El sol de Trafalgar Square

El sol de Trafalgar Square

«Más aún, y como señal visible de que Londres es un lugar olvidado de Dios, caen sobre ella ciertos días, sin previa advertencia, unas nieblas frías, que privan por completo a la ciudad de la luz del sol».

(De «Cuentos de la India», de Rudyard Kipling)

El sol se asomó a la plaza envuelto en nubes de seda.

O tal vez fuera la niebla, pero ¡qué poco brillaba!

o entre nubes se ocultaba, para que nadie lo viera.

Y sin embargo la gente, de seguro acostumbrada, 

ni siquiera lo miraba, como si fuera normal

que el sol alumbrara igual que la luna a la mañana.

Algunos niños dejaban, entre pilares y fuentes,

 a unas «estatuas vivientes», unas monedas plateadas,

mientras sus padres, de lejos, los miraban sin mirar,

como si aquel retozar, de niños tan abrigados,   

fuera un paseo obligado, una especie de ritual.

En la columna más alta, vigilante, estaba Nelson,  

mirando hacia al firmamento como queriendo encontrar

a su Inglaterra Imperial, a la reina de los mares.

¿Qué diría el almirante si supiera que, al final,

la cosa iría tan mal, que todo borran los años?

Porque hoy la decadencia ya no se puede negar,

con ese error garrafal de aquel «Brexit» voluntario.

¿Será por pura arrogancia, que entendiste mal la historia,

si la mismísima Roma tuvo un día que ceder,

¿cómo has de pretender, en esta era que es china,

volver a ser como ayer, una potencia genuina?

No son los tiempos del opio y ya dijo Napoleón,

dejad dormir al dragón, porque el día que despierte…

Tal vez a toda potencia, que dominó en este mundo,

debe llegarle en un punto, la hora de declinar.

Pues ésa es la realidad, has de saber, rubia Albión,

que el poder de tu pasado, así, sin gloria ni pena

como un castillo de arena, de a poco se desmorona,

al embate de las olas, implacables de la historia.