La espada y la flecha

La espada y la flecha

JAMA

11/08/2021

En alguna parte de Europa central 1965

El frío era punzante, acompañado por el incesante viento que provocaba un molesto golpeteo en alguna teja suelta por fuera de la casa principal, y algunos sonidos dispersos a las afueras del terreno propias en un escenario campirano lo cual le daban al entorno un ambiente lúgubre y abundante en incertidumbre.

El lugar en cuestión quedaba a unos 80 kilómetros del poblado más cercano, y era de difícil acceso debido a las calles empedradas y zonas boscosas densas en vegetación; era como si este punto en particular buscará apartarse del resto de la civilización y sin embargo (con los recursos necesarios claro está) uno podía llegar a este sitio olvidado y toparse con una vieja granja delimitada por un demacrado alambre con abolladuras en algunos puntos, en ella habían dos corrales con cerdos y borregos, tres invernaderos, una huerta sin terminar, un establo sin animales dentro y naturalmente una casa central de dos plantas hecha de concreto y madera con una amena estética rústica que no desentonaba con el campo y el bosque a sus faldas, sin olvidar claras influencias niponas en el estilo arquitectónico, lo cual tenía sentido con respecto a su propietario.

Sin duda no era la mejor noche para que el señor Intaishita rōjin durmiera con tranquilidad, pues si bien ya llevaba más de tres años acoplándose a la vida campirana, aún quedaban vestigios de incomodidad y miedo propios de un desertor.

Este hombre de unos 45 años yacía acostado en la habitación principal con una mujer en sus brazos, que a diferencia de él era europea (francesa para ser exactos), quien quizás sintiera atracción por el peculiar semblante asiático de aquel hombre que le excedía más de ocho años o por el contrario por los grandes ingresos monetarios que poseía (o quizás las dos cosas).

A pesar de estar ya en caída temporal, aquel hombre japonés se mantenía en condiciones favorables pues su rostro era prolijo, poseía una complexión delgada claramente fortalecida y las canas apenas brotaban con leves pinceladas en su larga cabellera.

Sin duda la noche sin aparentes rastros de anormalidad despedía en el ambiente una extraña sensación de peligro e incomodidad que no dejaba descansar por completo al señor Intaishita quien fue despertado por el abrupto toque de su hija a mitad de la madrugada. Su hija tenía quince años y a la luz azulada de la noche mostraba sus rasgos mestizos entre europeos y nipones torcidos en una mueca de horror.

-Papá, papá – insistió aterrada la hija – despierta, algo está pasando.

El señor Intaishita despierta rápidamente y divisa el rostro asustado de su hija

-¿Qué pasa preciosa? – pregunta.

-Hay ruidos extraños que salen del granero, parecen como si alguien estuviera cantando dentro.

El hombre nipón se retira cuidadosamente de la cama para no despertar a su mujer y rápidamente se dirige a la ventana para divisar el granero.

-¿Segura que era la voz de una persona?, quizás es algún animal que se metió dentro – dijo Intaishita tratando de calmar a su hija.

-No estoy loca papá – contestó irritada su hija – alguien está cantando dentro, creo que en algún idioma asiático.

Al escuchar esto el hombre abrió rápidamente las puertecillas de la ventana para escuchar con atención y percatarse de que efectivamente alguien estaba entonando algunos cantos por dentro del establo en un perfecto Ainu tradicional. Las letras rezaban: el camino de los Ume no sirve a los dioses ni al hombre, sino al flujo natural de las cosas.

La hija se percató del rostro paralizado de su padre, por lo que el miedo se volvió más prominente en la raíz de su pecho; la respiración acelerada del señor Intaishita no podía profetizar nada bueno; era la mirada de un hombre desconcertado, asustado a espera de un peligro inminente.

-¡Enciérrate aquí con tu madre y no le abras a nadie! ¿Entendiste? – soltó el hombre con el cuidado prudente para no denotar mucha agresividad.

