacíos.
Le comentaba a Barry algunas dudas por las que estaba atravesando en mi vida. Mi amigo es de esas personas reflexivas que siempre tienen una respuesta adecuada para todo. Es muy perceptivo.
Siempre, antes de responderte, explora tu estado de ánimo y tu capacidad de atención. Si piensa que no estás bien predispuesto a escuchar, o que prefieres una respuesta “fácil», pues, es justamente lo que te dará.
Pero si entiende que realmente necesitas un consejo y que estás dispuesto a reflexionar sobre sus respuestas, se sumerge de lleno en el tema y a través de múltiples paralelismos, silogismos y reflexiones termina haciéndote ver alguna perspectiva singular.
Se podría decir que es un genio del vocabulario y la reflexión.
-«Siento que estoy estancado, Barry. He perdido la fe.»- Comentaba yo entre sorbos de café.
-«Es sólo una fase, viejo. Todos pasan por ello. Ya pasará.»- Respondía mi amigo.
-«No. Creo que no lo entiendes. Soy el clérigo de mi comunidad. No se me permite perder la fe. No a mi. Si lo hago, no puedo ser auténtico.»- Me sinceraba con un dejo de desesperación.
Barry me miró con esa expresión que delataba su frío análisis de situación. Seguramente estaba preparando sus ideas mientras analizaba cómo debía presentarlas para que mi cerebro las asimilara de un modo más fácil.
Con mi amigo nos conocíamos casi desde la adolescencia. Nuestros encuentros, aunque no eran asiduos ni constantes, sí eran intensos. A veces Barry se transformaba en un mentor en mi carrera. Y sus reflexiones me ayudaban en las diferentes etapas de mi vida.
Cuando éramos jóvenes, ambos habíamos seguido el frágil y difícil camino de la religión. Nuestra vida dentro del seminario había sido bastante desigual. Yo era un estudiante obediente que intentaba en todo momento comprender las bondades de la verdad revelada creyendo casi ciegamente todo lo que se me decía.
Barry era el rebelde cuestionador del status-quo. Siempre buscaba detrás de las cortinas en un intento de ver aquello que no era evidente para nadie. Su mente le exigía una completa libertad de pensamiento y deducción.
De una u otra manera, todos los caminos llevan a Roma, dice el refrán. Pero no sé hasta que punto eso era cierto. Después de algunos años de mucho sufrimiento mental, yo pude egresar del seminario y ahora dirigía un pequeño rebaño de feligreses.
Barry había dejado el seminario en el tercer año y se había dedicado a la física y luego a la educación. Le iba muy bien. Era un profesor con calificaciones excelentes y a juzgar por las apariencias, se sentía muy satisfecho con su elección de vida.
-«Mira, viejo. Justamente eres el menos indicado para darte cuenta de lo que está sucediendo. Tú vives en un mundo de Verdades Absolutas. Y el mundo no tiene Verdades Inmutables.»- Expresó mi amigo.
-«¿Pero que dices, Barry? Sabes bien que la Verdad es única.»- Contesté asombrado. Esa afirmación de mi amigo casi sonaría a un insulto a nuestros maestros del seminario.
Curiosamente Barry nunca había dejado de tener un aire de preeminencia sobre mí. Claro que nunca se lo había confesado. Pero en casi todas nuestras charlas el dominio de la filosofía y la teología que demostraba me hacía sentir limitado.
Siempre le consideré brillante y que sus capacidades analíticas estaban en un nivel muy superior a las mías. Por eso me asombró una afirmación tan burda. Reafirmé:
-«Toda la Verdad es Absoluta. Lo que dices contradice toda la Teología que conozco.»- Dije.
-«Mira. ¿Cómo te lo explico? Ya está. Dime una cosa: ¿sabes por qué existe el tiempo?»- Preguntó con una expresión sincera.
Una pregunta sobre algo que no tenía absolutamente nada que ver al tema en cuestión, era algo habitual en las reflexiones de mi amigo. Seguramente Barry demostraría su punto de vista llevándome a través de un razonamiento completamente nuevo.
Incapaz de adivinar cuál podía ser la respuesta correcta para este caso, le dije:
-«Para que el hombre evolucione, crezca, reflexione. Para que haya una transición entre el nacimiento y la muerte.»- Intenté enfocarme en una respuesta espiritual.
Si Barry quería una respuesta desde el punto de vista de un físico como él, yo era incapaz de deducirla. Pero lo que podía hacer, era darle una respuesta filosófica decente.
-«Ahí tienes. Tu formación sacerdotal te limita en tu capacidad de pensar. Eso es lo que te dice tu mente con la falta de fe. No le das la oportunidad de crecer y te lo está avisando de ese modo.»- Afirmó Barry.
-«No puedo entenderlo, Barry. Ayúdame un poco a seguir tu línea de pensamiento»-Le pedí.
-«Ok. Mira. Lo que crees Absoluto en realidad es relativo. Todas las verdades son relativas.»
Barry se explayó un poco más:
-«Pongámoslo de este modo: ¿Tú quieres a tu mujer? ¿Le amas realmente?»
