Norberto se sintió inquieto a ver que un sobre se deslizaba por debajo de la puerta, pero se puso aún más ansioso cuando notó que ese sobre venía de la puerta del armario. Se quedó viéndola, quiso levantarse y ver qué contenía pero tuvo miedo de que algo aún más extraño pasara. Hace tiempo que vivía solo, ¿qué estaba pasando?
Decidió pensar que el papel cayó de algún estante del armario y se deslizó hacia afuera. Así que no se asomó. Se levantó del sillón en el que estaba sentado y caminó hacia su ventana.
Había poca gente en la calle y todos caminaban apurados, como si el cumplimiento de cierto lapso los obligara a llegar a casa antes de una catástrofe. Todos tenían el rostro escondido detrás de un cubreboca. La gente está rara, pensó.
Nuevamente lo inquietó aquel sobre que se deslizó desde dentro de su closet. Era como un cosquilleo que le atravesaba la nuca. Quiso voltear pero se lo impidió a sí mismo. Quizá era mejor preparar algo de comer. Ya estaba por llegar las cuatro de la tarde y por alguna razón después de esa hora las tiendas y mercados cerraban y todos huían a sus casas como si algo llegara para matarlos después de esa hora.
Al caminar en las calles, la gente lo miraba de reojo como si fuera un bicho raro. Y lo parecía, era el único que no llevaba un cubreboca. La verdad es que siempre que salía a la calle pasaba lo mismo. Sabía que había una explicación, solo que en ese momento no lo recordaba. A sus 60 años su mente era demasiado frágil y recordar por qué era el tipo raro del barrio seguramente no era una de las prioridades de su mente. Cómo deseaba tener un cubreboca que le cubra los ojos para no tener que ver los rostros de extrañeza de quienes pasaban por su lado y que de paso ayudara a que los demás no vieran cómo él blanqueaba los ojos cada vez que se topaba con una de esas miradas de crítica.
Decidió seguir caminando hasta la tienda de la esquina. Cuando gritó para que alguien saliera a atenderlo, una niña emergió de la oscuridad del fondo de la tienda. Pero cuando se topó de frente con Norberto retrocedió asustada. Norberto no pudo evitar blanquear los ojos y de forma más enérgica exigió a la niña que lo atendiera. Sin embargo ella permaneció inmóvil.
¡Niña, me atenderás o no!. Norberto elevó la voz. Pudo haberse retirado e ir a otra tienda, pero su orgullo no se lo permitió. La pequeña retrocedió un paso más y emitió un agudo grito para llamar a su madre. La mujer salió inmediatamente y al ver a Norberto a la cara tomó a su hija y la empujó hacia adentro mientras lo miraba con horror.
-¿Necesitas algo? – le preguntó la mujer.
– Pan, leche…azúcar, carne enlatada…varias cosas ¿me va a atender?-
La mujer dijo un no con la cabeza sin quitarle la mirada de encima, como si quisiera mantenerlo vigilado. Norberto terminó por hartarse, dio media vuelta y se fue.
¿Qué estaba pasando? La gente que se topaba de frente con él, le devolvía una mirada de horror y extrañeza; lo miraban de pies a cabeza y apresuraban el paso como huyendo de él.
Terminó comprando lo que necesitaba en un supermercado, donde solo tuvo que interactuar con el cajero, aunque no pudo librarse de las mismas expresiones temerosas que lo rodeaban.
Al llegar a su departamento, cerró la puerta tras de sí. Ahora sentía que él estaba huyendo de algo o alguien. Entró a la cocina para acomodar lo que había comprado. Una pieza de pan se le resbaló de las manos y cayó detrás de una de las esquinas del mueble de la cocina. Cuando se agachó a recogerla, vio que había un periódico atascado en el rincón. Hacía tiempo que no leía el periódico. Odiaba las noticias y cualquier cosa que lo mantuviera en contacto con el mundo o que le recordara que existía uno. Tal vez lo compró hace días…últimamente se le olvidaban las cosas, lo que hacía y hasta lo que decía hace cinco minutos. Es posible que me esté poniendo viejo, pensó.