El preocupado padre se dirigió a un viejo ropero de madera y tentó con sus manos en busca de un compartimento entre la madera y el concreto donde guardaba un rifle calibre .22 el cual usaba en caso de que se metieran coyotes o algún otro ente desagradable.

-No nos dejes papá – gritó aterrada la joven.

-No me tardo cariño, por favor no salgan escuchen lo que escuchen y no dejes a tu madre sola.

Intaishita salió rápidamente de la habitación, cerró la puerta con llave y recargo el cartucho del rifle para posteriormente accionar el cerrojo (a pesar de no ser necesario, pues todavía no se había efectuado ningún disparo), tanto las manos como la frente le sudaban. Al salir de su vivienda, aquel hombre respiró con esmero y esbozó en su mente una frase para dar camino a la fortaleza y a una posible confrontación.

-Si lo que sigue es la muerte, la encararé con orgullo – dijo dentro de sí.

La puerta del granero se abrió lentamente y la penumbra de sus adentros se iluminó con el destello de una lámpara de aceite que el señor Intaishita encendió, quien estaba vestido con algunas prendas holgadas y unas getas de madera. El hombre colgó la lámpara en su brazo izquierdo para tener ambas manos libres y de esta forma sostener el rifle; sus pasos fueron serenos y silenciosos; un ligero indicio de vitalidad sería suficiente para accionar el gatillo.

Al llegar al punto más oscuro de esa desgastada estructura de madera y pisar restos de hierba y piedrecillas hubo un destello que alertaba la presencia del intruso que se encontraba en el interior, un hedor nauseabundo surgió del fondo. Este estímulo fue suficiente para que el hombre apuntara el rifle en dirección del hedor el cual se potencializo al llegar a cierta distancia. La tensión ya estaba a sus límites, pues el mero instinto de supervivencia imperaba.

-¿Quién carajos está ahí? – pregunto Intaishita a la defensiva.

El ambiente se iluminó rápidamente por la proximidad de la lámpara de aceite dando un resplandor cálido en el borde de uno de los corrales, dejando entrever a ese mugroso viejo sentado en el fondo con una apariencia calavérica profetizando que aquel debió morir hace muchos años y vestido en un percudido Kimono rojo.

-Hermano Intaishita, te estaba esperando – recito el viejo en un tono burlesco y chocante.

El señor Intaishita reconoció ese porte de inmediato y tras pensar por unos momentos y bajar lentamente el rifle recordó quién era ese extraño hombre.

-Hermano Akai shi, tantos años y no has perdido esa figura rica en vitalidad – dijo sarcástico con el fin de ocultar la tensión que guardaba dentro de sí.

El viejo esbozo una grotesca sonrisa donde se le apreciaban únicamente 3 dientes (dos de ellos completamente podridos).

-Los años no pasan en vano Intaishita – respondió este – un hombre ha de hacer lo que el destino le depare; ya me conoces; nunca dejó de trabajar.

El señor Intaishita miró con cierto desprecio a su viejo compañero (lo cual no se disimulaba por la expresión en su rostro), pues aquel hombre representaba al fin y al cabo todas sus andanzas en el pasado las cuales no eran precisamente agradables de recordar. El desprecio era el paso lógico.

-¿Qué haces aquí maldito?, tu y tu asquerosa orden no son bienvenidos aquí – soltó chocante Intaishita.

El viejo río.

-Por si ya se te olvido viejo amigo, esa “asquerosa orden” te dio cobijo cuando apenas te alimentabas con mierda, ¿Dónde estarías ahora? me pregunto yo.

-Eso no responde a la pregunta – replicó Intaishita irritado cada vez más – ¿Qué haces aquí?.

-¿Qué?¿Aquí? – respondió exagerando extrañeza – bueno, que puedo decirte, soy un hombre solitario y justo así es como debería morir cualquier asesino desalmado, pero tu eres al que mejor le fue en el camino, tienes una huerta y dos hermosas mujeres dentro de esa soberbia propiedad pagada con sangre.

