Esta historia termina en un tanatorio, donde por delante del féretro de una mujer de cincuenta y seis años, van desfilando familiares y amigos, para expresar sus condolencias.

      Unos, los más conservadores, con miradas de reproche, otros con expresión de asombro ante lo inusual de lo que estaban viendo. Los que la conocimos bien, sonreíamos con aprobación.

      Los compró con el dinero que ganó dando clases particulares, se los llevó a Bélgica cuando se fue de Erasmus y formaron parte de su atuendo habitual, durante las prácticas y las distintas experiencias laborales en Londres. 

     Se ajaron, se rompieron y siguió usándolos, ya que por esos años empezaba la moda que tardó un tiempo en llegar a España. ¡Si mis Lewis 501 hablaran! solía decir con nostalgia.

     Seguramente contarían, amiga mía, aquella conversación que tuvimos tu y yo, mientras hacíamos las maletas, para volver a España.

-Deshazte de ellos, si ya no te caben ¿para que los quieres?

– ¡ para que me los pongan de mortaja!

     

 

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