Biografía de la Madre Monte

Biografía de la Madre Monte

Colección El Camino del Tahamí

  • Cuentos y Leyendas de Antioquia

  • Por Reinaldo Albeiro Rodas Torres

(Jonathan Birdwhisle Tahamí o Taita Samnang)

Jaibaná de las Letras

“En medio de unos matorrales que daban a un barranco la vi:

Una mujer espeluznante cubierta de hojas y raíces,

con animales fieros de custodia”

(Relatos del Último Sobreviviente de la Madre Manigua, 1978)

Nacimiento de la Madre Monte

A la espera

Komba

Zarigüeya

El bohío que no estaba

El Gritón

Aquella noche de truenos en la fonda caminera del Porce, los arrieros se aferraban a sus botellas de guaro y contaban sus anécdotas de caminos y aventuras. En aquellos tiempos inmemorables, el arriero era el caballero andante con su recua de bestias por las veredas desde Antioquia hasta las provincias más lejanas de la Nueva Granada. No retumbaba aún el diablo de la máquina de vapor que rompiera el silencio de las vegas y traspasara los montes. Bastaba un hombre con un zurriago, un caballo que a veces era una mula y unas bestias que migraban de la montaña al llano en años estelares.

Reuníanse en las fondas camineras los hombres duros, de facciones fuertes, de músculos recios, rostros bruñidos, barbas espantosas, dientes ennegrecidos y olores a sobaco y manigua. Para muchos era una suerte encontrar a viejos conocidos de esos que se encuentran en los caminos de arrieros y que poco se vuelven a ver y contarse historias de miles de noches, tormentas, torrentes o soles inclementes por las sendas de la patria. Muchos de esos arrieros eran blancos o negros, indígenas o judíos, árabes o chinos todos mezclados en la tierra de las conquistas, del oro y la colonia antigua que hizo crecer tantos linajes. Pero todos hablaban el mismo tono tirado, de arrieros enseñados a gritar, a arrear, a decir groserías y a rezar, a veces, el rosario cuando se les aparecía el diablo.

“¿El diablo?” preguntó el viejo Samuel, arriero de Sonsón que pasaba por el Porce hacia el Bajo Cauca. “El diablo no es nada a lo que he visto yo”, comenzó su relato. Todos se acomodaron, mi abuela bajó el volumen de la vitrola y prendió más velas para alumbrar la fonda aún lejana a la electricidad. “Yo me topé varias veces con la Madre Monte y en varios parajes y a nadie le deseo lo mismo”, anunció con sus ojos de felino, su barba rebrujada y un tabaco en la boca que casi se comía entero.

“La Madre Monte es una aparición horrorosa que sobre todo da susto a quien entra a la manigua sin bendición y con malas mañas. Y no es que haya sido yo malo, que pa andanzas nací y a pesar de mi pobre educación, siempre es que soy muy rezandero, un semanasanto me llamó yo. Pero uno a veces se mete por donde no debe y en esas que una vez iba por los caminos de Sonsón, una noche que me fui por ahí en donde me sonsacaron y que al pasar por un barranco solitario, oí un gemido muy feo. A yo no sabía si de cristiano o de fiera quizá herida, la noche estaba muy fría y negra, me acerqué con mucha maña a ver qué veía y sentí de pronto una bocanada de aire y el gemido que me paralizó. Cuando hube recuperado el aliento, pegué carrera lanza en ristre por pedregones, sin casi ver, pero cuando uno está llevado de terror, vuela. Una vez hube contao la historia, me decían los compadres que no podía ser otra que la Madre Monte”.

A no más terminar de hablar el viejo Samuel, quien se tomó un trago de guaro como pa calmar el susto de haber recordao cosa tan maluca, se oyó la voz del Camilo, un arriero de Santa Rosa di Osos que bajaba mucho por esos laos del Porce. Este Camilo metió la cucharada diciendo que también se había topao con la Madre Monte por los laos de los Llanos de Cuivá. “Ah, hacía qué frío ¿oye? Le cuento yo a vusté… un frío de mil diablos y me dio por meteme por un potrero que da a unos matorrales que pa cortar camino pal rancho que iba. Comienzo pues camine que camine y no llegaba y hasta ganas me dio de volveme. Pero me decía ‘ve, si yo este atajo ya lo he caminao… ¿cómo me voy a devolver? No sia pendejo yo que pa eso tengo machete en cinto. Vamos pa’elante pues’. Y di vueltas que vueltas hasta que ansí me vi perdido. Me senté en un tronco y comencé a sentir un sueño, un sueño que me veía yo como un zumbambico ya sin suerte. De pronto sentí una mano fría en mi hombro y vi así con despacio, despacio y lleno e miedo que apenas me pude acordar de mencionar algún rezo y vi a esa mujer espeluznante, cubierta di hojas, raíces, flores, los ojos como de jaguar, la boca como de caimán y animales fieros de custodes. Antes de poder decir algo, me dio como una palmada en la jeta y perdí el conocimiento. Me desperté al día siguiente y cuando fui a ver en dónde estaba, cómo es que veo y estaba a unos metros del rancho pa donde iba y los vecinos salieron a verme y a preguntarme qué hacía a esas horas de madrugada tirado en ese matorral”.

“Oiga pues, le cuento yo”, abrió la boca el hombre Santiago, uno que pasaba la noche en la Fonda y que iba pa las Amalfias “ah, le cuento yo pues a vustedes, es que eso de la Madre Monte es purita verdad. Que muchos no creen en espantos y se hacen los bobos, pero que los hay los hay. Pero les cuento una cosa, los espantos espantan a los que tienen que espantar pues, les digo yo”.

