Intentando entender el Ego

Intentando entender el Ego

Carlos Ramirez

11/06/2021

Los primeros significados de esta palabra, estuvieron dirigidos a identificar el alma, el ser profundo, el alma, en materia de filosofía. Así se establecía la diferencia de la parte no material de un individuo con la parte no material del Universo.

A partir de allí, en lo corrido de la historia, ha sido utilizada por otras disciplinas, en cuyo uso, su significado primario ha ido cambiando. Hoy, el ego se entiende por lo general, como la identificación básica de un individuo y también se reconoce como “autoestima”.

Pasó entonces de ser un concepto profundo como el alma, a ser una herramienta de identificación mundana. De ser un concepto asociado al ser (esencia), a ser un concepto fundamentado en lo externo de la persona (apariencia).

¿Qué ocurrió para que el hombre perdiera la conexión natural con su esencia (alma) y construyera una auto imagen y creyera que eso es lo que realmente es?.

Para construir un básico elemento de reflexión utilizo el postulado de la Ley de Correspondencia “como es arriba es abajo”, para entender una cosa que desconozco estudiando una cosa semejante. Veamos la analogía entre el vestido y el ego.

El hombre nació desnudo. La necesidad de abrigo, lo obligó a cubrirse. Con hojas, con ramas, pieles, etc., estableció su comunicación con el clima. Estableció una interfaz. Después de cubrir esa necesidad primaria, el hombre le adicionó elementos funcionales (bolsillos, botones, cinturones, etc.), y otros para dar comodidad (materiales suaves, resistentes, forros, etc.). Le asignó también la función de servir de diferenciador entre los integrantes de familias, clanes, sociedades, etc..

Cada oficio, demandó unas características particulares en su vestido. Militares, médicos, estudiantes, deportistas, mineros, carniceros, maestros, religiosos, ect., usaron vestimentas con las que se identificaba su ocupación u oficio, institución, rango, etc.. Y también se convirtió en diferenciador de estatus social. Las características del vestido, señalaban el estatus de su dueño, en términos sociales, económicos, de poder, etc..

Y poco a poco, los últimos avances del vestido, cobraron más fuerza y se fue convirtiendo en un elemento tan importante en lo social, que incluso se crearon estilos y accesorios muy incómodos, pero que marcaban la diferencia de status y el hombre sacrificó la funcionalidad, la comodidad, por la apariencia (la moda no incomoda).

Aparecieron especialistas (diseñadores y marcas) que aportaron su creatividad, haciendo más o menos exclusivos sus diseños, que a su vez se convirtieron en factores diferenciales y discriminatorios en cuanto no todos podían tener un vestido de determinadas características. Y material, el diseño y el productor, pasaron a hacer parte del valor del vestido sin contribuir de manera práctica al objetivo inicial para el que fue creado del vestido.

En algún momento de la historia, los productores, “sacaron” la marca del vestido (que por mucho tiempo estuvo oculta al interior de las prendas) y la hicieron parte del diseño exterior del vestido, como estrategia de publicidad comercial. Esta situación fue aprovechada por quienes utilizaban esos vestidos (algunos, no todos), para hacer notar que pertenecían a determinada clase, condición, etc., muchas veces sin ser realmente cierto.

Tanto influyó la apariencia del vestido, que la marca se convirtió en uno de los factores principales al momento de adquirir un vestido (vuelvo y aclaro, para algunos, no para todos). Tanto así, que es determinante, no solo en el precio del vestido, sino en la autoestima de quién lo usa. Incluso, individuos hay que se consideran mejores o superiores en algún sentido, respecto a sus congéneres, solo por la diferencia en el vestir.

Y sucedió que algo que el hombre inventó para servirse de él, ahora ese algo se sirve de la energía del hombre, pues para la adquisición de un vestido a veces pesa más la apariencia que la funcionalidad.

