Marta Miranda llevaba varios meses preparando de forma afanosa su boda. El acontecimiento ocupaba todas sus conversaciones, inquietudes, pensamientos y puede afirmarse casi sin temor a equivocarse, que la totalidad de sus esperanzas.

Casarse había sido su absoluta obsesión desde que acabara hace un año las oposiciones a Abogado del Estado. Después de cuatro años de dedicar nueve horas diarias a absorber el voluminoso temario de temas civiles, penales, administrativos o tributarios y de superar con notable brillantez el interminable proceso selectivo para el acceso a tan prestigioso cuerpo, siguiendo por otra parte la honorable tradición de su padre, su tío y un hermano mayor, ahora a sus treinta y un años era plenamente libre para determinar su futuro. Tenía un sueldo fijo para toda la vida, una profesión de prestigio y ese era solo el principio: era una mujer muy bonita, lo suficientemente alta para resultar vistosa, lo adecuadamente delgada para mostrar un esqueleto sólido sin caer en la tentación de una delgadez irritante y lo singularmente acertada a la hora de elegir sus vestuario, quizá (era opinión algo extendida) poco juveniles para una chica de su edad, pero no por ello menos elegantes y ajustados a su figura.

A esos atributos tan preciados en cualquier época y circunstancia (inteligencia, atractivo físico y buena posición) podría unírsele el hecho que su futuro esposo era su novio de casi toda la vida, compañero de la Facultad de Derecho, única relación seria conocida por todo el mundo, y que además trabajaba en un despacho de abogados de notable prestigio, logro menos meritorio, en principio, que el de Marta, pero con expectativas de que si su carrera derivase por los cauces que le convenían, sería hasta más lucrativo. Eduardo, que así se llamaba el futuro cónyuge, volcaba sus esfuerzos en su carrera en el despacho, su fanatismo por el Real Madrid y su desmedida afición por el tenis. Sus relaciones se habían consolidado desde segundo de carrera y ambas familias siempre habían mostrado su conformidad con la misma. Demasiado perfecta como para poner reparos, indudablemente adecuada por origen social, nivel cultural y probable posición económica. Un futuro juntos lleno de buenas expectativas: hijos presumiblemente atractivos y guapos, lugares exclusivos de vacaciones y cualquier idea que pueda asaltar la , en principio, rutinaria vida de aquellos que cuentan con suerte en la vida, más allá de los innegables zarpazos inesperados de la misma.

Tal y como ha quedado constatado, Marta mostraba una ansiedad algo desmedida por pasar por el altar. Tanta, que su madre, Ernestina, tuvo en más de una ocasión la inquietante sospecha que tal prisa en dejar de lado su soltería podía estar establecida por un regalito inesperado derivado de las relaciones intimas que, probablemente, habrían tenido ambos novios. Tal posibilidad fue descartada pronto, afortunadamente, y fue finalmente atribuida a la considerable tensión acumulada por Marta en la recta final de su oposición. Para tranquilidad de todos, las prisas eran también compartidas por Eduardo que probablemente no quería dejar escapar su presa, mantenida a lo largo de un complicado noviazgo en la que la preparación de Marta había hipotecado buena parte del tiempo de los dos. Las largas jornadas de estudio de esta última habían dejado al joven letrado colgado en no pocas ocasiones, más aún por la estricta regla establecida por la aspirante a Abogada del Estado de dejarla tranquila durante semanas con objeto de poder centrarse plenamente en su tedioso temario. No quiero que se me moleste, repetía una y otra vez la joven estudiosa, a la que se podía percibir alterada, ojerosa, acompañada de una inevitable melancolía de la que nadie podía sacarla.