“¿Cómo así don Santiago? ¿Cómo es eso que los espantos espantan a los que tienen que espantar?” metí yo la cucharada que entonces era un niño como de ocho años y que no me metía al catre hasta que los camineros no se fundieran del sueño y no dejaren de contar tantas historias buenas pa craniar.

“¡Ahí metiste la cucharada vos!” gritó mi abuela. “¿Qué no te mandé a dormir hace rato pues? Que oír cuentos de espantos no es güeno pa ñiños que después no dormís y mañana no te levantás pa nada”.

“Dejelo doña Rosario, que oiga el chino, que así aprende las andanzas de los viejos pa cuando le toque”, me defendió don Santiago. “Vea, quiere decir esto pues, le digo yo a vusté, que los espantos espantan a los que tienen que espantar, es que a gente que vive en gracia de Taita Diocito, confesaitos, bañaitos y con el corazón en pureza, nunca se les aparece ni el diablo ni sus diablitos. Y eso incluye también a quienes respetan a la manigua, que hoy día muchos le tiran sin Dios ni gloria a la Madre Selva, a los animales salvajes y creen que eso es dizque muy güeno, porque olvidaron las tradiciones antiguas que nos dejaron dicho los taitas. Es que hoy es que hay es mucha maldad en el mundo, chinito y por eso a veces se tienen que aparecer esos espantos pa que la gente entienda que uno debe manejarse a lo bien, le digo yo”.

“Eso sí creo yo”, le respondió don Samuel. Cuando yo oí ese como lamento tan escabroso vos, me acordé que hacía tiempo ni me confesaba y tantos pecados que uno hace por los caminos. Me merecía tal aullido en las orejas, lo digo yo”.

“Yo también creo que sé por qué me dio tantas vueltas la Madre Monte esa y de ese momento prometí meteme en buenas con toitos y con Taita Dios… nu qué miedo volver a ver eso”, agregó Camilo el de Santa Rosa di Osos.

Esa noche de tormenta otros arrieros parlaron hasta bien entrada la noche y yo me dormí parando la oreja como un oso piloso y tuve un sueño: Me vi en medio de la manigua llena de flores y esas palmas altas tan bonitas que me gustan tantos y mariposas de mil colores y todo muy bueno de ver. Vi muchos animales de selva y hacía un sol mañanero muy bueno. Vi pues a una mujer joven, muy bella ella, de piel canela, ojos de jaguar, una mirada tranquila y adornos de plumas de muchas aves. Le pregunté que si era la mismísima Madre Monte y me dijo que cierto y que me iba a mostrar la manigua y todas sus dichas. En dicho sueño me puse a pensar que no era para nada un espanto, sino que más bien me parecía un encanto. No sé, quizá me había equivocado de cuento. Cuando me desperté, ya era muy tarde y la abuela no me había llamado, no sé por qué.

“Ah, oí vos, ñeto ¿y qué vio anoche en sueños?” me preguntó después de salir yo del baño y sentame a comer arepa e mote con quesito derretido y el chocolate. “Ah, mamita, pues soñé con la Madre e Monte”, le dije, “pero no estaba tan fea como decían los cuchos de anoche”. Mi abuela se echó a reir a carcajada limpia que por poco se le voltea la caldera con unos chicharrones que hacía. “Oí, mamita ¿no será que soñé con el espanto equivocao?”

“Pues no, ñeto, que vos mismo oites que el espanto le sale al que tiene que espantar. Pero esta tarde con sus primos le cuento la historia real de la Madre Monte, que como decís vos, ni es tan fea y no espanta a todos”.

Me fui a la escuela y pasé el día en ascuas. Era como un ser sin alma en medio de las clases y los profes que parlaban como entes idos. Por la ventana del salón entraba el viento fresco del monte y veía a lo lejos el valle y el río, lo sentía como cercano, con sus ondinas que saltaban entre pedregones. En mi mente seguía la mujer del sueño y la promesa de mi abuela de que llegara la noche pa oir el cuento.

Por fin llegó la noche y mi abuela se sentó en la butaca que da al patio después de comer y rezar el rosario. Me senté con mis primos por tierra, listos a escuchar la historia del espanto. La abuela prendió un fuego, porque decía que cuando se habla de espantos, es bueno tener una candela encendida, pa que no se sientan atraídos.

Nacimiento de la Madre Monte

Hace mucho tiempo, en una aldea lejana, metida entre la manigua del país de los tahamíes, vivía una pareja que decidió irse lejos de sus familias para construir un rancho entre la selva. El hombre se llamaba Terí y era hijo de un jaibaná y la esposa se llamaba Nerí y conocía mucho de yerbas pa curar. Aunque ambos eran muy jóvenes, eran conocidos por su gran conocimiento de la Madre Selva y solían ayudar mucho a la gente.

Pero un día decidieron que querían comenzar un nuevo clan lejos de los suyos y partieron. Se internaron por las selvas del Porcí, río abajo, casi hasta el Nechí, y buscaron un espacio de la selva cerca de fuentes de agua para construir su bohío. Ambos conocían muy bien a la manigua y a todos sus animales y sabían defenderse bien de cualquier peligro que la naturaleza pudiera presentarles.

Varios meses después, ya tenían un bohío muy amplio y cómodo, hecho de palos de guadua y techo de paja. El bohío era una barbacoa, sobre ocho zancos a unos dos metros de altura, pa prevenir las inundaciones y lo montaron entre árboles altísimos llenos de frutas. Dentro estaba el fogón de leña, las hamacas y cuatro ventanales que daban a las cuatro direcciones.

Un día de esos, Terí le dijo a Nerí que iba a buscar a su taita el jaibaná para que viniera a bendecir el bohío y Nerí estuvo de acuerdo.