Intaishita se alertó al instante y apuntó nuevamente con el rifle.

-¡Si les tocas un pelo te voy a…

-¿Me vas a qué? hermano – respondió Akai shi en tono burlesco como si este tuviera el control de la situación (y así era) – este es precisamente al Intaishita que quería ver.

Intaishita mostró malestar inmediato y se dispuso a seguir con su interrogatorio.

-Me refiero a lo que haces aquí, en mi propiedad.

El viejo sonrió.

-Ohhh ya – dijo luego de reír un poco – vengo por algo que no te pertenece hermano, ya sabes, nada de importancia, una baratija.

Intaishita retrocedió unos centímetros al percatarse de que aquella situación emanaba más peligro del que consideró al principio a pesar de la aparente serenidad en la conversación.

-¿Cómo sé que no tienes un arma? – pregunto tratando de evadir el tema.

El viejo se descubrió el percudido kimono y los flojos pantalones dejando al descubierto su demacrada figura y sus genitales para luego esbozar una horrorosa mueca dejando entrever sus dientes escasos y unos labios lacerados por la resequedad; Intaishita mostró su desprecio torciendo el rostro a una mueca de desagrado y se preguntó a sí mismo – ¿acaso así era como yo terminaría siguiendo los pasos de la orden?.

El viejo se cubrió satisfecho de haber provocado aquel disgusto y se dispuso a continuar con su petición.

-Mi deber es proteger los vestigios de la orden hasta el fin de mis días, así que quiero la espada del joven “Asashin”.

Un silencio acentuó la incomodidad de la situación; las sospechas del señor Intaishita se hicieron realidad.

-¿Que te hace pensar que yo la tengo? – preguntó arrastrando las palabras y sin poder ocultar el temor que experimentaba en aquellos momentos.

-Se de buena fuente que la obtuviste hace tres años en una subasta, la querías porque sabias su procedencia y el valor que tiene – respondió rápidamente el viejo Akai shi completamente consciente de su control en la charla.

-Ya no existe una orden – soltó Intaishita con el fin de recuperar algo de dominio (no lo logró).

El viejo río descontroladamente en burla de Intaishita.

-La vejez ha nublado tu juicio hermano, está justo aquí – respondió con risas entre sus palabras y señalando a ambos – el hecho de que hayas jodido el linaje enrollándote con esa asquerosa europea no significa que te libraste del lugar donde perteneces.

El hombre se puso furioso ante aquellas palabras y logró olvidarse por unos instantes del temor que lo acunaba por el enfado propio de alguien a quien insultan a su familia.

-¿A dónde pertenezco entonces? – preguntó colérico.

El viejo río nuevamente pero sin el frenetismo antes mostrado y finalmente dijo.

-Como yo lo veo, existen dos tipos de hombres en el mundo, y nada lo refleja mejor que la historia del joven Asashin cuya espada está en tu posesión, seguramente ya la sabes pero aun así permíteme contarte para esclarecer tu perspectiva.

Y así Akai shi se dispuso a contar con sumo cuidado un relato con ya cientos de años de antigüedad y el señor Intaishita se dispuso a escuchar, pues no se le ocurría alguna forma de zafarse de su situación, además era claro que el viejo sabía lo evidente; y es que efectivamente él tenía la espada.

La espada y la flecha (contada por Akai shi)

Kyūshū Japón feudal 1336

Pues te sorprenderá lo que la política puede hacer viejo amigo pues las vidas humanas son meras herramientas cuando se habla de política, ya que al ver el panorama completo las pequeñas cosas quedan en segundo plano y en este caso fueron 36 cabezas las que rodaron aquella noche de invierno con la nieve alfombrando el panorama, lo curioso es que debieron haber sido 37, ¿no te intriga?, pues presta atención.