Cuando al fin tuvo el diario en sus manos comenzó a hojearlo. Un titular central decía: “Pandemia de Coronavira deja más de 1.000 muertos en un solo día”. Otro citaba: “La OMS se retracta por quinta vez y emplaza a la gente usar cubrebocas para protegerse del Coronavira”.
Ahora entendía todo. Norberto respiró aliviado. Así que se trataba solo de una enfermedad viral y una de sus medidas para evitar el contagio era usar mascarillas que cubran la nariz y la boca. Con razón todos lo miraban horrorizados al verlo.
Pero ¿por qué él no lo sabía? Obviamente esa no era la primera noticia publicada sobre esa pandemia y naturalmente él ya conocía sobre esa enfermedad. Tal vez se estaba poniendo más viejo de lo que pensaba. 60 años no eran pocos. Dicen que la soledad vuelve seniles a las personas. Sonrió para sí y creyó que ahí terminaba la incógnita de las miradas horrorizadas. Obviamente estaba equivocado.
Esa noche estaba particularmente fría. Trató de arroparse tanto como podía. Se incorporó en la oscuridad y buscó a tientas el control remoto de la televisión pero al prenderla solo había rayas en la pantalla y un ruido ensordecedor salía de ella. ¿Hace cuánto que dejé de pagar el cable? ¿Tuve servicio de cable alguna vez?
Otra vez se rascó la cabeza y luego la apretó entre sus manos. Estaba harto de no recordar cosas y sucesos. Algo estaba mal, algo faltaba en su mente. Era como un vacío enorme que quería llenar con recuerdos que no lograba encontrar en su memoria. Era una horrible sensación. ¿Qué era lo que había pasado en su vida que no le permitía recordar? ¿o era una simple senilidad que poco a poco le estaba haciendo perder trozos de su vida?
Volvió a apretar la cabeza entre sus manos y quiso gritar, pero sabía que nadie lo oiría y eso era sinónimo de a que nadie le importaba. Estaba solo.
Cuando por fin logró dormir, tuvo un sueño. Él corría por una pradera limpia y verde como si intentara alcanzar algo. Sentía una profunda desesperación mientras corría. Al final de lo que parecía un mundo plano, logró ver un árbol junto a un río. Tuvo la sensación de que estaba cerca de encontrar lo que buscaba. Al llegar al árbol tocó la corteza del tronco. Era una textura extraña, estaba llena de líneas como si estuvieran cortadas en forma de V. Eso le provocó un cosquilleo horrible en la cabeza. Tantas “V” juntas era demasiado. Gritó y corrió nuevamente, solo que esta vez parecía no avanzar. Una mano delicada lo detuvo del brazo. Al darse la vuelta notó que era una mujer. Lo llamó por su nombre. De alguna manera, Norberto se sentía comprometido a quedarse con ella y deseoso de que así sea. Pero había algo en su mente que no lo dejaba pensar con claridad, había algo que hacía que él quisiera huir de ella.
Los días siguientes fueron similares y casi cada noche tenía el mismo sueño y escuchaba los pequeños golpes. No salió de su departamento por miedo a la pandemia.
Pero días después tuvo que hacerlo. Le faltaba comida y tenía que ir a cobrar su jubilación al banco. Esta vez tuvo la precaución de usar una mascarilla que encontró en el fondo de su ropero.
Al salir de su casa creyó que se había librado de las miradas de horror y de crítica, pero no. Era el mismo escenario aunque con diferentes personas. Se hartó. No compró nada ni fue al banco. Debía buscar ayuda, alguien que lo ayudara a recordar.
Llegó a su departamento y entró corriendo a la sala. Estaba decidido a terminar con ese tipo de vida. Se cansó de esperar a que su mente solo recordara por sí misma y se cansó de ver como todo y todos a su alrededor se movían tratándolo como si no existiera pues nadie se acordaba de visitarlo. Y es que ni siquiera sabía si había algo que debía recordar o si existía alguien que se supone debería llamarlo o visitarlo. Era demasiado frustrante. ¿Cuánto tiempo debía vivir así? O peor aún, ¿cuánto tiempo estaba viviendo así y no lo se había dado cuenta?