Para ir de regreso a la aldea natal, Terí tenía que caminar cinco días y al despedirse, en la primera noche en que el bohío estuvo terminado, ambos descansaron allí con una gran alegría y mucho amor. Muy temprano en la mañana, cuando el sol daba sus primeros rayos y los primeros pájaros daban sus cantos, Terí partió hacia la aldea de sus ancestros para regresar con su padre y otros para celebrar la creación del bohío.

Nerí era una mujer muy valiente y no temía a estar sola en medio de la manigua, cerca del río Porcí. Puso muy en orden el bohío, limpió el fogón, sacó el polvo, se adentró a la manigua para buscar leña y se preparó una buena cena con unos peces que sacó del río. Después se dio a la tarea de buscar algo de oro en las inmediaciones con la batea que su madre le había dado. Por mucho tiempo que pasó en una laguna en búsqueda de oro para hacerse unos brazaletes, no pudo encontrar nada por horas. En la tarde, antes de regresar al bohío, sintió un gran malestar y se tuvo que sentar. Fue entonces cuando vio a una gran serpiente que salía de la laguna. Medía como cuatro metros y era gorda. Por más que Nerí conocía de culebras, no podía distinguir la especie y se quedó quieta. “Esta si me ve, me traga”, se dijo y miró cerca si había alguna planta que le ayudara a dormir a la culebrona como sabía hacer.

“Mamita ¿Y la culebra qué especie era pues?” le pregunté. En realidad no era de ninguna especie, porque era Myso Bachué, la serpiente emplumada. “Ah, Myso Bachué… ¿Cómo era?” le preguntamos. Myso Bachué no es una serpiente como todas las demás, porque es una serpiente muy sabia y muy antigua. Ella le enseña a todos los animales las cosas que deben saber para sobrevivir y también se comunica con las plantas. Su piel es de colores variados, brillantes, como pepitas de oro, rubíes y diamantes y tiene plumas que parecen de cóndor, de águila, de guacamaya y de otras aves. “¿Y vuela, mamita?” Claro que sí. Myso Bachue puede volar, nadar, meterse dentro de la tierra. Ella tiene todo el amor y la pureza.

“¿Y qué pasó con Nerí cuando vio a Myso Bachué?” Al principio Nerí no sabía que era Myso Bachué y pensó que era una culebra muy rara, nunca antes vista. Temía además que la serpiente la iba a atacar, pero Myso Bachué comenzó a dar un silbido que parecía una melodía como para hacer dormir a un bebé. Nerí sintió una gran paz en su alma y se sentó frente a Myso Bachué y ya no le tuvo temor.

“Nerí, hija de Guarcama, la que reúne al Sol y a la Luna en su bohío. Pronto tendrás una tristeza y una alegría y así siempre será tu camino”.

Cuando Myso Bachué dijo esto, desapareció en las aguas de la laguna y Nerí se puso de pie. “¿Quién eres? ¿Eres un espíritu, serpiente emplumada?” le gritó, pero ya nadie le respondió.

Nerí regresó al bohío y pensó en lo que le había dicho la culebrona. ¿Qué significa reunir al Sol y a la Luna en el bohío? ¿Y qué significa que pronto tendría una tristeza y una alegría al mismo tiempo?

A la espera

A pesar de que Nerí era una mujer valiente, cuando tuvo la visión de Myso Bachué, sintió una gran nostalgia y mucha soledad. Se sentó en el bohío y anhelaba el regreso de su esposo. Contó cinco noches y calculó que ya estaría en la aldea, que habría llegado al bohío de sus padres, del jaibaná e imaginó la bienvenida de sus hermanos. También imaginó a sus propios padres que preguntaban por ella y él les daría las plumas de guacamaya, varias especies de plantas que recogió para ellos del lugar y varios pigmentos de jagua y achiote que ella misma hizo para que se pintaran en las ceremonias.

Las noches dormía y soñaba con su esposo. Lo veía caminar en medio de la jungla, con su astucia y su fortaleza, vencer cada obstáculo del camino, nadar en el río, saltar por las lianas y estar a cada paso más cerca de su bohío de amor.

El décimo día se preparó para recibir a su esposo con mucha alegría. Limpió el bohío y cazó varios armadillos para la comida, con yuca y papas. Pasó toda la tarde sentada en la puerta del bohío a la espera de su amado, pero pronto el sol comenzó a declinar hacia la dirección de los ancestros y él no llegaba.

Al día siguiente volvió a hacer los mismos preparativos y esperó a Terí desde un alto en donde podía ver el río y el camino por donde debía regresar. Pero el sol cayó de nuevo en la dirección de los ancestros sin ver a su amado llegar.

Así pasó al tercer día y al cuarto y al quinto y Terí no llegó. Más terrible era la idea de estar en un lugar tan solitario, por donde no pasaba gente alguna, tal como lo habían deseado. Pensó entonces en caminar ella en dirección hacia la aldea, para buscarlo.

Preparó varias cosas para el camino y comenzó su propio viaje. A cada paso estaba atenta a ver las huellas de su amado, quizá se hubiera caído, quizá estuviera herido. Eran cinco días de caminar hasta la aldea, así que preparó todas sus fuerzas para ello. Dormía sobre las ramas de los árboles y pescaba en el río para comer. Al tercer día, agotada del camino y presa de una gran ansiedad de soledad y angustia, se sentó debajo de un árbol inmenso. Comenzó a gritar el nombre de Terí, como si esperara que este la oiría. En cambio, de los matorrales, apareció un formidable jaguar macho, con ojos inmensos de brillo, que saltó hacia ella y no le dio tiempo de huir o tomar refugio. La bestia puso su rostro cerca del suyo, olfateando y ella sintió una gran tristeza de saber que terminaría allí su vida.