Al menos tanto sacrificio había dado sus frutos y desde el día siguiente a la confirmación de su aprobado, la feliz opositora había mostrado una voluntad firme, inquebrantable, casi enfermiza por desposarse con su paciente prometido, quien al principio se sorprendió por las prisas de su novia, a la que había notado distante en los últimos años, de la que había sospechado que quizá él ya no la llenaba suficiente pero siendo al mismo tiempo incapaz de plantear la cuestión, de dar un ultimátum a la misma por su falta de atención y su frialdad , dado que en el fondo siempre había habitado el temor a perderla, y la sensación que después de Marta no habría nadie capaz de llenar su vacío y que en definitiva, su destino tenía que estar unido necesariamente al de ella.

Los dos prometidos se volcaron en la búsqueda de la iglesia, la selección del Hotel donde celebrar el convite y todo aquello que rodeara el esperado acontecimiento. Eduardo estaba feliz, pero Marta parecía algo más que esperanzada: rebosaba ansiedad por los cuatro costados.

No recordaba el momento exacto en que decidió cambia de preparador, descontenta con la falta de atención que mostraba, en su opinión, el primer Abogado del Estado por el que pasó. Una prima suya que también opositó, pero decidió dejarlo al los ocho meses le habló de un preparador que no trabajaba ya en el cuerpo, por obra gracia de una excedencia para trabajar de secretario del consejo de administración de una importante empresa de seguros, pero que aún guardaba una mente privilegiada para encauzar a los estudiantes hacia la tierra prometida del sueldo fijo para toda la vida. Al trabajar en la empresa y no disponer de tantas tardes libres, le debía de recibir los sábados por la mañana, a primera hora. Su prima le aseguró que se trataba de una de los más brillantes integrantes del cuerpo, y que su valía era tal que se había permitido el lujo de rechazar la dirección de los servicios jurídicos del Estado, a cambio eso sí, de una generosa remuneración de sus nuevos empleadores.

Cuando Marta acudió por primera vez a su estudio, se encontró con un hombre de media edad extraordinariamente bien conservado, con aire de dandy inglés, acentuado por una serie de canas extraordinaria te simétricas y combinadas con el resto de frondosos cabellos castaños. Vestía de traje y corbata como si de una jornada laboral ordinara se tratara y le aclaró que apenas tenía tres alumnos (otra chica y otro chico) ya que por un lado, su trabajo apenas le dejaba tiempo para más y , por otro, él solo aceptaba a opositores que casi le garantizasen el aprobado. Era tal la frustración que se sentía, en su opinión, tras un fracaso en el empeño de sacarse una plaza que su conciencia le haría sentirse responsable por esa desdicha en caso de no obtener casi un cien por cien de efectividad. De hecho, le comentó de forma pausada, pero con innegable orgullo que del restringido grupo de aspirantes que se habían puesto en sus manos (unos quince en ocho años) apenas dos de ellos no habían superado el proceso. Marta estaría aprueba un par de meses y si no le veía con posibilidades se lo diría con toda crudeza. Ella salió del encuentro algo confusa, pero convencida que si pasaba esa prueba, el camino a la tierra prometida se allanaría.

A los dos meses de empezar la preparación con Fernando Ordoñez (pues así se llamaba el exigente preparador) ella empezó a percibir un incremento en su rendimiento, a los cuatro se dio cuenta que estudiar tantas horas no le resultaba tan duro, a los seis se había convencido que podía aprobar con bastante seguridad y justo un mes antes se había empezado a acostar con el abogado excedente.

