Ruido. El acto segundo transcurre en el patio de un establecimiento escolar de zona sur. Las formas son más liquidas que sólidas, y sintiendo un leve repiqueteo en mi nariz me aventuro a descubrir qué nuevo desafío me depara el mundo hoy. Me atrevo a pensar que soy inflamable, que mis pies se derriten por pura combustión humana. Pero una sensación me invadió de inmediato y entre el ruido real y las formas imaginarias veo una sombra perdida, y casi segura de que me hará daño corro, pura y completa escapando de aquel gualicho malvado que intenta llevarme y arrastrarme a lo profundo de una jaula de hielo. Corro segura de que todo es verdad, que todo sucede. Corro pensando que es lo correcto, pues ¡Quiere hacerme daño! ¡Tengo que huir! ¡Tengo que correr! Salto murallas y esquivo aviones, me hundo desesperada en un tanque de temor, ¿temor a la verdad? Más bien a la mentira. Me ahogo, me estoy ahogando… ¡Oh, nada de esto es cierto! Vuelvo a la realidad, un poco más despierta que antes ¿Dónde estoy? ¿De donde vengo? No tengo idea de donde estoy, y mucho menos la certeza de donde vengo. Doy una vuelta por el patio, reconozco personas, objetos y formas. Todo parece estar bien, hasta que giro sobre mis talones y veo a la sombra disfrazada de mujer. Me besa, me abraza, pero yo se que quiere hacerme daño, que algún día lograra su cometido y que no me volverán a ver jamás.
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