“Taita Dios, si este es mi final, te pido que bendigas este sitio y mi sangre sea una alabanza para mis ancestros”, dijo mientras cerraba los ojos. Pasaron segundos que parecieron eternos y ella sintió que la bestia se había retirado. Abrió los ojos y vio al jaguar echado a sus pies y una flecha en su pata trasera. La bestia la volvió a mirar con gran calma y ella entendió que estaba herida. Nerí se acercó con cuidado, aún con el temor de ser atacada y acarició la piel del jaguar, el cual cerró sus ojos, como un ser tierno que espera afecto. Ella observó la flecha y vio que la herida estaba seca y que pudo haber sido disparada por lo menos un par de días. El jaguar había tratado de quitarse la flecha, pero la había partido y tenía una parte enterrada. Sacarla implicaba un dolor para la bestia, lo cual podría ser peligroso. Entonces tenía que buscar hierbas para calmar el dolor y poder extraerla.

Se puso manos a la obra y buscó las plantas apropiadas para la operación. Nunca había estado tan cerca de un jaguar tan descomunal y mucho menos hubiera imaginado que semejante animal podría acudir en su ayuda. De niña, su madre le había enseñado que uno debía ayudar a todo el que le pidiera auxilio, sin esperar recompensa. Pero ¿qué tal si en vez de recompensa, el jaguar se la comía una vez lo hubiera sanado?”, pensó mientras escogía las plantas adecuadas, buscaba las piedras para moler y agua. El jaguar jadeaba echado, lo que le hizo pensar que estaba fatigado por la herida y seguro ni siquiera había comido. Nerí recogió un poco de agua y le puso algunas plantas que adormecen. Para su sorpresa, el jaguar parecía un ser humano que le obedecía y sabía que ella lo estaba ayudando. La planta pronto lo adormeció y Nerí comenzó a retirar la flecha con suma maña, con el temor de que el jaguar se despertara y la atacara.

La operación pronto estuvo terminada. Limpió bien la herida, vendó y procedió a irse con maña, para ir lo más lejos posible del jaguar dormido.

Caminó varias horas hasta que estuvo ya en otro paraje en camino a la aldea. No había rastros de Terí y pensó que seguro el hombre no había salido aún de la aldea. Si hubiera salido, ya sería la hora de que se hubieran encontrado, incluso si algo le hubiera pasado. ¿Y si la flecha en el jaguar hubiera sido de Terí? ¿Y si el jaguar hubiera atacado a Terí?

Siguió su camino en medio de terribles pensamientos hasta que cayeron las sombras de la noche más tenebre, sin luna. Buscó un peñasco en donde había una especie de caverna pequeña y vio que habían cenizas de fuegos viejos. Prendió su propio fuego y decidió pasar allí la noche.

Bien pronto cogió el sueño más profundo y vio a Myso Bachué que salía de la laguna y le decía que pronto tendría una gran tristeza y una gran alegría. Nerí le dijo en el sueño a Myso Bachué que ya estaba en medio de la tristeza, porque no encontraba a su esposo. “No encontrarlo es mejor”, le dijo la serpiente emplumada. En ese momento, Nerí sintió que algo olfateaba su rostro. Era un respirar intenso, muy fuerte, caliente y lleno de saliva. Abrió sus ojos presa de un gran terror y vio a un formidable oso frente a ella. Parado en sus dos patas traseras, era de una altura inmensa, grueso y sus ojos brillaban por las chispas del fuego que estaba a punto de apagarse. Nuevamente Nerí repitió la última frase: “Taita Dios, si este es mi último momento, que este lugar sea sagrado como una ofrenda a mis ancestros”. El oso enfurecido dio un rugido tremendo que retumbó en la caverna y ya estaba listo para darle un golpe a Nerí con sus inmensas garras, cuando algo paso…

En ese momento mi abuela se detuvo y nos miró fijamente. “¿Qué pasó mamita?” Pasa que ya es muy tarde y mañana tienen que ir a estudiar. Ahora recen y a la cama mis ñetos preciosos. “Ah mamita, pero termine pues lo que pasó con el oso?” No mijo, a dormir y mañana les sigo contando.

Nos fuimos a la pieza y allí a cuchichear con los primos. Qué a pensar que podría ser lo que pasó con el oso y qué fue lo que pasó por ahí en ese momento. “Yo creo que fue el esposo de Nerí que llegó y mató al oso y después se fueron pal bohío muy campantes y san-se-acabó la vaina”, mató así el cuento Oscar. “Ah, pero así no vale​ home. Yo creo que lo que pasó debió ser más emocionante”, dije yo. Al final nos quedamos dormidos y a soñar con la Madre Monte, de la cual oímos su grito lejano, por allá por la vega río abajo.

Komba

A la noche siguiente la abuela se acomodó en la butaca, se acomodó sus gafas grandes y prendió un velón grande que debía durar para el resto del cuento. Bueno pues, comenzó a decir, habíamos quedado en que Nerí estaba en aquella caverna que primero le pareció muy pequeña, apenas como pa uno y allí se acomodó como más pudo la pobre mujer. Ya cansada de tanta faena y andadas por la manigua en busca del Terí ese que no aparecía y después de haberse enfrentado ella solita a toda una fiera y haberle hecho hasta curación.