Todos estos pensamientos lo atormentaron a cada segundo haciendo que caminara de un lado a otro en su sala. Entonces recordó. Un álbum de fotografías estaba guardado en uno de los muebles de la habitación. Lo buscó, lo abrió y empezó a hojearlo casi con desesperación. ¿Por qué de pronto vino a su mente la existencia de ese álbum? ¿qué había en él?
Al mirar las imágenes inertes en color sepia se vio a sí mismo siendo niño. Eso sí lo recordaba. En diferentes fotografías aparecía junto a otros niños en el patio de la que fue su escuela y en otras en algún parque o plaza. Claro, pensó. Yo vivía en la ciudad central cuando era niño y entonces, ¿cómo llegué a este pueblo tan pequeño y viejo?.
Siguió revisando las fotografías y vio otras, ya a colores, en las que se veía a sí mismo en la universidad junto a sus compañeros de estudio. Todos sonrientes y felices.
De pronto se detuvo en una de las fotos. Él estaba en un restaurante con un grupo de amigos y amigas pero atrás de la mesa estaba una joven de pelo rubio que al parecer se estaba acercando a la mesa. El rostro de ella estaba borroso ya que al momento de capturarse la foto, ella se movió.
Se quedó viendo a la joven estampada en la imagen y aunque no logró reconocerla, había algo en ella que era muy familiar.
Esa noche volvió a tener el mismo sueño de la pradera, el árbol y las “V” en las corteza que le causaban ese cosquilleo horrible en la nuca. También vio a la mujer que lo detenía por el brazo. Esta vez el rostro de ella era más claro. Sí, era la mujer de la foto.
Se despertó de un sobresalto completamente agitado. ¿Quién era esa mujer? Naturalmente el recuerdo de ella se presentó primero en su mente y luego la fotografía le recordó el rostro.
No durmió nada durante horas y casi al amanecer fue a la cocina casi arrastrando los pies para tomar un café que permitiera que su cerebro despertara. Esta “decisión” de recordar lo estaba sumiendo en una terrible crisis mental.
De pronto recordó aquel sobre que se había deslizado días antes desde dentro del closet. ¡El closet! Pensar en ese lugar le provocaba una horrible sensación y hasta un cosquilleo casi tan espantoso como el que le producía el árbol con las “V” en la corteza del tronco.
Halló el sobre debajo de un sillón pero no era un papel. Lo tomó y se quedó pensando por qué aquel sobre de había deslizado de forma tan misteriosa desde dentro del closet. Sin embargo, ya había tomado la decisión de no permitir más que sus días se sigan moviendo en una nebulosa entre recuerdos y “no recuerdos”, entre lucidez y cosquilleos de incomodidad que no sabía de dónde venían ni por qué. La mujer de la foto, la mujer del sueño, las “V” en el árbol…todo parecía ser parte de un universo que seguramente le iba a dar algún sentido a su vida, si es que lo había.
Tomó el sobre y con sus manos, ya viejas y temblorosas lo abrió. En el interior encontró un montón de fotografías. En la primera que tomó entre sus manos estaba él con unos 40 años encima y en una de las plazas la misma ciudad en la que creció de niño. Llevaba traje y corbata…y sonreía. Recuerdo eso, pensó. Era cuando trabajaba en el Ministerio del Interior.
Cuando tomó la siguiente foto casi emite un grito de horror. Se quedó helado y tieso al notar que en la foto estaba ella. Sí, era la misma mujer del sueño y era quien aparecía detrás de sus amigos en la fotografía donde estaba con sus amigos en un restaurante.
