Dulce néctar de bendición

Tiernos columpios de amor, oscilantes tus caderas que se acercan y me hacen vacilar, un vaivén entre miradas que se asemejan en la distorsión de la cercanía. Te acercas más y mis piernas tambalean, como cuando siento volar entre ramas verdes de árboles frondosos, y me rindo ante tu cabello, castaño como el color de tus ojos. Te acercas un poco más y mis hombros acompañan a mi pecho que se hincha con valentía y se vacía con timidez; ya tienes control de mis sentidos y me haces dudar de mí: ¿Será que existo? ¿Será que sí estoy vivo? Y tu mano se muestra entre la figura tenue que forma tu silueta y alcanzo a ver que viaja en mi dirección. Te acercas aún más, ya puedo sentir tu aroma, es como de pinos frescos y algodón de azúcar, a fresas cortadas en rodajas y mandarinas recién abiertas. Nuestros rostros ya no se entienden, ya no puedo -ni quiero- ser consciente de mi entorno, y me desprendo del suelo como halado desde arriba en uno soplo de fuego que me quema desde adentro, pero me halas de nuevo hacia ti mi me aprietas contra tu pecho, haciendo mi vida tuya y la tuya mía. Ya no te puedes acercar más, estás entre mi piel y mis brazos. De pronto, un tren lleno de emociones pasa frente a mí llevándose mis angustias y sólo existes tú, sólo existe ese momento, sólo existe el goce de tenerte ahí, aunque fuera un momento en lo efímero del tiempo, aunque fuera en un pedazo de cielo, toda mía en esta tierra, llena de estrellas y agua. Tus manos me rodean como buscando una respuesta, me haces preso de tu mirada que no distingo, me hundes en un río de tranquilidad y me das de beber del jugo preciado de amor, del néctar de bendición con el que me enseñaste a amar una vez. Así es como mi corazón se sale del pecho y emprende un viaje al que no sé cómo llegar, pero que conozco porque me llevas con cada beso, y es ahí donde siempre quiero estar.

Etiquetas: poesía

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