Fragmento del capítulo La noche que se cortó la luz.
(…) es en serio, me pasó hace unos años, cuando vivía por el centro, en la 9 de julio. Al lado tenía de vecinos una parejita joven, los dos de veintipico. Se mudaron justo al mes que llegué yo. Tenían un caniche (cuando Conrado dijo esto Juli miró hacia abajo) que se la pasaba ladrando todo el día, vieron como son los caniches, bueno, hartantes. La cuestión es que durante un tiempo, los primeros meses, todo normal, todo bien, más que los ladridos del perro, cosa por la que varios vecinos ya habían agitado al consorcio, nada del otro mundo. Los escuché peleando un par de veces, la verdad es que más los escuché coger que otra cosa, son re finitas las paredes de esos departamentos, se escucha todo, así que imagínense. Un día equis, ya hacían no sé, siete meses que vivían ahí, pareció como que se pelearon mal y después, un portazo.
En ese momento miré a Juli y la noté incómoda, los miré a los otros y vi todas jetas de trance hipnótico como si Conrado los tuviese hechizados o algo así.
Pasó un tiempo, unos días, siguió relatando Conrado, hasta que lo vi al chabón que salía del departamento. Estaba hecho mierda. Todo barbudo, despeinado, ultra deprimido. Y el perro que no paraba de ladrar y el ladrido parecía un llanto, un lamento, era re molesto, pero más que molesto era triste. El loco se iba y lo dejaba al perro ahí todo el día en el balcón. Yo a veces le hacía compañía del otro lado, le tiraba galletitas, le charlaba, no sé, como para que no se aburriera aunque también, creo, era para no aburrirme yo. La cosa es que el tipo salía y la mayoría de las veces volvía con bolsas de compras llenas de cosas. En una de esas, nos cruzamos justo en la puerta del edificio, entrando los dos. Compartimos ascensor. Vieron ese momento, dios, no existe momento más incómodo, íbamos en el ascensor y yo, no teniendo donde más mirar y no queriendo cerrar los ojos porque nada que ver, no daba, no va que bajo los ojos y le veo de refilón la bolsa y veo que adentro tenía velas, rojas y negras, de las gruesas y unos libros y más cosas, todo comprado en una santería parecía. Ahí nomás miré para adelante y por adentro pedía, ma que pedía, rogaba, que no se haya dado cuenta este flaco que le vi lo que tenía en la bolsa por favor, me quería bajar ya pero ya de ahí y encima el ascensor parecía como que se iba quedando sin fuerza y que no iba a llegar nunca a nuestro piso. Se me hizo eterno el viaje de medio minuto. Cuando por fin llegamos yo me bajé primero dándole la espalda.
Sentía un frío en la nuca que me bajaba por toda la columna, les juro, me temblaban las manos, no sé por qué, escuchaba sus pasos por detrás, unos pasos pesados y lentos, demasiado lentos, y era como no sé, si estuviera mandinga atrás mío, que se yo alto cagazo y encima el chabón era un loco normal digamos, era contador, todo el día de camisita y pantalón de vestir o chomba y jean, pelito bien cortadito, todo limpio, todo pulcro, excepto ahora que estaba hecho mierda, eso está claro, pero a lo que voy es que era esa clase de gente, y que en el momento en que le vi lo que llevaba en la bolsa, se transformó completamente en otra cosa, otra persona. Yo no sé si ustedes creen o no, igual no es que importe mucho si creen o no, la brujería, la macumba, el payé existen de verdad. Es como Dios, no le hace falta que crean en él para existir. La cosa es que entré en mi departamento y en cierto modo el cagazo se me fue. Prendí un faso y me tiré a leer un rato. El perro ladraba como nunca (Conrado miraba a Juli) al punto que pensé en salir por el balcón a intentar espiar si estaba pasando algo. Pero estaba muy fumado y pensé en la bolsa, y en la expresión perdida del tipo y en mandinga y todo eso me hizo quedarme quieto en la cama. Pasaron los días y ni una mosca se escuchaba del otro lado. Al loco no lo volví a cruzar. Un par de noches antes del horror, por qué esa es la verdad, fue horror, puro y duro, apoyaba la oreja contra la pared a ver si alcanzaba a escuchar algo pero nada, todo estaba muy silencioso. Hasta que vino el olor (acá Juli ya se movió un poco en su asiento y susurró en el oído de Caye, este le respondió algo que no alcancé a escuchar y volvió su atención hacia Conrado) Me despertó. El olor a podrido. Un olor que no sé cómo describirlo (todos hicimos una expresión de asco) el auténtico olor de la muerte. Me levanté de la cama y escuché los policías en el palier. Dudé si salir o no. Decidí quedarme