-«Claro que si. Lo sabes.»-Respondí con sinceridad.
-«Esta bien, pero ¿Tu amor es real, completo, genuino?»- Insistió
-«Por supuesto.»- Reaccioné casi ofendido por su pregunta.
-«Bueno, pero hipotéticamente hablando ¿Qué pasaría si te enteras que te es infiel? ¿Si vas a casa y le encuentras en la cama con otro? ¿Le perdonarías? ¿O le abandonarías?»-
La imagen de mi mujer en cama con otro hombre era demasiado para mi.
-«Seguramente le abandonaría.»- Me sinceré.
-«Ahí tienes. Tú creías que tu amor era perfecto, puro e incondicional. Pero basta que tu mujer se equivoque sólo una vez y al diablo con el amor. Creías que tu amor era Absoluto, pero finalmente no lo era.»- No pude seguirle el ritmo.
-«Pero es absurdo. Quizá después de una infidelidad, decida perdonarla y seguir con ella. Reconciliarme.»- Intenté razonar.
-«Ahí lo tienes. En este universo, en este mundo las cosas pueden y deben evolucionar. Porque no hay absolutos.»- Comencé a comprender lo que quería decirme mi amigo.
-«Pero hay conceptos que son realmente Absolutos. Dios es absoluto»- Arriesgué ya sintiéndome un poco más seguro sobre lo que planteaba.
-«No, no. Piensa un poco. El tiempo existe para que todas las verdades se vayan perfeccionando porque vivimos inmersos en verdades relativas. Todas las verdades evolucionan hasta donde puede llegar el cerebro humano.»- Afirmó Barry tozudamente.
-«Pero eso es porque nuestro cerebro no lo ve. La realidad de algo es independiente del observador.»- Respondí apelando a la filosofía básica.
-«Está bien. Todavía no lo ves. Te has creído el cuento que dice que la limitación es propia de los humanos y que las realidades son analizadas defectuosamente por nuestro cerebro. No es cierto. Nuestro razonamiento puede ser perfecto y no ver la realidad. Dime algo: Cuando Dios creó a los ángeles ¿Cuál de todos era el más brillante?»- Su razonamiento se volvió incisivo.
-«La tradición dice que satan fue su más brillante creación.»- Dije ya dudando de la respuesta que recibiría.
-«Y sin embargo, con todo su intelecto y comprendiendo que su rebelión le condenaría al exilio eterno, no dudó ni por un momento en rebelarse. ¿Qué te dice ello?» – No me dió tiempo a responder porque estaba en una de sus líneas de pensamiento -» De alguna manera “algo» se le escapó a lucifer. ¿Y sabes qué fué lo que no pudo ver? Que el único que puede ver la totalidad de las cosas es el mismo Dios. Nadie que no sea él puede ver la Verdad Absoluta de algo. Porque lo que fue creado por Dios no puede ser Dios. Tiene que ser menos que El. Y lo que no iguala a Dios no puede ver todo lo que El si puede ver. No importa en dónde estés. Nunca verás una verdad absoluta en nada. Todo es perfectible.» – Quedé impactado con su respuesta.
-«Incluso cuando crees haber llegado a un concepto absoluto, es porque chocaste con una limitación de tu cerebro. Nunca ves la Verdad Absoluta. «- Completó su idea.
-«Quieres decir que nada de lo creado puede llegar a ninguna verdad absoluta?- Le pregunté.
-«Así es querido amigo. Por eso existe el tiempo. Para que todos podamos llegar en algún momento al mayor grado de acercamiento a la verdad. Algunos necesitan más tiempo que otros. Pero nunca nadie llegará a una verdad absoluta. Nuestra naturaleza nos limita. La verdad que ves, la verdad que crees, en realidad es lo que puede asimilar tu limitado cerebro. Es la realidad que tú puedes digerir porque tu naturaleza no te permitirá llegar más allá. Es como cuando un padre le habla del repollo a un niño para no explicarle sobre el sexo. Es una verdad que el crío no puede comprender, entonces le explicas lo del repollo. Cuando crece, puede entender un poco más la realidad y le explicas lo del sexo.» – Concluyó.
-«Es muy parecido al Agnosticismo»- Respondí perplejo mientras pensaba en voz alta.
-«Pues claro que sí. Por eso has perdido la fe. Tu cerebro te dice que hay contradicciones en tu filosofía. Debes resolverlas para seguir adelante. Tu cerebro te pide que resuelvas los cortocircuitos.»- Terminó Barry.
Vaya. Eso era lo que admiraba de Barry. Sus conclusiones parecían hechas a la medida de mis problemas.
Creo que tenía razón.
Nos despedimos amablemente y mientras reflexionaba sobre nuestra conversación, de pronto y sin saber cómo, estaba sentado en el sillón de mi casa. Mi esposa me traía un vaso con agua junto a las pastillas que me había recetado mi siquiatra.
Me despedí secretamente de Barry, sabiendo que las pastillas le harían desaparecer por unos días.
Tenía que preparar el sermón para mis feligreses.
FIN.
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