No podía recordar con certeza el proceso de seducción por el que había terminado cayendo en las redes de Ordoñez. Tal vez fueran inocentes invitaciones a café tras las tediosas, rutinarias exposiciones de temas de Derecho Civil o Penal, o las frases de alabanzas a los avances en los estudios, sutilmente incrementadas semana tras semana con objeto de ir estrechando el círculo en torno a ella; o quizá la iniciativa había partido directamente de la propia Marta, hastiada de largas jornadas enfrente de los libros y de salidas escasamente estimulantes con su novio oficial al que , sin embrago, no se veía con fuerzas para abandonar o al menos plantear la realidad de sus sentimientos y la situación de su relación. No podía pues, localizar si representaba el papel de seductora o seducida, de impulsora de la relación o complaciente victima de las ansias de un galán otoñal. Lo cierto es que casi siempre, tras cantarle los temas (la obligación es la obligación le solía decir él), pasaban al cuarto contiguo del estudio y allí retozaban por espacio de una hora. De alguna forma Marta se encontraba consigo misma a la hora de hacer el amor, se descubría en sus facetas mas insospechadas, de tal forma que nunca ( y era un nunca con todas las consecuencias) se planteaba si aquellos que estaba haciendo era lo correcto. Notaba que sus impulsos afectivos, primarios o sensuales obtenían una adecuada satisfacción, sin perder ni por un instante su sentido de la responsabilidad. Porque por largos y apasionados que fuesen sus encuentros con Ordoñez, sabía volver a algo parecido a la realidad, y tras descansar adecuadamente (siempre dormía mejor los días en los que hacía el amor) empezaba la mañana siguiente con plenitud de fuerzas para seguir devorando lecciones jurídicas, quizá con el trasfondo de volver el sábado al estudio de preparador/seductor, y dejarle claro que era tan capaz de mantener la disciplina propia de la buena opositora y la voracidad característica de la más apasionada de las amantes. Como si le estuviera diciendo a Ordoñez que su entrega al mismo alcanzaba todos los rincones del peculiar universo que ambos habían construido entre las paredes de un estudio, en principio destinado a no ofrecer nada más allá de unos tediosos, infumables recitados de artículos….

Mantuvieron esa rutina durante al menos medio año, al cabo del cual Ordoñez empezó a invitarla a cenar y hasta alguna que otra escapada romántica a apartados hoteles rurales y paradores de ciudades con solera. Ambos habían logrado un grado de discreción absoluta, de tal manera que Marta podía mostrar a todo su entorno que nada estaba alterado. Seguía quedando con Enrique dos o tres veces por semana, para seguir afianzado su relación. Parecía que los astros jugaban a su favor para el mantenimiento de su doble vida: su novio oficial tenía más trabajo que nunca en el despacho en donde necesitaba asentarse y no veía con malos ojos, muy al contrario, que su pareja no necesitara de verle todos los días, ni tampoco le agobiase con las neurosis propias de una mujer joven y atractiva que se veía obligada a encerrar su juventud entre cuatro paredes y voluminosos libros. Tenía por lo tanto vía libre para usar el fin de semana para su vertiente más oculta. Además, Ordoñez parecía un maestro en el arte de la discreción: los restaurantes que elegía para las cenas íntimas eran especialmente dotados para el mantenimiento de un secreto, generalmente en las afueras de Madrid, y con buen cuidado de utilizar espacios reservados. Todo parecía asombrosamente natural y hasta rutinario para Marta: de alguna forma su apasionado idilio le había conseguido dotar de una tranquilidad interna que raramente había conocido con anterioridad.

Cuando llegaron los exámenes finales, Marta decidió cortar casi todo tipo de contacto con el mundo exterior. Se alquiló ( o más bien sus padres le dieron el dinero) una pequeña buhardilla en el caso viejo de Madrid e exigió a Enrique que no tuviera contacto con la misma más allá de una conversación telefónica en una de sus pausas para descansar en sus incesante maratón de estudio. Unos tíos suyos le propusieron usar un piso que tenían vacío, pero por precaución la aspirante decidió que no era la más adecuada. No en vano Ordóñez la visitaba casi todas las noches y el voltaje de su pasión se hizo más acusado a medida que la cita decisiva se acercaba. La noche anterior al inicio de las pruebas, él le dijo explícitamente que la quería y que no podía abandonarla ya nunca; dejaría a su mujer y se iría con ella. Durante unos días eso sí, debería dejar de verla, se iba a examinar y eso, aunque secundario en relación con sus deseos y sentimientos, era un objetivo para el que había peleado con mucho fervor, y en el que se había dejado unos años esenciales de su vida. Debía examinarse, superar los ejercicios y luego ella debía de resolver que hacer con su vida. Marta le contestó que ella sabía desde hace tiempo lo que quería, y que tras los ejercicios de acceso (fuese cual fuese su resultado) le diría a todo el mundo el estado de la situación.