donde estaba, mirando hacia la puerta, como queriendo traspasarla con la visión, queriendo ver lo que escuchaba al otro lado, pasos apurados, voces que daban órdenes. Justo en ese momento golpearon con fuerza. Abrí ahí nomás, como estaba, en bóxer y en cuero. Al fondo, mirando por la puerta entre abierta de su departamento estaban unas vecinas bastante chusmas, delante de mi un cana que me preguntó si por el balcón se podía entrar al departamento del lado. Si, le respondí, es medio peligroso pero se puede, si no se cae. El cana no contestó y los llamo a los que estaban afuera frente a la puerta de la que emanaba el olor. Yo me puse una bermuda que tenía a mano ¿Lo conoces vos a tu vecino? Me preguntó uno, si, le dije, como vecino, tampoco es que hablo mucho con él, estaba un poco mal porque se peleo con la novia hace un tiempo, ah, bien, dijo el policía, a ver vení llamalo. Fui hasta el balcón y me asomé lo más que pude, guarda, me dijo el cana, ¡Luciano! grité ¡hola Luciano! ¿estás? Nada, no se escuchaba nada. A ver, dijo el oficial, vení Riqui, lo llamó al otro policía, uno más gordo que había quedado parado en medio de mi departamento. Agarrame que me voy a pasar. En ese instante me di cuenta que había una tuca en el cenicero arriba de la mesa, así que dejé a los cobanis en el balcón y me fui para adentro del departamento a sacarla de la vista. El tercer policía había vuelto al palier y se paró frente a la puerta de mi vecino. El que saltó al balcón pegó un grito. ¡Hijo de puta! Se escuchó como si hubiera visto algo asqueroso, más asqueroso aún que el olor que ya de por sí era una cosa de otro mundo. Lo escuché salir a los tropezones y lo escuché vomitar. Volví al balcón tapándome la nariz con una remera y estaba el cana, del otro lado, en cuclillas limpiándose con el antebrazo. Un hilo de vómito colgaba del borde del balcón. Un asco todo. ¿Qué pasa Rico, que pasa? Repetía el gordo apoyado sobre la mampara que separaba los balcones. Ahí va, dijo el otro, ahogando las arcadas, con el brazo aún en la boca, ahí abro de adentro. Yo no sé por qué, no soy morboso (y acá Conrado miro uno por uno a todos los que estábamos alrededor de esa mesa y esas velas, pero sobre todo la miro a Juli) lo aclaro, algo me hizo salir del departamento, a pesar del olor, cosa que a estas alturas era como que ya no existía, como que se iba y venía, muy raro. Llegué al palier justo cuando se abría la puerta desde adentro. Ahí vi (y ahí si me dieron ganas de vomitar) en un departamento igual al mío pero espejado, en el centro del living, al caniche estaqueado cabeza abajo en una equis hecha de maderas tipo cajón de manzanas, hierros y alambres de púas, abierto como un cabrito estaba, los huesitos de las patas que le sobresalían, el negro de la sangre seca contra los rulitos blancos, una cosa durísima de ver la verdad, durísima y horrible.
En ese preciso instante Julia se levantó con brusquedad y se fue corriendo para adentro de la casa, llorando. Conrado quedó mudo y todos nos quedamos también sin saber que decir o que hacer. Cayetano la fue a buscar. ¿Y? Qué paso no me dejes así, dijo Pantera. Conrado lo miró, nos miró a todos como esperando aprobación para continuar. Tomo nuestro silencio como un sí y continuó:
Alrededor del perro había un círculo hecho de polvos rojos y blancos, unos símbolos raros en el piso, letras de algún alfabeto antiguo ponele, todo re diabólico y las velas, derretidas ya dentro de unas tazas, otras en vasos. Una cosa horripilante. No dormí como por dos meses, no sé. ¿Y no te mudaste? Pregunté yo con toda la inocencia del mundo, yo, ahí, ya me hubiera rajado apenas lo vi con las velas, que mierda ni loca me quedo viviendo al lado de un satánico, dije algo molesta, lo noté en el tono de mi voz. No, donde me voy a ir, me respondió Conrado, me quedé ahí, era mi casa. ¿Y el loco? Preguntó Balta, ¿Qué le pasó? Y el chabón estaba en la pieza, se había ahorcado en el placar. Nadie habló. Y lo más flashero, finalizó Conrado, y esto me enteré después, es que los canas vieron que la computadora del tipo estaba prendida con el Gmail abierto y tenía un correo que hacía una semana se había enviado a si mismo que decía “tené cuidado con lo que hacés”
…que se yo, estaba re tarado al final. Después de decir esto, Conrado se quedó un momento concentrado en sus zapatillas o en sus cordones o en lo que sea que hubiera bajo sus pies.
Durante un rato nadie dijo nada (…)
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