Y para colmo, el vestido, la apariencia se convirtió en un factor importante para juzgar (prejuzgar, realmente) a las personas. Y de acuerdo al vestido, las personas reciben un trato determinado (por parte de algunos, no todos), por parte de quienes solo ven lo externo y no ven más allá de lo externo, de la apariencia.

La experiencia muestra lo equivocados que están, tanto así que la sabiduría popular dice “las apariencias engañan”, “no todo lo que brilla es oro”, que aplica tanto para unos como para otros, para los que visten a la última moda, como para los más modestos.

Así, el ser humano y sus valores inmanentes quedan relegados a un segundo plano (si no tenemos en cuenta otras creaciones del hombre como el dinero, posesiones materiales, etc.) y lo externo, se convierte en lo importante.

Con el ego sucedió algo semejante.

Cuando el alma decidió hacer presencia en el mundo material a través del cuerpo físico, necesitó de una interfaz para establecer contacto con ese nuevo mundo y comunicarse con él. Y creó al ego. El yo externo. El vestido del alma.

Así, hombre como individuo tiene dos “yo”. El yo interno, el alma, su esencia como ser y el yo externo, el ego, su apariencia e identificación psicológica vinculada a su cuerpo físico.

El alma se ocupó de las cosas internas, trascendentales, de las cosas no materiales, las espirituales. El ego, se encargó de interactuar con el entorno material y de transmitir la información hacia el interior, hacia el alma. El ego dependía de las directrices y decisiones del alma.

La variedad e intensidad de las percepciones y emociones experimentadas en el plano material resultaron muy atractivas para el ego, por lo cual la conciencia del hombre se centró cada vez más en los campos de energía más bajos, los de la materia, en vez de en los más altos, correspondientes al espíritu. Le fue adicionado otras cosas al ego para disfrutar las sensaciones de sus experiencias.

A medida que el ego vivía las fascinantes y seductoras experiencias, comenzó a comportarse cada vez más de una forma independiente, disminuyendo su comunicación y dependencia con el yo interior, y se tornó más fuerte cambiando los procesos desde el ámbito interior hacia el exterior. Y en esa independencia el ego se atribuyó a sí mismo el poder de juzgar todo a su alrededor, como bueno o como malo, de acuerdo a la percepción y sensación física. El ego se sintió superior al yo interior, el vestido desplazó al ser que lo creó y que lo usa.

Mientras tanto, el yo interior que en un principio fue el rector de la vida, ahora solo recibía la información “tratada” previamente por el ego, sin posibilidad de enviar información de regreso.

La consciencia que en algún momento fue una, se separó. Y el punto de conciencia con centro en el ego, paulatinamente fue perdiendo contacto con el punto de consciencia con centro en el alma.

Con el transcurrir del tiempo y en esas condiciones, la relación entre los dos “yo” se debilitó hasta que el hombre empezó a dudar de la existencia del yo interno, sintiéndolo quedamente en su parte más profunda, pero sin lograr entenderlo.

El yo interior, se convirtió en una especie de memoria borrosa, un fantasma que le sugiere al hombre la existencia de otros planos, pero el yo externo, el ego, lo induce a creer que la existencia es solo lo que percibe a través de los sentidos.

Finalmente, de tanto negar al yo interno, el hombre se convenció a sí mismo en un ser aislado del todo. Y el ser que alguna vez fue parte del todo, ahora anda perdido buscando afuera de sí mismo lo que siempre ha llevado adentro.

Así como los componentes accesorios del vestido cobraron importancia hasta el punto de convertirse en factores más importantes que el mismo vestido, pero que realmente no aportan nada a su propósito inicial, e incluso se hicieron más importantes que la persona, así el ego, creación del alma, con cada una de sus capas de identificación (papel en la familia, rol en la sociedad, estatus socio-económico, logros personales, posesiones materiales, etc.) se hizo más importante que su origen, hasta generar en el hombre una total ignorancia acerca de su verdadero ser.

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