Ya dormida le respiró en la nuca una criatura terrible que resultó ser un oso descomunal, de ojos amarillos y un hocico que resoplaba babas y gruñidos temibles. Nerí se dio ya a la muerte en las garras de la fiera y cuando esta estaba a punto de propinarle un golpe que la enviaría al otro pago, pasó algo detrás de la fiera. Era algo rápido pero grande, de color amarilloso, que dio varios saltos hasta ponerse detrás del oso y tumbarlo lejos de Nerí. La mujer pudo volver en sí y saltó a coger unas brasas para alumbrar mejor. Entonces vio al jaguar inmenso sobre el oso caído y ambas fieras daban unos gruñidos terribles. El jaguar parecía coger fuerzas de donde no tenía para mantener al poderoso oso sobre el suelo, pero notó que ninguna de las fieras se hacía daño. Parecía más una discusión de bravucones que no se quieren pegar.

“¿El jaguar, mamita? ¿El que ella curó?” El mismo jaguar con pelos y señales. Lo reconoció por la curación que le hizo. Entonces el jaguar se retiró y el oso se pudo levantar, pero en vez de seguir la agresión, corrió hacia dentro de la caverna, mientras el jaguar la miraba como con un gran reproche y se echó cerca de la entrada. Nerí no podía creer lo que sucedía. Avivó el fuego y miró al jaguar por primera vez como si fuera una persona. Entonces pensó para sí: “¿Esto no me puede estar pasando? Seguro me perdí en la manigua y estoy delirando. Tengo que buscar hierbas mañana temprano para curar mi alma. El jaguar parece que me defiende”.

“Claro que te defiendo”, escuchó en su mente la voz fuerte y masculina de alguien. Nerí se puso en pie asustada. “¿Es cierto? Me estoy enloqueciendo. ¿De dónde me sale esa voz en la cabeza?” Entonces miró al jaguar, que la miraba a los ojos directamente y que parecía dar una sonrisa. “Soy yo, el jaguar”. Nerí no sabía si dar crédito a lo que sentía o correr. “Pero si los animales no hablan”, dijo ella en su pensamiento. “Tienes razón, los animales no hablan como los humanos, pero todos los seres creados por Taita Dios podemos comunicarnos a través del pensamiento”, le dijo el jaguar.

Nerí se sentó y se dio a la pena. Había enloquecido en medio de la manigua en búsqueda de su amor y en cambio se había encontrado con un jaguar parlante. “No soy un jaguar parlante. La comunicación que tenemos es a través de nuestra mente. Y no estás loca. Te he seguido porque Myso Bauché me dijo que cuidara de vos. Además sos una mujer muy buena, una curandera de verdad y me sanaste”. Nerí se tranquilizó al oír al jaguar y al mencionarle a la serpiente emplumada. Aunque no había oído su nombre, sabía que era la serpiente de la laguna. “No tengás miedo. Iré con vos a través de la manigua, a donde querás ir. Me podés llamar Komba, el Sol de la Noche”. Nerí lo miró con ternura y vio entonces cuán hermoso era Komba. “¿Y el oso?” preguntó. “Es una osa muy brava vos y tiene dos crías en el interior de la caverna. La osa se llama Guia y debés estar es muy agradecida que llegué a tiempo, sino ahora serías comida de oseznos” dijo Komba e inexplicablemente se echó a reír mientras ponía sus patas hacia arriba, como si la escena le causara mucha gracia. “Le expliqué a Guia que sos una protegida de Myso Bauché. Ahora descansá aquí, que yo te cuido el sueño y veo en la mañana que pesco pa vos, pa Guia y sus oseznos”.

Por más que todo le parecía un embrujo, Nerí se quedó dormida al calor de las brasas y del dormitar silencioso del formidable jaguar, quien era ahora su protector. Tan pronto cerró los ojos, ya amaneció y la despertaron el jugueteo de dos pequeños seres peludos que le olfateaban el rostro. Eran los hijos de Guia, un macho y una hembra y eran juguetones como solo los cachorros pueden ser. Narí los acarició y de pronto se dio cuenta que eso podría significar la furia de su madre. Pero vio que Guia estaba en la puerta de la caverna y la miraba apacible. De pronto se fue. Tampoco vio a Komba. Recordó lo que le dijo Komba: Que se podían comunicar por medio de la mente. Miró a los cachorros y trató de decirles algo con la mente, pero los cachorros no se alteraron y siguieron su juego como si nada. “¿Por qué no funciona con los cachorros y en cambio sí escuché la voz del jaguar en mi mente?” pensó para sí. “Porque tienes que establecer primero un contacto, pedir permiso y ser aceptada”, escuchó la voz de Komba en su cabeza. “¿En dónde estás?” preguntó Nerí. “Ya voy llegando con algunos peces para tu comida”. Al momento entró el inmenso jaguar en la caverna. Nerí lo vio aún más grande que antes, poderoso y temible. Los cachorros se asustaron al ver al jaguar y se refugiaron en el interior de la caverna. “Mirá, estos peces los podés quemar pa vos, como hacen los humanos que carbonizan la comida y no te preocupés por mí que ya comí algo en la madrugada”. El jaguar puso los peces cerca de los pies de Nerí y ella prendió el fuego para asarlos. También salió de la caverna a buscar plantas para prepararlas con los peces. Antes de asarlos, dio gracias a los espíritus del agua y al espíritu del jaguar por los alimentos ofrecidos y a Taita Dios por permitirle sobrevivir y ver tantas experiencias. Mientras estaban en esas, Guia la osa llegó con plantas en su hocico para sus oseznos. Pasó cerca de Nerí y Komba sin detenerse y se adentró en la caverna. “¿Podré también comunicarme con Guia alguna vez?”, preguntó Nerí. “Claro que sí. Pero ahora Guia está preocupada por sus hijos. Me dijo que sus hijos gustan de Nerí”. Nerí sonrió ante la idea de que “gustar” pudiera ser que se la querían comer. Komba volvió a reírse de tal manera, que casi se sale de la caverna. “Pero estos osos no comen carne de animales terrestres, sólo de peces y hierbas ¿sabías eso?” Nerí se puso a pensar y la idea la hizo tranquilizar.