Cuatro jóvenes guerreros de kimono naranja y armadura impecable masacraron a personas completamente desarmadas que se encontraban ocultas en una finca a los alrededores rurales de Kyūshū, los asesinatos no fueron a la defensiva pues todo fue para mandar un mensaje conciso que podría captar hasta el analfabeto mas imbécil que pudiera conocerse; los que dieron la orden no son relevantes, pues al poco tiempo ellos mismos terminaron sepultados en los cimientos que se esmeraron tanto en construir, por lo que cabe preguntarse si tales muertes valieron la pena al fin y al cabo.

Los asesinos en cuestión pertenecían a nuestra querida orden que te jactas con esmero de querer ocultar, los Ume en honor a una de las flores más hermosas de Japón, lo cual resulta irónico considerando que nos referimos a un grupo de unos 300 asesinos que borraron gobiernos enteros por un módico precio que no incluía bienes monetarios ni terrenales, lo que nosotros pedíamos a cambio era poder, ya sabes, el poder de controlar la existencia de los demás sin que los pobres moradores fueran apenas conscientes de ser controlados.

En fin, el “hallazgo” en cuestión ocurrió a las afueras de esa vieja finca de cinco habitáculos separados entre sí que fungían como refugio de las familias de ciertas personas en el poder que se encontraban fichadas por otras personas en el poder; “las órdenes eran claras”, no dejar nada que pudiese ser reconocido después, tarea que le fue impuesta a cinco novatos de la orden (uno por cada habitación), todos ellos jóvenes que no excedían los 20 años con una vitalidad vivas y por supuesto, una voraz sed de sangre.

Los cinco se hallaban a las afueras de la explanada realizando planeaciones y repartiéndose el trabajo, de manera que todos recibieron una cantidad equitativa de labores (has de saber viejo amigo que nosotros los ume somos justos y equitativos cuando hablamos del cumplimiento de labores), la tarea parecía sencilla hasta llegar a la incómoda decisión de quien debería limpiar el habitáculo donde se encontraban los ancianos y los niños pues como recordarás, los guerreros eran apenas principiantes y apenas habían experimentado aquella sensación nauseabunda posterior a los primeros encargos impuestos por la orden. Pero uno de ellos era la excepción.

El joven que se ofreció para tal tarea fue el guerrero llamado Asashin quien era el más joven de los cinco pues apenas tenía 17 años y algunos pelos en las bolas; a pesar de su corta edad ya había acumulado una cantidad nada despreciables de muertes y todas ellas sin titubear; el joven era de pocas palabras y la arrogancia nublaba sus votos espirituales, pero era indiscutible la dedicación y esmero de su trabajo.

El plan era simple: masacrar a todos los que estuvieran dentro de las habitaciones para posteriormente reducir los espacios a cenizas, por lo que a cada guerrero se les dispuso de pedernal y aceite inflamable; sin olvidar la katana y el tanto atados a la cintura.

La luna era roja, lo que presagiaba por sobre todas las cosas la muerte al asecho de los débiles, y así llegada la hora de dormir los cinco caballeros del infierno bajaron por la pequeña colina, cruzaron el arroyo y se colocaron en las entradas respectivas para ejecutar el plan en sincronía, uno de ellos respiraba con dificultad, otro de ellos soltó gran cantidad de aire en un suspiro y a otro de ellos le temblaban manos y piernas, pero el joven Asashin se mantuvo con una serenidad envidiable como cualquier monje en plena actividad espiritual.