La joven lo miraba directamente a través de la imagen. Sus ojos azules combinaban con el vestido azul que llevaba puesto y su cabello enérgicamente rubio. Estaba en la misma plaza en la que él aparecía en la otra fotografía. Como si ella hubiera tomado una foto de él y viceversa. Al voltear la foto notó una frase escrita con su letra: “Te amo, Mariela”.
Norberto se sentía aturdido. Sabía que debía recordar y había un lugar en su mente que lo tenía todo claro pero él se resistía a acudir a éste por temor a recordar lo peor. Esta lucha entre querer y no querer recordar lo que ya tenía claro lo estaba volviendo loco.
Su cuerpo comenzó a temblar, cayó al suelo y se quedó tendido en el piso mirando al techo. Su mente era como un circo desierto de gente pero con todas las atracciones funcionando. No entendía nada. Allí se quedó por horas hasta muy entrada la tarde.
El frío que subía del piso comenzó a helar sus huesos y se sintió vivo de nuevo. ¿Cuánto tiempo pasó?, se preguntó. La mujer de las fotos y la del sueño eran la misma, Mariela.
Con movimientos torpes producto de haber estado tantas horas en el piso decidió que era hora de conectarse de alguna manera con el mundo. No tenía el periódico así que prendió la televisión. No funcionaba, claro. Buscó entre sus cajones una antena vieja y la conectó y el aparato captó un par de canales con muy baja recepción.
Se quedó viendo uno de los canales donde pasaban uno de esos “programas para señoras” con entrevistas a médicos, recetas de cocina y noticias de farándula. La conductora estaba entrevistando a un psicólogo sobre las razones que lleva a un hombre a agredir o matar a su pareja.
-La violencia familiar y las agresiones en la pareja son algo preocupante. Estamos con el doctor Daniel Bockman, especialista en psicología de parejas para que nos explique qué puede llevar a un hombre o una mujer atacar a su pareja. Bienvenido doctor- La sonrisa de la conductora hacía juego con sus perfectas piernas que se lucían sobre el sillón del set.
-A veces el hombre golpea en la cabeza a su pareja antes de matarla y es porque sintió frustración al no poder cambiar la forma de pensar que ella tenía. Por ejemplo, es posible que él haya querido convencerla de regresar con él en el caso de una ruptura y ella se haya negado- explicó el doctor.
Norberto continuó escuchando.
-En otras ocasiones el agresor ataca la garganta o la boca de la mujer con un cuchillo, una piedra, lo que tenga a la mano. Lo importante para él en ese momento es atacar la voz de su pareja porque algo que ella dijo le provocó una furia intensa-
Al decir esto último, el médico parecía mirar a Norberto a través de la pantalla. Era casi como si le dijera: “Norberto, sabes de lo que hablo, ¿verdad?”.
“Norberto, Norberto, Norberto…”. Ahora era la voz de una mujer, de Mariela que gritaba en su mente mientras él giraba sin cesar en el medio de su sala. Estaba por recordarlo todo.
Salió corriendo a la calle como un loco. Alguna repuesta tenía que haber. La pandemia del Coronavira, Mariela, el sueño de la pradera, el árbol con las “V” en la corteza…todo era parte de un solo universo que se formó en su mente después de “aquello”, un universo que se negaba a aceptar que existía. ¿Para qué abrí la herida?, se cuestionó mientras corría.
Habían pasado las 16:00 y todos los negocios estaban cerrados. Las calles del pequeño pueblo estaban ya desiertas. Sin saber por qué (aunque ya lo sabía de alguna manera) se dirigió a la tienda donde días antes se había topado con una niña y su madre que lo negaban a atenderlo.
Encontró las puertas cerradas y comenzó a golpear sin cesar mientras gritaba: “¡Mariela! ¡Mariela!”. Agotado después de varios golpes hizo una pausa y siguió tocando la puerta. Las calles estaban desiertas y parecía que nadie saldría de la vieja casona. Se sentó en el suelo y se puso a llorar como un niño, con la cabeza entre las piernas repitiendo el nombre de Mariela.
La puerta se abrió lentamente. La mujer que hace días no quiso atenderlo en la tienda salió y lo miró con tristeza.
