Cuando lo volví a ver, el encanto de sus ojos se había oscurecido, su piel, antes tersa y suave, se había tornado áspera y con surcos espantosos. Una cosa se podía ver con claridad: nada le había ido bien.

Daba lástima el aspecto con el que estaba, a tal punto que no fue emocionante encontrarlo luego de tanto tiempo.

Al sentarme a su lado, estiró la mano tratando de buscar la mía. Fue incómodo, hacía mucho que lo habíamos dejado…pero hice lo que debía.

Según me dijeron, el sólo podía recordar mi nombre, mi aspecto y que estábamos en una relación. Parecía un niño aprendiendo los colores, nombraba todo ello con los dedos de la mano y se quedaba embobado por instantes. Los doctores eran bastante amables conmigo, trataban de explicarme la situación de la forma más amena, tanto así que llegaron a convencerme.

Sus padres nunca dejaron de agradarme, eran unos tipazos, pero con el accidente y el estado de su hijo…se habían marchitado un poco, aún así mostraban su mejor cara cuando estaba yo. Me sentía terriblemente hipócrita cuando estábamos juntos todos. Así que los primeros días eran como tu primera vez fumando: jodido, áspero, ahogante y con mal sabor de boca. Pero todo ello podía soportarlo, había hecho cosas peores. Además de que poco a poco le agarras el gusto.

Algo que agradecía era el repentino cambio de rutina, cuya formación tediosa y monótona había cambiado a algo excesivamente inesperado. Prácticamente era un empleo, ya que sus papás me pagaban por el tiempo derrochado, y epa…que la cantidad no era mala. Y aunque me avergüence aceptarlo, fue una de las mayores razones para quedarme.

Pero he de retomar todo desde el inicio de la historia, pienso que merece ser contada.

El día que me llamaron estaba en la ducha, era de noche y obviamente no contesté. Les marqué luego de hacerme la cena y fijarme el móvil, contestó su mamá, con esa voz delicada e imperante que siempre reinaba en sus pláticas. Luego de un cordial saludo, su tono se pintó de melancolía y me explicó lo sucedido: su hijo había tenía un grave accidente. Mi reacción fue muy fingida, ya estaba acostumbrada a sus accidentes, pero el sexto sentido de su madre mencionó algo que si me incomodó “tiene amnesia temporal, y solo te recuerda a ti”. En ese instante supe que algo se venía, algo realmente grande. Su papá fue quien me explicó a mayor detalle, y luego de un conglomerado de palabras, me hizo la propuesta de que los ayude, y claro, habría remuneración. Como lo dije antes, esto último me hizo aceptar. Al día siguiente llegué temprano, mis nuevas manías y costumbres me impedían ser impuntual, al punto que me enfadé porque ellos si lo fueron. Un par de abrazos con olor a medicinas me apretujaron saludando, su papá hizo una pequeña broma con mi nuevo look de cabello, y joder, ¡fue el único que lo notó! Que tipazo. Caminamos dentro del laberíntico hospital y llegamos a una habitación de mediana proporción. Ahí fue cuando volví a verlo, y el a mi. Creí que le causaría sorpresa, pero fue más una espera. Siempre me esperaba.

-Te tardaste un poco…-dijo con esa vocecilla de mierda reconocible hasta bajo el agua.

-Ya sabes, el trabajo y eso, no es tan fácil salvar la ciudad.

Tenia la extraña costumbre de reírse ante cualquier chiste estúpido que yo hacía, fuera el que fuera, él era el único que reía.

Se incorporó y al sentarse recién se dio cuenta de que estaba en una camilla de hospital. Sus expresiones no mostraron gran sorpresa, y hasta se atrevió a hacer un comentario sarcástico <=»»>. Me miró y buscó mi sonrisa torcida que se hacía ver cada que pasaba ello. A diferencia que esta vez fue fingida. Antes de que pudiera decir algo más, una enfermera entró y se puso a revisarlo, él hacía muecas de desagrado, odiaba que lo toquen. Cada gesto que llegaba a ver era como un minuto retrasado de ese día. Los recuerdos me transportaban a aquellos pasados días donde éramos un equipo de aventuras y cariños. Ahora estábamos en la misma situación…pero no era real. La vida nos había jugado malas pasadas y los golpes aún no curaban, en serio era vergonzoso como hice todo ello por dinero. Puto dinero.

La hora de las visitas había terminado. Me levanté del asiento, el me miró, aún tenía la maldita costumbre de morderme la mano. Era como un niño hiperactivo que se come las uñas, pero a mi me mordía la mano. Le respondí con nuestro típica despedida luego de la mordida, un puñete en el ojo. Creo que está vez fue algo más fuerte, pero me sentí alegre de hacerlo.