El plan se ejecutó de forma precisa. En el proceso Marta mostró un temple fuera de lo común, expuso el primer examen oral con gran sobriedad y aplomo, titubeó quizá un poco más en el segundo, en el que la mente le jugó una maña pasada y puso en sus pensamientos por un instante, la imagen de su preparador /amante lo que pareció alterarla, aunque afortunadamente para ella sin mayores consecuencias. Mantuvo la sobriedad en la prueba de idiomas, pese a que la misma no pasó de discreta aunque obtuvo la nota mínima para pasar el corte. Solo le quedaban los dos escritos con forma de dictamen ante casos prácticos planteados. Y fue en los mismos cuando alcanzó el proceso culminante de su adecuada preparación. De alguna forma pudo reproducir punto por punto los consejos de Ordoñez, que no por accidente era considerado un maestro en la redacción de demandas e informes, tan brillantes en su forma y fondo que no pocos le atribuían ciertas cualidades literarias. Las ideas de su amante impulsaron buena parte de los dos dictámenes que ella pareció disfrutar de veras mientras los hacía. Frente a las caras de angustia y desazón de sus rivales por las codiciadas plazas, que mostraban los efectos claros y evidentes de noches de insomnio y ritmo acelerado, Marta pudo realizar ambos ejercicios de forma relajada, segura de sus posibilidades y con la extraña sensación que Ordoñez le guiaba en los mismos.

Cuando recibió la noticia de su aprobado, una liberación interior alcanzó a todo su ser. Sus padres, hermanos, primos y amigos (al menos el reducido grupo de ellos que guardaba de la carrera) y por supuesto Enrique le felicitaron efusivamente. Su novio “oficial” la besó en varias ocasiones, aunque de forma algo recatada, tal vez con cierta vergüenza, y con un sensación de cierta extrañeza. Esa misma noche fueron a celebrarlo a un restaurante de moda donde no faltó de nada: botellas de vino con ligereza, los platos más selectos de la carta y la inevitable sesión de fotos a la que se unieron hasta los camareros y el metre del local. Acto seguido Enrique le propuso un fin de semana en Londres, si conseguía permiso del despacho. Ella titubeó y sintió algo muy cercano a la desazón; algo en su conciencia le dictaba el contarle la verdad y poner las cartas sobre la mesa, pero un fuerza irresistible al ridículo provocó que al final cediera y se quedara algo cortada. En Inglaterra debería compartir habitación con Enrique y ello le sumió en la absoluta inquietud. No sabría como decírselo a Ordoñez, el hombre que realmente amaba y al que en el fondo de debía todo: el conocerse a si misma y el haber conseguido un empleo de prestigio para toda su vida.

Ordoñez, sí ¿qué le diría?. Reparó al día siguiente de los grandes fastos que todavía no se lo había dicho ni él le había llamado. Lo hizo ella con la mano temblorosa pero no se lo cogió. Al cabo de una hora recibió un mensaje en su móvil. “Muchas felicidades, estaba seguro que lo conseguirías….besos”. Le sorprendió la frialdad del mensaje, su aparente aire burocrático, tan alejado a la pasión que había caracterizado sus relación de los últimos meses. Quizá el quería dejar pasar el tiempo, permitir que se consolidase la alegría por el futuro profesional de Marta, y una vez estabilizado todo soltar la bomba. ¿O era quizá que se estaba echando atrás?-

