Paranoia post-mortem

Siempre que escribo en algún lugar me asalta una extraña «paranoia post-mortem» acerca de ser leído una vez haya muerto. Es decir, lo que escribo aquí, más allá de la capacidad que tengo para eliminarlo, permanecerá como una declaración más real aún de lo que la carne puede aspirar a ser, hasta que el papel se descomponga o (tal cómo es posibilidad también de la carne) sea arrollado por la inminencia de alguna casualidad. Una vez escrito algo no hay vuelta atrás, se ha vuelto real y forma parte del mundo. Sólo el suicidio de la espontaneidad, la destrucción de ese pensamiento traído a la vida, puede evitar la cadena de consecuencias posteriores. ¿Qué ojos entonces, llegarán a posarse sobre este rincón de la superficie del mundo, en el cual escribo? ¿Y cuáles serán los pensamientos evocados por estas mis letras, testigos únicos de mis adentros, en las paredes de una psique ajena? ¿Logrará el hechizo trascender la barrera de la otredad y la espesa sombra de la muerte, y unificar finalmente lo que la materia ha separado?