Después de comer, pensó en que debía seguir su camino hacia la aldea de sus padres para ver qué había pasado con Terí. “¿Sabes algo de mi esposo? ¿Lo viste pasar por estos lados?” le preguntó Nerí al jaguar. “Sí, tu esposo no fue a la aldea de tus padres”. Nerí se quedó sorprendida. “Entonces ¿a dónde se fue?”. El jaguar se puso en sus cuatro patas y saltó sobre una roca y miró en la distancia. “Fue a una aldea que queda en las montañas en dirección de los ancestros”. Nerí subió sobre la roca y era la primera vez que se acercaba al jaguar con tanta confianza. Miró en la distancia, hacia donde Komba miraba. “¿Por qué iría allí?” El jaguar la miró. “No te lo puede decir. Tenés que descubrirlo por vos misma. Pero ahora ¿qué querés hacer? ¿seguirás a tu marido que huye de tu presencia, volverás a la maloca de tus taitas para llorar tus amarguras o regresarás a tu bohío para ser la princesa que sos?” Nerí se quedó estupefacta ante las palabras del jaguar. Komba saltó de la piedra y se perdió entre los matorrales y Nerí se sentó sobre la roca a pensar. ¿Sería que su marido simplemente la abandonó?

Con todo, tendría que enfrentarse a él para saber la verdad. Entonces decidió buscarlo en la dirección que le había dicho el jaguar. Eso les cuento yo a vustedes, ñetos. Ahora a dormir que mañana hay que madrugar.

Zarigüeya

Nerí comenzó a caminar hacia la dirección de los ancestros, hacia las montañas lejanas en donde debía estar su esposo, tal como le dijo Komba. La manigua se hacía tupida y a cada paso le era más difícil caminar. Después de un buen trayecto, se sentó debajo de un árbol y se quedó dormida.

En el sueño se vio delante de su bohío. Había una laguna, la misma en donde había tenido la visión de Myso Bachue. De pronto vio a un animal que nadaba y era una chucha. La chucha se le acercó y vio en su bolsa un bebé muy pequeño. “¿A dónde llevás ese bebé?” le preguntó. La chucha dejó al bebé a sus pies. “¿Qué no ves? Es tu propio hijo, Madre Selva”. Nerí se acercó a la Chucha y le preguntó su nombre. “Mi nombre es Zarigüeya y vengo de la noche del norte”. Nerí tomó al bebé en sus brazos y quedó encantada.

Despertó y se preguntó que podía significar aquel sueño. De pronto pensó que podría estar embarazada y se tocó el vientre. Si estaba en cinta, debía encontrar pronto a Terí. Comenzó a caminar hacia el río hasta que se encontró a orillas del Porcí. Se sentó y pensó cómo podría pasar el río, cuando vio la anaconda cerca. La anaconda la vio también y se acercó pero Nerí no le temía por alguna razón que no entendía.

Fue allí en el río que la anaconda le habló con el pensamiento a Nerí y le dijo que su esposo se había ido con otra mujer de otra aldea, en dirección de los ancestros, sobre otros montes. Nerí estaba triste y aún así quería seguir su camino, cruzar el río y verlo para preguntarle si en realidad se había ido con otra mujer de otra aldea.

Anaconda le dijo que la podía ayudar a cruzar el río. Ya al otro lado, la mujer caminó otros dos días en medio de la jungla y todos los animales le ayudaban y la protegían de día y de noche hasta que estuvo cerca de una aldea de los nutabe. Nerí se ocultó entre la selva y vio hacia la aldea que estaba en fiestas y sintió el olor de la chicha y de mucha comida. La gente estaba pintada y bailaban con mucha alegría. Oculta entre la manigua, Nerí pudo ver a su esposo vestido como un joven que se prepara para un matrimonio y también vio a sus padres. Nerí no podía creer lo que veía y dio un gran llanto en medio de la manigua porque había sido engañada por su esposo y por sus propios suegros.

“¿Quieres que entre a esa aldea y me devore a tus suegros y a tu esposo”, oyó la voz del jaguar en su mente. Estaba cerca de ella pero no podía verlo. “No, Komba, no quiero hacerles daño. Pero quiero tener en mis manos los poderes de mi suegro, quien es jaibaná y es hombre-jaguar”.

Cuando Nerí dijo esto, Komba le dijo que los tendría inmediatamente, pero que debía primero atraerlo a la jungla. “¿Cómo lo puedo atraer?” preguntó ella. “Entra a la aldea con el poder de las serpientes y no te reconocerán. Todos te verán como una hermosa doncella y les dirás que buscas por Partí, tu suegro, que necesitas de su curación porque te han hechizado y que para liberarte del hechizo, tiene que ir contigo a tal caverna, solo con vos. Como te verá como una mujer muy hermosa, querrá seguirte. Cuando estén en la caverna, allí te diré qué hacer”.

Nerí se lavó la cara en una laguna en donde estaban nueve serpientes de diferentes especies y colores y las cuales le dieron la apariencia de una hermosa doncella nutabe. Ella caminó hacia la aldea y todos estaban muy admirados. Preguntó por Partí el gran jaibaná, hombre-jaguar, porque necesitaba de sus curaciones. Partí pronto se hizo presente y estaba con él su hijo, Terí. Nerí estuvo a punto de lanzar un grito de dolor al ver a su esposo y la mujer nutabe que estaba a su lado. No podía entender cómo su esposo le había hecho eso. Pero pronto regresó a su papel. Le dijo a Partí que le habían hecho un hechizo unos brujos de la jungla que le tenían mucho deseo y como no les hacía caso, le habían hecho muchos conjuros muy malucos. Un abuelo del otro lado del río le dijo que esos conjuros solo los podía quitar un hombre-jaguar en tal caverna, solo los dos. Partí vio cuán bella era la muchacha y fue por la máscara de jaguar. Le dijo a todos en la aldea que iría a la caverna tal y que nadie debía seguirlos.

