Tener los ojos abiertos no me da la seguridad de que estoy viendo con claridad. (Macedo A.)
Situaciones se quedan rondando en mi cabeza más de lo que deberían, desperdicio mi energía en vorágines e innecesarios bucles existenciales.
Durante el transcurso de mis días recibo cientos de estímulos sensoriales, visuales, auditivos. A veces veo nubes rosas donde hay nubes blancas o donde no hay nubes en lo absoluto, caprichos de mi percepción.
Percibo lo que sucede a mi alrededor, en un presente pandémico el pasado podría verse más alentador, pero no es así, yo creo que situaciones caóticas han existido desde el inicio de los tiempos humanos. Pensar en la sociedad me trae sentimientos encontrados, por un lado, veo luz y divinidad en la existencia, por el otro, veo un abismo que absorbe todo a su alrededor.
Tengo una historia para contar:
Una vez viaje a una isla, no es muy grande, así que la misión de aquel día era darle la vuelta en bicicleta, yo no estaba al 100, tenía gripe, me sentía mal y quería descansar, pero era el único día que se podía, así que, llegamos temprano, rentamos los vehículos, compramos comida y nos dispusimos a iniciar el recorrido, me monte con la intención de pedalear y pedalear hasta el “último” suspiro, así fue. Cruzar de lado a lado nos tomó 2 horas, hay una zona en donde no hay poblado y la mayoría de las playas son vírgenes. Había sol, un poco de lluvia, cansancio y mucosidad.
La intención era buscar un lugar donde hacer parada, comer, nadar un poco y seguir el camino, no sucedió así, pero si nos detuvimos un momento, fue ahí donde tuve una Estefanía, digo epifanía.
Ahí estaba yo, contemplando la inmensidad, el cielo, las nubes, las aves, la vegetación, el majestuoso oleaje del mar se iba y venía, yo con él, divinidad en la existencia.
De pronto observé envases, restos de plástico, sandalias, botellas, demás, no había viviendas alrededor, deduje que no habían sido personas las que arrojaron eso ahí, más bien, las olas lo arrastraron a la orilla, yo contemplaba objetos que se habían convertido en basura hace no se cuanto tiempo y mi mente no paro ahí, me deje llevar, pensé en toda la cantidad de artículos que estaban siendo desechados en ese mismo momento en Cozumel, en todo el estado, en el país, en el mundo, pensé en los estantes llenos de los supermercados con productos listos para ser adquiridos, consumidos y que serían despojos muy pronto, pensé en todas las fábricas con su incesante producción, más consumismo, más desechos, más impacto en los ecosistemas. Pensé en los cientos, miles, millones de cosas que fueron, están siendo y serán basura.
Ahí estaba yo, contemplando un panorama desalentador, abrumador, un abismo que absorbe todo a su alrededor.
Tenía los ojos abiertos y veía, pero ¿Y la claridad? La verdad es que no supe que hacer con la información que acababa de llegar a mí. ¿Qué podría aportar yo? Algo para que esa situación dejara de ser así, algo para combatir la inconsciencia de nuestra sociedad desechable. En fin…
Acaba de llegar a mí una memoria almacenada en algún rincón de mi cerebro, un diálogo de una historieta de Mafalda que alguna vez leí, no estoy segura, pero creo que iba así:
Uno de sus amigos se acerca y le dice -Rápido, rápido hay que apresurarnos-
Ella pregunta – ¿Apresurarnos a qué?
El responde -A cambiar al mundo, si uno no se apura, después es el mundo el que lo cambia a uno-
No sé qué deparé el futuro, lo que hoy es, mañana dejará de ser y pasado volverá a cambiar, no sé si algún día pueda aportar algo trascendental a este bello y caótico mundo que alberga a la humanidad y a todos los demás seres vivientes, pero…
No quiero perder el vigor y decir sin rigor que todo tiempo pasado siempre fue mejor, no quiero resignarme a ser mis despojos, ni echar con vehemencia la culpa a los demás de lo que es mi incumbencia y responsabilidad (Cuarteto de Nos, 2012).
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