Mientras caminaba hacia casa, las calles, el pavimento y hasta los autos se me hicieron familiares. Eran incontables las veces que habíamos pasado agarrados de la mano por esos lugares. Muchas veces perdíamos el tiempo hablando de la ropa de los demás, o de los zapatos, o que tal cosa no combinaba, y al final nuestros gustos peleaban, y se rendían ante un abrazo y un beso extenso de dos segundos infinitos.

Tratando de no pensar en cosas de ese índole, llegando a casa prendí la TV y me puse a holgazanear. Spoiler: no funcionó. Los recuerdos llegaron como un bombardeo norteamericano, inentendibles pero arrasando con todo a su paso. Cada detalle y acción que había vivido a su lado se reproducía ante mis ojos. Esto no era nada bueno, en lo absoluto. Me puse una casaca y salí a la calle. El aire estaba enrarecido como siempre, significaba que aún estaba consciente. Las calles se tornaban cada vez más anaranjadas, el brillo de los autos formaba halos de luz epilépticos. Mi mente aún era atacada con los recuerdos, y la sangre poco a poco llegaba a mi corazón. Me detuve, miré al cielo, y un pequeño golpecito frío rozó mi rostro. Mi mundo perfecto se estaba volviendo a arruinar, mi cuerpo y alma regresaban a ser débiles. Mierda…

Primera escena

Hacia bastante frío la tarde que conversamos por vez primera. Él llevaba una casaca enorme de color púrpura, era obvio que no pasaría desapercibido. Estaba sentado leyendo alguna revista extraña, no alcanzaba a leer el título, eso me atrajo a acercarme.

-No tengo la hora, si eso es lo que buscas, y si deseas dinero, estoy seguro que lo necesito más que tú- me dijo sin dirigirme la mirada. Algo estupefacta traté de pensar en alguna respuesta sarcástica, me salió pésimo, supongo que nunca me enseñaron a sarcasmear.

-¿Es Playboy?- les dije que salió mal.

-Eso quisiera. Y si lo fuera, no estaría en una banca con este odioso clima- aún no me dirigía la mirada.

-A mi me gusta el frío, sobre todo por la noc…

-Noche, lo sé, apuesto a que también disfrutas del café y los libros en tu alcoba. Dime algo que no sepa, a ver si así llamas mi atención.

-Eres un imbécil petulante y pretencioso-dije mientras me disponía a irme.

-Dije algo nuevo, chica de las pulseras- esto último me intrigó, ¿qué carajos significaba eso?

– ¿Qué quieres decir con eso?- me mataba su indiferencia, era jodidamente atractiva. Estuvimos un intenso minuto en silencio. Habíamos hecho conexión sin habernos visto ambos la cara. Se puso de pie, y me alcanzó la revista: “Arte abstracto para niños». Su aspecto no concordaba con el título de su revista.

-No le busques mucha explicación, no soy ningún tipo de artista y menos estudioso, solo la encontré y la compré.

-Eres raro

-Algo nuevo ¡por favor!

Caminamos a través de un paseo de bicicletas. Los árboles cabizbajos le daban un toque especial, más aún si se coloreaban con las luces nocturnas. Quería sacar alguna platica, pero sentía que me arriesgaba a quedar en ridículo. Sus pasos eran perezosos y su vestimenta extravagante, tenía voz de niño inmaduro, pero todo cambiaba con sus palabras, de alguna forma les daba profundidad, como si soltara a cada nada una frase de orden existencial.

Llegamos a un café que no olía a café. Pero que el frío ameritaba para calmar el ambiente. Antes de sentarse me ayudo a que lo haga yo, era una tonta muestra de cortesía, pero lo era. Me traía confundida su verdadera personalidad. Era cortés? O simplemente actuaba? O tal vez era un psicópata, en cualquiera de los casos me tenía atrapada en su intrigante red de telarañas sin forma ni color.

Luego de varias tazas de café, una de té y media docena de panquecitos, nos levantamos y el se fue a pagar la cuenta. Luego de ello, me tomó de la mano y salimos juntos. Lo había conocido hace un par de horas, pero el cándido sabor de su compañía hacía que parecieran años de habernos encontrado. Lo seguí, sus ojos me decían que lo haga, ¿y cómo carajos resistirse a ellos?.

-Podría decirte mi nombre, pero eso volvería a este paseo algo genérico. Tampoco me digas el tuyo, me gusta imaginarte sin el, así puedo ponerte uno, uno que solo yo sabré.