Cuando estuvieron en la caverna, Nerí le dijo a su suegro que debía ponerse la máscara de jaguar y esperar a que cayera el sol para poder comenzar la ceremonia. Cuando se puso la máscara, Partí vio a la muchacha como una chucha muy hermosa, con un bebé en su bolsa y se preguntó qué significaba todo esto. Se quitó la máscara y vio el rostro de la muchacha nutabe. Se volvió a poner la máscara y vio a la chucha. “Ah, eres una chucha y me engañaste para traerme a esta caverna. ¿Qué quieres?” preguntó Partí.

“Quiero que veas a este bebe” le dijo Nerí, pero su suegro no podía saber quién era ella en realidad. “Este bebé es tu nieto y lo has abandonado en medio de la jungla, con tu nuera su madre”, le dijo la chucha, que en realidad era Nerí. “Ahora tendrás tu castigo por tu gran maldad”.

Partí trató de quitarse la máscara, pero ya no podía porque el sol ya se había ocultado y era la noche. Ya era un jaguar y no podía convertirse en un hombre. Enfurecido trató de atacar a la chucha que veía con su bebé, pero no tenía fuerza. “Aunque eres en este momento un jaguar, Partí, no tienes fuerza, porque te he acusado por la fuerza de tu nieto. Ahora tu nieto tomará toda tu fuerza y será el nuevo jaguar”. En ese momento comenzaron a caer rayos dentro de la caverna y Partí cayó por tierra, inconsciente. Se despertó a la mañana siguiente cuando lo encontraron los de la aldea. Estaba muy débil y no tenía la máscara del jaguar. Lo llevaron a la aldea y sintió que todos sus poderes lo habían abandonado y que le habían robado la máscara del jaguar, así como le cuento yo a usted esta historia.

Partí llamó a su hijo Terí y le dijo que sabía que Nerí estaba embarazada y que habían cometido una gran injusticia. Que debía regresar a la selva a buscarla y pedirle perdón y decirle que le devolviera la máscara del jaguar.

El bohío que no estaba

Mi abuela siguió la historia de Nerí y cómo esta regresó al bohío en medio de la jungla. Allí cuidó ella misma su embarazo con el cuidado de todos los animales de la selva y las plantas. Puso la máscara del jaguar en un altar hasta que su hijo la reclamara para ser un jaibaná bueno y no un jaibaná malo como su suegro.

Terí intentó regresar al bohío después de que su padre le contara la historia y de cómo debía rescatar la máscara del jaguar. Primero fue solo y cuando estaba cerca del bohío, perdía el camino y la selva se hacía más intensa. Por tres días trató de llegar al bohío, pero no pudo. Entonces regresó a la aldea y buscó a varios hombres para que le ayudasen a encontrar el bohío. De la misma manera, pasaban una y mil veces por el mismo sitio, sin poder dar con el camino correcto.

Una mañana de búsqueda, dos de los hombres vieron por primera vez a aquella mujer espeluznante que los esperaba sentada sobre la rama de un árbol gigantesco. Tenía nueve serpientes de diferentes especies y colores en su cuerpo. Tenía pintado el rostro con los colores de la batalla, plantas parecían nacer de su cabello, de sus brazos y pies y a su lado un poderoso jaguar y una osa gigante le hacían guardia. En su seno tenía un bebé muy hermoso que dormía feliz.

Los hombres quedaron petrificados con la aparición. “Regresen a su aldea, nada tienen que hacer por estos lados”, les dijo la mujer.

“¿Quién eres?” preguntó uno de los hombres con gran esfuerzo. “¿No me ves? Soy la Madre Monte”, le respondió Nerí y desapareció.

Los hombres salieron corriendo por entre la manigua y llegaron hasta donde Terí. Le dijeron que una mujer horrible, un espíritu de la jungla, hacía guardia en aquellos lugares solitarios y que mejor debían regresar a su sitio. Terí no pudo convencerlos de permanecer y de que todo había sido una mala visión. Los hombres lo dejaron solo, pero Terí quiso continuar su búsqueda del bohío que había construido con la esposa a la que le había prometido amor eterno y después había abandonado por consejos de su propio padre. Se sentó allí, solo en medio de la manigua y lloró con amargura. Allí estaba cuando se le acercó Komba, el jaguar, con la intención de atacarlo. Pero el jaguar se detuvo cuando escuchó en su mente la voz fuerte de Nerí. “No ataques al padre de mi hijo, Komba”, le ordenó. “Pero este hombre te abandonó, te dejó sola en medio de la selva. No merece vivir”, le respondió el poderoso jaguar. “Su muerte no soluciona nada, Komba. Es el padre de mi hijo y aunque ya no lo verá ni lo conocerá, es mejor que regrese a su nueva esposa”. El jaguar se retiró. Cuando lo hizo, Terí tuvo un terrible presentimiento. Sintió que era observado y se puso de pie. “Nerí ¿estás por aquí? ¿Podrás perdonarme? Quiero conocer a mi hijo”, gritó. Nada le respondió en aquella manigua tupida, llena de soledad y olvido. Entonces lloró con amargura su pena y su llanto se sintió por todo el lugar, un llanto de amargura y un gemido hondo que gritaba “¡Mi hijo, ay, mi hijo, dónde está mi hijo!” Así comenzó a alejarse en medio de la selva, con el mismo estribillo que era lanzado a cada rincón, en cada cañón, en toda laguna, en cada roca como si esperara que de esa manera el corazón de Nerí le escuchara y se compadeciera.