El asesino de mayor edad ejecutó con fina delicadeza ese característico silbido para indicar el paso a la acción y los guerreros se dispusieron a realizar el trabajo; si te hace sentir mejor has de saber que los cinco eran unos profesionales con la espada, por lo que cada alma desdichada gozo de una muerte rápida propio del gran profesionalismo de la orden (el sufrimiento era un recurso innecesario en estas circunstancias). Así pues el joven Asashin se dispuso a realizar su trabajo sin titubear y con los menores indicios de su presencia, exceptuando a una anciana que por unos segundos fue consciente de los terribles horrores que allí acontecían pero que fue silenciada rápidamente con una hoja en la garganta dejándola apenas capaz de emitir un leve alarido. Un rápido movimiento transversal fue suficiente para expulsar el líquido oscuro que se deslizaba por la hoja, para finalmente ser resguardada en su funda de madera pues el trabajo estaba hecho; sin embargo hasta los profesionales se les escapan detalles aparentemente insignificantes lo cual desencadenó en una curiosa situación que estoy a punto de narrar.

Tras terminar su labor y revisar un poco el interior sutilmente iluminado, el joven Asashin se percató a sus espaldas de un ligero sonido propio de una respiración agitada que buscaba ser ahogada con desesperación; efectivamente aún quedaba uno de ellos.

-Buenas noches amigo – dijo Asashin sin perder la compostura.

Detrás de un mueble en cuclillas yacía un niño sujetando y tensando un arco con la poca fuerza que un infante de unos ocho años pudiera efectuar, apuntando la flecha en dirección al joven guerrero quien sin titubear observó fijamente al niño y volvió el cuerpo para luego retira rápidamente la katana de su funda, manteniendo una respiración calmada propia de alguien con una determinación inquebrantable. El cómo el niño pudo pasar desapercibido en primera instancia de su verdugo es irrelevante; lo verdaderamente importante era lo que se desarrolló a continuación.

-Tienes el completo derecho y motivos para dispararme y quitarme la vida – expresó Asashin con una monótona entonación – conozco esa mirada, es odio, tristeza y desde luego temor, ahora las sombras son tu cobijo, has de hacer lo que cualquier hombre hace tras serle arrebatado de eso que ama, yo lo acepto, pero..

A la vez que el guerrero hablaba se postró en una postura baja flexionando ligeramente las rodillas y manteniendo la espada por delante de su dorso; el infante trataba desesperadamente de ocultar el terror que acunaban su corazón sin lograrlo, pues de su rostro se deslizaban abundantes líneas cargadas en lágrimas, de su nariz salía mucosidad formando algunas burbujas en los orificios, sus ojos estaban rojos como los de un demonio y sus piernas apenas podían sostenerse por sí mismas.

El niño temblaba y moqueaba ante un llanto temeroso (de esos cuando un ser indefenso sabe de antemano que este es su fin); el niño no comprendía del todo los sutiles destellos de la existencia, pero supo con suma precisión la situación en la que se encontraba y el mero instinto de supervivencia le siguió.

-De igual forma es mi deber avisarte – continuó el joven guerrero en tono calmado – que al disparar esa flecha te convertirás automáticamente en mi adversario, y desde luego, de esta habitación solo saldrá uno de nosotros con vida, así que como hombre completamente consiente, cumple con tu cometido y toma la decisión correcta.

El niño estaba aterrado desde luego, pero dentro de sí comprendía que el samurái de cualquier forma lo mataría aun este dejará caer el arco, por lo que quizás valiera la pena dar una estocada al destino para tener un mínimo de posibilidad de conservar su existencia; Asashin no cambiaba de postura y se limitaba únicamente a mirar fijamente a su víctima con esos ojos cafés que aludían a la sangre seca.

El niño entre una pérdida abrupta de su cordura y un frenesí de adrenalina soltó la flecha y a menos de un milisegundo el samurái ejecutó un rápido movimiento transversal realizando así un limpio tajo inclinado cortando la flecha exactamente por la mitad la cual cayó desconsoladamente en el suelo de madera el cual yacía manchado por la sangre de los que alguna vez habitaron ese pacifico recinto.

La locura se desató.