Marta no pudo apenas reflexionar sobre su situación. En apenas una semana estaba embarcada en un avión a Londres, y casi sin darse cuenta se encontraba paseando por Hyde Park, visitando la Nathional Gallery y hasta haciendo el ganso en el parque temático dedicado a Harry Potter. Durante esos días Enrique se mostraba abierto, solícito y hasta cariñoso. El engorroso trámite del contacto íntimo se amortiguó en gran medida ya que ambos terminaban reventados tras días de incesante trajinar como turistas y su prometido tenía tanto cansancio acumulado por el viaje y las maratonianas jornadas de trabajo en su despacho que apenas se llegaba a la habitación y se duchaba caía frito en la cama. Ella no pudo sin embrago dormir bien. Demasiada incertidumbre acerca de su situación sentimental, no poca confusión en cuanto a sus sentimientos reales y mucho miedo a estar equivocándose, a haber cometido una locura de consecuencias no ponderadas en su totalidad y que podía dar al traste con una vida que en otros aspectos parecía completamente encauzada.

Cuando volvió del viaje aún le quedaban un par se semanas antes de empezar el curso para los aprobados de su oposición. Una tarde se acercó al estudio de Ordoñez. Él no había hecho ni es más mínimo ademan de ponerse en contacto con ella, lo cual había llegado a Marta a una irritación extrema. Cuando esperaba al ascensor vio salir del mismo a una mujer madura con aspecto elegante, muy perfumada y que se dio de frente con ella. Sin motivo aparente la sintió como una amenaza real, una especie de advertencia de sus sentidos mas desconocidos y ocultos respecto a la verdadera faz de su amante furtivo. Las dos mujeres parecieron mirarse con un cierto aire de extrañeza teñido de sutil hostilidad, y aguantaron la mirada por un espacio de tiempo superior al habitual en este tipo de encuentros momentáneos en un ascensor. A Marta le sirvió incluso a darse cuenta que la desconocida del ascensor llevaba alianza. El trayecto posterior en el ascensor hasta el quinto piso se le hizo angustioso. De alguna forma intuía que el final estaba cerca y por un instante quiso huir de ahí, dejarlo todo y volver a su casa. Aceptar su nueva y cómoda vida con un trabajo estable, un novio adecuado y un futuro sólido, con un par de hijos de por medio y un buen horario para conciliar.

Pero no tuvo la fuerza suficiente para tomar tal decisión. Salió del ascensor y llamó al timbre de la puerta. Tocó una, dos , tres veces con una impaciencia que ya apenas podía disimular. Ordoñez le abrió la puerta y no mostró ninguna sorpresa al verla de frente.

  • Pasa, Marta. Tenemos que hablar.

El tono de la frase era muy significativo que su asunto estaba visto para sentencia. Marta entro en el estudio como el reo que sabe a ciencia cierta que su defensa no ha estado a la altura y solo aspira que la condena sea lo más benévola que la gracia del Magistrado le permita. Su maestro tenía un cierto aire apesadumbrado y mostraba la cabeza gacha. De alguna forma esa puesta en escena de hizo cierta gracia. El tipo con el que había vivido un romance tan intenso y que le había prometido amor eterno era un vendedor de humo tan descarado que hasta despertaba cierta simpatía.

  • No me has llamado, ni te has interesado por mí desde el examen. Me ha dolido.
  • Lo sé.
  • ¿Quién era esa mujer con la que me he cruzado?
  • ¿Quién?
  • La pija que me he encontrado en el ascensor. Tenía aspecto culpable, llevaba alianza y no es tu mujer (Marta la conocía por fotos). Otra pieza del cazador supongo

Ordóñez no contestó, aunque de alguna forma admiró la inteligencia de su alumna aventajada. Mantuvo el silencia durante un par de minutos engorrosos y al final se decidió a dar su punto de vista.