El Gritón

Pasaron los meses y Terí ya no quiso regresar a su aldea, conocer a su nueva esposa y ver el rostro de su padre, quien al borde de la muerte esperaba que su hijo encontrara a Nerí y le devolviera la máscara de jaguar. Terí dejó de frecuentar sitios conocidos y siguió en la manigua en búsqueda de su mujer y su hijo. Recorría todos los senderos posibles en donde él creía estaba el bohío que él mismo había construido y gritaba en cada pareja “Nerí, eh Nerí… Nerí, eh Nerí… ¿Dónde está mi hijo, Nerí, eh Nerí?” Así gritaba desde muy temprano en la mañana y hasta la tarde. Se sentaba a comer lo que podía encontrar en el bosque y seguía sus gritos hasta la noche. Ya muchos lo empezaron a escuchar en las noches desde varias aldeas y poco a poco comenzó a perder el aspecto de un joven valeroso e hijo de un jaibaná, para convertirse en un ser rapiento y taciturno, su cabello desordenado, sus ojos rojos de tanto llorar y su voz ronca, que perdía poco a poco la normalidad y parecía un gruñido.

Varios de sus parientes lo fueron a buscar al cabo de los meses, pero no les quiso hacer caso. Ni siquiera se inmutó cuando le contaron de la muerte de su padre y cómo había pedido que lo buscaran para hablarle antes de entregar su alma a los ancestros. Caminaba como un ser sin alma y empezaba a gritar de nuevo, como un lamento que empezó a crear miedo en quien lo escuchaba. No le valieron los rezos ni las tiradas de aguas de plantas medicinales, ni las limpias de jaibanás traídos de otras partes. Poco a poco su alma se vio poseída por los espíritus subterráneos, los que habitan el mundo que llama Tina Quyca, en donde se refugia el espíritu de la tristeza, de la locura y de la desesperación. Y así pasaron los meses y Terí comenzó a olvidar quien era, su nombre, su linaje y en su mente estaba solo el deseo de conocer a su hijo. Comenzó cada vez más a caminar la manigua en las noches, porque creía que de esa manera encontraría más fácil a Nerí y al bohío, que al llegar de noche los encontraría dormidos y que se uniría a ellos para despertar en la mañana como todo normal, como si nunca hubiera pasado esa pesadilla. De esa manera, su grito constante parecía a veces el aullido de un lobo que causaba miedo.

Dicen pues que pronto la gente olvidó a Terí, a quien dieron por muerto, pero sí podían escuchar muchos el grito aterrador que decía “¿Dónde está mi hijo, Nerí, eh Nerí?” Algunos quisieron buscar al espanto para darle muerte, pero ya no se dejaba ver. Solo se oía su grito espantoso y lúgubre, que al escucharlo, la gente sentía una gran penuria, una terrible desolación, le digo yo a usted.

“Es el Gritón”, decían y todos se tapaban los oídos para no escuchar tal espaviento.

Una noche en la que Sue reinaban en el firmamento de las maniguas del Porcí, Terí se sentó sobre una roca. De pronto, al lado de un árbol gigante, vio a una mujer que lo observaba. Tenía el rostro joven y bello y sus ojos de jaguar lo miraban con serenidad. Su cabello largo y negro estaba enredado con lianas de diferentes plantas y bejucos, flores por todo su cuerpo y serpientes que la rodeaban como en protección. Tenía también pinturas en su cuerpo desnudo que le recordaron al Gritón su viejo linaje y a la gente de su pueblo ya olvidado. A los lados de la mujer estaba un inmenso jaguar y una osa de gran poder. También vio a la cucha con la máscara de jaguar de su padre. Terí miró la mujer por un rato, pero no pudo reconocer a Nerí. De pronto, a su lado, un niño como de ocho años de edad tomó la mano de la Madre Monte y miró a su padre con curiosidad. Entonces se fueron y lo dejaron solo. El Gritón no pudo reconocer a la familia que había buscado por tantos años. En su mente trataba de hacerse una idea de lo que había visto, pero ya estaba poseído por los espíritus de las profundidades. Alzó su rostro hacia la luz fuerte de Sue, la luna de sus ancestros y comenzó a gritar de nuevo “Nerí, eh Nerí ¿dónde está mi hijo?”

“Mamita ¿pero por qué el Gritón no pudo reconocer a su esposa y no conoció a su hijo?” le pregunté a mi mamita antes de que diera por terminada la historia de la noche. “Por que la tristeza es un demonio, ñeto, y enceguece a quien posee. El Gritón se volvió ciego por la tristeza de su pérdida y terminó condenado a vagar por la manigua por los siglos de los siglos”. “¿Y todavía vaga el Gritón?”

Claro que sí. Con el paso de los años su cuerpo se esfumó entre la selva, se hizo abono de la tierra, pero la tristeza no muere en aquel que muere sin vencerla, sin liberarse. Su espíritu terriblemente solitario vaga hasta nuestros días y grita entre los huracanes o da gemidos terribles que asustan a quien se aventura por la manigua solo.

Aquella noche fuimos a la cama horrorizados y ya le oíamos en el rumor de la lechuza, en el canto de los sapos y en cualquier ruido nocturno. “Ah, yo lo he oído”, dijo mi primo Oscar ya todos en nuestros catres y las velas apagadas. “Es como el grito de un loro, lo oí una vez por el recodo del río”. “Ah, que va a ser el sonido del Gritón como una urraca… Yo sí he oído a arrieros hablar de eso y dicen que es un grito como muy maluco”.

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