El Hablar de las Palabras

El Hablar de las Palabras

A. J. Weston

21/08/2021

Hace poco tuve una “rencilla” y salí perdiendo porque el que está mal, en la mayor parte de las veces es el que sale perdiendo. Fue una discusión por internet y ni siquiera conozco bien al “contrincante”, pero no tengo la menor duda de que hice una gran herida y que esa herida tardará mucho en sanarse (si es que, con la ayuda de Dios, se sana).

Desde que escribo, sobre todo cuando mando mensajes de texto y no se escucha mi voz y mi tono, he tratado de descifrar cómo se transmiten las actitudes y los tonos de voz al papel. Esa primera cuestión es fácil de contestar; las palabras. Pero, ¿cómo puedes saber por medio de las palabras lo que la persona detrás del papel o el celular están tratando de comunicar con gestos y modos? La respuesta me vino con esta desventurada rencilla; nuevamente, las palabras eran la respuesta. Las palabras TIENEN voz. El hablar solo por hablar es uno de los errores más grandes, no solo te perjudicas a ti mismo, sino también a los que te rodean, y aunque difícil de creer, tarde o temprano también al mundo entero. De alguna forma, lo que decimos y hacemos llega hasta los fines de la Tierra.

Tal vez no seas Bill Gates, sus computadoras o hasta el mismo internet, pero conoces personas, ¿no? Y esas personas conocen a otras personas. Es como el hilo de una tela, sigue su camino, recto y constante, pero es inevitable que otros cientos de hilos se crucen en su camino. Nuestro hilo se cruza con el de otro, y de alguna forma, se lleva algo de nosotros con él. Y de alguna forma, comunicándose hilo tras hilo, vida tras vida, lo que decimos y hacemos llega hasta lugares inimaginables.

Para hacer más llevadera la vida, aprender y poder aconsejar en su momento, yo escribo en una libreta reflexiones mías o cualquier otra cosa que me recuerde hacer el bien y no el mal. La primera fue esta, y es que estaba luchando en ese momento sobre lo que yo tenía que hacer en mi vida y para lo que estaba en este mundo:

DEJA de enseñar a otros; ENSÉÑATE a ti mismo. No des LECCIONES; has REFLECIONES y escudriña tus pensamientos. Abstente de IMAGINAR cosas que nunca pasarán; PROCURA mejor pulir tus virtudes. Te DESHACES por cosas vanas; CUENTA tus bendiciones de cada día. Buscas dar CONSEJO; pero a ti te encasquetarán tu propio DICHO. Hablas de cosas erróneas a personas ERRONEAS; escoge bien a tus AMISTADES y nunca faltes al deber. Pero ante todo; “amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

(Deuteronomio 6; 5)

Tal vez no todo aplique para esto, pero la gran mayoría sí. La que más aplica es la parte en la que dice “buscas dar CONSEJO; pero a ti te encasquetarán tu propio DICHO”. Bueno, pues a mí me encasquetaron mi propio dicho, y peor aún, fui yo quien tuvo que encasquetármelo. Yo suelo decir que siempre hay que tener cuidado con lo que decimos, hablar y actuar con respeto sin ninguna excepción, porque nunca sabes con quién te vas a encontrar. O en este caso, qué vas a decir y qué vas a ocasionar con lo que digas. Me jactaba de que yo siempre pensaba antes de hablar y que era una persona justa, pero ahora me doy cuenta de que mis actitudes eran necias y que mi juicio era pobre y sin vida. Un verdadero juez muele, y luego alienta a resurgir de las cenizas. Yo solo molí. Mi padre siempre dice:

–Piensa antes de hacer—

Yo asentía cada vez que él lo decía, pero ahora me doy cuenta de que pensaba de la manera incorrecta, y que el resultado de hacer las cosas tras pensarlas a mi manera, resultaba peor que si no hubiera pensado.

Ahora me doy cuenta de que las palabras tienen voz, y que Dios nos otorgó la autoridad para usar el poder de las palabras, pero para utilizarlas con sabiduría. Podemos dar una crítica dura y directa, pero con suavidad y delicadeza. “Pero hay maneras, hay maneras”, diría mi abuela. Sí, hay maneras, y esas maneras muchas veces las aprendemos a las malas. Hay maneras de hablar y comunicar, las palabras tienen voz y una de nuestras tareas es aprender a escuchar la voz de cada palabra y descubrir en dónde debe ser escuchada esa voz. No es lo mismo decir te quiero a te amo, ¿verdad que no? Una de las dos tiene más impacto y peso que la otra. Estos son tres ejemplos sencillos y cotidianos que pueden ayudar a entender:

Te quiero=te amo

Te detesto=te odio

Me caes mal=Me caes gordo

Shakespeare escribió una vez:

–Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras—

He dicho y hecho tantas cosas de las que me arrepiento, que podría escribir toda una epístola sobre cada cosa que hice mal. Cada vez que pienso en uno de esos errores, el veneno de la vergüenza corre por mis venas y la enfermedad de la sarna se propaga por mi piel. Me revuelvo en la tierra y no se va la comezón. Olvido, pero siempre vuelve con la marea. Y al anochecer, la marea siempre sube más, las olas vienen con más fuerza, el golpe es más duro. No sé nadar y no hay quien me escuche, porque la soledad me invade. Pero hay un Dios, y Él me escuchará cuando nadie más lo haga. Me salvará de las profundidades ajenas del mar y me llevará a tierra seca.

La gente habla y habla, pero nunca escucha. Nunca guarda silencio para dejar que otros hablen. Tal vez si escucháramos un poco más, nos daríamos cuenta de la sarta de tonterías que solemos decir. El orgullo, el egoísmo y la codicia. El orgullo ahoga el corazón, el egoísmo endurece el alma, y la codicia enferma la carne. A todo esto solo hay una salida, y supongo que está de más decirla.

Espero no hablar solo por hablar, pero por esta “pequeña” rencilla que he tenido, y por otras pocas, por experiencia propia te digo; no digas nada sin pensar. Hazme un favor y sé honesto contigo mismo, ¿te conviene meterte en líos de este tipo? La única razón por la que puedas decir que sí, es que solo de esta manera aprendes. Hay quienes solo aprenden dándose de tumbos con la pared, hay quienes con poco entienden, hay quienes siempre lo supieron, y hay incluso aquellos que aun ni se han enterado. Pero hay otros que dependiendo de los temas, circunstancias y caracteres, aprenden de todo un poco de todas las maneras posibles.

Esta rencilla me enseñó no solo a tener más cuidado con lo que digo y cómo lo digo, sino a hablar por medio de las palabras. Aprendí un poco más a SABER hablar con las palabras. Aun me queda mucho por aprender, la vida es larga, los golpes muchos, las caídas innumerables, las fuerzas faltan a veces, la necedad y el orgullo nos ahogan, perdemos el sentido y nos creemos perdidos. Pero la esperanza muere al último, y para mí, esa esperanza prevalece y rejuvenece con cada salida del sol.

Etiquetas: reflexión

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