El niño ya no estaba en ese lugar, sino en una lapsus atemporal que amenazaba con quitarle todo su sentido de existencia, su cabeza palpitaba a niveles nunca antes vistos y sus ojos se nublaron como queriendo tapar la propia naturaleza de su desafortunada realidad. lo que debió ocurrir a continuación era que el desalmado verdugo borrara de la existencia al infante de un rápido movimiento para finalmente limpiar su katana y reducir la habitación a cenizas; pero sorpresivamente lo que siguió fue algo más doloroso que ser lacerado por una espada: el diálogo.

-Eres sorprendente amigo mío – recito el joven Asashin con una sonrisa forzada en su rostro – aun con las posibilidades en tu contra estuviste dispuesto a mirar a los ojos a tu destino y no pararse ni un segundo.

Pasaron unos momentos de asfixiante silencio hasta que el joven guerrero limpió su katana con un trozo de tela oculto en su cintura aunque la hoja ya estaba completamente impecable y tras terminar aquello la guardó en la funda de madera. Finalmente quebró el silencio.

-Matarte sería un acto de piedad, pero me abstengo de concederte ese favor; quédate con el peso de no haber podido salvar a aquellos que amas, aunque si lo piensas bien deberías agradecer en no estar en sus lugares.

Asashin cruzó el umbral atravesando el sitio por donde se ocultaba el aterrado infante quien quedó perplejo y completamente inmóvil con el arco aun en sus manos y unas ganas de simplemente colapsar en el acto. Al llegar a la puerta Asashin volvió la vista y vio fijamente al infante como quien observa un animal herido incapaz de defenderse.

-Quemaré la habitación, así que será mejor que te retires – dijo – después de eso quien sabe, a lo mejor nuestros caminos se topan de nuevo, pero esa será la última vez que nos veamos.

El niño se disparó hacia la salida dejando caer violentamente el arco de madera y con el frenesí de una gacela asustada se disolvió en la oscuridad del bosque a 10 metros del jardín principal, Asashin sonrió victorioso y al son de un ameno silbido vertió todo el combustible en el interior del cuarto para posteriormente accionar el pedernal y consumir todo en una masa negra sin que fuera posible reconocer figura humana alguna; él hubiera preferido dejar su obra a la vista de todos, pero las órdenes eran claras y habría que seguirlas.

En fin, si te lo preguntas querido amigo, no, el niño no creció con remordimientos para dedicarse el resto de su vida a entrenar y finalmente cobrar venganza ante aquel que le despojo de aquello que alguna vez amó; en su lugar fue encontrado por una pareja de granjeros de clase baja a poca distancia de la finca en llamas. Estos le enseñaron a labrar la tierra y así trabajo sin protestar por el resto de su vida, sacando hortalizas y quitando malas hierbas; el tiempo y su espíritu borraron por completo aquel evento traumático para siempre, por lo que de cierta forma aquel joven guerrero se equivocó, pues ese peso agónico del que hablo nunca existió, al menos no con el paso de los años, desde luego olvidar es una bendición.

El joven guerrero vivió por unos cinco años más en los que no hizo más que realizar meticulosas ejecuciones a lo largo del territorio hasta que fue capturado por un grupo de samuráis sirvientes a quien iba a ser su próxima víctima; siguiendo la tradición el joven Asashin decidió poner fin a su vida con el ritual del harakiri pidiendo que sus pertenencias fueran sepultadas con él, incluyendo esa preciosa katana que tienes en tus manos.

Desde luego no todos nos haremos el harakiri luego de fallar en nuestro destino, así de fascinante es la naturaleza humana, ya sabes, algunos blanden la hoja y se sienten dueños del mundo, presos en sus propios pensamientos, y otros disparan el arco incapaz de cambiar la realidad que los rodea y simplemente lo acepta; en cualquiera de los casos ambas perspectivas resultan insignificantes con el pasar del tiempo, pues nada corta más como el olvido.

Regresamos a Europa central en 1965

-Y esa es la historia que acuna nuestra orden por generaciones – dijo el viejo sin apartar ese desagradable temperamento entre burlesco y hostil.