-Norberto- le dijo- Al fin recordaste…
Él levantó la mirada. Con los ojos llorosos y una mirada desesperada se aferró a las faldas de la mujer y clamó: “No, no puedo…quiero pero no puedo. Ayúdame”.
-Norberto, lo sabes bien, solo que te niegas a recordarlo. No te hagas esto ni nos hagas esto a todos. Haz lo que debes hacer porque sabes bien lo que pasó-
Norberto la miró angustiado y movió la cabeza negativamente. “Ayúdame por favor”, le dijo. La mujer lo miró con lástima y le permitió la entrada a su casa. Ya sentados en la mesa de la cocina, ella le sirvió una taza de té.
-No sé por qué me obligas a hacer esto. Sabes que al tenerte aquí el hablar contigo me puede meter en muchos problemas pero sobre todo temo por la vida de mi hija…-comenzó.
-He estado revisando cosas…fotos…leí el periódico…la pandemia…¿es por eso que todos llevan cubrebocas, verdad? ¿es por eso que todos se encierran en sus casas por la cuarentena?-
La mujer lo miró sumamente extrañada, como si Norberto estuviera hablando en otro idioma o como si relatara algo sobre otro planeta. Le tocó un brazo para detener sus preguntas.
-No sé de qué pandemia me hablas…pero te voy a contar algo que quizá te ayude y conste que solo lo hago porque desde que llegaste a este pueblo hace un año yo fui tu única amiga y me das mucha lástima-
Norberto la escuchaba con atención. ¿Encontraría al fin la verdad?
-Hace un año llegaste solo a este pequeño pueblo. Somos tan pocos y es tan insignificante este lugar que todo lo extraño que ocurre es noticia. Todos acudimos a ver al recién llegado a la terminal de buses. Allí estabas tú y llevabas demasiadas cajas y paquetes así que supimos que te ibas a quedar mucho tiempo. Los más jóvenes se ofrecieron a llevar tus cosas hasta el departamento que ibas a rentar después. Un baúl de color azul era especialmente pesado y tú no quisiste que nadie lo tocara, pero era imposible que tú solo lo llevaras. De modo que tuviste que aceptar ayuda-
-Este pueblo es tan lejano que los periódicos llegan una vez al mes así que tuvieron que pasar unas semanas antes de que nos enteráramos de algo que nos llenó de terror a todos-
De pronto Norberto ya no pudo escuchar nada. Los labios de la mujer se movían pero no emitían ningún sonido. Se volvió loco de furia y confusión y salió corriendo.
Mientras corría escuchó la voz de la mujer en su mente. Sus labios jamás dejaron de emitir un sonido, él escuchó perfectamente el relato solo que no quería admitir lo que estaba oyendo en ese momento.
-Norberto, cuando llegó el periódico del mes vimos las noticias: “Un hombre mata a su esposa y ya suman 100 feminicidios en el país durante la pandemia del Coronavira”. En la foto del diario impreso estabas tú. La nota relataba la historia de un hombre llamado Norberto de 50 años que asesinó a su mujer y que semanas después fue diagnosticado con esquizofrenia. Fue detenido cuando entró a una estación policial gritando que había matado a tu esposa, Mariela. Pero los esquizofrénicos suelen tener alucinaciones sobre voces que les hablan y a veces su mente suele imaginar cosas al punto que ellos mismos se convencen de que ciertas situaciones son reales cuando no lo son. Y como nunca hallaron el cuerpo de la supuesta mujer, decidieron internar al presunto asesino en un psiquiátrico de donde huyó. Al ver la foto te reconocimos, eras tú. En una reunión con los dirigentes vecinales algunos sostuvieron que era necesario reportarte con la Policía. En nuestro pueblo no había policías pero sí en el poblado siguiente. Entonces yo me opuse. Les dije a todos que quizá tú eras un pobre loco que nunca tuvo una esposa, que solo imaginó tenerla y que tal vez solo necesitabas estar solo. Fue así como logré que te quedaras en el pueblo.