Segunda escena

Ese día estaba algo más vivo que el anterior. Movía los brazos al son de una canción estúpidamente pegadiza. Hacia muecas y su voz chillaba la letra de la canción. Recordé su banda favorita, los “Club Coffee” una banda de canciones extrañas pero tiernas al oído. La gran mayoría de sus composiciones iban de amor y desamor. Como si esa fuera la fuente de todo su arte. Algo que hacían fuera de lo común eran los clips de sus videos. Todos iban en orden, como una serie, y la cinematografía era de bastante buena calidad. El actor principal siempre era el vocalista, un tío con el cuerpo delgado, parecía un árbol andante. Pero eso no le quitaba lo sexy. Una de sus canciones favoritas titulaba “One more time” y cantaba el amor de una pareja que retrocede en el tiempo y tratan de arreglar cada cosa que hicieron mal, pero aún así no arreglan nada, y vuelven a intentarlo una vez más, y otra…y otra, y así. La letra era algo repetitiva pero el sonido era de esos que te obligan a cantar aunque no te sepas ni pizca de lo que dice, así que terminas tarareando y tocando un piano invisible.

-Nunca te llegaron a gustar ¿cierto?-preguntó mientras se echaba.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque lo sé.

-¿Siempre sabes todo?

-No, sólo lo que deseo. Y por el momento, deseo saber de ti.

Si algo me impedía dejar de hablarle eran sus respuestas, me dejaban estúpidamente en blanco, no sabía qué contestar o cómo salir de ahí, y todo ello se revolvía, se mezclaba y terminaba siendo seductor para mi. Lo sé, me falta un tornillo.

Tercera escena

Todas las veces que salíamos era de noche. Tenía esa inclinación por las calles desoladas y el viento gélido. Siempre llevaba una revista diferente pero con el mismo titulo estrambótico y característico. Teórica y prácticamente solo éramos amigos, pero a veces esa pared se quebraba y la lluvia era testigo de nuestras aventuras pecaminosas.

Entre uno de esos paseos nocturnos, sin querer, me detuve soltándole la mano. Él también se detuvo, pero no volteó a verme.

-Tengo que irme- le dije sin saber que lo decía.

-¿Te detengo?

-No, no quiero que lo hagas.

-Ve entonces.

Fue extraño cuando giró y mordió mi mano. No dolió pero reaccioné dándole un puñete. El se rio, y sin decir más, siguió caminando. También empecé a caminar, no entendía el por qué había hecho esto, pero tampoco entendía su forma de actuar. Era como si viviese encerrado en un libro interminable, y sus palabras me confirmaban ello. Llegué a casa, mis piernas no sentían nada, yo no sentía nada. Caminé a oscuras y llegué a mi cama. Me tumbé y grité sin razón aparente. Oí unos pasos, raspaban el suelo y entraron sin querer ser discretos.

Se echó a mi lado.

-Cuando era niño pensaba que las estrellas eran otros planetas, planetas con muchas luces. Siempre imaginaba vivir en uno de ellos, y lo único parecido que encontré…fue a ti.

-No soy una estrella.

-Pero pareces una.

Cuarta escena

A veces se me quedaba mirando ensimismado, yo advertía ello de reojo, pero el seguía embobado. Su amnesia seguía intacta, a veces cuando yo llegaba me tenía preparados algunos presentes (que siempre eran dibujos). Su manera de trazar líneas y formas era un poco inusual, no era algo muy extravagante o novedoso, pero tenía un toque especial que podías distinguir fácilmente. El siempre decía que era un pasatiempo, que no tenía sueños de algo más, pero muchas veces hacía crítica de sus dibujos como si los fuera a exponer en una galería. Y tampoco era tonto, sabia demasiado acerca del tema, y no solo de ese tema, su repertorio de conversación podía ser inmenso, el problema radicaba en su disgusto por hablar demasiado, y me siento orgullosa de que fui yo quien se atrevió a hacerlo hablar por demás.

