En las calles polvorientas de aquel pueblo, en las tardes cubiertas por un incesante sol, conocí el complejo camino que recorre el deseo en tu cuerpo, y aunque mi memoria hoy se empeñe en olvidar lo que fue, la inconclusa experiencia me atrae de nuevo a rememorar. Una historia como muchas tristes, una historia como pocas comprendidas; esta historia pareciera que no quiere ser contada aun, que no quiere ser historia aun, porque no se quiere sentir triste, ni quiere ser comprendida. Solo fluctúa en la inconclusa sensación de no haber terminado para el recuerdo; Terminado de amarte o terminado de odiarte. En los días que mi vida ignoraba las memorias que vendrían con tu llegada, vivía en constantes sin sabores o inconformidades que aun lacerantes danzaban con tranquilidad en la felicidad y tristeza que da la vida. En este mar de complejos insaciables, en esta quimera avasallante. Te conocí, te bese, y nos lastime.
Seguramente en tu paso por mi vida, por el pueblo de calles polvorientas y tardes de eterno sol, yo figure como una estancia, una inversión excitante a corto plazo, una parte del tiempo, que decidiste invertir mendicantemente en mí. No puedo hablar de ti con propiedad, no al menos con aquella que te da la confianza de haberte conocido sinceramente, sino una que se alimenta de historias ajenas, de momentos hilados para darle un sentido a lo que nunca tuvo, de bocas que te conocieron, de labios que te besaron, sencillamente con el objetivo de acabar lo acabado ya; de manera gustosa. La verdad frente a la mentira y vergüenza latente furtivamente dejan de lado todo lo ya dicho.
Para terminar con esta utopía lacerante, entendí, en aquella tarde soleada como el día que te conocí, que los besos traen deseo, pero no amor; que no sirven para vivir, ni dan de comer. Que los besos que me disté atemporales, asfixiantes, terminaron el día que el deseo murió de hambre. Y con aquella intensa vergüenza suscitada ante la vulnerabilidad impuesta en mi por la verdad de tus palabras, junto a la tarde soleada en el pueblo de calles polvorientas, decidieron salir parafraseadas del pozo inmaduro de mis recuerdos subjetivos y convenientes, tus palabras; en este apéndice que dice “Por tus besos no puedo respirar, no puedo vivir; prefiero amarte en el recuerdo que al menos me deja comer”.
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