Corazones vacíos de una ciudad sin alma, paseando por las estrechas aceras de Bogotá. Los automóviles eternizan su curso sin conductor, por supuesto. La farsa y la verdad se materializaron en edificios sin ventanas.
Lentamente se ciegan las lámparas de mis ojos. Ante tanta irritabilidad de una ciudad que grita ásperas canciones de azufre. Un segundo. Todo oscuro. Todos muertos. Respiraciones artificiales en la cadena perpetua de mis pensamientos. Colgando como trapos viejos. Olvidados en un viejo cable de alimentación.
Memoria fallecida a causa del relojero. Sin olvido… solo bramuras de vientos forzosos que elevan la psicosis. Manos humedas recorren mi cuerpo, los vientos llegan, ligeros como su intensas ventiscas. Un recuerdo moribundo. Reconocible.
El tiempo se ha extinto ante mí. Alzo mi vista y vislumbro algunas luces brillantes, son tan cálidas y tenues; hacen a mi mente querer adentrarse. No soporto más la absurda abyección, vacío.
Conspiración, propósito de esta noche tan inusual, mudas expresiones que sobresalen de los fuertes gritos de mi corazón. Pendientes absurdos, destinados a sus volátiles ojos, cimentados por sus matices.
Memoria cruda, inhóspita, muerta. Sucia desde la seminconsciencia con alaridos de fe, sujetos en sus manos. Sueños profundos desgarran mis pensamientos, un rostro desvelado. Siento la sintonía en su pulsar.
Susurro de un viejo nombre en mi oído, infestado de podredumbre. Su voz desvanece la muerte de aquel antiguo grifo. Erupciones frías se emiten por mi cuerpo, despiertan la memoria de regocijo.
Su voz se apaga con la muerte de ese antiguo grifo. Las erupciones frías son emitidas por mi cuerpo, despiertan el recuerdo de la alegría. Felicidad, perdida por la mala hora del hombre. Nacimiento: qué gran mal creado para destruirlo todo.
La cura para todo. Muerte. Melodías de instrumentos antiguos. Promueven el más mínimo sentido de existencia. No, quiero sentir sus manos. Entonces sabré que mi sentido común lo vale. Un parpadeo. Un respiro. Descanso absoluto.
Sonrisa diluida se manifiesta, un beso en mi mejilla… ¿Eres tú?
J. Villamarín.
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