El señor Intaishita puso la mejor atención que pudo en el transcurso de la narración, pero era claro que no mostraba mucho interés en aquella historia.

El viejo saboreo cierto orgullo tras terminar de forma impecable su relato manteniendo la mirada hacia arriba como esperando algún vestigio venido del cielo.

-Bueno, entonces ¿podrías darme la espada caballero? – insistió Akai shi nuevamente.

Intaishita no encontraba circunstancia alguna para eludir la petición de aquel ser desagradable y tras meditar un rato se percató de un detalle bastante irónico que le hizo recapacitar acerca de su situación actual, y es que tal como lo pensó no tenía ninguna escapatoria.

-Ya no se por que te molestas en tantos rodeos pues está justo debajo de ti – soltó Intaishita como quien resuelve un enigma.

El viejo ríe.

-Así es hermano, aun puedo sentir la dulce fragancia del aceite rezagado, sin embargo ya sabrás que es nuestro deber no robarle nada a nadie, así que tu tendrás que dármela por intención propia.

Solo existía un camino posible, pero aun así Intaishita se permitió un último desahogo.

-Ya llévate la puta espada – soltó chocante.

Posterior a esto el viejo movió su cuerpo hacia atrás y saco la tabla suelta en el suelo que cubría aquel hueco falso del que saco una espada con su funda original decorada en anillos rojos y amarillos (en similitud a algunas serpientes). Con los ojos perplejos se dispuso a desenvainar la mitad del filo y con los dedos índice, medio y anular realizó un ligero rozón con las yemas en la hoja para después extender su mano; los cortes eran ligeros pero esto no impidió un flujo constante de sangre.

-No ha perdido el espíritu – entonó sereno aquel viejo a la luz de la luna – ese joven guerrero sigue aquí, firme y apacible como siempre.

El viejo se puso de pie y envainó la katana; esa sería la última vez que se pudo apreciar la hoja en su peculiar decoración y la inscripción en el nacimiento del filo que rezaba: yo no forjo espadas, yo forjo destinos completos.

-Gracias fiel hermano, la orden no te molestara mas, y así podrás morir con un propósito tan banal como tu vida misma, pero bueno, mi misión no es juzgar a los rezagados – dijo el viejo luego de una risita.

Akai shi se levantó del lugar donde se encontraba con la espada encajada en la cintura y se dispuso a retirarse del lugar no sin antes dirigirle una cordial mirada a su antiguo hermano quien hacía tiempo ya había puesto tanto el rifle como la lámpara de aceite en el suelo.

-Antes de que te vayas – dijo Intaishita – no creas que capte el engaño, se que esa historia es falsa.

El viejo ríe pero restándole entusiasmo.

-Sigue vivo hermano, supongo que es falsa – respondió finalmente.

Luego de esto el hermano Akai shi se dispuso a perderse por el crepúsculo de la noche sin dejar apenas vestigios de su presencia, el ambiente se adornó nuevamente con la serenidad de los sonidos del campo y la corriente fresca de una noche otoñal.

Intaishita miró con desdén el hueco falso abierto en el suelo, suspiró y finalmente se dirigió a la puerta pensando en la excusa que le pondrá a su esposa y su hija quienes esperaron impacientes por 45 minutos con la incertidumbre de un peligro desconocido. Al llegar a la puerta y vislumbrar el bosquecillo recobró nuevamente su tranquilidad inicial pues allí efectivamente no se encontraba ningún asesino a la espera de su presencia, pero su atención estaba situada en la dirección equivocada, pues dos jóvenes ume se encontraban dentro de su casa escondidos en algún sitio a la espera del viejo Intaishita quien en esos momentos saboreaba el ambiente con un aire de serenidad nunca antes experimentada, por que por sobre todas las cosas y después de tantos años viviendo con la tensión digna de un desertor, al fin era libre, pero libre de verdad.

Por JAMA.

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