Cuentan las ninfas que en el aliento del viento se oyen las canciones más bellas que la naturaleza puede entonar. Los gorriones claman por nuevas letras para cantar y alardear de su talento. Las nubes adornan los vestidos de las montañas verdes, con collares de nieve y sombreros de niebla; y es ahí dónde se encuentran las bellas alas que impulsan a la más majestuosa de las aves. Es grande, titánica, impetuosa y rebelde, sagaz y despiadada, como si se tratara de un poder incomprensible para un mortal, algo más allá de las palabras, una belleza sempiterna que adorna el cielo con sus amplias alas húmedas. Son ellas las que riegan los pequeños troncos de vida y lubrican los ríos, caudales de paz. Y se eleva de repente para hacerse notar, oscura e imponente, pero al mismo tiempo elegante y suave, con un aliento a menta que despierta el petricor y los goleros hambrientos se preparan para el baño. Baja furiosa el ave de alas húmedas y se hace notar, su palpitar por las calles, su destello en las paredes, su chillido estruendoso cuando avisa que está cerca. Luego se cansa y en un acto difuminado y calmo, se va hacia otro lugar. 

Etiquetas: naturaleza poesía

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