HISTORIA DE UN CAMINANTE

Hoy hablé con el tiempo para detener por un instante mi andar y al volver la vista atrás me he dado cuenta del largo sendero que he recorrido. He visto como los años han disipado las fantasías de mí inocente niñez, la inquietante rebeldía de mi juventud y los años útiles de mi madurez, pero aún me quedan los reflexivos años de mi vejez para recordar y escribir la historia de un caminante.

Durante mi caminar recordé el origen y evolución del sendero recorrido por mi grupo familiar, desde la llegada a esta bella tierra venezolana de aquellos inmigrantes venidos de otros continentes, que agobiados por las guerras se vieron obligados abandonar el terruño que los vio nacer, y atravesando otros mares llegaron a puertos desconocidos agotados por la larga travesía y la tristeza a cuesta por dejar atrás la tierra natal que los vio partir.

Se establecieron en nuestro suelo patrio con la ilusión y la esperanza de rehacer sus vidas y formar nuevas familias que le dieran una razón de existir. Hombres y mujeres de otras razas, de otras lenguas y costumbres diferentes que dejaron huellas y legaron su apellido, su experiencia de lucha y su manera de vivir. Muchos de ellos echaron raíces profundas y formaron familias con los nuestros. Otros, sin embargo, supieron aprovechar y extraer las riquezas de nuestros suelos para beneficio propio y de otras naciones.

Mi generación de abuelos, fue parte de esas raíces que nacieron y crecieron en esta bella tierra, cargaron la huella imborrable de aquellos, que llegando de tierras extrañas lucharon en su nueva patria para aliviar las penas de su exilio voluntario. Así llegó nuestro apellido, así se sembró y creció en nuestra tierra el árbol familiar expandiéndose por todo el territorio nacional.

Mis padres son fruto de esa herencia, que cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de continuar el camino que les tocaba recorrer. Muchos fueron los años de lucha y dificultades que tuvieron que enfrentar mis progenitores, sin embargo, muchos fueron los logros alcanzados con el correr de los años. Mis padres y mis tíos tomaron diferentes caminos para dispersar la semilla de la herencia recibida, mis hermanos y yo continuamos la marcha por nuevos senderos, sembrando en ellos la nueva esperanza de vida. Nuestros hijos continuarán por sendas distintas, pero siempre con la esperanza de dispersar la herencia que llevan dentro.

Mis hermanos nacieron y crecieron en la ruta, siempre estuvieron presentes en el recorrido, estimulando y apoyando a mis padres a continuar la marcha. Siempre juntos metieron su hombro para dar apoyo al grupo familiar y servir de guía a los menores para enseñarlos a superar las dificultades que pudiésemos encontrar en la vía.

Yo nací y crecí en el camino al igual que mis hermanos. Disfruté sanamente de mi niñez y mi adolescencia con las limitaciones de la época. Asumí con responsabilidad las obligaciones que me correspondían para esa edad sin reproches ni lamentaciones. Cumplí con mis padres, hermanos y conmigo mismo las tareas que me fueron asignadas. Todo cuanto hice fue por el bienestar del grupo familiar. En todas las paradas dejé huellas imborrables de mi existencia en el lugar.

Como a todo caminante, el comienzo infunde miedo, pero tenía que andar. Mi infancia y adolescencia la recorrí guiado por mis padres y hermanos, pero cuando llegó la madurez y tenía que abrirme un camino por cuenta propia, solo contaba conmigo mismo, con las herramientas que me habían entregado y la orientación que había recibido. Las experiencias que obtuve fueron enriquecedoras: agradables unas, desagradables otras, pero experiencias al fin. Encontré dificultades en mí transitar, pero ninguna pudo impedir la marcha. Logré muchos afectos que endulzaron mi existencia y me dieron una razón para vivir y luchar.

Durante mi andar sembré un árbol, escribí un libro y tuve hijos; razones muy poderosas para sentirme realizado y con gran ilusión de vivir. Nunca miré atrás para llorar lo que hice o dejé de hacer, lo pasado es parte de mi historia y jamás podría cambiarla. Mi meta era seguir adelante, no había otra alternativa. La distancia era larga y el camino era incierto, pero tenía que transitarlo. Comprendí que al final del sendero estaba el ocaso de la vida, pero siempre tuve presente que la felicidad no estaba en el destino por alcanzar, sino en el trayecto por recorrer, porque comprendí que, «la felicidad no es un destino, sino un camino.»

Muchas fueron las anécdotas y reflexiones que tuve en mi recorrido, todas ellas dieron sabor a mi vida. Muchos fueron los logros alcanzados en mi trayecto, todos me dieron fortaleza para seguir. No fui perfecto ni pretendí serlo, tuve errores y aciertos al caminar, pero ambos me enseñaron a vivir. No soy eterno ni pretendo serlo, solo estoy de paso por esta vida terrenal, pero me siento feliz por todo lo realizado. Cumplí con el encargo de llevar la herencia familiar sobre mis hombros y trazar una nueva ruta para trasladarla.

No sé cuándo retornaré al mundo de la eternidad, pero cuando lo haga caminaré feliz sobre las nubes hacia donde no existe el tiempo ni el espacio. No diré adiós porque seguiré existiendo en todos aquellos donde dejé parte de mí y quienes, sin duda alguna, dispersarán la semilla a través del tiempo.

Etiquetas: reflexión

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