La rutina de estar a su lado se volvía poco a poco monótona, y grande fue mi sorpresa cuando el comenzó a volverla divertida. Tenía un sexto sentido para estas cosas, podía observar a las personas y saber qué les pasaba…o hasta qué pensaban. Comenzó a hacer juegos de palabras y que yo las ordenará, los finales siempre estaban en algo cursi. Eso me mataba, eran ya tres años desde que habíamos terminado todo, cuando sucedió fue la única vez que lo vi llorar, fue extraño ver al chico misterioso quebrarse como vidrio, todo se volvió confuso desde entonces. Nunca volvió a llamarme…ni escribirme, ni a buscarme. Y a veces me hubiera encantado que lo haga. Pero era otra la realidad, mi rumbo se había tornado más “normal”, tenía trabajo, un sueldo regular, un departamento nada despreciable y un gato. El sueño de toda chica. Pero el amor como lo conocía nunca se volvió a presentar, nunca tocó la puerta otra vez. Habían chicos, si, pero ninguno era el chico. Me había resignado a seguir con mi tranquilidad, hasta la llamada de sus padres y mi paradero de ese instante. Acaso los problemas podían jugar un rol importante? No que la felicidad estaba en la tranquilidad? Menuda mierda de promesas. Antes los problemas eran los que me daban la intención de mejorar y hasta de vivir, sin ellos mi vida estaba tranquila, pero ¿cómo arreglar algo si no está roto? Necesitaba algún lío para poder sentir que aún servía para algo, y ese lío se volvió él. El era un maldito y bello problema. Y tenía que arreglarlo.

Quinta escena

-Tienes que irte.

-Tu no puedes decidir lo que yo quiero hacer.

El café respiraba su típico vapor, como si quisiera hablar con las galletas.

-Hazlo por ti. Sabes que no quiero pedirte que te vayas y tampoco pediré que te quedes. Sólo haz lo que debes- su voz poco a poco se rompía en sollozos.

-Si no te importo, ¿por qué estas así?

-Nunca dije que no me importaras.

-Entonces pídeme que me quede.

-Tienes que irte.

El café había muerto sin poder hablarle a las galletas. Su amargo corazón se había enfriado.

Casi nunca conversábamos acerca del mundo exterior, teníamos una burbuja que protegía nuestro amor. Y nuestro amor no era comprensible, lo cual no es extraño para nadie.

No sabía si el momento terminaría de esa forma. Si era la última escena dentro de nuestra película. Si era hora de salir del cine.

Estábamos sentados cerca del otro. Un trozo de nuestros corazones se aferraba al del otro. Pero no estábamos juntos, algo se había muerto, y yo era quien tenía que hacer de sepulturero.

Mientras me alejaba pude oír sus lágrimas. Cada una me llamaba y pedía que no lo hiciera, pero era tarde, yo no estaba más ahí.

Antes de salir, volteé a verlo. Pero solo encontré sus lágrimas. Sabia que no lo volvería a ver nunca más. Pero esperaba equivocarme, al menos una vez más.

Sexta escena

Llegué con los ojos cansados. La noche anterior no había logrado conciliar el sueño. La pesadez de mi andar se reflejaba en mi rostro y mi humor no era el más jovial. Entré a su habitación, estaba sentado. Sus ojos se clavaron en mi. No había juegos ni sorpresas, sucedía algo. El miedo se me subió de repente y solo atiné a sentarme frente a él.

-Gracias por tratar de ayudar, pero no era necesario. Estoy bien, puedes irte.

Sus palabras fueron como un par de puñetes, algo en mi pecho estaba a punto de estallar. El nudo de mi garganta me asfixiaba.

Se levantó y abrió la puerta.

-Me equivoqué. Esta vez me iré yo.

Antes de cerrar la puerta se detuvo, miró al techo y siguió andando.

El amor muchas veces llega y muchas otras se va. Tal vez nuestro deber es conservarlo.

El amor es un problema, una pequeña enfermedad sin cura. Los desenlaces son dolorosos. Y la vida no continúa, si lo hiciera, no lloraría por ello.

Séptima escena

-¿Crees que esto sea eterno?- pregunté mientras me llevaba el helado a la boca.

-Me gusta pensar que si.

Mirábamos el cielo. El cielo que ambos habíamos pintado esa noche.

-Pero…¿no quisieras que todo funcione?

-Yo no funciono del todo, hermosa.

Nunca antes me había llamado así.

-El helado te puso de buen humor ¿eh?- me acerqué hasta estar en su hombro.

-Tú me pones de buen humor.

-Te amo.

-¿Lo sientes o lo dices?

-¿Tu qué crees idiota?!

-Jajaja, idiota.

-Dije que te amo, merezco una respuesta linda.

-¿Puedo responder con tu nombre? Tu nombre me parece lindo.

-Sólo di que me amas.

-Te amo, pero solo lo estoy diciendo.

Se acercó y me besó.

-Y ahora lo siento. ¿Tú lo sientes?

-Pues creo que no, bésame una vez más, tal vez en esta funcione. Dale, una vez más.

Octava escena                               

                     FIN

Nunca sabré si era necesario un final. Los finales no me gustan. Pero estamos acostumbrados a que siempre tengan uno. Puedes imaginarte uno, el que tú desees, pero no me lo digas, quédatelo tú.

Etiquetas: relato corto

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