Cuando lo vi supe que sucedería. Era un jarrón de gran valor sentimental. Había viajado desde el siglo XVIII hasta la fecha. Su cuerpo tenía las huellas de mis antepasados. Sobrevivió momentos realmente adversos. En ocasiones otros adornos fueron vendidos para calmar el hambre y la pobreza de mi familia y otras familias vecinas.
Se lo había entregado un tal Don Juan a mi bisabuelo, quien lo cuidó con esmero. Pasado un tiempo se lo obsequió a Doña Flora, que después de matar de amor a uno de sus dos maridos pasó a formar parte de mi familia.
He quitado las sillas y objetos que entorpecían el tráfico por el recibidor, incluso estiré bien el mantel. Y aunque no lo deseo, algo me dice que hoy, el jarrón caerá al suelo.
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