  • En el fondo me alegro que hayas venido. Desde que empezaste a examinarte vi claro que tenía que cortar contigo. Mira sé que te dije cosas muy concretas y lamento que eso te llevara a tener ciertas expectativas. Si me permites explicarte mi historia quizá puedas no digo comprenderme pero sí al menos tener algunas cosas más claras.
  • Llevo casado cuatro años, pero en realidad es mi tercer matrimonio. La primera vez fue con veintiséis años y duró cuatro, que fueron un auténtico infierno. La segunda con treinta y cinco y fue algo mejor, pero al cabo de cuatro años de convivencia me di cuenta que la relación ya me aburría. En realidad mi gran defecto, o desgracia según se mire, es que todo termina por aburrirme. Y para matar esa sensación no he encontrado nada mejor en mi vida que conquistar a mujeres. Para mí es un desafío, un reto que de hace subir la adrenalina y me impulsa durante los meses que dura la seducción y, cuando lo consigo, la conquista. Tal era mi afición a las mujeres que estuve a punto de la ruina en un par de ocasiones durante mis dos primeros matrimonios ya que las dobles vidas resultan muy onerosas como te podrás imaginar, pero que desde que di el salto a la empresa privada eso también dejo de ser un impedimento. Y sí, la mujer que has visto en el ascensor es otra de mis damnificadas, es la esposa de un cliente. Mi mujer de ahora lo sabe y casi no le importa, porque ella también sale de una matrimonio desgraciado y ha aceptado que cada cual haga lo que quiera con tal de pasar buenos momentos juntos.
  • Consulté el tema con un psiquiatra y me dijo que todo era el resultado de mi personalidad, que él definió como alguien amoral sin ninguna empatía por los sentimientos ajenos. No le negué la mayor, pero deje de visitarle cuando me propuso hacer terapia de grupo. En realidad no quería curarme le dije y sigo sin quererlo a fecha de hoy. No tengo remedio y lo he asumido. Sé que probablemente terminare solo el fin de mis días y que un buen puñado de personas me considerara un cabrón. No creo que sea malo del todo, pero hay cosas que no puedo evitar. Tú has sido especial estos meses, lo he pasado muy bien y me ha rejuvenecido bastante volver a seducir a una chica joven e inteligente. No debí decirte eso de que dejaría todo por ti y me separaría, pero es un soniquete al que recurro con frecuencia cuando la relación está en su momento culminante……..Eso es lo que puedo decirte, ahora puedes insultarme todo lo que quieras. Tienes un buen futuro con un novio muy recomendable. Nadie sabe lo nuestro y puedes tomarlo como una experiencia más de tu vida que hasta recuerdes con cariño con el paso de los años

Marta había escuchado toda esa serie de justificaciones dignas de un trastornado de forma impasible y hasta con cierta tranquilidad interna a medida que avanzaba la narración. Cuando Ordóñez finalizó y se quedo mirándola con una media sonrisa supo como reaccionar casi al instante.

  • Muy bien-dejo ella con aplomo- creo que he entendido. Coincido contigo, es lo mejor. Pero al menos déjame despedirte de ti en condiciones.

Ella se acercó a Ordóñez, ante la sorpresa de éste, le cogió la cara y empezó a besarle poco a poco en lo labios, no tardaron demasiado los bocas en abrirse y en empezar un prolongado y apasionado beso que se extendió hasta que ambos quedaros casi exhaustos. Acto seguido ella se separó sonrió un instante y soltó una bofetada sobre el abogado con toda la fuerza que pudo poner en el empeño.

  • Cabrón- dijo antes de dejar el estudio sin volver la vista atrás.

Varios meses más tarde, la madre de Marta esperaba ansiosa la confirmación de asistencia de varios invitados para poder cerrar con el encargado de restaurante los menús de forma definitiva, tras no poco agobio por las prisas de su hija. En apenas tres días se iba a producir la boda. Al fin Marta y Enrique verían su sueño cumplido. Todo iba a salir bien: la iglesia era la soñada y la celebración del envite tendría el entorno soñado: un coqueto jardín para celebrar el coctel, unos salones de lujo, el menú mas adecuado que se podía encontrar y una orquesta que tocaría toda al noche. Nada podía salir mal.

Y en efecto, ella estuvo guapísima y todo salió a pedir de boca. A fin de cuentas es lo propio de personas equilibradas, con vidas muy ordenadas y en las que nada atípico ni mucho menos vergonzoso puede entrar con facilidad.

Etiquetas: relato corto

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