Norberto dejó de escuchar la voz de la mujer en su mente. ¿Yo maté a Mariela? ¿Mariela existe? ¿Existió alguna vez?, se preguntó.
Desesperado comenzó a abrir todos los cajones a la vez sacando y tirando por todas partes lo que encontraba mientras respiraba agitadamente. Una caja de madera cayó al suelo y se abrió dejando ver una fotografía y un pequeño paquete.
En la foto estaba él y Mariela. Ella llevaba un vestido de novia y él un traje oscuro. Abrió el paquete y encontró un par de anillos de bodas. Emitió el alarido más fuerte que recordó haber gritado alguna vez. Lo recordó todo y nuevamente la voz de su amiga se oyó en su cabeza.
-Al siguiente mes, llegó el periódico y leímos que nunca mataste a tu esposa, que solo la agrediste con un cuchillo durante una pelea en la que te morías de celos por un hombre que la había mirado en la calle. Según la nota del diario, le hiciste dos cortes en la cara, uno de cada lado del labio inferior. Una cortada de arriba hacia abajo formando una “V” enorme debajo de su boca. El rostro de la mujer debió haber quedado como la cara de un muñeco de ventrílocuo. La Policía seguía buscándote pero decidimos no hacer nada más en contra tuya porque tuvimos miedo de ti. Nadie sabía dónde estaba tu esposa ni siquiera tú. Pero en medio de tu locura, tú seguías buscándola y para ello te fijabas en el rostro de cada persona del pueblo para ver si tenía la cicatriz en forma de “V”. Muchas veces te vimos caminar sin rumbo por las calles del pueblo importunando a quien se cruzara en tu camino para verle la cara pues estabas convencido de que “ella” podía incluso disfrazarse de hombre o niño. Tuvimos miedo y todos comenzamos a usar cubrebocas y a irnos temprano a casa, cerrar todos los negocios y hasta apagar las luces después de las 16:00 para no toparnos contigo. Aprendimos a vivir con miedo. Hace un año hubo una pandemia mundial de Coronavira, murió mucha gente pero terminó y todo volvió a la normalidad. Solo que ahora nosotros usábamos un cubrebocas para evitar que nos importunes con tus imaginaciones y para evitar que trates de matarnos si acaso veías en nosotros algún recuerdo de tu supuesta esposa.
Norberto no pudo más. Ahora entendía el cosquilleo que sentía en el sueño cada vez que veía ese árbol con las “V” en su corteza y comprendía el por qué lo perturbaba el recuerdo de Mariela. Ella existía, ¿dónde estaba?
De pronto se calmó. Sí, al fin tenía paz. Había recordado todo. La pelea con Mariela y como en un arranque de celos le había cortado la boca para dejarla como una muñeca de ventrílocuo y así controlar lo que ella tenía que decir. Solo faltaba encontrarla. De repente recordó el closet y antes que el cosquilleo lo atacara de nuevo caminó rápidamente hasta abrir la puerta de un solo jalón. Mariela estaba allí atada de pies y manos, convertida en casi un horrible esqueleto y con el rostro en el que solo se distinguía una “V” marcada cerca de la boca. El cuerpo cayó a sus pies y él sonrió al verla. La había encontrado. Se inclinó para acomodarla en el armario.
-Querida, mejor es que descanses dentro de este baúl azul. Es tu favorito, ¿recuerdas? Seguramente tardaste mucho en morir, pero ya descansarás- le dijo y metió el cuerpo en el baúl de madera- Así ya no estarás moviéndote y arrojándome cosas debajo de la puerta.
Le dio un beso en la frente antes de cerrar el baúl. Luego regresó a su habitación, se echó en la cama y se preguntó: ¿En qué estaba? Ah, sí, mañana debo lavar mi cubrebocas. Quiero ponérmelo para ir a la tienda. No quiero contagiarme ni ser víctima de ninguna pandemia. Espero que la niña de la tienda me atienda esta vez y nadie me mire horrorizada.
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